“Civiltà è acquisto e perdita,
ma che tien più i conti?“
Driss Chraibi, La civiltà, madre mia, 1972
N.de la R.: Este texto fue presentado por el autor al Diálogo sobre Urbanismo y Poder, en el encuentro Ciudad y Ciudadanos del siglo XXI, en el reciente Fórum Universal de las Culturas de Barcelona. Debido a su extensión se publica en dos ediciones consecutivas de café de las ciudades.
Mapa síntesis del Plan Regulador de Roma.
Premisa
Creo que mi larga experiencia como director de la oficina para la redacción del nuevo plan urbanístico de Roma, durante las dos administraciones del Alcalde Rutelli (de 1994 a 2001), me ubica en una situación muy apropiada frente a las cuestiones que esta sesión del Fórum intenta tratar.
Soy docente universitario y por lo tanto se presume (aunque no sea, en verdad, ni obvio ni descontado) que soy alguien que piensa y conoce críticamente el cuadro de referencia teórico de la disciplina.; soy además un profesional en ejercicio y por lo tanto se presume (aunque no sea, en verdad, ni obvio ni descontado…) que soy alguien que conoce las prácticas del proyecto. Un docente – profesional que durante dos mandatos de un Alcalde resulta asignado a un rol técnico – político, interno a la administración, para conducir una experiencia que implica, en todos los campos, la relación directa (tanto teórica como operativa) entre disciplina urbanística y política.
Creo insertarme bien en aquella esfera “de los desafíos que una excelente práctica presenta a la teoría de la planificación, así como aquellos que una teoría reflexiva presenta a la política de la planificación” (Forester 1989).
Dirigir una oficina de planificación es mucho más que ser un director técnico: significa dirigir una máquina que debe producir un plan (posiblemente, de un nuevo tipo) y, al mismo tiempo, significa intentar enderezar todo aquello que en el ínterin acontece en la ciudad hasta el momento de la aprobación del nuevo plan, para evitar que, de lo contrario, su trabajo resulte del todo inútil. En esta tentativa el urbanista está constreñido entre las exigencias del Alcalde (que debe hacer) y las de la participación y construcción del consenso (de otro modo, las cosas no se hacen): en el medio están todas las exigencias de los distintos operadores (que, con tal de hacer, están dispuestos a cualquier cosa en la confrontación entre la política y la técnica) y de las diversas fuerzas políticas, de la mayoría y de la oposición, cada una de las cuales necesita su visibilidad (la formal y la sustancial).
En sustancia, es una situación en la que ocurre el paso del “ejercicio del pensar” a la “aplicación del pensar” y, por ende, a la verificación de aquel pensamiento y, ¿por que no?, a su enriquecimiento, a su evolución de la teoría a la práctica, de la práctica a la teoría. Y aquí ya hay un punto de reflexión que no es indiferente: cuidado con olvidar, en cualquier situación, uno de los dos polos. La relación entre ciudad y poder está enteramente dentro de esta relación dialéctica. Y en la reflexión abierta sobre la propia experiencia reside la oportunidad de comprender cuanto transvasamiento ha habido entre teoría y practica y cuanto valor agregado lleva la práctica a la teoría, y viceversa. He probado de hacer esto en un trabajo (Marcelloni, 2003) que busca comprender “el juego de poder interno y transversal al proceso de planificación” (Forester, 1989), dentro del cual he trabajado conscientemente en estos años.
Recuerdo un artículo de Eduardo Leira (en el catálogo de la muestra sobre planificación española en Venecia, 1989) titulado “Más que planes”, en el que se ponía en evidencia la asunción del plan como instrumento principal de la lucha política, a través del cual el urbanista pretende organizar el funcionamiento de la ciudad y, por ende, de la sociedad. Por otro lado, puesto que el urbanismo resulta a menudo coincidente con la disciplina que se opone a la especulación inmobiliaria y edilicia, el urbanista, o una parte de los urbanistas, asume a menudo el rol de paladín de los pobres. Dos posiciones que interpretan la relación entre disciplina y poder de modo extremista. En realidad, creo que se trata de la misma posición, que se articula en una de las dos modalidades según se esté en el gobierno de la ciudad o en la oposición.
El ejercicio del pensar y del hacer, en estos últimos años, me ha llevado a pensar que, desde hace mucho tiempo, la crisis de la planificación urbana es una crisis de poder, y que dentro de esta crisis se coloca el difícil hacer del urbanista. Que creo objetivamente más difícil que el del arquitecto, como intentaré demostrar más adelante.
Una crisis del poder en la cual, entre otras consecuencias, se reducen las modalidades con las cuales definir y construir el espacio urbano (expresión típica del poder) que estaba dado precedentemente. Cuando hablo de crisis de poder intento referirme tanto al poder político como al económico, como también a aquel de la representación social.
Quisiera referirme solo a algunas de las cuestiones entre las tantas que caracterizan la relación entre ciudad y poder (obviamente, a la luz de mi experiencia directa reciente). Haré en primer lugar algunas breves consideraciones sobre la fragmentación del poder, sea el del sector político o el de los operadores (parágrafo 1) y después daré algún ejemplos sobre los diversos poderes que condicionan los procesos de transformación urbana: el poder de la burocracia (parágrafo 2), el poder dela visibilidad de los microintereses políticos (parágrafo 3), el poder del Estado central (parágrafo 4), el poder de los microintereses corporativos (parágrafo 5). La ultima parte la dedicaré a algunas tentativas sobre el sector de la así llamada “planificación colaborativa” y al esfuerzo que el urbanista debe hacer en la actual fase, como única posibilidad concreta de incidir en la complejidad de los procesos de transformación de la ciudad (parágrafos 6, 7 e 8).
Estructura del Plan Regulador de Roma y estrategias metropolitanas.
1. La articulación de los poderes como expresión de la complejidad
1.1 El poder del sector público
Intentar gobernar una ciudad es muy parecido a gobernar la sociedad: la ciudad es un óptimo papel de tornasol.
Estoy convencido de que la crisis del urbanismo tradicional, aquel que se basaba en el plan regulador general y en los planes de actuación en cascada, es también representativa de la crisis de los poderes estatales fuertes. La búsqueda de soluciones mucho más articuladas (como por ejemplo, el doble nivel del plan: “estructural-metropolitano” de un lado, y “local”, es decir, descentralizado entre varios municipios, del otro) responde a la exigencia de liberar al poder central de “poderes que ya no son aplicables” (y que entonces resultan indeseados) y de descentralizarlos en nuevos niveles de poder. En esta suerte de “toma de distancia” y de selección de poderes a diversos niveles (es decir, de superación de las jerarquías) reside la esperanza de poder ejercer al menos los poderes así redefinidos (mejor, menos poderes pero más aplicables…) para restituir credibilidad a las instituciones. Esto parece además muy democrático y, al menos en parte, lo es realmente. Descentralizar significa acercar el poder de decisión al ciudadano. El proceso general de re-articulación de los poderes a los diversos poderes decisionales (descentralización, etc.) y, sobre todo, la realización contextual de una real autonomía decisional de los diversos niveles de gobierno (es decir, una verdadera superación de la jerarquía de los planes y de las competencias decisionales, y por ende de la organización piramidal de los planes y, sobre todo, de las decisiones) aparecen como procesos largos y complejos, de modo que, en la realidad, emergen más a menudo los aspectos negativos que derivan de las incertidumbres y/o resistencias a una modificación tan estructural de la organización del Estado, que aquellos positivos que derivarían de una actuación y experimentación más convencida e incisiva del nuevo modelo.
¿Pero la complejidad se gobierna solamente descentralizando y articulando los poderes? La fragmentación de las competencias a nivel central (fragmentación horizontal) y a nivel local (fragmentación vertical) trae el riesgo de hacer perder toda referencia unitaria. Puede darse que tal referencia unitaria, como muchos teóricos sostienen, ya no sea necesaria o posible. Sin embargo queda el hecho de que “lo general no es en absoluto la suma de las particularidades” (Morin). Se repropone entonces la cuestión de la cual se ha partido: la exigencia de una cierta unitariedad y de las formas con la cual esta puede ser garantizada. En general me parece que hasta ahora las modalidades tentadas para garantizar tal unitariedad o al menos tal coordinación (del fracaso de los gobiernos supracomunales a las mesas de concertación) han dado resultados muy modestos frente a la rapidez del cambio de la dimensión de la ciudad contemporánea, y que las transformaciones urbanas de los últimos 20 años son en general el fruto de operaciones puntuales, solo algunas veces insertas en una visión (ni siquiera en un “plan”) estratégica, con el resultado de que la recualificación urbana, pero sobre todo la revitalización urbana (esto es, sus dinámicas económicas) atañen solo a ciertas partes de la ciudad (casi siempre las más centrales o ya consolidadas), con perjuicio de las periferias, cada vez más marginadas.
1.2 El poder de los operadores y de los usuarios
Sin embargo, la complejidad produce también una articulación de los poderes ligados a los intereses particulares, cada vez más fragmentados y parcelados, corporativos. Como ya he dicho, puede darse que la globalización produzca poderes cada vez más mundializados, pero son también poderes cada vez más inmateriales, en el sentido de su visibilidad y, por ende, de la posibilidad de su asunción como contrapartes (y para ser combatido, el poder debe ser bien visible…).
En mi experiencia romana he visto pocos poderes fuertes, en el sentido tradicional del término. ¿El poder financiero? ¿Las grandes sociedades públicas y privadas? ¿Las multinacionales? Yo diría que generan problemas de normal administración, frente a la complejidad generada por el juego de los micropoderes políticos y sociales. Están, por ejemplo, las grandes companies que van en gira por el mundo a vender sus productos, pidiendo áreas sobre los cuales localizarlos: me recuerdan, sinceramente, a unos pobres vendedores de plaza, con sus mantas extendidas sobre el pavimento. Recuerdo por ejemplo algunas grandes organizaciones internacionales que llegaban para vender “acuarios”: Roma no tiene un acuario, como tienen todas las grandes metrópolis del mundo; basta con elegir entre distintos tipos de acuarios; los efectos económicos y de atractividad están garantizados; aquí están nuestros ejemplos ya realizados en Miami o en San Diego, etc., etc. Solo se necesita encontrar un área donde localizarlo, ya hemos visto algunas… etc.etc. ¡A Génova le ha sido posible realizar un acuario, a Roma no! ¿Por qué? Porque el grupo de los verdes en la mayoría del gobierno de la ciudad (un grupo muy pequeño) posee en su interior una componente “animalista” (un solo electo, uno) particularmente aguerrida; y la visibilidad política ha llevado a esta componente política de la mayoría a elegir también la visibilidad animalista (realización de un canil municipal y prohibición de cualquier acuario en la ciudad). Y entonces las grandes companies de los acuarios han sido rápidamente derrotadas por un solo consejero comunal. La lista podría continuar largamente.
2. El poder de la burocracia
Cuando hablamos de ausencia de calidad del espacio urbano en la ciudad contemporánea parece que hablamos de un fenómeno típico de nuestras ciudades, en contraposición a la cualidad de la ciudad moderna o de la ciudad antigua. Bastaría releer aquello que Camilo Sitte escribía en 1889 a propósito de la ciudad moderna en construcción y de la responsabilidad de los arquitectos y de los nuevos instrumentos urbanísticos sobre la fealdad de la ciudad: “La cuestión de los planes reguladores de la ciudad está entre las más discutidas y candentes de nuestro tiempo. Como en todos los problemas actuales, también aquí las opiniones se explican en dos campos opuestos. Mientras que en general se tributa un unánime y debido reconocimiento a todo lo que ha sido realizado en materia de circulación, de buena utilización de los terrenos edificables y, sobre todo, de mejoramiento higiénico, se manifiesta en cambio una casi tan unánime reprobación, hasta el escarnio y el desprecio, por los graves fracasos reportados por el urbanismo en materia de arte. Esta disparidad de juicio, por lo demás, refleja exactamente la realidad, porque en el campo técnico se ha hecho mucho, pero en el campo artístico no se ha hecho casi nada, y a los nuevos y grandiosos edificios monumentales se contraponen las más torpes sistematizaciones y loteos de los barrios circundantes“. O también la reflexión de Corboz sobre la ciudad antigua: “tenemos de la ciudad antigua una idea no del todo correspondiente a la real“. Por no citar las conocidas descripciones de Engels. Se puede entender rápidamente que hablamos de argumentos siempre presentes y recurrentes. Y sin embargo, entonces se tenía el poder para realizar la ciudad con una calidad difundida. Quizás también la ciudad moderna era bella solo en alguna de sus partes (pocas, y ciertamente las más representativas) y fea en otras (la mayor parte), exactamente como las ciudades actuales, si es que no más todavía. Entonces, el poder que a menudo invocamos, o que en nuestro corazón desearíamos, no ha servido de mucho.
Hojeando las revistas de arquitectura y de urbanismo, los proyectos de transformación urbana vienen siempre ilustrados desde el aspecto arquitectónico. No hay nunca una palabra de por que el proyecto nace, que cuestiones debe resolver, a que problemas debe dar soluciones, a que objetivos generales y puntuales tiende, que modelos operativos han sido puestos en marcha para su construcción, como ha sido construido el consenso; y todavía menos son ilustrados o analizados a posteriori sus resultados concretos respecto a las expectativas. Resulta ilustrado, en sustancia, solamente el proyecto arquitectónico de ciertos arquitectos.
Los alcaldes de las ciudades parecen los nuevos príncipes de nuestra época, e instauran con los arquitectos una relación directa para la realización de obras públicas singulares y relevantes, en general de naturaleza puntual (un museo, un teatro, un aeropuerto, una estación, etc). Su realización es considerada excepcional, según procedimientos especiales. Los resultados son, en general, desastrosos. Este tipo de arquitectura es en general antiurbana, en el sentido de que es autoreferencial y poco relacionada con el contexto en el cual se inserta. En un sentido más amplio, este tipo de proyectos ha afectado a las partes decadentes y degradadas de la ciudad moderna (es decir, de la ciudad todavía central) y por lo tanto se ha hecho portador de nuevos desequilibrios entre la ciudad moderna regenerada y la ciudad contemporánea, cada vez más relegada.
Quisiera dar algunos ejemplos de la reciente experiencia romana.
El proceso de inserción y realización de los nuevos proyectos urbanos en la realidad romana está siguiendo tiempos muy largos, porque remonta un histórico retraso de la cultura del proyecto y de la gestión de la transformación de la ciudad. Los esfuerzos hechos en el curso de los últimos diez años intentan recuperar este gran déficit, pero aquello que ha sido realizado, o que está en curso de realización, muestra algunos límites propios en lo relativo a su aporte a la calidad urbana, prescindiendo de la calidad arquitectónica de los proyectos singulares. Más bien, exactamente esto me parece el punto central sobre el cual reflexionar: la indiscutida calidad de los proyectos de arquitectura no lleva directamente y automáticamente a un incremento de la calidad urbana; calidad arquitectónica y calidad urbana no coinciden si no interviene un poder de dirección y coordinación. Este poder es tanto más necesario desde el momento en que en general (y sobre todo en los últimos 20 o 25 años) los arquitectos no asumen este problema, y suponen en cambio que la calidad urbana es intrínseca a la calidad arquitectónica.
Creo que todos conocen la nueva iglesia proyectada por Richard Meier en la periferia este de Roma. Publicada en todas las revistas internacionales, es ciertamente una gran obra de arquitectura cuya realización ha comportado, entre otras cosas, complejos problemas tecnológicos (resueltos magistralmente por un ingeniero romano). Quien haya tenido la posibilidad de ver la obra queda impactado por dos cosas: la belleza del objeto – iglesia y su total extrañeza al contexto en la cual está anclada. Se trata de una pequeña área de forma triangular, cerrada entre dos edificios residenciales de los años 70, un área residual destinada a servicios públicos del plan de loteo aprobado en su momento. En el confín del loteo, exactamente a lo largo de un lado del triángulo de suelo todavía libre, existe una gran área destinada a parque público y, como tal, expropiada y realizada por la administración comunal exactamente en el mismo período en el cual fue aprobada y realizada la iglesia. Dos áreas públicas, entonces; ambas destinadas a servicios públicos, una adyacente a la otra. La iglesia ocupa el único espacio libre entre las residencias, un espacio que se prestaba muy bien para ser un espacio libre y organizado: en palabras simples, “una plaza”. Sobre el lado del triangulo hacia el nuevo parque existía suficiente espacio para albergar la nueva iglesia. De tal modo la iglesia vendría a constituir un escenario doble: de un lado cerraba, calificándola, una verdadera plaza, como hacen históricamente todas las iglesias, y por otro lado, devenía el foco visual de todo el parque nuevo. Era suficiente el desplazamiento de unos pocos metros de la localización de la iglesia al interior de las dos áreas públicas, desgraciadamente gestionadas por dos oficinas comunales distintas. El resultado urbano es patético, y por desgracia irreversible, con la bellísima iglesia que obtura un espacio y que está rodeada por una pequeña pared, que la separa todavía más (¿habéis visto alguna vez iglesias valladas en una plaza?). Lo más dramático es que de esto no se habla; este tipo de problemas está del todo ausente. No creo que el arquitecto Meier se haya planteado el problema, y este es también el límite de los grandes arquitectos, pero ciertamente (y esto es mucho más grave) no se lo ha planteado la administración comunal que tenía el poder de hacerlo.
Por una vez que una gran obra de arquitectura se localiza en la periferia, se utiliza así de mal: realmente, una ocasión perdida.
Podría continuar también con otros ejemplos que nos llevan en todos los casos a la misma cuestión: el poder oculto (pero dramáticamente presente) del aparato burocrático, que produce a menudo vestigios irreparables…
3. El poder de la micropolítica
Quedan los poderes difusos, cuyo gobierno es seguramente más complejo que aquel derivado de la tradicional relación Estado – Gran Empresa: las mesas se hacen cada vez más concurridas, tanto como los intereses a conciliar. También sobre el sector de los usuarios de la ciudad: comités de barrio aguerridos y comités de residentes o de comerciantes igualmente (y cada vez más) aguerridos, frente a los proyectos de transformación urbana.
Sobre este tema, la mitología de la participación y de la información como elementos básicos de la democracia merecería alguna profundización valerosa. En este parágrafo hablaré de la experiencia del proyecto de transformación del área de Tor Marancia en Roma, que considero muy significativa. En general, creo que se confunde demasiado la participación con la presencia de comités de barrio organizados por componentes políticos minoritarios, que reencuentran así a nivel micro algún rol de supervivencia y de trampolín para futuras operaciones electorales: estructuras, por lo tanto, legítimas, pero profundamente antidemocráticas si se utilizan como expresivas de las colectividades locales. Así, la correcta e indispensable necesidad de la “información” viene muy a menudo sustituida por un empleo difuso de la “comunicación” que (como agudamente subraya J.Fitoussi), es cosa muy distinta y ambigua, más bien oscurecedora de la información, generando fenómenos de información deformada e instrumentada para ciertos fines.
El caso de la utilización de la reserva de Tor Marancia en Roma merece una atenta reflexión, en especial sobre el estado de las relaciones entre nuestra disciplina y la política. Intento decir que una disciplina debe, legítimamente, ponerse el objetivo de verificar si las propias elaboraciones, esto es, el propio pensamiento y los propios instrumentos de intervención, tienen la capacidad de generar hegemonía cultural. De verificar, en definitiva, en los procesos concretos de la transformación de la ciudad, cuales son el grado de credibilidad y de fiabilidad de las mismas y el grado de difusión y de enraizamiento en la sociedad y en la cultura del gobierno de las ciudades.
Creo que el caso de Tor Marancia ejemplifica la derrota del reformismo; aquello que asume la complejidad de la realidad, difícil de construir y realizar, aquello sobre lo cual más comprometido es el esfuerzo de la política y de la cultura para la construcción del consenso; y creo que representa la victoria de la irracionalidad y del ideologismo sobre la racionalidad y sobre la política. Explica además muy bien la estructura y las relaciones entre los distintos poderes que operan en la ciudad.
La dinámica de este caso urbanístico es simple. Una vasta reserva de casi 300 hectáreas es edificable sobre la base del viejo plan regulador vigente. Se trata, por otra parte, de una posibilidad edificatoria muy elevada. La reserva es adyacente a un parque muy famoso: el parque de la Appia Antica, del que constituye una especie de potencial extensión. En la discusión sobre el nuevo plan, en efecto, el desacuerdo es fuerte incluso al interior de la mayoría del gobierno: cancelación, o casi, de la edificabilidad, y transformación en parque. La Región del Lazio ha aprobado autónomamente una ley para la ampliación del parque de la Appia Antica englobando la reserva de Tor Marancia y, por ende, ratificando de hecho la no edificabilidad. La mayoría política de la región es de centroderecha y el impulsor de esta ley ha sido la Alianza Nacional (el partido fascista), que ha pensado transformarse para la ocasión en más ambientalista que los verdes de la administración comunal. A nivel regional, la ley de ampliación del parque ha sido votada también por los verdes regionales y por Refundación comunista. El Ayuntamiento, después de haber seguido por un año, aunque con fuertes conflictos internos, la línea del mantenimiento de la trasformación urbanística (si bien fuertemente redimensionada), ha debido aceptar la nueva prospectiva con una deliberación del Consejo, indicando en el procedimiento una “compensación de los derechos edificatorios”, desplazando por lo tanto hacia otro lugar la solución del problema.
Tor Marancia es ciertamente un caso paradigmático. Creo que se puede afirmar que se trata de un proyecto urbanístico y arquitectónico con fuertes y estudiadas sinergias más generales: aunque prevalentemente residenciales, también prevé otras intervenciones importantes de naturaleza no residencial; afronta el tema de la contextualización del proyecto, sea por la relevancia del entorno (valor histórico y paisajístico del sitio y de sus adyacencias), sea por participar en manera decisiva de la solución de los problemas generales del sector urbano en el que se inserta (carencia de servicios y standards y, en particular, la “dramaticidad” del sistema de la movilidad). El interés público está representado por el objetivo de la realización del gran parque público y de parte de las obras infraestructurales por parte de los privados. La administración colabora con una línea de transporte guiado (un tranvía) que conecta la zona con la estación Ostiense. Un proyecto, entonces, de grandes valencias para las perspectivas de todo el sector urbano. ¿Cual era la perspectiva que la administración comunal había intentado construir por años? La búsqueda, a través de un acuerdo con la Región, la Superintendencia y los propietarios operadores, de un equilibrio entre los diversos intereses y valores en juego. Por un lado, los operadores que habían invertido ingentes sumas en una previsión de plan (una previsión legitimada desde hacía tiempo y, por lo demás, confirmada por algunas decisiones de esta misma administración) y por otro lado un área sin duda de gran valor histórico ambiental ubicada en un sector urbano que, aunque adyacente al parque de la Appia Antica, tiene necesidades de servicios locales (por empezar de verde público), y de reorganización funcional. De allí una hipótesis proyectual que se fijaba los siguientes objetivos:
a) un fuerte redimensionamiento de la carga habitacional (10/12.000 nuevos habitantes contra los originarios 40.000);
b) la realización de un gran parque urbano (200 de las 300 hectáreas) sobre las áreas más delicadas de la reserva, adyacentes al parque de la Appia Antica y, por lo tanto, constituyendo en los hechos (aunque no lo fuera jurídicamente) una extensión del mismo; realizado por privados y cedido a la administración. Con esto una parte de la periferia se dotaba de un parque de la dimensión de los históricos de Villa Borghese y de Villa Ada. La dotación de verde público de todo el sector urbano quedaba resuelta; una parte del parque, la de mayor valencia arqueológica, podía ser más específicamente valorizada por la nueva superintendencia arqueológica;
c) la realización de un nuevo sistema de vialidad, en parte a cargo de los operadores, que reorganizaba algunas de las calles existentes y creaba otras nuevas, integrando el sistema local a aquel general en construcción. El resultado debía ser el aligeramiento general del tráfico y, en principio, la solución del tráfico local;
d) la dotación de otros servicios urbanos y locales para todo el sector;
e) la realización de un proyecto de arquitectura digno de ese nombre, firmado por Vittorio Gregotti, particularmente atento a la morfología de la reserva y basado en la edificación de solamente el área de borde.
En pocas palabras, tomar la ocasión de una previsión de plan para redimensionarlo en el mayor grado posible y, a través del uso de recursos públicos y privados conectados a la transformación urbana, garantizar un salto de calidad en la reorganización de todo el sector. No creo que nunca un proyecto urbano haya sido puesto bajo más atentas verificaciones de todo tipo: sondeos y excavaciones arqueológicas; evaluaciones de impacto ambiental muy cuidadosas y, por lo demás, calificadas positivamente por las oficinas regionales competentes, evaluaciones de transporte que en todos los casos confirmaban que el nuevo sistema de la movilidad garantizaba, aun en presencia del aumento de 10/12.000 residentes, la consecución de standards de movilidad que eliminaban el caos cotidiano. En suma, un proyecto pensado y construido para su correcta inserción en un contexto urbano objetivamente difícil y, al mismo tiempo y por eso mismo, fascinante. El objetivo era la calidad de una transformación urbana entendida no solo como calidad del proyecto de arquitectura sino como calidad del proyecto urbano en su totalidad y en sus resultados finales, aquellos que la población finalmente verifica sobre las propias condiciones de vida.
¿Cuales serán las consecuencias de la solución aprobada?
- El parque público no se realizará nunca. Cuando incluso el área debería quedar en posesión del Ente de parques (la estructura autónoma que gestiona los parques protegidos de valor histórico – ambiental y de interés regional), entrará a formar parte del parque arqueológico y será vallada.
- El sistema de la movilidad permanecerá como el actual (ni las finanzas del Ayuntamiento están en condiciones de sustituir al partenariado hipotetizado): por muchos años los ciudadanos del sector permanecerán cotidianamente embotellados en el caos del tráfico local. Habiéndose reducido el proyecto de Tor Marancia, tengo incluso serias dudas de que el hipotetizado tranvía sea realizado.
- El sector continuará permaneciendo enteramente por debajo de los standards respecto a los servicios de nivel local (verde, etc.).
- La administración comunal se compromete (y dejará el compromiso en herencia a las futuras administraciones) a encontrar otras áreas en varios puntos de la ciudad para relocalizar casi 2 millones de metros cúbicos con una operación de compensación, abriendo un contencioso con todos los nuevos municipios que tienden a disminuir, y no a aumentar , sus propias cargas urbanísticas. Como alternativa, habiendo aceptado la no cancelación tout court de la intervención, los sostenedores de la posición rígida deberán aceptar la reconversión edificatoria de las áreas agrícolas y, por lo tanto, de nuevos consumos de suelo.
La experiencia merece algunas reflexiones.
La primera lleva a entender que, evidentemente, la complejidad y la articulación del proyecto urbano propuesto no han sido asumidas y comunicadas: su calidad, sus objetivos concretos, no han sido publicitados, expuestos, discutidos, confrontados ni llevados adelante con la debida convicción. Cuanto de esta no convicción dependa de la no asunción político – cultural de la línea propuesta, y cuanto derive en cambio de preocupaciones de naturaleza esencialmente política, ligadas a contradicciones internas de la mayoría es precisamente el tema que sería interesante indagar. Mientras que no hay duda sobre la presencia de posiciones diversas en la mayoría, no parece igualmente clara de parte de la “mayoría de la mayoría” la conciencia de la magnitud del retroceso político-cultural. La gestión del caso ha sido enteramente dejada, por una parte, en manos de los comités locales que se oponían, junto a las representaciones políticas locales, a toda intervención de transformación, y por otro lado, a la oposición que ha hecho de Tor Marancia una suerte de bandera, “corriendo” por izquierda a los partidos de los verdes y de la refundación comunista. En otros términos los equilibrios locales han prevalecido sobre las perspectivas para el sector urbano en su totalidad.
La segunda reflexión se refiere a la participación efectivamente solicitada. La participación debe ser real: los ciudadanos deben conocer realmente los datos del problema. También la instrumentación técnica para la comunicación ha sido escasa: dibujos, maquetas, simulaciones, videos, muestras permanentes, discusiones, han estado del todo ausentes. La conquista del consenso cuesta, y es preciso que los proyectos urbanos sean bien presentados y comunicados. Los debates en el sitio, y no han sido pocos, solo han sido los solicitados por los adversarios del proyecto; es decir, no han sido debates de confrontación de ideas sino explícitamente dirigidos contra el proyecto. Por parte de la comuna, se han limitado a la documentación técnica adjunta a la deliberación. En otros términos, se ha “dejado la pelota” a los adversarios del proyecto, sin asumir la iniciativa (aun teniendo cartas fuertes para jugar). Ninguno ha realizado un análisis de las cuestiones reales. Los temas han sido solamente los “números” y la defensa del ambiente.
MM
Esta nota continua en el próximo número de café de las ciudades, con los siguientes temas: El poder del Estado central, El poder de los microintereses corporativos, El mito del partenariado y la planificación colaborativa, Algunos casos en curso, Algunas reflexiones para discutir.
También en el próximo número de café de las ciudades publicaremos una nota sobre el Plan Regulador de Roma.
El autor es Arquitecto, Profesor en la Universidad de La Sapienza (Roma) y ha sido Director del Plan Regulador de Roma.
Sobre Roma, ver también las notas Roma y lo efímero, de Carmelo Ricot, y Roma, complicidades y vino, de Rolo Chiodini, en los números 3 y 8, respectivamente, de café de las ciudades.
Sobre planificación participativa y proyectos urbanos, ver también la nota Les Halles, el difícil equilibrio del proyecto urbano, en este número de café de las ciudades.