La segunda novela de Hernán Díaz, Fortuna, ya es ganadora del premio Pultizer y, según portales web, va a pasar a la pantalla chica como una serie de HBO (o MAX, como se llama ahora la cadena). ¿Qué más queda decir sobre el “1%”?, ¿Por qué nos atrae y repele consumir retratos de riqueza exuberante? Relatada como un collage de registros literarios, su suspenso cinematográfico se sostiene a lo largo de la novela y retrata un universo de riqueza despersonalizada.
Fortuna se compone de un ensamblaje de registros. Con diferentes voces que cantan la misma melodía, no sólo reflexiona sobre género y clase sino también sobre literatura. Los personajes cobran volumen y textura cuando se espejan los unos a los otros. El retrato fragmentario te obliga como lectora a completar los vacíos con interpretaciones intuitivas sobre cómo continúa el relato. Este ejercicio activo de búsqueda sostiene a quien lee como parte fundamental del rompecabezas. Con estilo sobrio, el foco de esta novela se centra en cuatro actos que se enhebran al final, creando la ilusión de unicidad. Sin embargo, hay pasajes que, en tono reflexivo, desarrollan posturas y estéticas en torno al capital y el dinero.
Post pandemia nos metimos colectivamente en un remolino de cambios de sentidos y significados que todavía no definen bien sus bordes. Si en el futuro filmaran un documental de estos últimos cuatro años, iniciaría con un repaso rápido de imágenes disgregadas y probablemente absurdas: el comeback dosmilero del tiro bajo, varones con tatuajes en la cara y autos de lujo en plan derroche, libros de autoayuda, imágenes explícitas de precariedad, ríos contaminados (plástico, mucho plástico), casas sin gente y gente sin casa. En general, hay una conciencia más o menos común de que hay gente con muchísima plata y gente con muy poca. Pero “la casta” o “los ricos” ¿quiénes son?, ¿dónde están?, ¿cómo interpretamos colectivamente su existencia?
Dubet (2021), en su libro ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario) afirma que “el par formado por este 1% y los demás es un hecho económico irrefutable y sin duda escandaloso, pero no una realidad sociológica vivida”. A lo que se refiere, es que, además que el 99% no es un todo homogéneo, las desigualdades sociales son percibidas y significadas por los individuos en aquellas escalas “más finas, más visibles y sobre todo más sensible que las grandes desigualdades que, de tan grandes, terminan por ser abstractas”.
En general, hay una conciencia más o menos común de que hay gente con muchísima plata y gente con muy poca. Pero “la casta” o “los ricos” ¿quiénes son?, ¿dónde están?, ¿cómo interpretamos colectivamente su existencia?
En los últimos años, particularmente después de la pandemia, películas y series han retratado en tono de burla y denuncia a las clases altas. Este fenómeno se denomina eat the rich, es decir, comerse a los ricos. Lucia de la Colina y Paz González (2023) afirman que este término, popularizado en Tik Tok y Twitter, tendría su origen en la Revolución Francesa, donde se le atribuye a Jean-Jacques Rousseau la frase: “Cuando la gente no tenga nada que comer, se comerán a los ricos”. Algunos ejemplos son Parasite, Succesion, The White Lotus, El Triángulo de la Tristeza, entre muchas otras producciones. De la mano con Gramsci, las autoras afirman que este retrato del 1 % es una disputa por los sentidos hegemónicos de comprender la riqueza (Alabarces, 2002). Estos productos culturales pretenden representar la realidad social de una época, captando la “estructura de sentimiento” que existe en un momento determinado. Ese concepto de Williams (2000) hace alusión a la percepción y experimentación compartida del mundo social. Si bien no podemos afirmar taxativamente que Fortuna ingresa en el movimiento eat the rich, podemos decir que dialoga con un momento histórico de desigualdades extremas y discursos políticos que solo pretenden agudizarla.
En Fortuna, el capital es una masa abstracta y aplanadora que, lejos de vincularse con los excesos, se gesta en el poder como capacidad de aislamiento y des-aprehensión con el contexto. Limpio, silencioso, aséptico, inquieto, desapegado y libre. Esta bestia es alimentada siempre por un empresario que en cada apartado es un hombre distinto. Esa excitación de la libertad monstruosa y la higiene silenciosa, siempre falaz y aparente, es curiosamente retomada por el propio autor en una reciente entrevista cuando habla sobre su escritura:
NOTICIAS: ¿Cuáles son las cosas que le importan en su literatura?
Díaz: En general, me interesa presentar lugares comunes muy fosilizados y erosionarlos. Usar el peso de estos lugares comunes para invertirlos. No me interesa la espontaneidad. Creo que muy poca gente puede sentarse e improvisar y ser increíble. Voy a ser obsceno y citarme a mi mísmo con palabras que escribe el personaje de Mildred en la novela: lo que más me interesa en el arte es emoción y elegancia. Eso es algo que yo busco como lector, como espectador y como escritor. Y son pulsiones antitéticas. La elegancia tiene que ver con el control, con la represión. La emoción es avasallante, no la controlás.
Lo que Hernán Díaz define en su literatura como emociones antitéticas entre emoción y represión o elegancia y control, aparece simbólicamente en los imaginarios sobre las mujeres como la madre y la puta, la santa y el demonio.
No sorprende que la novela este plagada de referencias a los policiales clásicos. Los tres personajes femeninos de Fortuna —Helen, Ida y Mildred— se iniciaron al mundo de la lectura con la fantasía de reconstruir las pistas sueltas para descubrir el asesino antes que el libro lo revele. Esta anécdota la tomé como un guiño personal, ya que mi interés por la literatura fue cultivado gracias a la lectura de policiales, gusto que heredé de mi abuela. Esta coincidencia en relación al género (literario e identitario) me alertó sobre una sensibilidad específica sobre cómo la novela retrata la cosmovisión de lo femenino. Lo que Hernán Díaz define en su literatura como emociones antitéticas entre emoción y represión o elegancia y control, aparece simbólicamente en los imaginarios sobre las mujeres como la madre y la puta, la santa y el demonio. En Fortuna, siguiendo con los binomios, la locura y la lucidez extrema son siempre los puntos de tensión de Helen, Ida y Mildred. Desde una perspectiva de clase, seguramente el feminismo socialista podría interferir en ese lazo entre las tres personajes sosteniendo que “el género nos une, la clase nos divide”. Sin embargo, en Fortuna son los personajes femeninos no solo quienes reflexionan, crean y perciben, sino también quienes resguardan la complejidad y la contradicción.
JG
Juana Garabano es estudiante en la Licenciatura en Sociología de la Universidad Nacional de Córdoba. Es directora de la Revista Disputas y revisora editorial en café de las ciudades.
Hernán Díaz, Fortuna. Traducción de Javier Calvo. Anagrama, Barcelona, 2023.
Referencias bibliográficas
Alabarces, P. (2002) “Estudios Culturales”. En C. Altamirano (director) Términos críticos de la sociología de la cultura (pp. 85-89). Paidós.
de la Colina, Lucia y González, Paz (2023). La tendencia eat the rich en las producciones cinematográficas y televisivas de la actualidad. Un análisis desde los Cultural Studies [texto inédito]. Seminario de Sociología de la Cultura, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba.
Dubet, François (2021). ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario). Siglo XXI.
Williams, Raymond. (2000) “Cultura”, “Ideología”, “Hegemonía”, “Tradiciones, instituciones y formaciones” y “Dominante, residual y emergente”. En Marxismo y literatura. Barcelona: Península.