Las ciudades en el mundo global son el espacio de la sobrecentralidad. Esta caracterización las señala como el espacio de las decisiones productivas, económicas y sociales. Sin embargo, estas ciudades no son un espacio acotado según límites administrativos. Cuando hablamos de ciudad nos referimos, generalmente, a un continuo urbano que engloba diferentes términos municipales. Estas llamadas áreas metropolitanas son espacios de límites confusos, donde faltan los acuerdos, gobiernos y medios legales adecuados a esa escala.
En este sentido la ciudad sigue siendo el lugar del deseo, el lugar donde vivir mejor parecería posible ya que esta sobrecentralidad ofrece oportunidades. Sin embargo, asistimos atónitos a unas ciudades que no pueden alcanzar sus desafíos. A las ciudades se les exige, se les pide cada día más y sin embargo cada día su poder de decisión parece mermar -o el interés en tomar decisiones para el bien de todos es más escaso-. El espacio de sobrecentralidad ha enfatizado la característica de las ciudades de ser un espacio de pugna económica. La ciudad es, hoy, el producto financiero más deseable. Una economía mundial en crisis encuentra en la especulación urbana sus fuentes de reproducción… ¿infinitas?
Un modelo económico que se autoengulle no repara en los efectos nocivos que produce: la sociedad mundial es más pobre y se halla más irreconciliablemente escindida entre ricos y pobres que hace 20 años. La lógica mundial de un 80% de pobres, y un 20 % de ricos que consumen más del 80% de los bienes del planeta, se refleja en las ciudades. Las desigualdades a nivel mundial se reflejan sobre todo en las capacidades para suplir las necesidades básicas de las diferentes sociedades, como son el acceso al agua y a los alimentos “sigue habiendo hambrunas alimentarias más o menos prolongadas, cuyos efectos se agravan por las desigualdades en los sistemas sanitarios. (…) En 2001, según la FAO, las personas subalimentadas eran más de 800 millones (una cuarta parte de la población africana, otro cuarto de la asiática y una séptima parte de la población latinoamericana)” (Datos del Atlas de Le Monde Diplomatique, edición española, abril 2003).
Pero no importa, para ello está la televisión y la publicidad que pintan el mundo del color del poder. Cada día tendríamos que recordar y aplicar a nuestra realidad el cuento del emperador desnudo, siendo capaces como las niñas del cuento de desvelar lo obvio, lo evidente y sin embargo no visto ante el mundo que nos venden.
Aceptar como irremediable este abismo, al tiempo que la naturaleza es también menospreciada y esquilmada, no puede llevar a ningún lado. ¿Pero cómo convencer de las bondades del consumo consciente, de una sociedad respetuosa con el medio y con los otros, si lo que sobran son ejemplos de personajes “exitosos” en el sentido contrario? Como escribiera Enrique Santos Discépolo en su famoso tango Cambalache:
… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor;
ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador…
¡Todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao.
No me he olvidado de la ciudad, sólo que creo necesario una reflexión a nivel general que permita encuadrar su devenir. ¿Cuáles serían, por tanto, los retos a los que debe enfrentarse la sociedad urbana, que es casi el 80% del planeta?
Nos encontramos, obviamente, en una nueva etapa económica-productiva-política, si pensamos en los avances tecnológicos de los que parte de la sociedad disfruta. Sin embargo los problemas irresueltos de desigualdades, como se ha explicado, están cada vez más presentes y ante el exceso de bienestar del que disfrutamos se hacen más intolerables.
Aparentemente para las ciudades las tecnologías de la comunicación representan el futuro, su máximo desafío y aspiración: trenes de alta velocidad, redes de fibra óptica, aeropuertos nuevos o crecimiento de los existentes, aumento de los espacio portuarios… aunque si nos fijamos bien estos desafíos son parciales, muy parciales. Favorecen fundamentalmente un intercambio de productos de consumo cada vez más cuantiosos y superfluos que son producidos de manera ignominiosa en zonas lejanas e invisibles.
¿Cuáles son los efectos reales de todas estas infraestructuras en el espacio urbano y en la sociedad local? ¿Son realmente beneficiosos para la sociedad local en su conjunto? No tengo la respuesta certera, pero lo dudo.
El espacio urbano crece, sin límites. Los gráficos de accesibilidad demuestran como los trenes de alta velocidad acercan zonas alejadas pero, lo más importante, expanden el límite de los magmas urbanos -las ciudades sin límite con las que comenzaba el texto-. Por lo tanto, al cruzar este dato de accesibilidad con la especulación urbana nos encontramos con la inmediata recalificación de suelos para uso urbano y, por lo tanto, con fuertes incrementos del valor de cambio de los mismos, favoreciendo la especulación.
Los gigantescos espacios de intercambio o ingreso de mercancías en que se han convertido los puertos y aeropuertos, bajo el ala de un mercado globalizado de producción desterritorializada, presionan sobre la sostenibilidad del modelo actual. Excesos productivos, injusticias laborales y sociales, inaccesibilidad a los productos así producidos para la mayoría del planeta (en tanto que otros están superados en su capacidad de absorción de bienes materiales),…
¿Cuáles son las respuestas que las ciudades podrían dar a estas presiones? Pensar desde lo local, replantear los sistemas de producción desterritorializada llevando tal vez parte de los subsidios encubiertos a las empresas globales –como son las grandes infraestructuras- al apoyo o subsidio de las iniciativas productivas localizadas en su territorio. No olvidemos que la disparidad mundial se refleja cada vez con más fuerza en el espacio local. Cataluña tiene un 12% de su población local en la pobreza (sin contar a los inmigrantes).
A las ciudades les falta capacidad de decisión, mermada cada día por las pinzas políticas y económicas del gobierno central. Y sin embargo, es a la ciudad a quien los ciudadanos reclaman la atención directa. Es el espacio de la proximidad.
Podríamos invertir los desafíos, si las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) representan una nueva capacidad habrá que invertirlas en el bien de la ciudad en su conjunto, partiendo de la accesibilidad universal y por lo tanto la educación universal (sin ella no hay mecanismo técnico de progreso). Aplicar las TIC a una distribución equitativa para la sociedad, y respetuosa con lo natural en el territorio. Las redes de ciudades podrían ser una realidad de gran potencia, y sin embargo estamos hartos de ver que las ciudades se disputan el “mayor” lugar. La disputa está en el tamaño y la novedad de los elementos urbanos, no en su papel articulador o integrador (el centro de convenciones “más grande”, el espacio “más nuevo”).
Son cada vez más necesarios los pactos sociales, implicar a la sociedad en un camino sostenible, de respeto. Tarea nada fácil en un mundo en el que triunfa lo soez y la sandez. ¡Basta con pensar en quien gobierna y de que manera a la superpotencia hegemónica!
El efecto beneficioso de la justicia redistributiva aplicada al proyecto de cada ciudad es más que evidente. Los ciudadanos habitan su entorno inmediato. La capacidad de regeneración social y cultural que pueden promover las ciudades es innegable. Sólo hace falta voluntad política, y aplicar los medios tecnológicos en una distribución más equitativa de los bienes y oportunidades en el territorio de la proximidad. Desde una conciencia del prójimo en la proximidad de nuestras ciudades nos preparará para un mundo urbano del siglo XXI que no sea una vuelta al estado medieval con alta tecnología.
ZM
La autora es Doctora Arquitecta y profesora de urbanismo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB).
La letra y música del tango Cambalache fue compuesta por Enrique Santos Discépolo en 1934. Fue estrenado por la cantante Sofia Bozán en 1935. Esta es su letra completa:
Que el mundo fue y será una porquería ya lo se,
en el quinientos seis, y en el dos mil también.
que siempre ha habido chorros,maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos, valores y dublés.
Pero que el siglo XX es un despliegue de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue;
vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo todos manoseaos.
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor;
ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador…
¡Todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición,
es lo mismo que si es cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.
¡Que falta de respeto, que atropello a la razón;
cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!
Mesclaos con Stravinsky va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martin.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches se ha mezclao la vida
y herida por un sable sin remaches,
ves llorar la Biblia junto a un calefón.
¡ Siglo veinte cambalache, problemático y febril,
el que no llora no mama y el que no afana es un gil!
¡Dale, nomás, dale que va. Que allá en el horno nos vamo’ a encontrar!
¡No pienses más, sentate a un lao, que a nadie importa si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura noche y dia como un buey
que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley.