Cada tanto renace en Buenos Aires la discusión sobre el comercio de grandes superficies hegemonizado por grandes cadenas, y su impacto sobre el pequeño y mediano comercio barrial. O en términos urbanos, la competencia entre los nuevos objetos urbanos, cerrados y vinculados a las grandes autopistas, y los centros comerciales tradicionales a cielo abierto. Hace poco se reabrió, por ejemplo, el debate sobre la restricción de horarios y apertura de hipermercados y comercio de grandes superficies. La metrópolis tiene una legislación muy permisiva en ese aspecto, muy inspirada en la tradición norteamericana y diversa de las políticas severas que caracterizan a Europa.
En octubre, un editorial del diario La Nación sobre “La ciudad y los hipermercados” alertaba contra las restricciones propuestas, “que entrarían en inexorable colisión con expresas garantías constitucionales. Resultaría poco razonable imponerle trabas o limitaciones a la actividad de los hipermercados enarbolando anacrónicos criterios proteccionistas. En nombre de la estabilidad social, no se debe coartar la posibilidad de que el público pueda elegir, tal como también es su derecho, dónde y cómo efectuar sus compras“. Pero simultáneamente, una nota del diario mexicano La Jornada informaba que “las tiendas Wal-Mart han sido exitosas en todo Estados Unidos por sus bajos precios al consumidor, pero también han enfrentado la resistencia de varias comunidades debido a que su presencia lleva a la bancarrota a los negocios pequeños y medianos y deprime el nivel de los salarios de los trabajadores en las zonas donde opera. Por ejemplo, la ciudad de Oakland, California, votó este miércoles prohibir que Wal-Mart establezca una tienda ahí“.
Defensa de las grandes superficies, por un lado, como ejercicio de la libertad de comercio y respeto por las preferencias del consumidor. Pero por el otro lado, la novedad de que en la propia tierra de nacimiento de las grandes superficies, se encuentran movimientos de oposición a su desarrollo.
Este comercio de grandes superficies en Buenos Aires, en forma de supermercados, hipermercados, shopping malls y, más recientemente, grandes centros de entretenimiento, y la conjunción de todos estos usos en megacomplejos, está generalmente vinculado a las grandes infraestructuras viales metropolitanas, salvo en aquellos casos localizados exactamente en el centro de la conurbación (como las Galerías Pacífico, el Patio Bullrich y el Abasto, que en todos los casos son renovaciones de equipamientos comerciales existentes, aunque por supuesto de muy distinto carácter). Constituyen en muchos casos alternativas de centralidad urbana, en detrimento de los centros tradicionales de la ciudad, afectados por la perdida de sus valores ambientales, la inseguridad, la obsolescencia de sus servicios, sus problemas de gestión, y la mayor oferta de las grandes superficies en cuanto a horarios, estacionamiento, climatización, etc.
Un ejemplo paradigmático, que mencionaremos en varias oportunidades durante esta nota, es Unicenter – Jumbo en Martínez, San Isidro, en el rico corredor metropolitano norte. Fue construido en 1987, y reformado y ampliado en 1998, con una superficie de más de 200.000 m2. Contiene un gigantesco hipermercado, locales comerciales, tiendas, locales gastronómicos, cines, entretenimientos, programas de actividades, etc. Es el principal atractor de tránsito del municipio de San Isidro, centro de reunión de niños y adolescentes, y ha reemplazado a la bonita Plaza de San Isidro como principal escenario de fotos de bodas en la zona. Tiene más metros lineales de frente comercial que la calle Florida, y más cines que los que aun quedan en la calle Lavalle. Hay tours de compras organizados desde ciudades del interior del país, cuyo destino principal es la visita al Unicenter, e inclusive está incluido en algunos tours para turistas internacionales.
Concentración
¿Cuál es el impacto de estos centros comerciales de grandes superficies sobre el resto del comercio? El economista Alberto Sabaté (en un escrito para el postgrado de desarrollo local del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento) aporta los siguientes datos:
- Al año 2001 se realizaban en los super e hipermercados el 70 % de las operaciones de compra – venta de alimentos y bebidas minoristas.
- Es en último quinquenio de los años ´90 que se intensifica la aparición de las cadenas de supermercados, trayendo transformaciones sustanciales en este sector de la economía.
- La reducción de personas ocupadas en el sector entre 1985 y 1994, en la Ciudad de Buenos Aires fue de un 50% y en el conurbano de un 30%.
- En el país existen 80 firmas, entre las que se distinguen por su monto de operación 13 cadenas grandes con ventas superiores a $240 millones por año con casi el 60% de las bocas de expendio y 67 cadenas medianas, con un total en conjunto de 956 bocas de expendio. Ocupaban en el 2001 90 mil trabajadores de los cuales el 80 % pertenecían a las cadenas grandes. Cuentan con una muy alta participación de capital extranjero.
- Se sostiene que la RMBA, entre 1990 y 1998, recibió una inversión de 2.500 millones de dólares, dirigida a la instalación de hipermercados con una participación exterior no inferior al 75 % .
- De 178 bocas de expendio situadas en la Ciudad de Buenos Aires, un centenar pertenecen a cadenas grandes; de 205 bocas de expendio localizadas en el Conurbano, 138 pertenecen a éstas cadenas. Respecto del personal ocupado, el 83% pertenecen a las cadenas grandes.
A este panorama de concentración empresarial, habría que agregar a la vez los recientes procesos de concentración dentro del grupo de las grandes cadenas. El grupo Carrefour, por ejemplo, controla ahora los hipermercados Carrefour, los supermercados Norte y las tiendas de descuento Día%.
Según una nota del diario La Nación del pasado 23 de febrero, luego de la drástica caída de ventas tras la crisis del 2001, los empresarios del rubro sostienen que su negocio mejoró en forma notable desde mediados de 2003, aunque todavía se está muy lejos de los niveles previos a la crisis, y en especial de los de 1998 (el mejor año para el sector). “En casi todos los sectores se está viendo una reactivación de las ventas con crecimientos de hasta el 60 por ciento en pesos en algunos rubros, como bazar o juguetes“, dice el presidente de una importante cadena del interior del país. La misma nota sostiene tras dos años sin inversiones significativas, las grandes cadenas y tiendas de descuento proyectan abrir este año unas 60 sucursales. “El segmento del mercado que se perfila como más prometedor en novedades es el de las tiendas de descuento” dice más adelante: Leader Price inauguró su local número 17 en el barrio de Almagro y quiere llegar a fin de año con 20 sucursales, Eki planea crecer mediante el sistema de franquicias, con veinte aperturas en 2004.
La lógica (anti)urbana del shopping
Pero el debate sobre las formas de comercialización y sus resultantes territoriales en el área metropolitana de Buenos Aires requiere mayores precisiones que las que habitualmente se realizan al analizar el tema.
La aparición de los supermercados y las grandes cadenas minoristas es anterior en al menos dos décadas a las de los shoppings, y no siempre implican una alteración de la lógica urbana tradicional sino una modificación de los hábitos de consumo, que en todo caso tiene un efecto sobre la ciudad en cuanto afecta a locales pequeños, de economía familiar, asentados en sus alrededores. De todos modos, el proceso de cambio en estas modalidades de consumo, del almacén al supermercado, parece estar ya resuelto. La incorporación de la mujer al mundo del trabajo (que terminó con la costumbre de la salida diaria para las compras del hogar), la difusión de la tarjeta de crédito como alternativa a la mítica “libreta” donde el almacenero anotaba los gastos diarios de sus clientas hasta que el marido cobrara su sueldo, o la necesidad de concentrar compras en un solo lugar por motivos de tiempo, explican esta tendencia casi tanto como las ventajas de precios y horarios de los grandes supermercados. Los antiguos almacenes barriales ya casi no existen, salvo aquellos que se reciclaron en pequeños supermercados o se convirtieron en pequeñas despensas que compiten, por su proximidad al vecino, para la realización de compras de oportunidad. La modalidad conocida como hipermercado plantea una diferencia de tamaño y escala, pero no de fondo, con respecto a esta incidencia urbana de la modalidad supermercadista.
Los shopping malls o, como se les llama en Argentina, shopping centers o simplemente shoppings, plantearon en cambio una alteración estructural de la lógica de construcción y consumo de la ciudad, y junto con los barrios cerrados son quizás la marca más clara de la nueva forma de urbanización que apareció en los 80 y se consolidó ideológica y físicamente en los ´90. Hablamos por supuesto de la urbanización fragmentada, de enclaves monofuncionales unidos por autopistas, en la que el patchwork de ghettos ricos y ghettos pobres reemplaza al tejido urbano tradicional. La lógica urbana o, en la mayoría de los casos, anti-urbana de los shoppings, es distinta en términos cualitativos a la de la ciudad tradicional, y no actúa contra ella solo por competir contra los centros tradicionales, sino por plantear modos de consumo de bienes, servicios, e inclusive recreación y el ocio, conceptualmente opuestos a los de aquellos. La conjugación de comercio diario de supermercados y comercio ocasional de los malls, áreas lúdicas de recreación, ocio y gastronomía, exacerba esta lógica en términos cuantitativos, pero no la altera.
El comercio tradicional sigue una lógica de jerarquías y centralidades crecientes desde el pequeño local vecinal hasta las grandes calles comerciales y tiendas elegantes del centro de la ciudad, pasando por los centros barriales vinculados a las áreas de transferencia de transporte. Los grandes shoppings, en cambio, no pertenecen a sus barrios sino a la metrópolis entera, o en todo caso a sectores que abarcan millones de consumidores potenciales en el centro de un polígono de isocronas de viajes en automóvil (ver la imagen de la presentación de este número). El consumidor tipo no acude a la salida de su trabajo ni en un desvío de sus viajes cotidianos: lo hace como un programa específico, generalmente en familia o con amigos, y como parte de un tiempo de “ocio” que tiende a confundir la realización de sus compras cotidianas u ocasionales con la recreación, el “descanso” y el consumo cultural.
La recuperación (más que la mera “defensa”) de los centros comerciales tradicionales a cielo abierto debe realizarse entonces desde una posición que comprenda la lógica de urbanización implícita en los shoppings, y planteé alternativas no solo desde el prohibicionismo o el reglamentarismo, difíciles de sostener como únicos instrumentos en una sociedad que acepte la economía de mercado (todo lo regulada que se quiera) como parte de su desarrollo.
Esos cambios
El comercio de grandes superficies ha afectado la vida en la metrópolis de múltiples formas. Dentro de lo específico urbano, los shoppings han introducido algunas cuestiones de difícil aceptación para un pensamiento crítico y democrático. Son, como hemos visto, espacios de fragmentación urbana, y también social. Representan la privatización del espacio público, y generan y estimulan la banalización estética. Todo esto es cierto, pero también lo es que muchos centros comerciales tradicionales participan de los mismos caracteres, o tienen sus propios “vicios”, como veremos.
Los centros tradicionales a cielo abierto están insertos en tramas urbanas basadas en el ferrocarril, el subterráneo, el transporte público y la cercanía peatonal, cuando no en la complementación con otros servicios administrativos, de salud, educativos, etc. Los centros de grandes superficies, en cambio, están basados en su mayoría en la lógica del automóvil privado y la autopista.
Al estudiar su impacto sobre la ciudad debería considerarse entonces su incidencia en la producción de viajes. El consumidor no visita estos centros como parte de sus viajes cotidianos de trabajo, trámites, educación, etc., sino de manera específica, y por la cantidad de compras que realiza y la distancia a su hogar, tiende a hacerlo en automóvil. Y en cuanto al aprovisionamiento de estos nuevos objetos metropolitanos, toda su logística está basada en las ideas toyotistas del just in time, con una separación estricta entre espacios de ventas y espacios de depósito de mercadería (que tienden a minimizarse y remplazarse por la movilidad).
Otra consecuencia de estas modalidades de comercio es el sobredimensionamiento del packaging para todo tipo de productos. Mientras que el antiguo carnicero o verdulero envolvía sus productos en papel de diario que le vendían sus propias clientas (algo que hoy nos parecería antihigiénico, aunque nuestra memoria de los sabores de aquellas comidas no incluya el de la tinta reciclada…), los supermercados introdujeron los envases de plástico o poliestireno expandido, la proliferación de bolsas de polietileno, etc., aun para envolver un modesto corte de osobuco o un ramito de perejil. De esta manera, contribuyen a aumentar innecesariamente la producción de residuos domiciliarios y, lo que es más grave, a generar una cultura del consumidor proclive a aceptar este sobredimensionamiento innecesario de envoltorios y paquetes.
En lo económico, el impacto ha alcanzado al comercio tradicional de los centros urbanos, pero también a los modos de empleo y de producción. En las grandes concentraciones comerciales de las que el Unicenter es ejemplo, los propietarios del desarrollo tienen dos tipos de renta:
- La renta comercial de los supermercados que administran.
- La renta urbana inmobiliaria, derivada del alquiler de los locales y la administración general del emprendimiento.
En el segundo caso, la tendencia general es a la localización de grandes franquicias y marcas de ropa, gastronomía u otras. De esta forma se estimulan la tendencias de concentración económica y los nuevos emprendimientos comerciales quedan limitados a los centros comerciales a cielo abierto (una razón más para alentar su revitalización: promover la aparición de nuevos actores del comercio).
Las prácticas monopsónicas (desviación del mercado producido por la hegemonía de un comprador, y no de un vendedor como en el caso del monopolio) afectan a las empresas productoras. Hasta un gigante como la alimentaria Molinos se vio afectada por esta tendencia, reduciendo dramáticamente sus niveles de rentabilidad al punto de que su propietaria histórica, la multinacional de base argentina Bunge y Born, decidió venderla. Los pequeños productores deben aceptar condiciones de pago y, en general, de comercialización ampliamente desventajosas, que en algunos casos los llevan a la quiebra. Las grandes cadenas compiten incluso con los productores tradicionales empleando marcas propias en gran cantidad de los rubros que comercializan (marcas que, al uso de la época, son elaboradas por productores “fantasmas” o que, en determinados casos, deben dedicarse a producir estos bienes para lograr ingresar en las góndolas de los supermercados con sus marcas reales): Kontiki (Jumbo), Bell´s (Disco), First Line (Carreforr), etc. Y por supuesto, las condiciones de empleo son absolutamente opuestas a la sindicalización (ver al final de esta nota los comentarios de Jeremy Rifkin y Naomi Klein sobre esta cuestión). Con la eliminación del pequeño y mediano comercio barrial, los hijos de los antiguos almaceneros corren el riesgo de transformarse en empleados a bajo sueldo de los supermercados.
Según algunos especialistas, la respuesta posible del pequeño comercio local es responder a la diversificación y mejores precios de las grandes superficies con especialización y concentración en pocos ítems competitivos, donde la eventual desventaja de precios se supla con un mayor conocimiento y mejor atención en los rubros específicos, y en muchas ocasiones mayor diversidad y calidad en un sector específico de productos. Pero por otro lado, allí donde subsiste, el pequeño y mediano comercio local tiene otras ventajas: la baja del precio de los alquileres y rentas de locales, o directamente la explotación por sus mismos propietarios, que renuncian así a la renta inmobiliaria. Ambas razones explican la elevada tasa de ocupación que alcanzaron los locales a cielo abierto tras la crisis de diciembre de 2001.
Otras ventajas son menos confesables: la evasión impositiva y el trabajo en negro (o en algunos casos, familiar) como estrategia de supervivencia, son más fáciles de ocultar en locales “perdidos” en los barrios o aislados en centros comerciales abiertos, que en shoppings e hipermercados expuestos a inspecciones y fáciles de controlar por su propia concentración física y administrativa. Esto no significa que en reiteradas ocasiones las grandes cadenas hayan sido sospechadas de alimentar sus “increíbles” ofertas con contrabandos encubiertos, con la informalidad de sus proveedores, o directamente con la extorsión a los productores que desean ingresar a las “góndolas” de las grandes superficies comerciales.
“Vos rodaste por tu culpa”
Las frecuentes alusiones a las ventajas que estas formas de comercialización representan para el consumidor encubren la perversión implícita en un modelo económico que solo atiende a esa faz de la reproducción humana, como si alguien pudiera ser consumidor sin producir nada a cambio (como si viviéramos en una economía de recolección…).
Pero si bien es necesario precisar el verdadero impacto de los centros de grandes superficies sobre los centros tradicionales, también se debe ser cuidadoso y evitar el simplismo de ver solo relaciones directas de causa y efecto entre el bienestar de unos y la decadencia de otros. Es necesario distinguir que el éxito de los centros comerciales cerrados, además de sus ventajas de horarios y su sensación de seguridad, residen en las ventajas de administración y logística propias del modelo de administrador único y desarrollos rentistas subordinados.
El administrador de un shopping impone contractualmente determinadas obligaciones en materias de horarios, publicidad, estética, procedimientos para carga y descarga de mercadería y realización de reformas, etc. que no existen en los centros tradicionales. En estos impera el descontrol e individualismo publicitario, con negocios que compiten por tener el cartel más grande y que realizan sus reformas a cualquier hora y cualquier día. Pero no se trata solamente del individualismo de los comerciantes, sino de la abulia y la pérdida de protagonismo de las administraciones comunales, que con demasiada frecuencia tienden a olvidar su rol regulador y sus responsabilidades en la dinámica de estos sectores de ciudad.
El enorme cartel de McDonald´s que tapa la visión de las fachadas de la calle Florida desde su cruce con Santa Fe, por ejemplo, sería absolutamente impensable en el Unicenter, donde ningún anuncio publicitario vuela por sobre la escenográfica perspectiva de sus malls. Una nota de Clarín del pasado 17 de febrero alerta sobre “la odisea de caminar por las principales zonas comerciales” y sostiene (con datos de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad) que “puede haber hasta 85 tipos de obstáculos en las veredas porteñas“: estructuras que van desde quioscos hasta puestos de venta ambulante, carteles, motos estacionadas, cabinas de teléfono, baldosas rotas…
En lo estrictamente comercial, shoppings e hipermercados tienen una abundante producción de conocimiento sobre la conducta y expectativas del consumidor. Tiempos de permanencia, ritmos de recorrido, actitudes personales, conductas por edad y género, patrones de atención visual, y cuanto pueda influir en las decisiones de compra, están estudiados por especialistas e influyen sobre las sucesivas renovaciones y cambios en la disposición de locales, estanterías y productos.
Algunas estrategias que genera este saber parecen obvias y hasta burdas, como el enorme patio de comidas del Unicenter ubicado en el paso obligado para entrar y salir de los cines del Hoyt´s. Otras, son mucho más sutiles: se ha estudiado, por ejemplo, que el consumidor que entra al shopping trae el ritmo apresurado de la calle y no tiene la concentración y tranquilidad necesaria para tomar decisiones de compra. Por eso los locales en las entradas suelen estar ocupados por bancos, agencias de viajes, oficinas de pago, farmacias, y en general locales de servicios. Las tiendas de ropa, en cambio, se ubican en el interior de los malls, allí donde el consumidor ya ha adquirido el ritmo tranquilo que más se adecua a la decisión de compra. En los supermercados, se sabe que el hombre es más impaciente y no soporta mucho más de una hora de permanencia (conducta de “cazador”, que va directamente a las góndolas y busca lo que necesitaba), mientras que las mujeres tienen más tendencia a examinar la mercadería y tomarse su tiempo para decidir. Todo este conocimiento está sistematizado científicamente e influye en la arquitectura, el equipamiento y la ambientación de las grandes superficies. En los centros barriales, en cambio, se sigue dependiendo de la intuición individual de los dueños de tiendas, y no hay estrategias colectivas para el conjunto.
La mala pisada
Los comercios de grandes superficies tienden a asentarse en áreas sin tejidos urbanos consolidados, y muchas veces con malas “pisadas” del terreno que ocupan: esto ocasiona la falta de integración y la ruptura del tejido urbano. Un rasgo típico es el exceso de superficie de estacionamiento y la falta de tratamiento de los espacios exteriores. El efecto sobre el tejido urbano es perverso. Hipermercados y shoppings suelen ocasionar cortes tremendos a sus entornos, en particular por la gran ocupación de espacio para estacionamiento, la discontinuidad peatonal, la indiferencia hacia la generación de espacio público, la banalidad de sus interiores y la fealdad de sus exteriores (ver en los mensajes de este número la carta de Pablo Morejón sobre el Carrefour de San Martín). Otra tendencia perversa es la circulación laberíntica y de difícil salida, mal vinculada con el tejido exterior, para mantener al paseante en el lugar (el Maremagnum de Barcelona, pese a su banalidad, tiene al menos la ventaja para la ciudad de que se le exigió una trama circulatoria muy abierta y con fáciles conexiones a su entorno).
Pero generalmente, los municipios del Gran Buenos Aires quieren recibir estos comercios de grandes superficies. Más allá de las suposiciones que puedan hacerse sobre corruptelas y coimas para explicar esta postura, estos emprendimientos son vistos como fuentes de recaudación impositiva, y en algunos casos de compensaciones por recalificaciones urbanísticas; dispensarios, equipamiento hospitalario, apertura de alguna calle, etc. En Avellaneda, la compensación por una recalificación que permitió instalar el shopping Alto Avellaneda fue la construcción del nuevo palacio municipal.
Pero esta disposición favorable de las comunas no está acompañada de estudios serios sobre las otras consecuencias urbanas de las grandes superficies. Y cuando se establecen reglamentaciones restrictivas, siempre son sospechadas de favorecer a las cadenas que ya están instaladas.
La fragmentación administrativa ocasiona problemas de otro tipo: los impactos incontrolados sobre municipios vecinos. El Unicenter, por ejemplo, está ubicado en el mismo límite entre San Isidro y Vicente López. Su implantación afecta al tránsito sobre las calles de Vicente López, la valorización de sus propiedades (que pierde capacidad de renta residencial sin transformarla en comercial, porque la circulación cerrada del shopping y su corte del tejido urbano dificultan el derrame de dichos valores comerciales), y por supuesto el comercio vecino. Pero a cambo de estos males, Vicente López no recibe ningún beneficio económico ni compensación por parte del Unicenter.
En el Unicenter, los pocos espacios exteriores que han quedado parquizados han sido descubiertos por algunos vecinos como sucedáneos de un cierto espacio público. Los usan los gimnastas para sus ejercicios, los adolescentes para sus picnics o romances, los vecinos que pasean sus perros, etc. De exigirse al shopping que liberara espacio exterior disponiendo más estacionamiento en varios niveles, se podría obtener superficie apta para su parquización y transformación en espacio público abierto. Esto no solo afectaría al shopping por el mayor costo de los estacionamientos, sino que iría contra su propia lógica: la gente “no debe” disfrutar de un parque exterior, sino meterse en su interior para realizar su consumo. Por lo tanto, ese es el tipo de negociaciones que la autoridad local solo puede realizar en ciertos momentos, cuando se negocia la instalación del shopping o alguna ampliación importante (ver por ejemplo, en el número 16, la operación del Carrefour en Santo André, parte del proyecto del Eixo Tamanduatehy).
Otra forma perversa que tienen las grandes cadenas de influir en el desarrollo urbano es la compra de tierras para su posterior retención, con el fin de que no las compre la competencia: algo así parece haber ocurrido con los terrenos de la ex Obras Sanitarias de la Nación en Beccar, San Isidro, que CENCOSUD (la empresa propietaria del Unicenter) compró en 1996 al Estado nacional, y en cuyo terreno no ha sido realizado ningún tipo de obra hasta el momento. El vacío urbano permanece, pero la cadena evitó que se estableciera una competencia importante en las cercanías de su shopping…(y esto, más allá de si esa fue la intención originaria al comprar el terreno).
Urbanizar y reurbanizar
Los shoppings participan de los nuevos mitos urbanos: seguridad, status, aislamiento, espectáculo. Generan atractivos como el clima siempre templado, la limpieza, la armonía visual. Y hasta se constituyen en atracción turística. Para los más jóvenes, son la forma natural de ocio, paseo y recreación en la ciudad. Hasta podría estudiarse si es que se ha generado ya una suerte de flanneur del shopping, un paseante sin objetivo preciso que elige la tranquilidad y el anonimato del mall como el ámbito donde perderse entre la multitud. De modo inverso a como se formaban históricamente las calles y plazas comerciales, siguiendo las vías de circulación y sus cruces, hoy es el shopping el que induce los flujos de tránsito y el que genera nuevos destinos de la movilidad metropolitana.
La relación entre comercio y tejido urbano ha sido siempre una cuestión conflictiva y dinámica en la historia de las ciudades. Se ha interpretado en tal sentido el episodio evangélico de la expulsión de los mercaderes del Templo. Richard Sennet, en Carne y Piedra, recuerda la advertencia de Aristóteles (quien no era contrario a la diversidad urbana: sostenía que “una ciudad esta compuesta por diferentes clases de hombres, personas similares no pueden crear una ciudad“) acerca de que la plaza del mercado debía estar separada de la plaza pública.
En tal sentido esta competencia entre distintos modelos de implantación territorial no es novedosa ni debe ser considerada en forma aislada a otras cuestiones de organización de la ciudad y el territorio. No tiene sentido plantear soluciones aisladas para los centros tradicionales (mucho menos, los ingenuos programas de instalación de farolitos y asientos que propugnan algunos comerciantes de barrio desorientados), ni combatir los shoppings como objetos aislados, sin plantear alternativas integrales de desarrollo urbano, superadores del modelo de dispersión y fragmentación que es parte de la lógica que crea estos objetos, y no su resultado.
El arquitecto italiano Giovani Vaccarini ha realizado una serie de propuestas de arquitecturización del espacio comercial. Su Parque Comercial Auchan, por ejemplo, propone un completo sistema ambiental y ecológico, “una isla verde y no de cemento, lugar de encuentro y de recreación“.
Uno de los aspectos más interesantes de esta propuesta es su intención de urbanizar un objeto que por diversos motivos suele devenir como antiurbano. Si los shoppings serán con cada vez mayor frecuencia espacios de centralidad en la ciudad metropolitana, es sensato reclamar no solo el control sino la acción proactiva de los municipios y de la sociedad en la definición de sus caracteres sociales y territoriales. Urbanizar el shopping, entonces, y reurbanizar los centros tradicionales.
El reciente anuncio de la reactivación de los planes para el ensanchamiento de la calle Corrientes (frenado durante la administración De la Rúa por influencia de su amigo y lugarteniente Nicolás Gallo) parece ser una buena señal en tal sentido: una administración local que interviene activamente en la configuración física de un centro comercial. Que además, en este caso, tiene un valor simbólico y cultural de primera magnitud para la ciudad, por ser la calle porteña por excelencia, la de los cines y las pizzerías, los cafés y las librerías abiertas toda la noche, la mítica calle “que nunca duerme”, la del “hombre que está solo y espera” de Raúl Scalabrini Ortiz. La Buenos Aires del siglo XXI necesita recuperar este y otros centros, pero también necesita integrar al shopping a una cultura urbana realmente civilizada, para que sea el espacio público que, a veces, “parece”ser.
MC
Dos entidades que agrupan a pequeños y medianos comerciantes tienen trabajos realizados sobre la recuperación de los centros comerciales a cielo abierto. CADAM (Cámara Argentina de Distribuidores y Autoservicios Mayoristas), cuyo lema es “sin comercio no hay ciudad”, ofrece en su página Web la descarga de la versión en PDF de las “Recomendaciones para la ordenación de las actividades comerciales en el planeamiento municipal”, un documento del Ministerio de Economía y Hacienda de España. CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa, de la que no siempre se recuerda su rol como promotora de los cacerolazos del 2001) tiene en funcionamiento una Comisión de Centros Comerciales a Cielo Abierto, de la que en su página Web ofrece una presentación y las conclusiones de un foro realizado sobre el tema.
El cineasta alemán Harun Farocky realizó en el año 2001 el documental “Los creadores de centros comerciales“. Crítico y didáctico a la vez, muestra a especialistas de marketing, arquitectos, estadísticos, etc., al discutir y llevar a la práctica sus ideas para atraer público a los centros comerciales e incitarlo a realizar el mayor consumo posible. La versión en video no es facil de obtener, salvo en algunos centros académicos e institutos especializados (como en la Argentina el Instituto Goethe).
Para quienes deseen tener un panorama más amplio sobre esta cuestión, reproducimos fragmentos de sendos libros de Jeremy Rifkin y Naomí Klein. También reproducimos el editorial de La Nación, la nota de La Jornada y el fragmento de Alberto Sabaté (UNGS) citados arriba.
Fragmentos de La Era del Acceso – La revolución de la nueva economía, de Jeremy Rifkin, Paidós Estado y Sociedad, Buenos Aires, 2000:
- … En menos de 30 años, la plaza pública –el lugar de encuentro de la cultura- no ha hecho otra cosa que desaparecer, devorada por una concepción radical y poderosa de las relaciones públicas. Si durante siglos la actividad mercantil fue secundaria con respecto a la actividad cultural –en realidad, una derivación suya-, hoy la relación se ha invertido. En nuestros días, las actividades culturales que antes tenían lugar en la plaza pública se han recluido en centros comerciales cerrados, convirtiéndose en una mercancía a la venta. El centro comercial ha creado una nueva arquitectura para la asamblea pública, inscrita en el mundo del comercio, en el que la cultura existe en forma de experiencia mercantilizada. En este sentido, el centro comercial tiene mucho en común con la moderna industria del turismo. De hecho, el Consejo Internacional de Centros Comerciales publica una guía turística sobre los centros comerciales estadounidenses.
- A mediados de los años 80, , los adolescentes estadounidenses pasaban más tiempo en los centros comerciales que en cualquier otro lugar, a excepción de su casa y el colegio. En estos nuevos espacios, la gente desarrolla buena parte de su vida social y se relaciona entre sí, a veces de paso y otras conversando tranquilamente.
- Los centros comerciales son complicados mecanismos de comunicación, pensados para reproducir partes de una cultura en formas comerciales simuladas. Aplican las tecnologías electrónicas más avanzadas para crear un entorno cultural artificial. Motivos arquitectónicos cuidadosamente armonizados, temperatura controlada automáticamente, iluminación de elegante diseño, y sistemas de vigilancia automática: todo para “comunicar” un espacio cultural singular, diferente de los que compartimos más allá de sus puertas.
- La diferencia más importante con los espacios culturales es, por supuesto, que los centros comerciales son una propiedad privada con sus propias reglas de acceso. Aunque sus paseos, bancos y árboles les den una apariencia de espacio público, no lo son. La actividad cultural que se desarrolla en ellos no es nunca un fin en si mismo, es instrumental con respecto a su principal objetivo: la mercantilización de experiencias de vida a través de la compra de bienes y entretenimiento.
- Hoy en día, los centros comerciales son espacios teatrales, montajes escénicos donde se representa el consumo. Sus constructores se inspiran a menudo en Hollywood. Para empezar, los espacios se diseñan para animar al visitante a superar su incredulidad al entrar, como haría en un cine. Los centros comerciales son intemporales: hay pocos relojes, si es que hay alguno. (…)Entre bambalinas, directores y productores de estas elaboradas producciones culturales han dispuesto un sofisticado plan para asegurarse de que la experiencia teatral produce ventas.
- El estadounidense medio visita un centro comercial cada 10 días y pasa allí más de una hora y cuarto. La razón que más a menudo se aduce para esta peregrinación semanal es el entretenimiento. Para una generación que ha crecido con la televisión, nada más cercano que esa corriente de imágenes, de fachadas cambiantes, anuncios que no se acaban nunca, y escenarios teatrales.
- En los primeros centros comerciales, la producción cultural y el entretenimiento eran un pretexto para vender cosas. En los nuevos, el entretenimiento y la experiencia de vida están convirtiéndose rápidamente en la primera actividad comercial, mientras que la compra de cosas, para algunos al menos, ya no es más que una actividad secundaria.
- Uno de los temas que más se están discutiendo ahora, tanto en política como en los tribunales, es el de quien tiene derecho a acceder a un centro comercial y en que condiciones. En Estados Unidos, la cuestión se centra en los derechos reconocidos por la Primera Enmienda. En el ámbito público, todo ciudadano tiene derecho a reunirse, celebrar asambleas, hablar y efectuar sus demandas. Pero ¿se pueden invocar estas enmiendas en los megacentros comerciales privados, los nuevos lugares de reunión? Sus propietarios alegan que el alcance de la Primera Enmienda no va más allá de la puerta principal de sus locales. “No me importa que la gente esté intentando salvar a las ballenas“, declara el director de un centro de Florida, “pero no quiero que interrumpan a mis compradores para pedirles una firma“.
Fragmentos de No Logo – El poder de las marcas, Naomi Klein, Paidós Contextos, Buenos Aires, 2001:
- La receta que ha convertido a Wal-Mart en el principal mayorista del mundo (…) es muy clara. Primero hay que construir tiendas dos o tres veces mayores que las del competidor más parecido. Luego, atiborrar las estanterías con productos comprados en tal volumen que los proveedores se vean obligados a vender a precios sustancialmente inferiores a los normales. Luego se reducen los precios de las tiendas, para que ningún otro minorista pueda competir con la política de “precios bajos todos los días” que se practica. (…) Como su tarjeta de presentación son los descuentos, Wal-Mart debe mantener bajos sus costos fijos, y es pos eso que las parcelas que compra para erigir sus tiendas están en las afueras de las poblaciones, donde el precio es barato y los impuestos inferiores.
- Otro elemento clave para reducir los costos es que Wal-Mart solo abre tiendas cerca de sus centros de distribución. Por esta razón se extiende como el aceite, que es lento y espeso. La empresa no se traslada a una nueva región sin haber cubierto de tiendas la anterior, que pueden llegar a cuarenta en un radio de cien millas. De ese modo la compañía ahorra dinero en transporte y en envíos y logra una presencia tan compacta en la zona que apenas le es necesario publicitar la marca.
- Wal-Mart no es la única que enfoca el comercio minorista como una cuestión de volumen, sino simplemente el líder de una especie de comerciantes al por menor que emplean su poder para lograr un tratamiento comercial especial. (…) Se los denomina category killers, porque penetran con tanta fuerza en cada ramo que suprimen casi instantáneamente a los competidores más pequeños.
- En muchos sentidos, fue la escala inhumana de estas tiendas y su consiguiente proliferación, las calles sin aceras, los centros comerciales solo accesibles en automóvil, las tiendas con el tamaño de pueblos enteros y con diseño de desván para las herramientas, lo que sentó las condiciones para otras variantes significativas del comercio minorista de la década.
- En 1997, cuando los empleados del Wal-Mart de Windsor, Ontario, se disponían a decidir si formaban un sindicato, una serie de insinuaciones poco sutiles llevó a muchos a pensar que si votaban que sí la tienda cerraría. La Oficina de Relaciones Laborales de Ontario examinó el caso y dictaminó que la conducta que habían desplegado los gerentes y supervisores de Wal-Mart antes de la votación constituía “una amenaza sutil pero extremadamente efectiva” que “hizo que el promedio de los empleados creyera que la tienda desaparecería si se formaba el sindicato“.
El pasado 17 de octubre, el editorial del diario La Nación sobre “La ciudad y los hipermercados” sostenía que:
“Desde varios sectores se ha vuelto a insistir, durante los últimos días, en la supuesta necesidad de establecer medidas restrictivas para la instalación y el funcionamiento de los hipermercados. Esas propuestas, formuladas por organismos oficiales y entidades empresariales, responderían a la intención de impulsar las actividades de los pequeños comercios instalados en las áreas de influencia de aquellos grandes centros de ventas. .No hay dudas acerca de que la aparición de los hipermercados, más o menos a mediados de los años sesenta del siglo último, afectó honda y negativamente a los negocios minoristas que no estaban ni están en condiciones de competir con ellos. Muchísimos de esos comercios, cuya existencia era tradicional en los barrios y se constituyó en una de las bases de la gran clase media argentina, tuvieron que bajar sus persianas y, por ende, se perdieron valiosas fuentes de trabajo. .Pero, por otra parte, también es cierto que las restricciones sugeridas -para nada novedosas, pues registran antecedentes en nuestro país- pueden ser tildadas, con razón, de discriminatorias y atentan contra los derechos de trabajar y comerciar, consagrados por el artículo 14 de la Constitución nacional y expresamente ratificados en el artículo 10 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. .En concreto, la Secretaría de Desarrollo Económico del gobierno porteño estudia un proyecto de ley encaminado a prohibir durante un período de entre cinco y quince años la instalación de grandes superficies comerciales en el ámbito de nuestra ciudad. La intención de fondo apuntaría a que “la ciudad pudiese planificar una estructura comercial equilibrada”. Quedarían eximidos de la disposición en ciernes y podrían “seguir adelante” quienes ya han adquirido el terreno, han previsto la respectiva inversión y tienen todo autorizado para instalar hipermercados. .Otra variante de esa propuesta, sugerida en este caso en particular por entidades gremiales vinculadas con las pequeñas y medianas empresas, consistiría en que los hipermercados cerrasen los domingos. .Los grandes centros de ventas, es evidente, no levantaron vuelo por impulso del azar o la fortuna. Son consecuencia de los inexorables cambios operados en la economía del mundo y del país y, asimismo, de la modificación de las preferencias de los consumidores, atraídos por la conveniencia de sus ofertas. Dichos establecimientos surten al público de un amplísimo espectro de productos y servicios que, en la práctica, satisfacen casi todos los requerimientos de bienestar de los consumidores. .A los hipermercados se les ha atribuido, asimismo, el ejercicio de prácticas abusivas desarrolladas sobre la base de su gran poder de negociación, recurso que les permitiría aplicar metodologías compulsivas a sus relaciones comerciales. Pero para corregir esas supuestas tendencias, bastaría con aplicar en tiempo y forma la legislación vigente en materia de defensa de la competencia, lealtad comercial y defensa del consumidor. O, si fuese necesario, correspondería perfeccionar dichos instrumentos legales, en lugar de incurrir en el error de utilizar medidas restrictivas que entrarían en inexorable colisión con expresas garantías constitucionales. .Resultaría poco razonable imponerle trabas o limitaciones a la actividad de los hipermercados enarbolando anacrónicos criterios proteccionistas. En nombre de la estabilidad social, no se debe coartar la posibilidad de que el público pueda elegir, tal como también es su derecho, dónde y cómo efectuar sus compras. .Esas consideraciones no implican, por supuesto, que los pequeños y medianos comerciantes deban ser abandonados a su suerte. Sería altamente positivo que la sociedad se interesase por ayudarlos a reconvertir sus actividades, aportándoles, por ejemplo, programas adecuados a esa necesidad y facilidades crediticias. .Sin perjuicio de que la realidad actual sea sometida a correcciones -tal vez mediante acuerdos de partes o en el marco de la legislación general sobre libertad de competencia-, es necesario descartar la aplicación de restricciones o regulaciones que, casi seguramente, desencadenarían efectos contraproducentes y, además, atentarían, en definitiva, contra los legítimos intereses de los consumidores“.
Pocos días después, el 24 de octubre, el diario mexicano La Jornada publicaba esta noticia:
Washington y Nueva York, 23 de octubre. El gobierno federal afirmó hoy que ejecutivos de Wal-Mart, la cadena de tiendas más grande del mundo y el empleador más grande del sector privado de Estados Unidos, violó las leyes migratorias del país al usar subcontratistas para emplear a trabajadores indocumentados para la limpieza de algunas de sus tiendas. Agentes federales realizaron redadas coordinadas en 60 tiendas Wal-Mart en 22 estados, temprano este jueves; la operación resultó en el arresto de más de 300 trabajadores indocumentados, según la oficina de In-migración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), como ahora se llama lo que antes era el Servicio de Inmigración y Naturalización.
Los agentes confiscaron documentos de las oficinas ejecutivas en la matriz de la empresa en Bentonville, Arkansas. Susane Haney, vocera de Wal-Mart, dijo que todos los trabajadores arrestados eran empleados de empresas contratadas por su cadena para la limpieza de sus tiendas durante la noche.
“Nuestro entendimiento es que estos contratistas sólo usan trabajadores legales”, informó a La Jornada. “No tenemos ninguna razón para creer que nadie de Wal-Mart será acusado formalmente”.
Pero en comentarios a medios nacionales, varios funcionarios federales informaron que el gobierno cuenta con pruebas de que ejecutivos y gerentes de Wal-Mart sabían que esos trabajadores eran indocumentados.
Investigación de largo alcance
La agencia Reuters reportó que los arrestos fueron el resultado de una investigación de largo alcance, y que los agentes federales habían grabado, en secreto, conversaciones entre ejecutivos de Wal-Mart que discutían el empleo de trabajadores indocumentados de bajos salarios reclutados por sus contratistas.
Si estas acusaciones son comprobadas, será un golpe contra la gigantesca y controvertida cadena comercial. Las tiendas Wal-Mart han sido exitosas en todo el país por sus bajos precios al consumidor, pero también han enfrentado la resistencia de varias comunidades debido a que su presencia lleva a la bancarrota a los negocios pequeños y medianos y deprime el nivel de los salarios de los trabajadores en las zonas donde opera.
Por ejemplo, la ciudad de Oakland, California, votó este miércoles prohibir que Wal-Mart establezca una tienda ahí.
El Sindicato de Trabajadores de Alimentos y Comerciales (UFCW, por sus siglas en inglés) ha apoyado a trabajadores que han intentado sindicalizar las tiendas de Wal-Mart durante años, y hoy indicó que estas detenciones descubren otro mecanismo utilizado por la empresa para deprimir los ingresos de sus empleados y detener esfuerzos para sindicalizar a sus plantas de trabajo.
“Wal-Mart paga salarios que son de dos o tres dólares por debajo de lo que otros trabajadores sindicalizados reciben en el mismo sector”, informó Al Zack, director asistente del sindicato nacional UFCW. “Hemos descubierto el uso de estos subcontratos de trabajadores en tres de nuestras campañas para sindicalizar a trabajadores de esta empresa”.
Zack explicó a La Jornada que en varias ocasiones en que su sindicato ha intentado organizar a los trabajadores de limpieza, Wal-Mart ha decidido contratar a otras empresas para ese servicio, y evitar así la posibilidad de sindicalizar a esa parte de su fuerza laboral. “Cuando llegan los nuevos trabajadores, se les ordena no hablar con nadie”, dijo.
- En su escrito “Desarrollo local y economía urbana” (notas para el posgrado de desarrollo local, ciclo del 2001, del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento) el economista Alberto Sabaté (responsable del area de sistemas económicos urbanos de dicho postgrado) aporta los siguientes datos:
En el nivel regional, actualmente se realizan en los super e hipermercados el 70 % de las operaciones de compra – venta de alimentos y bebidas minoristas. En 1993, ya alcanzaban el 50 % de ellas. En el AMBA se realizan el 56 % de las ventas que se llevan a cabo en todos los supermercados del país (Gutman, 1997).
Según el último Censo Económico, sobre un total de 500 mil locales comerciales en el país de todo tipo, alrededor del 47 % se localizaban en la RMBA y de estos, un 30 % en la Ciudad de Buenos Aires. En los de la región se daba ocupación al 55 % del total nacional. Sin embargo, es en último quinquenio que se intensifica la aparición de las cadenas de supermercados, trayendo transformaciones sustanciales en este sector de la economía (Vío, 2000). Se va a producir el cierre de miles de locales minoristas (característicos de la actividad cuentapropista) con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. La reducción de personas ocupadas en el sector la podíamos observar entre 1985 y 1994. En la Ciudad de Buenos Aires ya había disminuido en un 50% y en el Conurbano en un 30%.
La Encuesta de Supermercados (realizada por el INDEC en 1999), registra que en el país existen 80 firmas, entre las que se distinguen por su monto de operación 13 cadenas grandes con ventas superiores a $ 240 millones por año con casi el 60% de las bocas de expendio y 67 cadenas medianas, con un total en conjunto de 956 bocas de expendio. Ocupaban 90 mil trabajadores de los cuales el 80 % pertenecen a las cadenas grandes. Cuentan con una muy alta participación de capital extranjero. Se sostiene que la RMBA, entre 1990 y 1998, recibió una inversión de u$s. 2500 millones, dirigida a la instalación de hipermercados con una participación exterior no inferior al 75 % (Ciccolella, 1999).
Según estimaciones realizadas, de 178 bocas de expendio situadas en la Ciudad de Buenos Aires, un centenar pertenecen a cadenas grandes; de 205 bocas de expendio localizadas en el Conurbano, 138 pertenecen a éstas cadenas (Vío, 2000). Respecto del personal ocupado, el 83% pertenecen a las cadenas grandes.