Nota del editor:
Aunque siempre nuestra revista advierte con toda claridad que “las notas firmadas no expresan necesariamente la opinión del editor”, la publicación de esta nota enviada por nuestro amigo y colaborador Carmelo Ricot nos obliga a remarcar explícitamente esta aclaración sobre lo que el lector/a encontrará en los párrafos que siguen, con respecto a su coincidencia o no con nuestras íntimas y particulares convicciones. Hecha esta advertencia, redundante pero necesaria, queremos explicar también a los lectores/as que café de las ciudades publica esta nota por contener algunas consideraciones vinculadas a las cuestiones urbanas y territoriales que son objeto de nuestra revista y, especialmente, como ejercicio de la libertad de expresión.
Como es habitual en las notas que nuestra revista publica sobre la situación argentina, incorporamos un glosario de nombres, palabras y expresiones que pueden ser desconocidos para lectores/as de otros países.

Prólogo (I): el mal que afecta a la Argentina es su derecha
En un texto poco difundido que escribí hace un tiempo, al fragor de las cacerolas, sostenía entre otras cosas las siguientes:
“El mal que afecta a la Argentina es su derecha.
Solitaria ocupante del espectro ideológico, en sus múltiples versiones la fuerza que pregona la reivindicación de los privilegios y la profundización de las relaciones de poder existentes tiene dominado el debate sobre cuanto tema o circunstancia se establezca en nuestra sociedad. Si por cortas etapas del devenir histórico ha quedado acorralada en sus propias mentiras y en los recurrentes fracasos a los que ha arrastrado al país, su capacidad de regeneración le permite, como al poeta niño de Baudelaire, nutrirse de las mismas escupidas que recibe en repudio a sus calamidades, de las mismas heces con que ahoga a un pueblo humillado por sus desatinos (“en todo lo que come, y en todo lo que bebe, vuelve a encontrar el néctar bermejo y la ambrosía”).
Sin otro prejuicio que el de su propia perpetuación, la derecha argentina no escatimará contradicciones, mentiras ni felonías en su afán de reacomodar los ires y venires de la política a los intereses parasitarios de los sectores que acumulan la riqueza de la sociedad (una riqueza, quede esto claro, que no generan ni estimulan). Carente de antagonismos a su voluntad hegemónica, solo debe enfrentar el contrapeso de sus propias atrocidades, que oculta y minimiza cuando no puede atribuirlas (en el colmo de la hipocresía) a las conjuras de una izquierda fantasmal, enredada en su propia glorificación del fracaso.
En su mentira infinita, teñirá de liberalismo las autocracias más retrógradas, disfrazará de nacional la disolución de un país (vertiente nacionalista esta que le permitirá usufructuar tanto las vejaciones del nacional – socialismo como la mentira del socialismo – nacional), echará la culpa de los males del país a que sus gentes no gustan del trabajo, o, si el auge de las jornadas laborales de 12 horas por día las inhiben de proferir semejante dislate, hablarán del elevado costo del trabajo como si ignoraran que el ingreso del trabajador argentino está lastimosamente por debajo del de sus afortunados colegas europeos o norteamericanos.
(N. de CR: a partir de aquí, el texto entra en consideraciones muy vinculadas al momento histórico en el que fue escrito. El lector puede saltear el resto de los párrafos en itálica y justificados a al margen derecho, si prefiere entrar directamente en el tema de la nota).
Diciembre de 2001: el pueblo argentino reacciona contra la barbarie neoliberal y expulsa a los mentecatos gobernantes de sus sitiales. ¡Revolución, el pueblo asume su destino, ganó la gente!, gritan los ingenuos con fervor real o fingido. Mirad en tanto a la bestia, agazapada en las sombras y presta a lanzar su zarpazo. La derecha mueve su juego a la manera de aquellos equipos de fútbol que tocan y tocan la pelota hasta semblantear al rival, adivinar la cara de miedo del lateral derecho contrario que será fácilmente sobrepasado por un pelotazo a sus espaldas, o detectar al escurridizo delantero que picará al vacío en cuanto salga el estilete preciso de los pies del enganche. Ya el mismo 19 de diciembre, la televisión nos muestra a un cacerolero explicando que el y sus vecinos salen a la calle para demostrar que “no somos negros”. La bestia ríe tranquila en su escondite, segura de que el dispositivo ideológico incorporado funciona hasta en los momentos en que el esclavo cree rebelarse contra su yugo. ¿La deuda inmoral es imposible de ser pagada? ¡Nos dirán que el populismo llevó al país al default, y se espantarán como viejas beatas con las risas de los imbéciles que hoy aplauden el no pago con la misma gana que ayer aplaudieron el megacanje! ¿La farsa del dólar que cuesta un peso es imposible de mantener? ¡Será que no nos han chupado la sangre lo suficiente, porque este país nunca renunció al socialismo… de Perón, Onganía y Videla!
El mismo pelele sonriente que decreta el default, les sirve para ser reciclado en candidato populista, preparado para acordar otra etapa de entrega y humillación, si no de muerte y represión salvaje. Los ignorantes funcionarios de los organismos internacionales (confinados allí porque no tienen el coeficiente intelectual necesario como para ser subgerentes de una multinacional) tratan a todo un país con la misma ciclotimia con que una quinceañera presuntuosa desprecia a sus pretendientes: ¡la bestia los aplaude y nos hace depender de sus humores con la misma resignación con que los cristianos miraban el dedo del emperador de turno en el circo romano!
La derecha puede convencernos de echar a todos nuestros políticos, pero sin tocar un pelo del staff de economistas incompetentes, comunicadores venales, falsos empresarios y en general todo el elenco estable de la opresión y el saqueo organizados. Ellos no son políticos: ellos son la Argentina.
La mentira, la falacia y la repetición obsesiva de un puñado de mitos les alcanzan para controlar un país confundido por su dominio (la bolsa de plástico sobre la cabeza, el gas y las balas, les sirvieron para sofocar la rebelión). Con el mismo descaro con que convierten a jóvenes católicos nacionalistas en la supuesta vanguardia de un ejercito popular, transforman a un plateista de Racing o a una mística religiosa en líderes del “progresismo” (o sea, la versión inofensiva de las fuerzas de izquierda que en otros países de Latinoamérica nuclean como mínimo al 30 o 40% de la población).
Miradla, arrojándose con saña tenaz contra todo lo que hay de bueno y de noble en nuestra sociedad, miradla, travistiendo el agua en vino y el aceite en vinagre, miradla, vendiendo al mismo tiempo fósforos y seguros contra incendio, facturando en todas las ventanillas y pagando en ninguna, miradla, engordando el pollo que comerá mañana con los restos del pollo que comió ayer, miradla, temedle, cuidaos: ¡es la reputísima derecha argentina!“.
Reconozco la furia y la vehemencia que me llevaron a escribir este texto, pero reivindico su verdad fundamental. La reivindico, a pesar de que la evolución de los acontecimientos nos llevó a los pocos meses a una situación mucho más halagüeña que la que se vislumbraba en aquellos días de cacerolazos.
Algunos recientes giros de la opinión pública y la instalación de ciertas ideas en la agenda política, me hacen volver sobre este tema. Sobre todo cuando algunos comentarios que escucho en la calle y en los medios vuelven a traer a mi memoria ese olor a azufre de las construcciones de la derecha argentina (cuando no el olor a flatito de bebé de ciertas construcciones de la izquierda paisana).
Es por esto que he pensado sistematizar una parte de estas cosas que escucho y que me ponen tan nervioso, como así también las respuestas que humildemente tengo para ellas. Siguiendo con una tradición ensayística latinoamericana iniciada por Arturo Jauretche, le he dado forma de “manual de zonceras”. Esa tradición fue continuada por Alvaro Vargas Llosa (hijo de Mario) y amigos en otro manual, el del “perfecto idiota latinoamericano”, que sin embargo postulaba como idioteces lo exactamente opuesto a algunas de las zonceras de Jauretche. Mi decálogo de boludeces continua modestamente este subgénero del ensayo político, a la vez que agrega un grado más de virulencia a la defenestración de las ideas ajenas: creo que el salto de “zoncera” a “perfecta imbecilidad” es equivalente al que va de ese concepto al de “boludez“, que ya implica cierta cuestión corporal al margen del déficit puramente intelectual que se atribuye a los adversarios.
Prologo (II): zonceras de Jauretche
Si bien suscribo el carácter de zonceras de la mayoría de las que Jauretche postula como tales (el mal que afecta a la Argentina es su extensión, en este país no trabaja el que no quiere, etcétera), quiero decir que el pensamiento de este autor hoy reivindicado (con entera justicia) no está exento de otras zonceras contra las que vale la pena prevenirse. Así, la reivindicación de las hipótesis de conflicto de la Argentina con países hermanos como Chile y Brasil, el reconocimiento a Roca por la “conquista del desierto”, la justificación del asilo a los criminales nazis y otras “joyitas” que se cuelan en los textos de Don Arturo, deberían ser revisados con un fuerte sentido crítico por quienes deseen aprovechar la claridad y lucidez de este pensador nacional y popular.
Hecha esta aclaración, pasemos al listado:
Decálogo de boludeces:
- Los piqueteros deberían buscar otra forma de protestar, que no moleste al resto de los ciudadanos.

Veremos más adelante que sí, que los piqueteros deberían buscar otras formas de protestar, pero entendámonos: una protesta social sin visibilidad y sin consecuencias, que no le moleste a nadie, lamentablemente no es efectiva. ¿Alguien cree que los colonos norteamericanos que arrojaron té a la bahía de Boston, por ejemplo, no querían molestar a nadie? En otras épocas, la gente tenía trabajo y en busca de mejores condiciones hacía huelga, para presionar a sus patrones. La crítica que se hacía en los ’80 a los huelguistas, sugería que hicieran huelga a la japonesa y produjeran más (otra boludez: como si esas huelgas japonesas no fueran más perjudiciales para las empresas toyotistas que las huelgas tradicionales, porque generan stocks que las empresas no están en condiciones de acumular, y así atentan contra el principio del “just in time”). Los desocupados, justamente por no tener trabajo, no tienen nadie a quien hacerle huelga, por eso deben buscar otras formas de expresión que los hagan visibles al resto de la sociedad. Por supuesto, estas formas de protesta deben buscar la solidaridad del resto de los ciudadanos, y no la reiteración de molestias contra quienes no tienen la culpa de los problemas sociales (o por lo menos, no tienen más culpa que la de haber votado a tal o cual). Lo que nos lleva a la segunda boludez, en este caso de signo contrario:
2. Quienes se quejan de los piqueteros porque cortan calles no tienen solidaridad ni comprensión con los problemas sociales.
Puede ser así en algunos casos, ¿cómo no?, pero lo cierto es que la estrategia piquetera de hacerse visibles cortando calles está agotada. No porque sea ilegítima, como hemos visto, sino porque los más perjudicados con los cortes de calles suelen ser gente de clase media que no se benefició con los ’90, y pobres tan pobres como los piqueteros que por algún motivo necesitan transitar por la ciudad. Al reiterarse, al hacerse cotidiano, el piquete pierde sentido, divide a los perjudicados del modelo, y es funcional a la estrategia derechista del “empate social”. En todo caso, si un sector socialmente perjudicado carece de conciencia social, la protesta tiene que buscar la forma de generar esa conciencia y no de castigar a quienes no la tienen, porque sino al problema que teníamos (la desocupación) le sumamos otro: la división de los jodidos por el modelo.
3. El derecho a reclamar y protestar de algunos ciudadanos (los piqueteros que cortan calles) no puede afectar el derecho a circular del resto de los ciudadanos.
Esta es una visión absolutamente limitada de los derechos ciudadanos, que pretende que el derecho a circular es anterior y superior a cualquier otro derecho. Como el de trabajar, por ejemplo, que es bueno recordar como la reivindicación primaria de los desocupados que comenzaron esta metodología del corte de rutas y calle como forma de protesta social. Algo parecido a la sacralización del derecho de propiedad, frente a los que aseguran la vivienda digna o la propia vida.
Y por otro lado, cualquiera que esté reclamando por sus derechos puede, en determinadas ocasiones, estar cometiendo actos que desafían el derecho oficial vigente (la legalidad, que no la legitimidad). Quienes saltaban el Muro de Berlín arriesgando sus vidas infligían las normativas vigentes en Alemania Oriental, pero, ¿los acusaremos por transgredirlas? ¿Los parisinos que tomaron La Bastilla, eran infractores municipales, o delincuentes que atentaban contra el patrimonio del Estado? La misma CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa, de la que casi no se recuerda su importante rol en la gestación de los cacerolazos de diciembre de 2001) reconoce en una solicitada reciente, dirigida a los piqueteros para pedirles que revisen sus métodos, que como asociación empresarial propiciaron cortes “de rutas y de avenidas” para reclamar por sus derechos.
Esta tercera boludez se asocia con una perversión nada inocente del discurso político, la que iguala a los piqueteros con los secuestradores o los delincuentes. Puedo cuestionar la eficacia o la oportunidad política de los métodos piqueteros, pero jamás se me ocurriría ponerlos en la misma categoría que un punguista, por ejemplo.

4. Los piqueteros (o su imagen por televisión) ahuyentan a los inversores.
Los “inversores” invierten, y mucho, por ejemplo en México, a pesar del ejército zapatista y de las sublevaciones indígenas, o en Italia, donde hay huelgas todos los días y fuertes movimientos secesionistas. La protesta social no espanta seriamente a ningún inversor, lo que espanta es la falta de rentabilidad de la inversión. Hay un empresario petrolero argentino que hace unos años invirtió en Afganistán, e incluso financió políticamente al régimen talibán. ¿No lo asustaban esos tipos con sus turbantes y sus ametralladoras? Si los “inversores” (empezando por los propios argentinos, que tienen en el extranjero capitales por más de cien mil millones de dólares) no invierten aquí es porque el mercado interno está restringido por la pobreza, y para el mercado global aun el costo de la mano de obra no es competitivo. Y esperemos que no lo sea nunca, si la competitividad está dada por los dos dólares por día que gana una chica semianalfabeta de 14 años en una barraca de Indonesia o de Filipinas.
5. Los piqueteros cobran los planes Jefes y Jefas de Hogar, que destruyeron la cultura del trabajo. Sus beneficiarios prefieren cobrar los 150 pesos del Plan Jefes y Jefas de Hogar y no ir a trabajar por 300 pesos.
Y lo bien que hacen: ese es uno de los objetivos de cualquier seguro de desempleo en el mundo (como el Plan Jefes y Jefas de Hogar): incidir en la mejora salarial. Lo que destruyó la cultura del trabajo es el neoliberalismo, la superstición de que un capital que viene por unas semana a buscar rentabilidad es “una inversión”, las fabricas que cerraron porque sus dueños se dedicaron a importar y a aprovechar las ventajas cambiarias.
6. En el conurbano bonaerense predominan las prácticas clientelísticas de los punteros, muchas de ellas compartidas por los dirigentes piqueteros.
¿Toleramos la exclusión social al modo sudamericano, pero queremos ciudadanía a la sueca? El clientelismo no se elimina con clases de instrucción cívica ni con “reformas políticas” promovidas desde el Barrio Norte, ni mucho menos cortando la asistencia social a los que nada tienen, sino generando las condiciones básicas de la ciudadanía: trabajo renumerado y posibilidad real de educarse. Ahora bien, los piqueteros que nos han llevado estas 6 primeras boludeces cortan calles, mientras que otra gente las privatiza, lo que nos lleva a la séptima boludez:
7. Hoy la gente se va a los barrios cerrados buscando seguridad.
¿Y que hay del costo de la tierra mucho más barato, del prestigio social de la segregación, del supuesto contacto con la naturaleza? Sin hablar de las condiciones de seguridad, o su ausencia, en las rutas de acceso. Ni de los robos y copamientos no declarados. La seguridad es más una representación que un dato concreto. Nadie gana prestigio diciendo “me mudo a Pilar porque no me alcanza para comprar una casa en Belgrano”, sino sugiriendo “me va tan bien que tengo que cuidarme, porque algún muerto de hambre me envidiará y querrá robarme mi dinero, mi auto, mi reloj, mi mujer o las bicicletas de mis hijos, así que mejor me voy a un barrio cerrado donde de paso respiraré aire puro”. Como contrapartida de esta boludez, está la reivindicación de aquella época idílica donde de chicos jugábamos en las calles de esos barrios donde convivían el hijo del portero con el hijo del doctor. Como bien dice el editor de esta revista en la nota Muros de la Vergüenza, del número 14, “sería bueno que investigáramos hasta donde es real este recuerdo. ¿No convivía ese igualitarismo social con el autoritarismo político que generó las dictaduras, los golpes, la tortura y las desapariciones?”.
Por otro lado, esa misma imagen idílica está en las estrategias de mercadeo y de venta de los barrios cerrados y en general de las urbanizaciones privadas.
8. Las villas miseria son fuente de inseguridad (o “Tal barrio es más seguro porque no hay villas”). La Villa 31 de Retiro, por ejemplo, es una vergüenza para la ciudad de Buenos Aires.
Lo que es una fuente de inseguridad es la exclusión, la miseria y la falta de futuro. Se vive en las villas porque no queda otra. Y la villa de Retiro es una vergüenza como cualquier otra, aunque esta moleste más porque es más visible: pero es una vergüenza, no para quienes viven allí, sino para la sociedad, sus dirigentes y sus empresarios. Francia, Italia, España, Estados Unidos, tuvieron su versión de las villas miserias y las favelas hasta no hace demasiado tiempo: 40, 50, 60 años. Lo que permitió solucionar el problema (las bidonvilles, las shanty town) no fue la erradicación y la expulsión, sino el crecimiento económico, el pleno empleo, las políticas sociales y el Estado de Bienestar. Ese Estado de Bienestar “ineficiente y paternalista”, ese que “afectaba la competitividad de las economías”, ese que “dejaba inalteradas las condiciones de explotación de la clase obrera”, ese que en un par de generaciones duplicó la expectativa de vida de la humanidad en su conjunto.

9. Los cartoneros ensucian la ciudad.
No ensucian la ciudad: ellos son los que reciclan la basura, aunque lo hagan mal. Y lo hacen porque necesitan los 3 o 4 pesos que pueden sacar por día para comprar algo de leche para sus bebés, y algún fideo o algo de mate para ellos mismos. Con políticas adecuadas del estado, y con su propia autoorganización (vean sino lo que hace la Asociación El Ceibo) los cartoneros pueden ser la base de la restructuración de un sistema de recolección de residuos que ya está al borde del colapso en Buenos Aires. Siempre, claro está, que nos preocupe más la sostenibilidad ambiental y social que la rentabilidad de las empresas contratistas.
10. Dijimos “que se vayan todos”, y al final se quedaron todos porque los votamos de nuevo.
No es que seamos idiotas, es que para echar a alguien había que remplazarlo por otro, y justamente como se pedía que se fueran todos no quedaba nadie para echar a los otros… O sí: los hechos fueron más sabios que las consignas y lo que vino, por primera vez en muchos años, fue mejor que lo que se esperaba (salvo para los neoliberales y la derecha del que hablé en el primer prologo, por suerte). Esta boludez tiene su complejidad y de ella hablo algo más en el epilogo, que ahora viene.
Epílogo: la consigna más idiota
Si: que-se-vayan-todos era una consigna de imposible cumplimiento y tufillo fascista, negador de la mediación política. Me resisto a suscribir ese discurso que sostiene que un militante político es un sospechoso (de corrupción, de clientelismo, de algo, de lo que sea) mientras que un señor o una señora que en 20, 30, 40 o 50 años de vida jamás tuvieron una militancia, pero por el motivo que sea toman una cacerola y salen a protestar, son necesariamente ciudadanos modelo que están haciendo una revolución (o la “reforma política”, para quien le guste más decirlo de esa forma). Y no me refiero solamente a los que salieron a la calle en defensa de sus cuentas bancarias (después de todo, me parece que ejercían un derecho), sino a todos, empezando por ese señor que el 19 de diciembre a las 11 de la noche, en una plaza de Buenos Aires, decía que “salimos a la calle para que vean que no somos negros“. No creo absolutamente en las virtudes del espontaneísmo: la política es una construcción colectiva, en el tiempo, no un espasmo. Ese 19 de diciembre las agrupaciones de izquierda llegaron a la plaza de Mayo una o dos horas después que los espontáneos y los curiosos (entre quienes estaba nada menos que don Cosme Beccar Varela, lider de Tradición, Familia y Propiedad), seguramente luego de hacer sus asambleas para ver si eso era o no “la Revolución”. A las pocas semanas, se encargaron de destruir las Asambleas barriales. A los pocos meses, sacaron su histórico 2 % en las elecciones.
CR
El autor es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. Ver algunas de sus notas por ejemplo en los números 3, 12 y 13 de café de las ciudades.
Sobre la realidad social y política argentina, ver por ejemplo la nota “Queremos cambiar el escenario, porque la ciudad ya no nos acepta” en el número 2 de café de las ciudades.
Sobre los cartoneros y el trabajo de la Asociación El Ceibo, ver la nota de Alfonso Sánchez Uzábal en el número 11 de café de las ciudades.
Glosario (expresiones y nombres argentinos):
Barrios cerrados: urbanizaciones privadas en la periferia de Buenos Aires y otras ciudades argentinas.
Barrio Norte: área inmediatamente al norte del centro de Buenos Aires, tradicional enclave residencial de clase alta y media alta.
Boludo: tonto, idiota, gilipollas, comemierda, mamón, pendejo, huevón, pelotudo. Con el tiempo adquirió un tono coloquial, hoy es virtualmente un apelativo a la manera de che, pana, brother, mano, güey, que no tiene intenciones de ofender. Pero en un contexto de discusión, especialmente entre desconocidos, sigue siendo un agravio. O una manera fácil de descalificar: “el boludo de Fulano…”
Boludez: algo dicho por un boludo, o por alguien que sin ser un boludo estructural es boludo en el momento en que dice “semejante boludez” (este es el sentido que tiene en esta nota). Dicese también de la condición o estado del boludo (“La era de la boludez” es el título de un disco del grupo musical Divididos).
Cartoneros: Recolectores informales de residuos, que separan cartón, papel, vidrio y otros elementos de los residuos urbanos domiciliarios para venderlos a operadores privados de reciclado (en Buenos Aires no existe la separación de residuos, salvo una experiencia reciente precisamente destinada a facilitar el trabajo de los cartoneros) y así procurar su sustento.
Arturo Jauretche: intelectual argentino, de origen radical yrigoyenista, y posteriormente vinculado al peronismo. Uno de los ideólogos más lúcidos de “lo nacional y popular” frente a la cultura internacionalista (o europeizante, o colonialista, de acuerdo a como se la mire) del conservadorismo argentino y de no pocos “izquierdistas”.
Piqueteros: Militantes políticos que realizan piquetes para cortar calles y/o rutas, y protestar así contra la desocupación.
Plan Jefes y Jefas de Hogar: Subsidio a jefes de familia en situación de extrema pobreza y desocupación, implementado por el gobierno de Eduardo Duhalde en 2002 para paliar la angustiosa situación social posterior a la crisis que derivo en la renuncia de Fernando De la Rúa.
Punguista: ladrón de carteras y billeteras.
Puntero: caudillo barrial al servicio de dirigentes políticos de los principales partidos. Controla de manera clientelista a un grupo de vecinos (de quienes se dice que son sus “puntos”) a quienes induce a votar a su candidato en elecciones internas o generales, concurrir a actos políticos, etc. Por extensión, se aplica el mismo nombre a los narcotraficantes barriales.
“Que se vayan todos”: consigna surgida en el año 2001 ante el desprestigio de los partidos políticos tradicionales, y popularizada a partir de los episodios de diciembre de aquel año. Fue utilizada por un gran número de los movimientos sociales surgidos o consolidados en los “cacerolazos”. Obviamente, alude a los “políticos”.
Villas miseria o villas de emergencia: barrios informales de chabolas o ranchos precarios, similares a las favelas brasileñas.
Villa 31: Una de las villas miseria más conocidas y emblemáticas, ubicada entre la terminal ferroviaria de Retiro y la zona portuaria de Buenos Aires (cerca del Barrio Norte). Escenario de la tarea del legendario cura peronista Carlos Mujica, fue erradicada por la dictadura militar en 1977, pero reapareció a los pocos años. En 1990 sus moradores recibieron títulos de propiedad sobre los terrenos donde habitan. El debate sobre su destino (erradicación, urbanización, mejoramiento, etc.) es persistente en la discusión urbana sobre Buenos Aires.
Apéndice con cartas de lectores:
Me parece interesante agregar a la nota tres cartas recogidas al azar de entre las que todos los días publica el diario La Nación sobre estos temas. Como lo importante es lo que dicen y no quien lo dice, y para que no recaiga sobre sus autores el anatema de “decir boludeces”, mantengo anónimos sus nombres. Aunque decir boludeces no transforma a uno en un boludo (salvo, parafraseando a Wilde, que se digan con énfasis…), y aunque una de las cartas (que dejo que identifique el lector) no dice ninguna boludez.
CR
“El 21 de noviembre se realizó en el Aula Magna de la Academia Nacional de Medicina el acto de la entrega de premios de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Concurrí con inmensa emoción porque el más joven de los premiados es un hijo mío. El acto y los nueve premiados pusieron de manifiesto que nuestro país no es solamente el terreno de los negociados, las coimas y los piqueteros. Prestigiosas figuras ya consagradas en sus respectivas especialidades desfilaron por el escenario para recibir sus merecidos premios. Cada uno resumió en pocas palabras largos años de trabajos y sacrificios dedicados a la investigación, aún en circunstancias adversas como las que han caracterizado a nuestro país, en casi cuarenta años. En el acto no estaban los medios, ningún periodista de la radio o la televisión, solamente parientes y amigos emocionados”. De una carta publicada el 9 de diciembre de 2003.
“Las resoluciones dictadas en los casos Smith y provincia de San Luis dieron tranquilidad y esperanza a los ciudadanos despojados de sus ahorros. Todo parecía cuestión de esperar un poco más para que esos precedentes hicieran jurisprudencia y fueran seguidos por los demás tribunales inferiores del país. Esto era así hasta que una ostensible coalición del Poder Ejecutivo con el Legislativo, impropia e indigna de una república, apoyada por un sector del periodismo y del populismo imperante, desdeñoso de los ahorristas y con empatía piquetera, avasalló al órgano supremo del Poder Judicial para que no declarara la inconstitucionalidad de la pesificación de los depósitos, primero con amenazas asentadas en otros pretextos y luego con un juicio político denigrante a los ojos de cualquier hombre de derecho”. De una carta publicada el 9 de diciembre de 2003.
“Piquete con champagne. El 15/12 se celebró una fiesta en el local Opera Bay, de Puerto Madero. Para sorpresa de muchos de los que a diario transitamos el lugar, el operativo de seguridad del ágape incluyó el cierre de varias calles, cortando incluso la circulación sobre el puente de la calle Cecilia Grierson. Desde las tres de la tarde, efectivos de seguridad y Prefectura Naval impidieron el tránsito sobre la vía pública a quienes no poseyeran invitación. Dos semanas antes, una fiesta de una conocida revista provocó los mismos inconvenientes. ¿Existe alguna explicación a esta flagrante apropiación del espacio público por parte de una empresa privada? ¿Es justo que se corten calles y un puente y se pida invitación a los transeúntes? Me hubiera gustado consultar a los concurrentes a la farra su opinión sobre los piqueteros y la legitimidad de su reclamo. Al margen de su opinión, no me importa demorarme si quien protesta reclama pan y trabajo. Me resulta sumamente enojoso, en cambio, hacerlo por una fiesta”. De una carta publicada el 18 de diciembre de 2003.