Si hemos de creer a Bill Powell, es posible que la alta densidad deje de ser el modelo hegemónico de la urbanización china en los próximos años. La tapa de la edición de Time del pasado 15 de febrero está dedicada a su nota sobre la fase suburbana de expansión de las grandes metrópolis chinas. Con rasgos iconográficos de la propaganda revolucionaria maoísta, la portada muestra a una muchedumbre de treintañeros, ataviados con ropas y peinados occidentales, sonrientes y mirando hacia un lugar fuera del cuadro, dando su perfil a una cálida luz que los ilumina y hace rozagantes sus rostros. No es el amanecer de la sociedad comunista ni la arenga del líder lo que atrae sus miradas, ni son ejemplares del Libro Rojo lo que enarbolan en su alegría: estos jóvenes profesionales y ejecutivos levantan sus manos mostrando un manojo de llaves de sus flamantes residencias (¿y automóviles?) en la periferia de una gran ciudad del Pacífico.
La Corta Marcha de China con la que Powell titula su nota es la que 5 millones de habitantes de Shanghai y otros millones de jóvenes pertenecientes a la nueva elite del sistema (ese que, según la ácida definición de la revista argentina Barcelona, combina la sensibilidad social del capitalismo con las libertades públicas del comunismo real…) emprenderán en los próximos años a las ciudades satélite de las periferias metropolitanas.
En estas nuevas urbanizaciones, de explícita matriz californiana, buscarán los habituales beneficios de la dispersión territorial: casas más grandes y con mayor privacidad, aisladas del tumulto y la congestión del centro, el contacto con el aire limpio y el verde de los jardines, y una discreta segregación de la diversidad social (que algunos asocian con la seguridad). No menos importante: una mejor relación entre el costo de sus propiedades y las comodidades obtenidas. Una casa de 225 m2 desarrollada en tres niveles a 45 kilómetros de Shanghai les costará alrededor de 165.000 dólares, prácticamente lo mismo que un apartamento de 90 m2 en el centro de la metrópolis.
A cambio, los profesionales de la periferia sacrificarán diversidad cultural y comodidad en sus compras diarias. Deberán emprender un viaje en automóvil cada vez que quieran alquilar una película en DVD o conseguir una salsa para sus spaghetti; deberán programar sus compras periódicas en un centro comercial si no quieren gastar tiempo y combustible a diario. La lejanía de sus trabajos los obligará también a utilizar un tiempo considerable en sus desplazamientos diarios, salvo que (como ocurre con frecuencia) las oficinas y las industrias sigan a la residencia en este movimiento suburbano (se debe tener en cuenta además que la economía china, a pesar de su desarrollo empresarial, está sujeta a una planificación centralizada que posiblemente considere estas nuevas realidades territoriales y favorezca una relación de proximidad entre residencia y trabajo).
Powell señala otra condicionante muy fuerte que hace previsible la continuidad de este fenómeno: la necesidad que tiene el régimen de mantener ocupada una fuerza de trabajo de 18 millones de inmigrantes del interior (sobre 118 millones en total) que encuentran su sustento en la construcción de estas ciudades satélites (en las cuales, por otro lado, no podrán habitar, ni podrán establecer relaciones de amistad y sociabilidad con sus residentes si se considera la cada vez mayor brecha en sus ingresos, cultura e intereses).
El modelo iconográfico de esta dispersión metropolitana no es distinto del de otros procesos contemporáneos similares: casas con jardín en distintas versiones de estilos arquitectónicos historicistas, cadenas globalizadas como Starbucks y Pizza Hut como referencias de servicios y cultura. No obstante, las fotos de algunas de las propiedades mostradas en la nota hacen pensar en una mayor participación del modelo de vivienda agrupada con respecto a la residencia individual de la que predomina en otras “huidas” (en especial, la norteamericana que sirvió de modelo original). Las fotos de Greg Girard que ilustran la versión digital de la nota muestran la convivencia de mansiones individuales junto a edificios en altura y viviendas agrupadas de 4 o 5 pisos de altura. Y también, su inserción en zonas periurbanas donde todavía sobreviven algunas granjas cuya producción de sandías y otros cultivos encuentra en los trabajadores de la nueva urbanización sus consumidores inmediatos. Una foto muestra la barraca donde vive una familia de estos trabajadores, sin servicios elementales, con horarios de explotación y sin adecuada asistencia social (sin embargo, la versión impresa de la revista publica mayormente aquellas que muestran la proliferación de casas con jardín y el contraste con la congestionada Shanghai…).
Aunque en la portada se anuncian las grandes consecuencias que tendrá para el mundo la consolidación de este vuelo chino a los suburbios, la nota no abunda en esas cuestiones, y solo hace unos vagos comentarios sobre aspectos tan obvios como los impactos ambientales del modelo de movilidad implícito en la suburbanización. Incluso, se alude (aunque con reservas) al supuesto de que la proliferación de las clases medias chinas será el comienzo de un amplio reclamo de democratización del régimen.
En verdad, una circunstancia muy clara explicaría la complacencia del autor de la nota hacia el modelo: el propio Powell es residente de la urbanización de Emerald Riverside, en New Songjiang (una de las 10 ciudades satélites de la periferia de Sanghai), junto a su esposa de origen chino y su pequeña hija… Gran parte de su relato refiere circunstancias vividas directamente por él, sus amigos, conocidos y vecinos; esto explicaría la calidad y precisión de su información directamente adquirida, pero también su escasa voluntad de indagar aspectos más oscuros del modelo.
Por ejemplo, en un país con una bajísima tasa de motorización (12 millones de automóviles, menos de uno por cada 100 personas) el modelo de dispersión implicaría promover el deseo de acceder al automóvil particular como medio de transporte individual y familiar, lo cual haría estallar la demanda de combustibles, la congestión y contaminación, etc. Es cierto que China está desarrollando eficientes servicio de trenes del tipo RER francés o metros livianos, que podrán conectar eficientemente estas ciudades satélite con el centro de su metrópolis, pero también es cierto que muchos de los nuevos residentes han desarrollado el gusto por el transporte individual y difícilmente se resignarán a prescindir de ese aspecto del modelo de dispersión; el propio Powell lo señala en su nota de acuerdo a las charlas que ha tenido con sus nuevos vecinos. Contarán para ello con miles de kilómetros de extensión de modernas autopistas (4.200 km. construidos a lo largo de esta década solo en los alrededores de Shanghai).
Mientras tanto, las autoridades chinas parecen estar escapando hacia adelante o directamente ignorar el problema, cuya magnitud demuestran con brutalidad los números puestos en juego: 900 millones de chinos viviendo pobremente en el interior, una gigantesca cuenca de inmigración que no dejará de drenar hacia las ciudades industriales y las metrópolis de la nueva economía. Algunos accederán a buenos empleos y serán carne de la huida a los suburbios, otros deberán conformarse con construir las casas de la nueva casta ejecutiva y profesional; todos deberán convivir en un marco de desigualdad social y aumento exponencial del consumo de recursos. ¿Puede este proceso desarrollarse alegremente con los parámetros de dispersión territorial de la postguerra en los Estados Unidos?
Ver la nota original: China’s Short March, por Bill Powell, revista Time, 15 de febrero de 2008.
Sobre el sprawl, ver también en café de las ciudades:
Número 43 I Ambiente y Economía de las ciudades
¿Puede ser bueno el sprawl? I Los supuestos beneficios de la dispersión urbana. I Wayne A. Lemmon
Número 56 I Planes de las ciudades
Densidad: ¿cual, cuando, donde, por qué? I Distintos enfoques para un debate que recién comienza. I Artemio Pedro Abba
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