La cuadricula urbana convencional del centro de San Francisco se despliega sobre una base de colinas que dominan el mar y la bahía. El resultado es un paisaje urbano de marcada identidad, donde abundan las anécdotas de calles que se cortan contra una ladera, casas cuya verticalidad se contrapone a la de la línea de la calle, e infinidad de invitaciones a fotos pintorescas. La concentración de rascacielos en el área central, de entre los que se destaca por su forma particular la Transamerica Pyramid (o Pereira Tower, en homenaje a su arquitecto), y la proliferación de interfases con la Bahía de San Francisco, contribuyen a dar legibilidad a la forma urbana.
La buena arquitectura victoriana, la animada vida de las calles y el benigno clima de litoral marítimo coadyuvan a un carácter general de ciudad amable, seguramente la más amigable y liberal del pequeño grupo de ciudades estadounidense de impronta europea.
Influyen de seguro en esta cordialidad urbana las herencias potenciadas de la beat generation de Kerouac, Burroughs y Ginsberg (de la que queda como testimonio la buena librería del poeta Lawrence Ferlinghetti en North Beach), el verano del amor de los hippies aun presente en Haight Ashbury, las revueltas estudiantiles de Berkeley y el poderoso movimiento gay.
No obstante, los orígenes de San Francisco poco tienen que ver con esa corrección cívica, ni con la economía del conocimiento alrededor de la Bahía, los universidades de excelencia y el Silicon Valley en el camino a San José. Hasta la fiebre del oro desatada por el descubrimiento de vetas en la Sierra, en 1848, la zona solo registraba la memoria de los originarios indios Ohlone, ya entonces prácticamente aniquilados, y el establecimiento de unos pocos hispanos (“californios”) en los alrededores de la antigua Misión. Los forty niners que vinieron en busca de su sueño dorado llegaron a un territorio literalmente sin ley: la situación jurídica de California era la de una tierra recientemente conquistada por los Estados Unidos pero sin constitución efectiva de autoridad estatal; la particularidad demográfica y productiva del desarrollo urbano subsiguiente fue la de un rudo campamento salpicado de burdeles y tabernas baratas. Los coolies arribados de China recibieron un tratamiento tan discriminatorio como lo demuestra una anécdota de índole urbana que relatan Caspall y Schwieterman: la prohibición normativa de instalar lavanderías en los barrios blancos, porque los chinos solían vivir en los mismos sitios donde las administraban. La horrenda cárcel de la isla de Alcatraz, desactivada en 1971 y visible desde el recuperado Pier 39, participa de la misma tradición ominosa.
No solo las fuerzas de la maldad humana han marcado a San Francisco sino también las más inocentes, pero no menos terribles, de la naturaleza. El terremoto de 1906 y el posterior incendio de tres días de duración destruyeron prácticamente por completo la ciudad; otro terremoto en octubre de 1989 culminó en una espontánea e impensada fiesta urbana cuando la gente salió a las calles a colaborar con las tareas de rescate y a festejar su propia supervivencia. Tal como a su hermana descarriada Los Angeles, pesa sobre San Francisco la supuesta amenaza de la destrucción cuando la falla de San Andrés entre en colapso y origine el más grande terremoto jamás visto (el “Big One”).
Corrección política, savoir faire urbano y Gran Accidente se interrelacionan en un reciente capítulo de South Park, el ácido cartoon de Trey Parker y Matt Stone, en el que se concreta la temida destrucción de San Francisco. Los padres de Kyle Broflovski, el chico judío enfrentado y ligado a la vez al gordito fascista Eric Cartman, han comprado un auto con motor híbrido y, desilusionados con la indiferencia del pueblo, que no llega a comprender el orgullo de los Broflovski por su compromiso ambiental, se mudan a San Francisco, ciudad donde sus habitantes están muy orgullosos de cuidar el medioambiente (al extremo de la autosatisfacción…). Stan, el otro amigo de Kyle, compone una canción que incita a la gente de South Park a comprar autos híbridos, para motivar así a la familia de su amigo a volver, y de esta manera consigue que sus convecinos agoten los stocks de autos ecológicos. Lo que no puede prever es que “gracias a tu cancioncita gay”, como le recrimina un guardaparques y luego todo el pueblo, los habitantes de South Park generan un efecto de autosatisfacción que se acumula en la atmósfera y forma una especie de smog… Cuando esta “nube de autosatisfacción” de South Park choque con la nube similar de San Francisco y con la que genera el discurso de George Clooney al recibir el Oscar (¡!), se generará una tormenta perfecta que destruirá todo a su paso. Los habitantes de South Park destruyen sus autos híbridos y evitan el desastre sobre su pequeña ciudad; de San Francisco, en cambio, nada queda. Sin embargo un héroe anónimo recorre la ciudad dorada para salvar a Kyle y su familia: el propio Cartman, a quien le resulta insoportable la idea de vivir sin pelearse con su amigo. Enfundado en una escafandra que le provee oxigeno no contaminado del liberalismo imperante, Eric recorre las calles desconcertado por la repetición de tiendas de vinos y quesos y las gentes que comparan su ciudad con París y Milán y huelen (literalmente) “sus propios pedos”, salvando a su amigo y a su familia minutos antes de que San Francisco se pierda en la historia…
Asistencia al suicida en el Golden Gate Bridge
Activista dominguero se manifiesta en contra de la política antiterrorista de Bush y Blair
La ironía de South Park remite a las historias de excentricidad y a los salvadores locos de San Francisco, de los que es digno pionero el autoproclamado Emperador de los Estados Unidos de América, Joshua Norton, quien ejerció su mandato desde 1859 hasta su muerte en 1880. Entre su “obra de gobierno”, se destacan la imposición de una multa de veinticinco dólares a quien utilizase el despectivo nombre de Frisco para referirse a la ciudad, la orden de construir un puente colgante de conexión con Oakland, y la autorización para financiar los intentos de Frederick Marriot de diseñar un vehículo aéreo. En el orden político, ordenó un alto el fuego entre el Norte y el Sur cuando estalló la Guerra de Secesión, disolvió los partidos Republicano y Demócrata y se autodesignó Protector de México. No fue obedecido en esas medidas, pero en una ocasión logró detener personalmente un intento de linchamiento de trabajadores chinos a manos de una turba chauvinista, usando tan solo su poder de persuasión. Su Imperio se financiaba con un sencillo régimen impositivo: los comerciantes pagaban 25 centavos semanales y los bancos, tres dólares.
MC
Fotos: Laura Corti y Valeria Durán
“Pier 1” al este de Embarcadero
El Ferry Building al pie de Market St. y el distrito financiero
Sobre Lawrence Ferlinghetti, ver el sitio en la Web de City Lights, su librería en San Francisco, y el poema reproducido más adelante.
Aunque la interfase entre la montaña y el mar en San Francisco es mucho más moderada que en Valparaíso, suelen señalarse ciertas analogías entre ambas ciudades (la localización geográfica sobre bahías en la costa del Pacífico, la condición portuaria, la arquitectura victoriana…). Sobre Valparaíso, ver en café de las ciudades: Número 53 I La mirada del flâneur (I) Hundida para arriba I Notas sobre el paisaje urbano de Valparaíso I Por Marcelo Corti
Sobre Caspall y Schwieterman, ver en café de las ciudades: Número 50 I Planes de las ciudades
Una historia del zoning de Chicago I “Las políticas de lugar”: una mirada a la evolución de la normativa urbana. I Mario L. Tercco
Un poema de L. Ferlinghetti (fuente: Beat Page):
Seascape With Sun and Eagle
Freer
than most birds
an eagle flies up
over San Francisco
freer than most places
soars high up
floats and glides high up
in the still
open spaces
flown from the mountains
floated down
far over ocean
where the sunset has begun
a mirror of itself
He sails high over
turning and turning
where seaplanes might turn
where warplanes might burn
He wheels about burning
in the red sun
climbs and glides
and doubles back upon himself
now over ocean
now over land
high over pinwheels suck in sand
where a rollercoaster used to stand
soaring eagle setting sun
All that is left of our wilderness