N. de la R.: El texto de esta nota (escrito a principios del año 2011) reproduce el aporte del autor al libro Archivo crítico modelo Barcelona 1973-2004, de Josep Maria Montaner, Fernando Álvarez y Zaida Muxí, editores. Dicho libro colectivo resume las aportaciones más destacadas del grupo universitario de investigación Archivo Crítico Modelo Barcelona, completadas con contribuciones de varios expertos de las áreas de arquitectura y de historia que participan como invitados. El objetivo de la publicación es reconsiderar de manera crítica la experiencia del modelo urbano desde 1973, año en que el alcalde Porcioles dejó el cargo, hasta el 2004, cuando se celebró el Fórum de las Culturas. Ver su Presentación.
Las culturas urbanísticas de Buenos Aires y Barcelona han mantenido una curiosa relación a lo largo de los últimos 30 o 40 años, período histórico en el que se gesta, se desarrolla, se altera y se cuestiona el conjunto de prácticas, axiomas y valores que usualmente se conocen como “modelo Barcelona”. Pocas ciudades (no solo en Latinoamérica) han tenido un intercambio profesional-disciplinario tan fuerte con la capital catalana como Buenos Aires, donde se escucha y se lee a figuras tan diversas como Oriol Bohigas, Jordi Borja o Toni Puig. Sin embargo, las consecuencias concretas de este intercambio sobre la praxis urbana han sido muy pocas o, cuando menos, difusas, al menos si consideramos lo mejor del legado urbanístico barcelonés desde la restauración democrática. De los malos ejemplos, en cambio, encontramos cantidad de réplicas porteñas, pero no necesariamente originadas por una perversa influencia del “modelo” sino más bien por la propia vocación de Buenos Aires (como dice el tango, “vos rodaste por tu culpa, y no fue inocentemente”). Para explicar este desencuentro creo necesario hacer referencia a circunstancias más amplias que las específicamente urbanísticas.
Hasta mediados de los ochenta, Buenos Aires y Barcelona presentaban una notable cantidad de similitudes. Ambas ciudades afrontaban procesos de transición democrática y tenían estándares económicos muy similares, en una segunda línea por detrás de las economías más desarrolladas, aunque aventajadas respecto a sus respectivos entornos nacionales y en general al mundo subdesarrollado. Ambas se caracterizaban también por la existencia de elites culturales integradas a los debates de vanguardia, con un estatus cultural comparativamente superior a su estatus económico. En particular, las vanguardias arquitectónicas mantenían diálogos fluidos, potenciados por los exilios alternados (buena parte de la obra de Antoni Bonet se realiza en Argentina, un buen número de los exiliados argentinos pre y postdictadura se instalan en la España que comenzaba a vivir la etapa postfranquista).
Las diferencias, sin embargo, fueron más poderosas. Para empezar, la escala, el papel y la situación política de ambas ciudades. Barcelona, capital catalana históricamente enfrentada al poder central español y a su ciudad emblema, Madrid. Buenos Aires, capital argentina, favorecida por los beneficios asociados a la capitalidad pero sometida políticamente al poder federal (en aquel entonces, la designación del intendente de Buenos Aires era un atributo personal del Presidente de la nación). Barcelona: 1.800.000 habitantes, cabecera de un área metropolitana de entre 3 y 4 millones de habitantes. Buenos Aires: 3 millones de habitantes, cabecera de una megaciudad metropolitana de 11 o 12 millones.
Más diferencias: Buenos Aires arranca la restauración democrática en 1983, en plena crisis de la deuda externa; en la misma época, Barcelona (que como la ciudad porteña sufre las consecuencias de la desindustrialización) participa de la incorporación a la Unión Europea. Fondos de cohesión europeos en un caso contra obligaciones financieras y “década perdida” latinoamericana en el otro.
Los integrantes de la intelectualidad arquitectónica y urbanística de Barcelona llegan a la restauración democrática con un promedio de edad de 35-50 años, lo suficientemente experimentados y preparados como para tener ideas que implementar y aún jóvenes para tener la energía necesaria. En Buenos Aires, de la mano de Francisco García Vásquez, la Sociedad Central de Arquitectos había sostenido posiciones de gran dignidad frente a la dictadura militar iniciada en 1976, pero sus dirigentes, incorporados a la función pública con la democracia, pertenecían a una generación de ideas ya superadas en materia urbanística y próxima al fin de su vida profesional. Los sucesivos embates del `66 (la “Noche de los bastones largos”, con la cual la dictadura de Onganía destruyó la experiencia de Universidad autónoma), el `75 (la reacción fascista del ministro Ivanisevich y el rector Ottalagano) y el `76 (las persecuciones de la última dictadura militar) habían raleado la Universidad y dejado afuera de la Facultad de Arquitectura a una generación entera de excelentes profesionales. El debate de ideas se producía fuera de la academia, en cenáculos aislados como La Escuelita y el Centro de Arte y Comunicación (visitados con frecuencia por Oriol Bohigas) o en revistas como Dos puntos, que circulaba en estos circuitos de culto junto con la estimulante e innovadora Arquitecturas Bis. La primera etapa de la democracia se fue en reconstruir el tejido de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, a la cual se le incorporaron las carreras de diseño. La versión local de una vanguardia intelectual progresista y en condiciones de ocupar roles orgánicos en la función pública, la enseñanza y la actividad profesional se manifestó al poco tiempo en el grupo de orientación peronista bautizado como Nac&Pop (“nacionales y populares”, con Jorge Moscato, Alfedo Garay, Rolando Schere y Juan Molina y Vedia), que finalmente accedería a cargos de importancia durante la intendencia de Carlos Grosso, en 1989. Otra vanguardia de la época, el grupo de historiadores y críticos nucleados alrededor de Pancho Liernur, solía discutir con los Nac&Pop (particularmente estimulantes eran los debates en la revista de la Sociedad Central de Arquitectos) pero no se proponía como un grupo de acción profesional ni político.
La década de 1980
Buenos Aires había sido escenario del desarrollo autoritario propuesto por la intendencia de facto del brigadier Cacciatore y, como tal, endeudada y sometida a traumas urbanos: autopistas devastadoras, obras inconclusas y un tejido social en crisis. Pero, a diferencia de Barcelona, la transformación urbana no formaba parte de las estrategias políticas de democratización y las intendencias de Julio Saguier y Facundo Suárez Lastra transcurrieron con más pena que gloria. De hecho, la propuesta más trascendental que se realizó sobre Buenos Aires durante la presidencia de Raúl Alfonsín fue la de disminuir su hegemonía demográfica y económica quitándole su capitalidad para trasladarla al área de Viedma-Carmen de Patagones, en la región patagónica.
En el campo profesional, el concurso “20 ideas para Buenos Aires” (1986) constituyó una instancia de debate urbano en consonancia con las nuevas ideas dominantes: desconfianza respecto a los planes totalizadores, intervención por fragmentos y opción por el proyecto urbano como escala de actuación y por la intervención en el espacio público como estrategia de revalorización urbana, junto con una mirada más respetuosa al patrimonio construido y una idea general de “acupuntura urbana”. Estos criterios son muy similares a los que se utilizaban en la misma época en Barcelona, pero en Buenos Aires tienen una familiaridad más amplia con las distintas corrientes disciplinarias y experiencias de intervención consideradas por la vanguardia arquitectónica, y no en especial con las realizaciones contemporáneas barcelonesas; de hecho, este concurso se realiza con el auspicio y la colaboración del Ayuntamiento de Madrid. Las ideas premiadas quedaron solo en el papel pero anticipaban buena parte de los temas de los años siguientes: la integración de Puerto Madero a la ciudad, la recuperación del contacto entre la ciudad y el frente costero sobre el Río de la Plata, la puesta en valor de la Avenida de Mayo, la descentralización política, etc.
Los años noventa
Con la presidencia de Carlos Menem, en 1989, la situación cambió notablemente. Carlos Grosso, integrante de lo que se conocía como corriente renovadora del peronismo, fue designado intendente municipal. Político con ambiciones, intentó utilizar la ciudad como plataforma para su proyección nacional. Le acompañó un equipo de cuadros técnico-políticos abastecido desde el pensamiento Nac&Pop, con raíces en las distintas corrientes del peronismo histórico y en sus distintas variantes, incluyendo la herencia revolucionaria de los setenta. Esta base ideológica entró en diálogo, por un lado, con la ideología urbana dominante de ese último cuarto de siglo XX y, por otro, con el para algunos sorpresivo viraje ideológico de Menem hacia el más crudo neoliberalismo. Este aggiornamiento tuvo vínculos muy fuertes con la posibilidad de aplicar algunas políticas urbanas: la Ley de Reforma del Estado, de clara orientación privatizadora, permitió la venta de las empresas estatales de servicios (con sus consecuencias sobre las infraestructuras urbanas) y alentó también el desprendimiento del Estado nacional de sus activos inmobiliarios.
De esta heterogénea combinación surgieron algunas experiencias y producciones de interés, como el PRAM (Programa de revitalización de la avenida de Mayo), operación de rescate patrimonial y cultural del eje institucional más importante de la ciudad, producto del Tratado general de cooperación y amistad entre los gobiernos de España y Argentina, o la ampliación e institucionalización de las Áreas de Protección Histórica.
De todas estas, la experiencia más trascendente y reconocible fue la recuperación del antiguo Puerto Madero. Aun cuando esta área de la ciudad fue objeto de proyectos de intervención urbanística desde la década de 1920, el obstáculo más fuerte a su realización fue siempre la complejidad de la titularidad de sus dominios, repartida entre decenas de agencias, oficinas y empresas de los distintos niveles del Estado. La renovación urbana del sector fue posible gracias a una decisión que alteró estas circunstancias: la totalidad de los predios fueron unificados y puestos bajo el dominio de la Corporación Antiguo Puerto Madero, una empresa estatal creada al efecto y compuesta a partes iguales por la Nación y la entonces Municipalidad. De esta forma fue posible realizar un proyecto urbanístico integral en el que quedaron definidos los espacios públicos y los predios a desarrollar por el sector privado, de acuerdo a una normativa particularizada y a una previsión de etapas, que comenzó con la refuncionalización de los antiguos galpones portuarios.
Aunque el comando de la operación fuera estatal y la incorporación del sector privado en términos de asociación estratégica y la impronta de recuperación de frente costero tengan un aire de familia con operaciones barcelonesas contemporáneas (la recuperación del Port Vell y la creación del Puerto Olímpico), un análisis más exhaustivo de la operación nos reintroduce en el juego de las diferencias. La estrategia y el diseño institucional de la Corporación tienen más puntos de contacto con las empresas francesas de urbanización que con las corporaciones de fomento en Barcelona. Un equipo de consultores barceloneses participó en la elaboración del primer anteproyecto para el área, pero éste fue desechado ante la reacción gremial de la Sociedad Central de Arquitectos y finalmente se convocó un concurso de anteproyectos, del que surgió el equipo a cargo del master plan. El mismo tema de la recuperación del waterfront está ligado a una corriente mundial que, a partir de las operaciones en Baltimore y Boston, comenzó a explorar las posibilidades de renovación urbana en áreas portuarias obsoletas con localizaciones centrales y fuertes oportunidades ambientales, como los Docklands londinenses o el puerto de Génova, por citar otros proyectos contemporáneos a Puerto Madero.
Proyecto exitoso y controvertido, Puerto Madero puede ser interpretado desde varios enfoques, todos ellos muy relacionados con las discusiones urbanísticas de las que participa Barcelona. La lectura más positiva guarda relación con su gestión institucional: frente a las presiones internas y externas para su privatización absoluta, la creación de la Corporación tuvo el mérito de asegurar el liderazgo estatal del desarrollo y garantizar una dotación de espacio público de calidad abierto a la ciudad e integrable al Área Central, cuyo mantenimiento y refuerzo fue una de las pautas declamadas del proyecto: tanto la explanada de los diques como los parques Micaela Bastidas y de la Mujer. Desde la perspectiva del márketing urbano, el proyecto fue claramente exitoso y dio paso a una marca reconocible, clave en el boom turístico argentino. De hecho, la creación de “un Puerto Madero” local es un tema recurrente en las discusiones urbanísticas de muchas ciudades argentinas y latinoamericanas.
Como contrapartida, el área devino un sector con impronta elitista en el contexto local. El proyecto original consideraba la inclusión de áreas residenciales de protección, pero en el desarrollo realizado destacan la gastronomía, la hostelería, oficinas y viviendas de muy alto estándar económico. La mala o incompleta realización de accesos desde el entorno inmediato contribuye a potenciar la segregación socioterritorial, al igual que algunas particularidades de la gestión del área, especialmente la diferenciación respecto a la seguridad, a cargo de la Prefectura Naval y no de los organismos policiales actuantes en la ciudad. La arquitectura realizada, a excepción de algunas excelentes refuncionalizaciones en los edificios originales y alguna arquitectura “de prestigio” (el puente de la Mujer de Santiago Calatrava, el museo Fortabat de Rafael Viñoly, la torre Repsol de César Pelli y el complejo Faena, de Norman Foster), resulta en general de discreta calidad o directamente banal. En términos más amplios, Puerto Madero ha quedado asociado a programas exclusivos, frivolidad y lujo como componentes de una operación urbana deseable, lo cual constituye un problema si lo que se desea es un urbanismo que favorezca la calidad de vida y la resolución de los problemas de los sectores mayoritarios de la población.
Poco duró el impulso de la gestión. En jaque por denuncias de corrupción y discretamente abandonado a su suerte por el presidente Menem (que siempre lo había considerado un posible competidor interno), Carlos Grosso se vio obligado a renunciar a su cargo tras una derrota electoral en 1993. Las intendencias de Saúl Bouer y Jorge Domínguez, siempre bajo el régimen de designación directa presidencial, trascurren entre la soberbia y la mediocridad, y resultan apenas un prólogo a la instancia política más relevante de la historia moderna de Buenos Aires: su autonomía política y la consiguiente facultad de darse una constitución y de designar a su jefe de gobierno por elección directa de sus ciudadanos.
La autonomía porteña fue consecuencia directa de los pactos políticos que permitieron la reforma constitucional de 1994, destinada a posibilitar la reelección de Carlos Menem. A regañadientes y con condicionamientos que aún hoy perduran, el texto de la reforma incluyó estas concesiones a la Unión Cívica Radical, tradicionalmente el partido mayoritario de la ciudad. En 1996 se realizaron las primeras elecciones, en las que se impuso el radical Fernando de la Rúa.
En los primeros tiempos de la convivencia entre las administraciones nacional y local, ambas se unieron para presentar al Comité Olímpico Internacional la candidatura de la ciudad a los Juegos Olímpicos de 2004. Aun cuando la estrategia de posicionamiento mundial resultó similar a la desarrollada por Pasqual Maragall para Barcelona, el proyecto urbanístico fue conceptualmente antagónico al barcelonés. Así, mientras que Barcelona tomó los Juegos Olímpicos como una oportunidad de desarrollar áreas degradadas o vacantes de la ciudad, en especial el litoral al nordeste de la Barceloneta, y desarrollar infraestructuras como la Ronda de Dalt, el proyecto de Buenos Aires se desarrolló sobre su eje urbano más consolidado, el corredor Norte y los parques de Palermo, utilizando equipamientos existentes y proponiendo nuevas actuaciones en el área mejor servida de la ciudad. Mientras que Barcelona, al menos en la intención y en el discurso, utilizó los Juegos como una oportunidad para transformar y mejorar la ciudad, Buenos Aires se ofreció a sí misma como una oportunidad para el negocio olímpico. La candidatura no prosperó, lo cual al menos liberó a la ciudad de una operación de dudoso rédito: probablemente hubiera consolidado la segregación de los barrios más pobres y saturado la capacidad de carga ambiental del sector urbano propuesto para albergar las actividades olímpicas.
La entrada en el siglo XXI
El primer gobierno autonómico defraudó la mayoría de las expectativas que había despertado en materia urbanística, aunque confirmó la proyección nacional de De la Rúa, quien tres años más tarde accedería a la presidencia de la Nación. Presentado a sí mismo como un continuador discreto y honesto de la gestión menemista, caería dos años más tarde arrastrado por la predecible hecatombe de la convertibilidad cambiaria entre la moneda local y el dólar norteamericano y del experimento neoliberal en general. Mientras tanto, Enrique Olivera continuó su mandato y Aníbal Ibarra fue elegido como su sucesor. Ibarra, un joven abogado de centroizquierda vinculado a la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la corrupción, tuvo la llamativa fortuna de recibir sucesivamente el apoyo de Fernando de la Rúa y Néstor Kirchner en sus mejores momentos de popularidad; de esta forma consiguió su reelección en 2003. Su buena suerte terminó en la madrugada de fin de año de 2004, cuando el incendio de una discoteca y la muerte de casi 200 jóvenes dejaron al descubierto los fallos de la gestión en materia de control y seguridad. De escasos reflejos para afrontar la crisis y con poco apoyo legislativo, no pudo resistir los embates para su enjuiciamiento político y finalmente fue destituido en 2006, con lo que quedó a cargo del gobierno su Vicejefe, Jorge Telerman, quien poco pudo hacer para revertir el hartazgo generalizado con los discursos vacíos y la ineficiente gestión a lo largo de más de una década. En 2007, el electorado porteño dio un abierto giro a la derecha y eligió como jefe de gobierno a Mauricio Macri, un empresario que había ejercido exitosamente la presidencia de uno de los clubes de fútbol más populares de la ciudad.
La gestión que, a falta de una palabra más adecuada, llamaremos “progresista” (aunque comenzó con dos políticos del ala conservadora de la Unión Cívica Radical, continuó con un exponente de la centro-izquierda y culminó con un peronista bon vivant, en una sucesión de difícil explicación más allá de las idas y vueltas ideológicas y electorales), resultó particularmente ineficiente en términos de políticas urbanas territoriales, incluso las consideradas en la excelente Constitución local. Pocos trabajos han descrito esta situación con mayor agudeza que La ciudad de los arquitectos, un texto escrito en 1999 por Graciela Silvestri para el número 63 de la revista Punto de vista.
Por ejemplo, el Plan Urbano Ambiental, al que se consideraba un reaseguro contra la concepción de “ciudad para hacer negocios” que había caracterizado la municipalidad menemista. Dotado de un amplio presupuesto y priorizado en un principio como política de estado, careció de visión estratégica y terminó como un valioso y profuso documento de diagnóstico sin propuestas de intervención. Cuestionado por algunas organizaciones vecinales y sin real sustento político, fue progresivamente disminuyendo contenidos hasta que una versión muy deslavada y reducida fue aprobada en 2008. Hasta el momento no se ha avanzado en su actualización (prevista por ley para períodos quinquenales) ni en la sanción de un Código Urbanístico que remplace el obsoleto y antiurbano Código de Planeamiento Urbano, originado en la dictadura 1976-1983 y modificado en centenares de oportunidades. Tampoco se ha previsto una adecuada articulación con el Plan Estratégico, también previsto en la Constitución.
La descentralización, prevista en el texto constitucional con características similares a la de Barcelona, también tuvo un desarrollo dificultoso. Si bien se constituyeron los Centros de gestión y participación como instancias administrativas, ningún gobierno avanzó con la decisión necesaria en la instancia política. En el momento de escribirse este artículo está por definir la fecha definitiva de la primera elección de autoridades de las Comunas, lo cual permitirá subsanar la más grave transgresión de los mandatos constitucionales desde la recuperación de la democracia
Algunas propuestas de recuperación de espacio público chocaron con la intransigencia de funcionarios retrógrados, como el Secretario de Obras Públicas, Nicolás Gallo (quien postergó durante su largo mandato la ampliación de las aceras de la calle Corrientes y de las islas peatonales de la avenida 9 de Julio). La gestión de Macri tomó luego algunas banderas tradicionalmente de la centro-izquierda, como la humanización del espacio público y algunos tímidos y desarticulados avances en materia de movilidad sostenible: peatonalización de calles en el centro, carriles exclusivos de ómnibus, ciclovías y un BRT en construcción sobre la avenida Juan B. Justo (no puede decirse lo mismo de la construcción de subtes, prácticamente paralizada). Esta gestión ha tomado también como referencia el caso del distrito 22@, en Poblenou, para la implementación del distrito tecnológico en Parque Patricios; sin embargo, dicho programa de atracción de empresas TIC se basa casi exclusivamente en incentivos fiscales más que en políticas territoriales.
Obsérvese que en la mayoría de estos temas, los escasos avances realizados se registran durante el gobierno de derecha y no en las etapas “progresistas” de la administración. Esto habla de ineficiencia política y también de ambigüedad de los discursos progresistas sobre la ciudad.
Donde no existen diferencias sustanciales entre las distintas gestiones es en el fracaso o inexistencia de políticas de vivienda y en la común desatención a los barrios del sur. La idea de “esponjar el centro y monumentalizar la periferia” no llegó a Buenos Aires; no hay una experiencia asimilable a la de Nou Barris en Barcelona. El resurgimiento de la Villa 31 o Barrio Carlos Mugica de Retiro podría ser entendido como una consecuencia directa de los fallos políticos y urbanísticos en las políticas porteñas. Se trata de una villa miseria (favela) enclavada para escándalo de los biempensantes en pleno centro de la ciudad. Erradicada por la dictadura, su repoblamiento y el crecimiento explosivo de los últimos años guarda relación con la inexistencia de políticas de suelo y vivienda.
Los movimientos barriales y vecinales, clave de la experiencia barcelonesa postfranquista, no eran particularmente fuertes en la Buenos Aires de la dictadura y más bien se han fortalecido en los últimos años con algunas luchas parciales referidas, en general, a la defensa del patrimonio y a la oposición a la construcción en altura en determinados barrios (las llamadas torres country, cuyo impacto ambiental y desdén por su entorno barrial superan largamente hasta a la discutida operación barcelonesa de Diagonal Mar). Estos movimientos tienden a no articularse con las políticas globales para la ciudad y, en muchos casos, no están vinculados a concepciones solidarias. De hecho, la reacción contra la posible localización de viviendas de interés social está presente en muchas de las reivindicaciones que expresan los colectivos vecinales en sus reclamaciones. Sin embargo, la existencia de movimientos sociales anclados en la lucha territorial (como las cooperativas de cartoneros -recolectores informales de residuos-, el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos y el Movimiento de Liberación Territorial, gestor de una interesante experiencia de vivienda colectiva de interés social en el sur de la ciudad) y la experiencia de la presentación judicial de un grupo de vecinos de la cuenca Matanza Riachuelo puede tomarse como un antecedente auspicioso hacia el futuro.
En el campo de la gobernabilidad metropolitana, Buenos Aires no ha accedido siquiera al estatus asociacionista de la Mancomunidad de Municipios del Área Metropolitana de Barcelona. La única experiencia destacable en este campo ha sido la creación, por mandato judicial, de una agencia pluriestatal para la resolución de los conflictos urbanos y ambientales alrededor de la cuenca Matanza-Riachuelo (ACUMAR), la cual recientemente presentó un plan para la recuperación y saneamiento del área.
Conclusiones
Hemos abundado en argumentos sobre las experiencias opuestas de Barcelona y Buenos Aires, no con la intención de detectar transgresiones a un modelo supuestamente deseable sino como indicio de diferencias estructurales de base entre ambas ciudades. En realidad, la evolución del “modelo Barcelona” tiene relación con un conjunto de ideas hegemónicas en el campo de las disciplinas urbanas que encuentran en la capital catalana un momento particularmente fecundo para su concreción, en términos de situación económica, oportunidad histórica, liderazgo político, aceptación ciudadana y disponibilidad profesional. En cambio, varios de estos marcos contextuales eran particularmente negativos en Buenos Aires; no es de extrañar la divergencia de resultados.
Esto no quiere decir que Barcelona no constituya una referencia para Buenos Aires, y no solo en el campo de las ideas urbanísticas. La oleada migratoria originada por la recesión y la crisis de 2001-2002 tuvo en la capital catalana uno de sus atractivos más fuertes; los intercambios culturales fueron creciendo sustancialmente y existe ya una masa crítica de presencia argentina en Barcelona en variados campos de actividad. Como un dato aislado pero significativo, la publicación periodística más innovadora y exitosa de la última década en Buenos Aires es una revista que lleva por nombre Barcelona, ferozmente irónica y crítica del pensamiento establecido y de los discursos mediáticos. Barcelona parodia el eslogan del diario Clarín, “un toque de atención para la solución argentina de los problemas de los argentinos”, con la sutil alteración de prometer “una solución europea”, muy en sintonía con los aires de “el último que apague la luz” que se respiraban en 2001 y 2002.
Claro que no es Barcelona el único modelo de referencia argentino: Miami, la meca consumista de América Latina, es la otra referencia (más asumidamente frívola, más “gusana”, más gringa) hacia la que oscilan los deseos ocultos de identidad de las clases medias urbanas en Argentina. De hecho, en el sprawl y las “privatopías” de las urbanizaciones cerradas que abundan en la tercera corona metropolitana es factible ver la estética “miamiera” con mucha mayor facilidad que las referencias barcelonesas en la ciudad central.
Rosario, junto con Córdoba, la segunda ciudad argentina, es en ese sentido una experiencia con puntos de contactos mucho más evidentes que Buenos Aires con el “modelo Barcelona”. La recuperación como espacio público de la ribera sobre el río Paraná, las operaciones de descentralización, la excelencia de alguna arquitectura y el espíritu de algunas operaciones urbanas tiene mucho de la impronta de las operaciones catalanas, a lo que seguramente habrá ayudado la afinidad ideológica con la administración socialista de la ciudad, no exenta de críticas muy semejantes a la que sufre su par barcelonesa.
Lo paradójico es que estos cuestionamientos son también aplicables a la experiencia porteña, por más que las erráticas políticas urbanas de Buenos Aires no hayan tenido demasiado paralelismo con las aplicadas por Barcelona. Un similar boom turístico e inmobiliario (más vinculado a las ventajas cambiarias que a las políticas de márketing de ciudad), problemas similares de desplazamiento de poblaciones desfavorecidas y de crecientes dificultades en el acceso al suelo a la vivienda para las capas medias y populares de la población, tendencias a la banalización, privatización y exclusión de las áreas urbanas, etc. Estas lacras, que no surgen de ningún “modelo” sino de la aplicación de concepciones neoliberales al desarrollo de la ciudad, indican la existencia de unas tendencias que también son hegemónicas y que afectan el deber y derecho de las ciudades de establecer su propia agenda (o si se prefiere, su propio “modelo”).Superarlas requiere unas estrategias y un liderazgo que solo puede generar la política y que están lejos de verse en la actual situación de Buenos Aires, por mucho que se debatan los logros y las falencias de la transformación de Barcelona y por muy progresista que sea el discurso del actual gobierno nacional.
MC
Archivo crítico modelo Barcelona, 1973-2004.Josep Maria Montaner Martorell, Fernando Álvarez Prozorovich, Zaida Muxí Martínez (editores). 2011. 296 p. 15 x 25 cm. PVP: 30 €. ISBN: 978-84-9850-378-4 Catalan, 978-84-9850-359-3 Castellano, 978-84-9850-406-4 Inglés. Editores: Ajuntament de Barcelona – Departamento de Composición Arquitectónica del ETSAB-UPC.
Distribuye: actar-d.
Ver su Presentación.
Sobre el “Modelo Barcelona” ver también Luces y sombras del urbanismo de Barcelona, de Jordi Borja (café de las ciudades, 2011) y, entre otras, las siguientes notas en café de las ciudades:
Número 65 | Arquitectura y Planes de las ciudades
Método y modelo de Barcelona | Entrevista a Oriol Bohigas: la arquitectura debe asegurar la continuidad legible de la ciudad | Marcelo Corti
Número 21 | Política
Barcelona y su urbanismo | Exitos pasados, desafíos presentes, oportunidades futuras. | Jordi Borja
Número 24 | Lugares
1,2,3, ¿muchas Barcelonas…? | Impresiones de un bárbaro en el Mediterráneo, o ¿por qué el urbanismo del Fórum 2004 no le gustó a nadie y en cambio caminar por Gracia es tan ‘guai’? | Marcelo Corti
Número 87 | Política de las Ciudades (I)
Siete líneas para la reflexión y la acción | Después de la “burbuja” inmobiliaria en Barcelona | Jordi Borja
Sobre los proyectos, planes y políticas para Buenos Aires mencionadas en el texto, ver también entre otras notas en café de las ciudades:
Número 69 | Fútbol y ciudades
La ciudad del Mundial ‘78 | La fiesta de la dictadura y sus huellas en Buenos Aires | Marcelo Corti
Número 58 | Arquitectura (y Planes) de las ciudades
20 Ideas, 20 años | La prehistoria de una Buenos Aires fragmentada | Marcelo Corti
Número 82 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad de Puerto Madero y los paseos costeros | Mario L. Tercco
Número 26 | Proyectos de las ciudades (II)
El impacto metropolitano de los grandes proyectos urbanos | Los casos de Puerto Madero y la Nueva Centralidad de Malvinas Argentinas. | Norberto Iglesias
Número 74 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad del Plan Urbano Ambiental | Mario L. Tercco
Número 47 | Planes de las ciudades
Cómo cambiar de una vez por todas el ya agotado (y además confuso) Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires | Apuntes para una normativa urbana (III). | Mario L. Tercco
Número 101 | Política de las ciudades (II)
El vaciamiento de las Comunas | Descentralización y concepción del poder en Buenos Aires | Hernán Petrelli |
Número 101 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad de las comunas | Mario L. Tercco
Número 110 | Proyectos de las ciudades (I)
Barrio 31 Carlos Mugica | Fernández Castro, Cravino, Trajtengartz y Epstein exploran las posibilidades y límites del proyecto urbano | Marcelo Corti
Número 89 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad (optimista) del Riachuelo | Mario L. Tercco
Número 33 | Tendencias
Los deseos imaginarios del comprador de Torre Country | Una tipología antiurbana (I) | Mario L. Tercco | Ver PDF
Número 34 | Tendencias
La génesis de Torre Country | Una tipología antiurbana (II). | Mario L. Tercco
Número 89 | Terquedades
Número 121 I Política de las ciudades (II)
Luces y sombras de la institucionalidad metropolitana I La Agencia Metropolitana de Transporte y la Autoridad de la Cuenca Matanza Riachuelo I Por Artemio Pedro Abba
Archivo crítico modelo Barcelona
Presentación
Por Josep Maria Montaner, Fernando Álvarez y Zaida Muxí, editores
Este libro colectivo recoge y resume las aportaciones más importantes del grupo de investigación Arxiu Crític “Model Barcelona”, formado por profesores y estudiantes de Master y Doctorado, con la invitación a diversos expertos de las áreas de arquitectura e historia.
El objetivo ha sido repensar de manera crítica, desde el rigor del trabajo universitario, la experiencia de Barcelona, desde 1973, año en que el alcalde Porcioles dejó su cargo, hasta el 2004, año en que la celebración del Forum señala el inicio de una crisis caracterizada por su distanciamiento con los habitantes de la ciudad. El proyecto de investigación se ha planteado como aportación universitaria al necesario replanteamiento del modelo urbano, basándose especialmente en la posibilidad de superar tanto los puntos de vista triunfalistas y oficiales de la ciudad, como las duras críticas descalificatorias que no proponen alternativas asumibles en un futuro próximo. Se ha tratado de desarmar el modelo, analizando cada una de sus partes, desmontando las dualidades y los esquematismos con los que se ha mostrado e interpretado, analizando su originalidad y sus aportaciones, pero también sus limitaciones y dificultades.
Este trabajo parte de dos premisas. Una es que la interpretación de la complejidad de Barcelona no la puede hacer una sola persona, sino que tiene que ser el resultado de una investigación colectiva, con visiones muy distintas, favorables y críticas, desde el urbanismo y desde otras actividades, desde la visión de muy distintas generaciones, tanto desde experiencias vividas como desde la distancia. La otra es que tratar de una ciudad como modelo implica, siempre y necesariamente, referirse a otros modelos urbanos contemporáneos, es decir, establecer relaciones, en especial con aquellas ciudades que han tenido influencias del modelo urbano barcelonés.
Esta investigación y publicación se han hecho con el soporte del Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2008-05486) y del AGAUR (GRE Grup de Recerca Emergent 2009 SGR 435), dentro del Departamento de Composición Arquitectónica de la ETSAB-UPC, y teniendo como institución de soporte al Museu d’Història de Barcelona.
Los editores agradecen el soporte del director del Departamento de Composición Arquitectónica (ETSAB-UPC), Manuel Guardia, y del director del Museu d’Història de Barcelona, Joan Roca, así como las historiadoras Teresa Macià y Elisenda Curià que han asistido, en representación del museo, a algunas de las reuniones del Grup de Recerca. Asimismo agradecemos la ayuda de la arquitecta Roser Casanovas, que se ha incorporado al grupo al final de su trayecto y que ha iniciado, con Daniele Porreta, la preparación de un Reader sobre el modelo Barcelona. Un agradecimiento especial es para José Perez Freijo, de Comunicación Corporativa y Calidad del Ayuntamiento de Barcelona, por el soporte sabio y entusiasta que ha dado a la publicación de este libro.
JMM, FA y ZM