N. de la R.: La nota de Ricot incluye una serie de datos no chequeados sobre la ciudad de Barranquilla, que la superioridad editorial solicitó fueran debidamente aclarados para su publicación; el señor Ricot prefirió dejar los párrafos citados en su estado de indefinición, aduciendo el carácter “no técnico” de la nota y asumiendo la responsabilidad por el mismo, salvedad con la cual se publica.
Jaime y Margarita, dos amigos bogotanos que pasaron unos días en mi casa en Buenos Aires, olvidaron en el apuro de su partida un compact disc grabado con canciones del Caribe colombiano. Habíamos estado bebiendo ron y comiendo helado y bailando con esa música mientras esperábamos el taxi que los llevaría al aeropuerto; Margarita, que es caribeña, me había advertido en un momento que alguna vez debería visitar Colombia en Carnaval, y que en tal ocasión ellos me llevarían a Barranquilla, donde me aseguró que se festeja como en ningún otro lado la festividad pagana de disfraces y desvíos. “Ni siquiera en Río”, confirmó Jaime la promesa de su esposa.
Solo tenía hasta entonces de Barranquilla la referencia de Betsy, una amiga muy simpática que ahora vive en la Argentina pero a la que nunca le había preguntado nada sobre su ciudad. La guía Lonely Planet de Sudamérica, que leí hace unos años, la menciona como una de las “trampas” que debe evitar el viajero en este continente, una ciudad caótica solo redimida por canalizar el desarrollo regional y evitar así el crecimiento excesivo y la degradación de Cartagena. Como a otras “trampas” mencionadas ya las conocía y, en general, acordaba con incluirlas en esa categoría, di la calificación como válida sin preocuparme demasiado.
Otras dos referencias eran la antigua canción cuyo estribillo cuenta que “se va el Caimán, se va el Caimán, se va para Barranquilla” (canción de la que ignoro si su versión original es la que se cantaba en los años de mi adolescencia en las cantinas de Suárez y Necochea, donde entre cada una de las infinitas repeticiones del estribillo se insertaba un motivo picaresco) y la aclaración que había leído unos años después sobre la verdadera naturaleza del Caimán, que no es un reptil cuyas costumbres migratorias lo lleven a la ciudad de la referencia, sino el nombre popular de un tren que se dirige o se dirigía hacia esa ciudad (considerando su cercanía, imagino posible que sea el mismo tren que otra vieja canción atribuye a Santa Marta a falta de tranvía…). El autor de esta aclaración usaba ese ejemplo para ilustrar su hipótesis acerca del escaso conocimiento mutuo que tenemos entre nosotros los habitantes de Latinoamérica, supuesto que no parece desatinado si consideramos estos malentendidos que estoy comentando. Lo cierto, entonces, es que hasta la involuntaria adquisición de ese CD, el nombre de Barranquilla evocaba en mi conciencia unas imágenes difusas de ciudad industriosa, vibrante pero desordenada y poco atractiva, cuna de simpáticas personas como mi amiga Betsy (carácter este que se debe asociar a toda Colombia, cuyas gentes parecen tener como atributo nacional ese magnífico don de la simpatía), surcada por trenes de asociación zoomórfica y menos agraciada que la también cercana Cartagena.
Un par de tardes trabajando en mi casa con la música de fondo del CD olvidado, y la posterior adquisición de un reproductor de MP3, que me dio la posibilidad de guardar la música de Jaime y Margarita y escucharla en mis viajes al Centro, me permitieron acceder a una información asombrosamente completa sobre la ciudad de la que tan poco sabía, e inclusive trasladarme a otros sitios vecinos de esa, por lo visto (o mejor, por lo escuchado), hermosa región. Así, de la escucha de canciones cantadas por gente de la que, excepción hecha del gran Carlos Vives, muy poco sé, como Joe Arroyo, Juan Piña, Joe Quijano y su combo El Cachana, Rafael Orozco, Nelson Henríquez o Alfredo de la Fe, gané no solo el conocimiento de nuevos (para mí) referentes de esa riquísima cantera musical que, por comodidad, se sintetiza en el demasiado genérico nombre de “música tropical” o del Caribe (o, peor aun, salsa) sino también una referencia más detallada de las características generales de Barranquilla.
Como Nueva Orleans, dice Vives con cierta imprecisión geográfica, la ciudad de Barranquilla tiene río y tiene mar: el Magdalena, que imagino caudaloso, y el infinito Caribe (“una gran sociedad”, resalta Arroyo). Un cañón dice Henríquez que saluda al Magdalena, al que además besa una luna maravillosa (Piña dixit), y en un puente llamado Pumarejo, que imagino en su desembocadura, se unen el mar y el cielo. Esa interfase entre el río y el mar está poblado de manglares, o al menos lo estaba cuando llegaron los fundadores en 1629, y de playas y médanos, si hemos de explicar el apelativo de La Arenosa con que se conoce a la ciudad. Su carácter portuario hace de la ciudad la Puerta de Oro de Colombia, otro apodo con que coinciden sus festejantes en celebrarla. La exhuberancia del paisaje circundante se expresa en las flores de “bonitas batatillas” y los patios de guayaba y de ciruelos que Henríquez le atribuye, al menos a la “vieja” Barranquilla. Seguramente exagerando, Alfredo de la Fe llega a calificarla como “la ciudad más hermosa vista por ojos humanos”, abriendo una enorme brecha con el sambenito de “trampa” que Lonely Planet endilgaba a La Arenosa.
Son instituciones y equipamientos significativos de Barranquilla su Universidad Autónoma del Caribe, su estadio Coliseo Cubierto, donde se realiza “el Festival de Orquestas”, y “el conjunto barranquillero” de fútbol, el Juniors (al que, con poca tribuna en su haber, el cubano De la Fe iguala con el Sporting, seguramente su clásico rival). Las sucesivas canciones enumeran espacios públicos como la Plaza de la Aduana, la Plaza San Nicolás, el Camelón, la 72 donde “comemos chuleta, ay, con arroz” (de paso: ¿la 72 es calle o carrera?; ¿es donde están los puestos de chuleta con arroz, o un restaurante donde esta es particularmente sabrosa, o la calle que mejor rima para señalar una costumbre gastronómica que se extiende por toda la ciudad?), el Paseo, Pradomar y, entre ambos, La Felicidad (¿un barrio, una playa, un restaurant, una calle?).
Aunque todas las músicas populares del mundo saludan la belleza de las mujeres del lugar donde se compusieron, estas canciones son particularmente convincentes: hablan de mujeres “de lindo talle” que se menean como la flor de la patilla, festejan “que rico bailan” o comparan a la Luna “de rosa” con una moza barranquillera, “tan airosa”. Rafael Orozco les atribuye una “sin igual hermosura, de ojos radiantes y labios rojos, sabor de fruta madura” y ser elegantes como una palmera real en la arena. El ya citado meneo acompaña bailes de inocultable influencia africana, como el garabato, el mapalé (“mueve los hombros”, me había ya instruido Margarita sobre el secreto de esa danza endiablada) o la Curramba (¿baile, o nombre popular del Carnaval barranquillero, o nombre popular de la propia ciudad? – que en ese caso dispondría de tres apelativos de potente expresividad, uno por su accesibilidad, Puerta de Oro, otro por su geología, La Arenosa, y el propio Curramba de resonancias parranderas, además de otros como Perla de las Antillas, Reina de la Salsa o Reina del Mar).
Obligaciones protocolares o sinceros homenajes, la cita de músicos famosos es una invariante de las canciones barranquilleras: Peñalosa (“gran compositor”), Bolañito, Francisco El Hombre, Chema Gómez, el Supercombo Los Chéveres… Pero la heroína barranquillera por excelencia parece ser una cantante citada una y otra vez, Estercita Forero, la “Novia de Barranquilla”. Otro recurso estilístico de las letras es la abundancia cinética de viajes y recorridos, donde muchas veces los músicos dicen estar de paso en un lugar o ir o venir de otro. Así aparecen otras ciudades y lugares de la región, recurso que se exaspera en las idas y venidas de Carlos Vives: “aquel día que estuviste en Urumita (y no quisiste hacer parranda)”, “viajando para Fonseca yo me detuve en Valledupar”, “alguien me dijo ¿de donde es usted, que canta tan bonito esta parranda?”. Esa movilidad de los músicos y la mención de ese nombre musical que es Valledupar permite a Vives insertar historias como la de la brasileña que Rafael Escalona conoció “esa mañana”, o la del viejito Compae Chipuco que solo cree en Pedro Castro y en Santo Ecce Homo y que “vive a orillas del río Cesar” (nuevamente una pregunta derivada: ¿es el Cesar afluente del Magdalena o corren ambos indiferentes a vaciar sus aguas en el gran Caribe?).
La atracción de la música me hace desear conocer Barranquilla, aun cuando el mismo CD trae canciones de Shakira, otra hija dilecta de la ciudad, según parece. A diferencia de las maddalenas que le trajeron a Proust el sabor del pasado, la música barranquillera me evoca algo desconocido, que se vuelve objeto de deseo y quiero explorar. En algún momento me impuse el propósito de conocer Barranquilla en un próximo Carnaval; visitaré su Plaza de la Aduana y comeré chuleta con arroz, si es posible “allá en la 72”; saludaré el encuentro del Magdalena y el Caribe desde el Puente Pumarejo, y bailaré como pueda garabato y mapalé, y visitaré, de paso, Valledupar y Santa Marta.
Desde la colección de datos que el ritmo y la sección de vientos hacen impactantes, construiré un conocimiento de la Barranquilla real. Sabrosa o decepcionante, la ciudad que me atrajo a partir de su representación musical me resultará amiga o indiferente, me dará nuevas pistas sobre el modo en que el arte genera el deseo de la ciudad o aquel, más inquietante, en que la ciudad usa el arte como uno de sus infinitos ardides de seducción.
CR
Sobre Barranquilla, a pesar de la inexplicable reticencia de Ricot a proveer información oficial, cdlc recomienda la lectura de la página Web de la Alcaldía Distrital. También, el sitio oficial de su Carnaval.
Sobre ciudades colombianas, ver también en café de las ciudades:
Número 32 I Lugares
Bogotá y sus dos modernidades I Un Foro Internacional del Espacio Público estimulante y civilizado, en una ciudad donde la cordialidad y la cultura ciudadana compiten con la lógica de los bunkers. I Marcelo Corti
(continuar la búsqueda en café de las ciudades)