Hasta los años ochenta del siglo pasado, la enseñanza de calidad en la Argentina era la que daban las escuelas públicas, tanto en el nivel primario como secundario. Hoy, en cambio, hasta se habla de “caer en la escuela pública” como un riesgo social, como algo que amenaza a niñas y niños vulnerables cuyas familias no pueden pagar la escuela privada. La universidad pública continúa siendo prestigiosa pero, con la llegada de la primavera y la apertura de las inscripciones, los diarios comienzan a descubrir paredes pintadas o “bochazos” masivos en noticias cuidadosamente vecinas a los avisos de las universidades privadas. Un proceso similar es el que estamos viviendo actualmente respecto a las formas de habitar nuestras ciudades.
Se está construyendo una imagen social distorsionada de los barrios cerrados, una imagen perversa, edulcorada. Abusando de Gramsci, podríamos decir que se está construyendo un sentido común que, de fenómeno curioso, alternativa del ABC1 o, directamente, problema social (como eran en los noventa o primeros dos mil), los pasa a configuración territorial deseable para la sociedad y con derechos preferenciales para sus habitantes. Colaboran en esto los intereses inmobiliarios; los desarrolladores –que podrían ser parte de las soluciones urbanas en un mundo ideal o al menos mejor– eligen, porque les conviene, ser el problema. También, por supuesto, las construcciones mediáticas: los suplementos de countries, los famosos que nos muestran su casa en Nordelta, la información acrítica o directamente complaciente sobre las privatopías, el silencio sobre los desastres ambientales o la discriminación a las empleadas domésticas. Pero especialmente hay que revisar la responsabilidad de la política.
¿Cuántos políticos y políticas que ocupan o se candidatean para intendencias, gobernaciones y ministerios viven en barrios cerrados? Cada vez más, el número nos sorprendería: dirigentes populares que postulan la igualdad y la justicia social o adalides republicanos que postulan la libertad y la sociedad abierta se refugian en sus bunkers y se aíslan así, voluntariamente, de la ciudadanía a la que pretenden representar. Vivir en un barrio cerrado es una elección personal, pero no debería ser la elección de alguien que hace política y necesita y debe estar atento a lo que ocurre en su sociedad.
Hay intendentes del conurbano bonaerense que promueven la construcción de countries para “mejorar la imagen” de sus municipios y que dejen de ser percibidos como territorios de pobreza. El Intendente de La Plata, en un posteo de Instagram que luego eliminó, hace apología de los barrios privados como factor de desarrollo urbano y entra en directa confrontación con su conmilitante Horacio Larreta al sugerir que las políticas de recuperación de plusvalías serían formas más o menos encubiertas de corrupción. Hace 10 años, los defensores de la urbanización privada arremetieron contra el entonces diputado Agustín Rossi y su alegada ilusión de abrir las barreras de los barrios cerrados en Argentina. Sin embargo, lo que realmente anunció el diputado en esa ocasión fue un proyecto de reforma de los Códigos Civil y Comercial que no solamente no afectó los “derechos” de los barrios privados sino que buscó resolver los problemas jurídicos que su irregular desarrollo ha generado, con ese mamarracho que es la figura del “conjunto inmobiliario”. En cambio, el nuevo código omitió toda referencia al acceso popular al suelo y a la vivienda.
El proyecto de ordenanza presentado por concejales de la capital cordobesa y que se comenta en este número de café de las ciudades propone privatizar barrios abiertos (y no “regularizar barrios cerrados”, falacia con la que se pretende disimular la intención de la norma). Sea cual sea la motivación política y jurídica de los ediles, la propuesta implica abandonar a su suerte a los barrios de ciudad abierta, tanto los centrales como los pericentrales y periféricos. De aprobarlo, el poder político declararía que su modelo de ciudad es el apartheid, aceptaría que a futuro se abstendrá de generar políticas urbanas virtuosas para la ciudad abierta.
Frenar este proceso, reivindicar y recuperar la ciudad abierta y los buenos barrios deviene así una de nuestras misiones más importantes como urbanistas.
MC
Sobre los temas tratados en esta nota, ver también en café de las ciudades:
Número 14 I Tendencias
“Muros de la vergüenza” I Berlín, barrios privados, Palestina. I Marcelo Corti
Número 63 I Cultura
El Apartheid revisitado I “El espejo sudafricano”: los orígenes y la herencia de un sistema vergonzoso I Por Marcelo Corti
Número 79 | Política de las ciudades (I)
El Muro de La Horqueta | Inseguridad urbana y políticas socio-territoriales en la Argentina | Por Carmelo Ricot y Lucila Martínez A.
Número 146/7 I Ambiente y Política de las ciudades
Nordelta del ’92 I “Un emprendimiento de avanzada” I Por Marcelo Corti
Número 173 I Urbanidad contemporánea
El proyecto de una ciudad abierta I En busca de una definición afirmativa. I Por Marcelo Corti