A Stella Escandell, admiradora de Salamone.
La entrega se hizo finalmente en Coronel Suárez. El contacto del Capo recibió su parte y se retiró tras algunos comentarios banales; Carola y yo nos quedamos charlando un rato con el Capo, más tranquilo que lo habitual. Nos habló de las colonias de alemanes del Volga, en las afueras del pueblo. “Los tipos construyen alrededor de una calle larga. Cuando la población crece no se extienden ni se elevan: arman otra calle paralela a 500 metros, los contrafrentes se cultivan, y así van creando una colonia tras otra”. Nosotros volvíamos a Buenos Aires, a reinvertir lo ganado. Nos cansaba la mera idea de hacer los 800 kilómetros en otro tirón igual al del día anterior; el Capo dejó los croquis de las colonias y nos sugirió pasar por algunas obras de Salamone en el camino. Carola y yo nos miramos y acordamos al toque, como se dice.
A fines de la década de 1930, gobernaba la provincia el conservador Manuel Fresco. Simpatizante del fascismo y consciente de las ventajas propagandísticas de la obra pública, encargó al Ingeniero y Arquitecto Francisco Salamone la realización de una serie de edificios públicos de mediana envergadura en el interior provincial. Sedes municipales, mataderos, portales de cementerios y diversas piezas ornamentales fueron construidos por Salamone en una muy personal versión del Art Decó. La mayoría de las obras se levantó en pequeñas ciudades, centros de servicio de la infinita llanura pampeana, lugares en general de escasa conectividad con las grandes rutas argentinas. La propia particularidad de la arquitectura de Salamone aseguró su posterior popularidad, incluso en ámbitos no disciplinarios. Es habitual que algún amigo o amiga nos pregunte, o incluso nos pida información sobre la obra “salamonica”. Más raro es encontrar a alguien que la haya recorrido personalmente. Por eso nos gustó la propuesta del Capo, por eso nos desviamos de la ruta que hubiera correspondido tomar si la menor distancia hubiera sido nuestro único criterio.
Dice con mucha razón Heinrich Böll que, al contrario de lo que se piensa, la llanura no amplia la visual del observador sino que la acota, porque lo que se ve es lo que lo rodea a uno en unos pocos centenares de metros. La pampa suma la brutalidad del infinito y su historia de conquista, de agrimensores y estancieros.
En Sierra de la Ventana vimos una obra del Capo, una casa bien plantada sobre un terreno en pendiente. Apenas saliendo, Saldungaray es un pueblito perdido entre las sierras. Al final de una calle ancha que sigue hacia la ruta, una gigantesca ochava asoma entre la arboleda, es la entrada al cementerio. Es un arco de 10 o 12 metros de altura, que completa en su parte inferior una circunferencia casi perfecta. Inscripta en la figura, un Cristo doliente. Ese portal sigue siendo, por mucho la construcción más alta del pueblo. Sus contrafuertes anidan salas administrativas y cámaras de nichos. Hacia el interior, carece de cualquier tratamiento y solo ofrece una pared desnuda. Las tumbas de Saldungaray no necesitan renovación: solo muere cada tanto la poca gente que vive en el pueblo. Además de la bóveda de los Saldungaray y un par de familias importantes, las tumbas hablan con epitafios añosos y fotos descoloridas. Nuestra favorita resulta ser una especie de construcción orgánica con una enredadera sostenida por una liviana estructura de alambre.
Desde la ruta, la torre de la Municipalidad de Coronel Pringles cierra la perspectiva del acceso, a unos 3 kilómetros de la ruta 51. Nuevamente es un contrafrente ciego, mientras que la fachada del oeste es la principal. El palacio municipal se levanta en una plaza que abarca dos manzanas y está cruzada en forma perpendicular por un boulevard; tanto la plaza como la rambla central tienen el motivo de las baldosas en movimiento que luego se repetirá en Azul.
El edificio tiene dos niveles útiles: la planta baja con la mayoría de los accesos y las oficinas de los funcionarios más importantes en un piso alto reducido en relación al inferior, pero completado virtualmente con una suerte de pérgolas o contrafuertes. Con esa altura ya sería el edificio más alto de la ciudad, salvo por supuesto la iglesia, quizás algún banco o sociedad de inmigrantes y, desde hace algunas décadas, un irrelevante edificio de vivienda colectiva. Muchas casitas del pueblo repiten a su modo los motivos Art Decó del palacio.
Toda la provincia de Buenos Aires al sur del Salado está dividida con una escuadra de 45 grados. Las serranías del sur son apenas una extrusión del plano, la excepción que confirma la regla. Lo verdaderamente infinito es el cielo. Los atardeceres son arte.
Llegamos a Olavarría al atardecer y en pocos minutos a Azul por una extraña autovía, que conecta el TAO (Tandil, Azul y Olavarría). La ciudad es próspera y la zona comercial alegró la tarde de Carola, con multitud de soluciones para todos los requerimientos de un viajero. El Gran Hotel tiene dos tipos de habitaciones: con baño nuevo y con baño sin renovar, más baratas. Chequeamos ambas y elegimos la más económica. Cena en una parrilla, a la vuelta del hotel, y a descansar. Al otro día, desayuno al lado de la memorable ventana de la confitería del Gran Hotel, una fenêtre corrida de tres paños que domina toda la plaza desde la Catedral al Palacio Municipal. El mapa turístico municipal nos sorprende con muy buena y precisa información sobre el Circuito Salamone: el recorrido se podría hacer con solo ese material.
De la Plaza nos gustaron los copones floreros de 3 metros de alto y el perturbador piso “móvil” de baldosas vainilla: con el uso inédito de un material convencional y accesible, Salamone consigue un efecto óptico que, nuevamente, interpela la forzada parsimonia del paisaje natural-cultural (imposible para Carmelo no recordar la extrañeza infantil ante las ambigüedades ópticas de los mosaicos calcáreos en las primeras casas de patio que conoció en Luján). Los bancos, las farolas y el pedestal del monumento a San Martín completan el arsenal de diseño salamónico para la plaza del pueblo.
Del portal del cementerio se destaca la estatua del Angel Exterminador (geométrica, perturbadora, inhumana) recortada contra un gigantesco RIP, con letras de 10 metros de alto y uno de espesor de línea. Enfrente, las casitas de planta baja y techo de chapa contemplan intimidadas la bravuconada del arquitecto.
En el acceso al pueblo, pocos rastros del Arquitecto; las letras de la palabra AZUL remiten a la tipografía Art Decó. Salamone encargó a un escultor el Cristo crucificado (el acceso es además estación del Vía Crucis pascual): por algún motivo (en este caso el tamaño importa) la escala no satisface la expectativa con que veníamos.
Por el antiguo camino a Tandil se llega al Matadero, hoy estación apícola. Emociona el cartel ilustrativo en medio del campo. La torre, obviamente sobredimensionada para el lugar y la función, está impecable en su respuesta constructiva, solo necesitaría una pintada. El edificio en cambio ha sufrido algunos cambios menores. También están impecables las torres de acceso al Parque Ameghino, en una ochava enfatizada por el giro de la trama urbana.
La obra de Salamone parece eterna por su propia idoneidad técnica, pero también por una voluntad original en la estrategia de confrontación con una naturaleza “no natural”.
A Salamone le encargan enfrentarse con el infinito y sale airoso. La respuesta combina audacia, tamaño y oportuna elección del estilo. Es local, pero no localista. Las obras de Salamone interpelan a un paisaje definido por las dimensiones con una arquitectura sobredimensionada. Crean un lenguaje propio y reconocible y cumplen su mandato con dignidad. En términos futbolísticos, Salamone consigue un buen empate de visitantes, en una cancha donde nadie se había animado. No crea un modelo para que nadie lo siga, y esa es su debilidad y su fortaleza al mismo tiempo. Ya en la ruta, rumbeando por la 51 a Saladillo y “La parrilla de Miguel”, coincidimos en que a nadie que conozcamos le disgusta Salamone (aunque excesiva y casi grandilocuente, aunque pegada a un político deplorable, aunque fuerce los programas, aunque incomoden sus contrafrentes ciegos…): a algunos les atrae la “originalidad”, otros en cambio respetan simplemente la tenacidad siciliana del Arquitecto en su desafío con la Pampa.
CR y CIP
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo Urbanofobias (I) en el número 70, El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.) en el número 79, y Turín y la Mole en el número 105. Ver también la entrevista de Mario L. Tercco en la Terquedad de este número.
Carola Inés Posic es comunicadora especializada en temas urbanos. Es corresponsal en Córdoba de café de las ciudades: ver la presentación del número 104 y la nota Belgrano de Alberdi: un pirata en primera, que inaugura la sección POSICiones Cordobesas, en el número 105.
Sobre la obra de Francisco Salamone, ver la buena reseña de Pedro Stancanelli en el sitio Turismo en Azul y el relevamiento fotográfico en el blog de Alejandro Machado.