N. de la R.: Esta nota fue publicada originalmente en CIDUR, revista del Proyecto Ciudad Neoliberal y Derechos Urbanos. Estudio comparativo de espacio público, género y ciudadanía en México y América Latina (IIS-PAPIIT-DGAPA-UNAM). En el mismo sitio se publicó también Maradona en la ciudad, de nuestro editor Marcelo Corti.
“¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. Eduardo Galeano
1. Antecedentes en la Constitución del futbol.
El fútbol moderno nace a mediados del siglo pasado en Inglaterra gracias al peso de los flujos económicos originados por el dominio productivo y comercial que ostentaba. Pero también gracias a que la Football Association tenía un poder constituyente lo suficientemente fuerte como para hacer propias las diecisiete reglas redactadas en 1863 en los pubs elitistas de Cambridge. Este reconocimiento histórico se convirtió en la Norma Constitucional del fútbol y dio lugar a su nacimiento formal, a su régimen de funcionamiento y, sobre todo, a su conversión en un modelo o paradigma que pudiera ser exportado a todo el mundo [1]. Así, el nacimiento de este deporte fue localizado en un punto (Londres), una actividad deportiva especializada (el fútbol) y una clase social (las élites). De allí en más, se ha vivido su expansión incontenible en todo sentido y sus actores se han convertido en los héroes modernos (Maradona lo es).
Inglaterra fue el punto de partida de la internacionalización económica, social y cultural del mundo en general, dentro de la cual se incluyen los deportes de origen británico, como es, en particular, el fútbol. Inicialmente se expandieron hacia Europa y América Latina de la mano de sus empresas e inversiones (Arquetti, 2001), para luego seguir por todo el planeta.
2. El Fútbol como industria cultural global, total y masiva
El fútbol, en sus inicios, estuvo fuertemente vinculado a la producción; tanto era así que se lo organizaba desde la esfera laboral y desde su contrapartida, el ocio, como parte de un todo orgánico indivisible (Vinnai, 2003). Por eso el fútbol nació como una extensión de la jornada laboral; solo se jugaba fuera de los días y horas de trabajo –los domingos–, lo que condujo a que ciertos sectores sociales lo consideraran una actividad alienante o, más específicamente, el opio del pueblo.
Después se extendió hacia África y Asia (los tigres asiáticos principalmente), para finalmente, incorporar a China y los países árabes, logrando de esta manera hacerse una actividad universal. En esta trayectoria, mucho tuvo que ver la política de mercado impulsada por la FIFA bajo la presidencia de João Havelange (1974), quien señalaba: “Yo vendo un negocio llamado fútbol”, y se inscribía así en el proceso de GOLbalización que empezaba a configurarse (Carrión, 2006).
En esta continua y permanente extensión por el mundo, el fútbol se desarrolló más allá del ocio, para finalmente especializarse como una industria cultural autónoma (década de los noventa) que fue capaz de impulsar su actividad todo el tiempo y en todo lugar. Desde entonces, adquirió una importancia singular, tanto así que hoy atañe a todos los elementos de la vida social y se ha convertido en una actividad total, porque involucra economía, cultura, entretenimiento, medicina y tecnología [2]. Además, porque llegó a ser una actividad global, por desplegarse a lo largo y ancho del planeta en su conjunto [3] y porque es una actividad masiva única en el mundo, que transversaliza géneros, etnias, edades y condiciones socioeconómicas. De esta manera, el fútbol asume la cualidad de ser el ritual de masas más importante del universo (Alabarces, 2004).
3. Fútbol e identidad u oferta y demanda
Por eso la celebridad inigualable que alcanzan los jugadores exitosos, tanto en sus contextos locales-nacionales como también en el ámbito global. El fenómeno Diego Armando Maradona, el Diego de la gente, es solo explicable en este contexto general que adquiere el fútbol.
Este proceso ha sido posible debido a la construcción de una relación profundamente arraigada entre fútbol e identidad (oferta/demanda), de manera tal que el equipo o el club de fútbol depende del yo incluyente que se construye, y le da forma a su esencia y existencia. Primero fue la formación de este “yo”, que se configura a partir del seguidor, que nace históricamente cuando se paga por primera vez una entrada para ver un partido de fútbol, dando, de esta forma el puntapié inicial a la relación del fútbol con la economía. Luego viene el hincha, que proporciona los ingresos de la taquilla, permitiendo el salto del fútbol amateur al profesional. Y, en tercer lugar, se configura la teleaudiencia GOLbal, que estructura el universo simbólico de la representación a nivel mundial.
En esta coyuntura, el sentido identitario se proyecta desde la cancha, convertida en un set de TV en el que los jugadores son los protagonista y referentes mayores, hacia la tribuna (hinchas) y la televisión (teleaudiencia) para constituir un nosotros colectivo muy poderoso [4] que, en términos económicos, puede definirse como una demanda con dos especificidades: es cautiva e inelástica.
Esta construcción social de la identidad hace que el jugador sea más que un defensa, un volante o un delantero y se convierta en un representante/vitrina del club/los patrocinadores que integra a su teleaudiencia como consumidora de amplio espectro. Cuando el jugador se convierte en referente, adquiere una cualidad superior y asume la condición de líder, ídolo, héroe, leyenda o mito, según sea el caso.
4. Diego Armando Maradona, el mito en el éxito como en la tragedia
Diego Armando Maradona es una de las mayores celebridades del fútbol mundial, porque es la suma de todos los componentes de esa escala; a tal punto es así que Maradona trascendió la identidad de un club al crear universos simbólicos que se constituyeron en marcas indelebles, y la de su selección, mediante destellos de nacionalismo que superan el deporte. De allí que los seguidores de una selección sean más nacionalistas que hinchas, expresiones de sentimiento y adhesiones muy distintas.
Por eso Maradona se convirtió en un referente que trascendió los equipos donde estuvo, aunque permanentemente encontró la asociación de su personalidad con la del club donde jugaba. Así, tenemos que siempre participó activamente en equipos contestatarios como él, como ocurrió con Nápoles, que representa al Sur italiano contra el Norte industrializado y rico; con el Barcelona, que confronta con el centralismo, la monarquía y el clericalismo; y con Boca Juniors, que enarbola la bandera de la hinchada número 12, venida de las entrañas del pueblo argentino [*].
Su calidad excepcional e indiscutible como futbolista les dio goles, triunfos y campeonatos a todos sus seguidores para, a partir de ellos, construir su plataforma de proyección global y masiva. Maradona repartió alegría por donde iba e hizo sentir a sus seguidores, ilusoriamente, que eran parte de una élite poderosa, capaz de vencer a los más grandes y poderosos, de reivindicar los derechos más conculcados de la sociedad, y de vencer la adversidad de la pobreza. Es que en el fútbol, como en la vida, el éxito es la razón de la existencia [5].
Su figura se aquilató y se definió históricamente en una coyuntura particular de transición en el fútbol mundial, configurada por una transformación sustancial: el paso del hincha a la teleaudiencia, del estadio a la pantalla de TV, de la propiedad del pase del jugador al reconocimiento de los derechos deportivos y del deporte espectáculo al negocio espectacular.
En ese contexto histórico se desarrolló la mejor época de Maradona como futbolista, expresada cronológicamente en la década del ochenta y en la obtención de la copa en el campeonato mundial de 1986 en México, donde lo más sonado fue el triunfo contra Inglaterra con un gol que lleva la impronta de la picardía latinoamericana, como es la gambeta, el dribling, el quite y el túnel, y que, en palabras de Juan José Sebreli (2011), queda claro, “es esencialmente la ley básica del fútbol: gana el que mejor engaña”.
En la rueda de prensa luego del gol con la mano a Peter Shilton (que medía 1,83 m mientras él, apenas 1,65 m), Diego Maradona respondió a las preguntas de los periodistas con estas palabras: “Lo hice con la cabeza de Maradona, pero con la mano de Dios”. Con lo cual queda claramente configurada la mediación entre el cielo y la tierra a través de la justicia divina, que llegaba en el momento exacto para la revancha histórica de la derrota dolorosa en las Islas Malvinas. Hecho nacido en ese milimétrico instante –hoy eterno, gracias a la magia de la televisión– que dio lugar al último futbolista nacionalista del mundo.
En los noventa llegó su decadencia, expresada fatalmente en otro mundial [6], el de los Estados Unidos en 1994, cuando fue escogido para la prueba antidoping, que salió positiva de efedrina. Frente a ello afirmó: “me cortaron las piernas” y “la pelota no se mancha”, frases con la que tira los dardos a los poderes omnímodos y limpia al fútbol de sus propios pecados.
Maradona siempre tuvo la palabra exacta en el momento exacto, de manera tal que construyó un relato en el que la pelota y la palabra fueron indisolubles a lo largo de su vida; muy distinto a lo que ocurre con los mejores futbolistas del momento actual, cuyas voces no se escuchan, porque están mediadas por las plataformas telemáticas tipo Twitter e Instagram. Cuentas que son administradas por equipos de gestión/mercadeo y están dirigidas a los consumidores; muy distinto a Maradona, que tenía su palabra explícita para convocar a la sociedad.
Esta transición expresada durante dos décadas es clave para entender el fenómeno Maradona, porque se produce la amalgama de un campeonato triunfal con un tiempo de tragedias humanas y deportivas, ambos momentos que conducen a la construcción social del mito. Primero, el éxito que representa el niño pobre que reivindica a su país ante la usurpación colonial inglesa de las Malvinas y, segundo, la configuración de su condición de víctima de los poderes que siempre criminalizan a los pobres (la FIFA, el Imperio).
De esta forma, el éxito y la victimización sustentan la figura mitológica, a la cual se adicionan dos elementos que la moldean y dan sentido: su origen popular y su representación nacionalista encarnados en el fútbol, el liderazgo y el discurso, tanto dentro como fuera de la cancha, los cuales le llevaron a asumir una posición política explícita.
Su origen popular lo acompañó de principio a fin y nunca renegó de él [7]. Fue un futbolista –como muchos– de extracción popular, nacido y formado en una villa miseria de la ciudad de Buenos Aires llamada Villa Fiorito, a la que describió en estos términos: “Crecí en un barrio privado de Buenos Aires: privado de luz, de agua, de teléfono […] Yo no soy ningún mago: los magos son los que están en Fiorito, porque viven con mil pesos por mes”. Esta extracción popular no la perdió a lo largo de su vida; por el contrario, la reivindicó y la representó permanentemente, tanto que se podría decir que nació en el margen y vivió en el margen.
Su representación nacionalista en el fútbol, por el contrario, fue un atributo adquirido socialmente, porque su origen popular le vino por herencia. Es que este deporte genera una impronta identitaria, a la manera de una máquina productora de nacionalidad, a la que Maradona adhirió como uno de los más conspicuos intérpretes de esta cualidad futbolera. Sin la menor duda, él despertaba un fuerte halo nacionalista cuando representaba a su país en la Selección Argentina, a la región Sur de Italia con el Nápoles, pero también a América Latina con su forma de ser. El momento culminante de su consagración simbólica fue: un mundial (1986), un partido (contra Inglaterra) y un gol (la mano de D10S), porque con esa jugada reivindicó el golpe moral de la derrota argentina en las Malvinas y lo hizo, según decía el presidente de los Estados Unidos Gerald Ford, porque “un acontecimiento deportivo puede servir a la nación tanto como una victoria militar”.
Diego Maradona cimentó su condición de mito en la combinación del éxito con la victimización, pero también mediante la unión de su extracción popular con su posición nacionalista. Mientras con el fútbol generó consensos, su cualidad humana y su adscripción política produjeron todo lo contrario. Su representación futbolera era de aceptación generalizada, porque obedecía a la lógica de la selección y del éxito, mientras su origen popular, su vida privada y su adscripción política trazaban líneas demarcatorias en la sociedad, propias de lo que se conoce en Argentina como la grieta. Esa ambivalencia contradictoria les daba la razón a unos sobre los otros y, a él, le confería la condición de referente general, tanto para el bien como para el mal según quien lo encarnara.
5. El mito que El Diego construye con disidencias; vida privada y política
Su vida privada –que fue más bien pública y notoria– estuvo signada por la adicción a las drogas y al alcohol; tanto que, luego de la última operación que le hicieron, uno de los problemas que tuvo fue el síndrome de abstinencia. Él nunca negó su condición de adicto, es más: por un lado, trató de superarla a través de múltiples tratamientos en distintos lugares del mundo y, por otro, se convirtió en una persona que permanentemente ponía su voz para alertar a la población respecto de los problemas que traía el consumo (al punto de ser representante de UNICEF para tal efecto). Su tesis de que el fútbol no se mancha, dicha en el mundial de EEUU y en su partido de despedida en la Bombonera, fue una forma de diferenciar su comportamiento personal de la lógica de este deporte maravilloso (y, también, muy poco transparente) además de una forma de pedir disculpas públicas, como lo hizo siempre.
Maradona cayó en la drogadicción a los 22 años en la ciudad de Nápoles (a los 14 ya había dejado de ser niño), por el peso que tenía la mafia de la Camorra no solo en el fútbol sino también en la vida económica, política y social de Italia (Forgione, 2014). A partir de ese momento, Maradona fue una víctima y no un victimario. La adicción fue una más de las múltiples enfermedades que padeció y que, a la larga, le resultaron incurables: la diabetes, la obesidad (operado), el corazón (operado), los pulmones, el cerebro (operado), los riñones; pero por ninguna de ellas fue tan estigmatizado como por la primera.
Respecto de las drogas, en la actualidad existe una importante corriente que crece en el mundo, tendiente a descriminalizar al consumidor, porque considera que se trata de un problema de salud pública y que, por lo tanto, quien consume debe ser despenalizado. Según Maradona, “al drogadicto no se le perdona nada”. Por eso, se afirmaba que era un mal ejemplo para la juventud y la sociedad, tanto que el mismo Pelé se sumó explícitamente a los críticos al expresar: “Maradona es un ejemplo negativo para la gente”; sin reparar en que su propio hijo no solo había sido consumidor de narcóticos, sino también comercializador, por lo que fue condenado a 33 años de prisión.
Su vida política también le acarreó distancias, porque, al igual que el fútbol, la política encierra disputas de posiciones y representaciones simbólicas. Por eso, al partido de fútbol se lo llama confrontación, y, por eso también, Maradona confrontó con los políticos, sobre todo cuando les dijo: “a los políticos les saco una ventaja, ellos son públicos, yo soy popular”. O cuando dijo que sería bueno hacer exámenes de antidoping en las sesiones de los parlamentos nacionales para ver cuáles eran los resultados.
Pero también generó divergencias debido a que tuvo posiciones rupturistas y contestatarias, como cuando se enfrentó a la FIFA de Havelange y de Blatter (ambos finalmente envueltos en casos de corrupción), al Vaticano, porque no podía entender la riqueza que tenía la institución religiosa en un marco de tanta pobreza social, o a Bill Clinton, porque le negó la visa para hacerse uno de los tantos tratamientos de desintoxicación.
Maradona abrazó los postulados políticos de izquierda, tanto que él mismo se definía como “completamente izquierdista: de pie, de fe y de cerebro”. Su vínculo con Fidel Castro, al que tildaba de segundo Padre, y posteriormente con Maduro le trajo fuertes disidencias y llevaron a que algunas personas unieran su posición política con la drogadicción; tal como hizo un político ecuatoriano cuando señaló en un tweet, a raíz del fallecimiento de Diego Armando Maradona: “Narcotraficantes perdieron un gran cliente y el castro-chavismo un vocero”.
Finalmente, la grieta lo fortaleció, porque sigue siendo un referente hasta para quienes lo combatían; es que fue una figura altamente carismática que atrajo a los demás por su presencia, su palabra, su personalidad, así como por sus incongruencias…
FC
El autor es Profesor investigador del Departamento de Estudios Políticos de FLACSO-Ecuador. Editor de la Biblioteca del fútbol ecuatoriano (BIFE) con cinco volúmenes; de las Luchas urbanas alrededor del fútbol y de El Patón Bauza con los pies en la tierra, además de varios artículos publicados en libros y revistas. “Agradezco los comentarios realizados por Paulina Cepeda a la primera versión del presente artículo”.
1-“La difusión del fútbol asociación británico hacia los países de Europa continental y de América se inició al día siguiente de la codificación del juego realizada en 1863. Ello fue una consecuencia de la gran expansión industrial y comercial de Gran Bretaña durante la segunda mitad del siglo XIX”, Chrístíane Eísenberg (2004).
2-“El fútbol constituye un hecho social total porque atañe a todos los elementos de la sociedad, pero también porque se deja enfocar desde diferentes puntos de vista. En sí mismo es doble: práctica y espectáculo”, Marc Augé (1999).
3-“El planeta no es más que un único estadio, y la aldea global no es más que un único público que puede asistir a los mismos partidos al mismo tiempo”, Pierre Brochand (1999).
4- “Es curioso: solo juegan once, pero sus hazañas, sus fracasos, sus derrotas, sus victorias, su buen o mal juego, sus goles marcados y encajados, su posición en la tabla, sus lesiones… nos las- atribuimos todos los aficionados”, Carlos Goñi Zubieta.
5-“La vida es como el fútbol, solo cuenta el resultado”, Francis Amalfi (2010).
6- Es tan fuerte el fútbol que, siempre que se hace referencia “al Mundial”, es innecesario especificar mundial de qué; se sobreentiende que es de fútbol.
7– El caso de Pelé fue muy distinto: nació en el margen y luego se encumbró en el establishment; aprendió inglés, jugó en los Estados Unidos, perdió su identidad étnica, y se codeó con los poderes del fútbol, la economía y la política.
[*] N. de la R.: en realidad, la construcción de dicho club como “expresión popular por excelencia” es una hábil operación de marketing cuyo producto más paradójico es haber sido la vidriera política y mediática que llevó al empresario Mauricio Macri a la presidencia de la Nación argentina. (MC)
Bibliografía
Alabarces, Pablo (2004). Crónicas del aguante. Fútbol, violencia y política. Buenos Aires: CLACSO.
Amalfi, Francis (2010). Todo lo que sé de la vida me lo enseñó el fútbol. Madrid: Océano Ámbar.
Archetti, Eduardo (2001). El potrero, la pista y el ring: Las patrias del deporte argentino.Buenos Aires: FCE.
Augé, Marc, (1999).“¿Un deporte o un ritual?” En Segurola, Santiago, fútbol y pasiones políticas. Barcelona: Debate.
Brochand, Pierre (1999). “Entre lo nacional y lo transnacional”. En Segurola, Santiago, fútbol y pasiones políticas. Barcelona: Debate.
Carrión, Fernando (Ed.) (2006). Biblioteca del fútbol ecuatoriano, 5 Volúmenes. Quito: Mariscal, IMQ.
Eísenberg, Chrístíane (2004). FIFA 1904-2004, un siglo de fútbol. Madrid: Pearson Alambra.
Forgione, Franceso (2014). “Mafias entorno al deporte más popular del mundo”. En Carrión, Fernando (Ed.).Luchas urbanas alrededor del fútbol. Quito: Quinta Avenida.
Sebreli, Juan José (2011). La era del fútbol. Buenos Aires: Penguin Random House Grupo Editorial.
Galeano, Eduardo (1995). El fútbol a sol y sombra. Bogotá: Tercer Mundo.
Vinnai, Gerhard (2003).El fútbol como ideología. Ciudad de México: Siglo XXI.