En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde.
Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega 6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
Entrega 8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel. Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
Capacidad de adaptación, tenacidad y disposición a escuchar eran los puntos fuertes de la carrera de Carmen, la atractiva curadora (como prefería definirse), galerista (en ciernes) y comercializadora de arte (como la veían en el ambiente), mujer a quien los cuarenta habían consolidado en una belleza más trabajada que natural, y cuyas herencias por parte propia y conyugal daban la suficiente tranquilidad como para que el dinero no fuera un problema en su vida. Como sucede a veces, esa tranquilidad le permitía manejarse muy bien en sus asuntos financieros y empresarios, lo cual realimentaba el círculo virtuoso de los buenos negocios.
Carmen no era la más conocedora ni la más talentosa de las empresarias y empresarios culturales de Buenos Aires, pero poco a poco, y en especial cuando sus hijos comenzaron la escuela y pudo despegarse de sus compromisos autoimpuestos (colmar el tiempo de los niños con su presencia hasta que estuvieran listos para entregarlos a la Escuela Lincoln), se convirtió paulatinamente en la preferida de los talentos más jóvenes de las bellas artes argentinas, con una gran proyección hacia el ámbito latinoamericano. Es injusto sostener, como algunos competidores, que su ciudadanía y contactos norteamericanos le abrían las puertas de las galerías neoyorquinas, y con ello la consideración interesada de los chicos y chicas esperanzados en trascender la geografía de origen. Carmen agregaba a esos contactos innegables, pero mejor potenciados de lo que haría suponer su origen en una familia de adinerados comerciantes sin contacto con la plástica, una asombrosa capacidad para sostener cada uno de los pasos que llevan a un artista cachorro desde la bohemia de los circuitos underground de Buenos Aires a una exposición en una sala importante del Soho, la venta de varias obras, y el inicio de una carera internacional. Carmen tenía la paciencia para recorrer en una semana más talleres y escuelas que las que sus colegas visitaban en un mes, la astucia para encontrar entre el mar de imitadores y mediocres las señales de un talento en ciernes, la ternura para pasar horas y días enteros al lado de sus creadores, y la astucia para encaminarlos dentro de las pautas que le permitirían llevarlos a su media docena de amigos del bajo Manhattan, que en la visión ingenua de los artistas provincianos, y en la ignorancia de los marchants de poca imaginación que competían con ella en el restringido mercado porteño, equivalían a la base estructural de la industria cultural norteamericana.
Sumemos a esto sus buenos contactos con los críticos, ante quienes se desprendía con falsa humildad de todo prestigio y a quienes les hacia las preguntas correctas para satisfacer su ego, ubicándose en ese rol de intermediaria entre la revelación desprendida de las palabras del intelectual y el grueso de los ignorantes consumidores de cultura a quien ella trasladaba esos conocimientos con la misma habilidad con que lograba ubicar una obra llegada con cierta demora a la vanguardia de una década anterior, en el living de un inquieto especulador de bolsa.
Por sobre todo (y cuando digo todo hablo especialmente de una elegancia sobria y atemporal, un caminar discreto, una deliciosa sonrisa y esos ojos tristes que prometían una especie de lasciva vulnerabilidad), Carmen era amada por sus artistas, sobre quienes ejercía una saludable capacidad de seducción que los comprometía en la tenacidad de su tarea creativa, para responder como merecía a la “musa de los pobres” (apodo sarcástico que le dedicó un escultor ya maduro, por cierto rescatado de la marginalidad y el olvido por la sabia estrategia de puesta en mercado que ideó Carmen luego de una tarde entera de charlar con el artista, borracho de mal vino, en su taller de Barracas).
Similares en su capacidad de comunicación y en la habilidad para introducir estrategias organizativas en la producción del arte (Claudio había entrado al negocio de la fabricación de alfombras fundado por su abuelo, seducido por el diseño y la calidad artesanal implícitas en la actividad), Carmen y Claudio habían comenzado sin embargo de una manera catastrófica su matrimonio, aun después de haber convivido dos años en los últimos tiempos de la graduación de Carmen. Apenas formalizada su pareja, comenzó una sucesión de peleas cada vez más violentas e infidelidades mutuas, también agresivas en su evidente origen de castigo al otro, más que en la satisfacción de lujurias ajenas a la institución administrativa en que habían insertado a su pareja. Meses después, se separaron luego de una escena que ambos prefirieron omitir a amigos y confidentes (tal la falta de racionalidad y comprensión entre dos personas caracterizados precisamente por su capacidad de ponerse en el lugar del otro).
Barriers down. The alarm announces the train is near. A long line of cars behind Claudio’s BMW. It has been a long day, too many decisions, 90 % general management, plus three repulsive words: you are fired, repeated four times. Dirty laundry to be taken care.
He thought about it last night before Carmen came back from the gallery, unusually late, he was waiting along with the maid, the table laid for dinner. The maid, being so late, was as anxious as he was. And she exceeded in her efforts to please him.
He was sitting at the scandinavian armchair, under the filtered light diagonally coming from the black screen at the top, reading The Financial Times, so annoying, this writer has no idea of (what ) and how it applies to this country, what’s his name, Héctor Cáceres, some hispanic with no idea of the south, Hector, Miguel, Marta and Cecilia, the four names came back to him, as if they were entering his home now, in a row, the candidates to be laid off. The board has already taken the decision, and the maid here offering him some snack, those gruesome bread canapés with that sensual shape, that disturbed him, now, and when she was busy in the kitchen rolling them, and he would drop down for a glass of water early in the morning before breakfast and take that pill, that he hated as well, reminding him of this new ache, at his back, that he couldn’t even see, nor curse frontally.
The day was over, and avoiding any melodramatic speech, he told the four employees that their area was permanently closed, that they should by now know the difficulties that B and H was undergoing, that foreign markets hardened their buying policies, bla, bla, bla, it was sick, and the ache at the back reminded him that he is also disposable. He has seen the look in the people of the board the day they told him about the sacrifice of that area. His smart remarks didn’t produce the usual response, specially from Señor Lopez-Carmona.
He could see the train now, it was still faraway, he could see as well the woman that was on the other side of the rails, in her car. Her eyes on the wall, with no signs, no cracks, no life, like a cruel white screen on which throw, let’s see this woman’s own cruelty.
He is not a cruel man, he loves his wife, two kids, still has the project of the house in Escobar, but the woman on the other side, he was not sure about her, not even about him.
A dark skin girl, 8, 10, 15, who knows, offered some toys, for your kids, he says no, she insists, makes a clumsy demostration, how to wind the hideous doll, she will move her arms, and even talk, hello, I am Peggy, hello, I am Peggy, and in the end she swirls in the air, like a ballerina. See?, sir, look! No thank you, the girl insists, he hates her insistance, Cecilia, also insisted, as a smart worker she proposed alternatives, ways to reduce wages, no way Cecilia, I’m sorry, sorry?, about what. I know Cecilia, perhaps too well, too soon she committed herself to make me feel as a child again, I couldn’t say no, I can now. I remember when she was hired, her first son was just born, still her body fighting for her lost shape. She was a mother, a natural mother, even her caresses were that of a mom. Claudio looks at the woman, on the other side of the rails. Her eyes fixed on the doll that spins, the dark skin girl show it to the driver by his left side. Cecilia!, he ran after her in the parking lot, she whispered, you’re not worth a shit.
That woman was capable of the worst cruelties, he could say that, the sun was hitting her eyes, and she shaded them with her two hands on her forehead.
Why has Carmen been so late? This was the third day in a row that she was late, they left in a row, Cecilia being the last, she didn’t turned as she used to when he summoned her to his office.
The train still is in the same place. That girl comes back, the same doll in hand, and keeps winding her, and the doll gets tired and will make her arm motions shorter, and I am Peggy will die too soon. The girl sits in the border of the sidewalk, she looks at Claudio, shows once more the doll, he says no.
The train is moving, slowly. Claudio starts the car. The woman in front of him still looks at the wall. He will talk with Carmen tonight, he knows there is something wrong, though she is always the one to bring the dark issues to the open. The train is closer, Claudio sees the woman getting out of the car. He won’t give Cecilia more thought, she will receive good money and she will be able to open a small store, pay her big bills, stretch time. The woman comes too close to the barrier, she shades her eyes with her hands, still looking at the white wall. The horn of the train. The dark skin girl stands, looks at the woman, Claudio looks too, he is a good man, he know he is, Cecilia shouldn’t have told him that.
The woman raises her arms towards the wall. As a dart, the train rushes, poignant, cruelly to the one same direction. The doll has still some motion. But now it is the woman the one that spins and flies into the air, diving into the white wall, a stain in the one empty wall.
Cuatro de la madrugada en Buenos Aires, es una buena hora para describir lo que están haciendo nuestros protagonistas (todos ellos están en sus dormitorios, esto facilita la tarea del Narrador Omnipresente).
Carmen sueña con maquetas que la envuelven, el terror de los espacios arquitectónicos semeja al de Pascal por aquellos, supuestamente más amplios, del universo infinito newtoniano. Lucarnas que iluminan con un resplandor ominoso unos cuadros perdidos en tabiques blancos, el piso es una superficie plegada que dificulta el recorrido, las paredes curvas generan distorsiones de perspectiva en la continuidad de las obras. Una chispa en el tablero de electricidad genera un incendio que devora la galería y allí aparece Mitzuoda, vestido de bombero, que en instantes deposita a Carmen en un lugar seguro (resulta ser el centro de artes visuales de Cambridge, Carmen es ahora una joven camarera que recorre la Nueva Inglaterra de la mano de dos truhanes).
Suspira Carmen y la mano protectora de Claudio se extiende sobre su espalda, Claudio se ha despertado hace 15 minutos con algo de dolor de cabeza, y mientras espera el efecto de la aspirina, una inefable ternura lo sorprende en la contemplación de la nariz de Carmen, idéntica a la de su hija menor. Claudio se propone una serie de acciones a cumplir en los próximos 3 meses, a fin de mejorar el tiempo y la calidad de su relación padre – hijos (siempre se plantea objetivos positivos en la madrugada), incluyendo una visita a la fábrica para que comprendan lo que representa su responsabilidad empresarial, su trabajo, la fuente de la vida acomodada que llevan sin saberlo.
Miranda y Jean Luc miran una película en el cable, cansados y desnudos, el esperma de Jean Luc enfriándose sobre los muslos de Miranda. Tan ridícula como la posición que han adoptado, sosteniéndose uno en el otro en una incomodidad solo atenuada por los restos de la lujuria adormentada, tan ridícula decíamos, es la conversación sobre las dificultades del verosímil en el lenguaje cinematográfico, que sostienen sin otra convicción que la de prolongar una noche feliz. Jean Luc se duerme finalmente luego de reacomodarse, abrazado a Miranda y su mano derecha tomada del sexo de la muchacha. Miranda acaricia la mano de Jean Luc y baja el volumen del televisor, la película es subtitulada y Miranda la sigue ahora sin sonido, pensando que de esta manera puede separar los aspectos puramente visuales de la producción y así corroborar alguno de los conceptos sostenidos en la conversación de hace unos instantes, además de cuidar el sueño del Depredador. Al terminar la película, se levanta y se higieniza en el baño, orina y toma una toalla con la que se envuelve, sintiendo algo de frío. Abre la despensa y toma un paquete de galletitas Melba, lo abre y se prepara un café.
Javier sigue delante de su computadora, el sueño lo vence pero la posibilidad de terminar su informe antes de ir a dormir lo mantiene despierto. Mañana dormirá hasta tarde, luego revisará el trabajo, corregirá aspectos conceptuales y de redacción, lo imprimirá y lo presentará a última hora en la sede de la consultora, con un día de anticipación a lo requerido por el cliente. Antes de encarar el último parágrafo, abre su correo electrónico, contesta un mensaje de Miranda, y revisa las ediciones electrónicas de los diarios (la ciudad duerme y el ya está al tanto de las noticias del día).
Gustavo gasta el último polvo con su compañera ocasional, una estudiante que lo consultó sobre algunos aspectos oscuros del programa de la cátedra. La muchacha lo recibe con indolencia, Gustavo acaba y duda si corresponde invitarla a pasar el resto de la noche o llevarla hasta su casa. Le ofrece un cigarrillo que la muchacha acepta, la luz de la calle entra por las hendijas de la cortina de enrollar y moldea los cuerpos en la madrugada.
Yanina calma el llanto de su hermanito menor, lo sostiene contra su cuerpo mientras otra hermana sigue durmiendo en la cama de al lado. Se pregunta, como todas las noches en que se despierta a deshora, si cuando complete la suma que se propuso ahorrar al comenzar su trabajo en la parrilla la utilizará en comprar un auto usado al reducidor del barrio, o si es preferible construir una pieza más para dormir sola, una pieza comunicada con el cuarto de su muñequito (que ya está calmado) para poder seguir calmándolo en la noche, una pieza grande, con baño para ella sola y entrada por el costado de la casa.
Próxima entrega (9): La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores. La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague