Entrega 12: El deseo los llevaLa mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.

Mas que el viento, el deseo los lleva por el río de aguas marrones, por el canal estrecho, como pensó lascivo el Depredador, asociando lo geográfico a Miranda. A ella, la sombra de los árboles le dibujaba una trama ambigua sobre la piel y la bikini, todo eso hasta salir al cauce más amplio del Capitán Sarmiento, después la trama se hizo menos interesante con el sol, las sombras más convencionales, los ojos cerrados, él recogió un poco de agua del río y le mojó la cabeza.
– Parece Florida, che, saluda sorprendido al Arquitecto y Teresita (irónica, como siempre, la mirada; Jean Luc no la hacía en Buenos Aires, la mina se había ido a Brasil años atrás y cada tanto sabía algo de ella por el Arqui; una relación ad-hoc, como la definía), te encontrás con todo el mundo. Miranda había visto en otra mesa a unos amigos, y había una mesa más, ocupada por un grupo de tipos muy ruidosos. Entre el ruido y los saludos, y comparando con la soledad de esos días en el río, la cantidad de gente parecía más numerosa de lo que era en realidad. Miranda, Jean Luc, Teresita y el Arquitecto compartieron mesa y pidieron un plato de cada cosa, y vino. El Depredador manejó la conversación de modo de fascinar a Miranda y agradar a la parejita, el Arqui era más manejable cuando estaba solo, porque la Tere lo hacía ver el lado cotidiano de las cosas, que no era su fuerte. Pero Teresita hablaba poco y mandaba con sus ojos, la verba del Depredador competía con la mirada de la Tere. Amores raros aquellos, pensó Jean Luc. Hacia la mitad del almuerzo el Arqui sacó a luz su fantasía de comprar el recreo, que el Depredador escuchó con atención (más interesado en decodificar los pensamientos del Arquitecto que en su propuesta específica) y Miranda aprobó con una inconsciencia a la vez llamativa para su personalidad (habitualmente reservada), y deliciosa en cierto modo, al menos para Jen Luc, obviamente. Probablemente detectó el afecto que siento por estos dos y quiere ganárselos como una forma de reforzar mi seducción, se dijo Jean Luc, y aprovechó el asunto de la compra para llevar a caminar al Arqui por el recreo.
– Linda tu hija, fue la primera frase del Arquitecto cuando estuvieron a solas.
– Si pensaste que era mi hija, le hubieras tenido más respeto en vez de mirarle tanto el culo. ¿Que onda con Tere?, preguntó Jean Luc, y escuchó escéptico las explicaciones del Arquitecto. Pasearon un buen rato por los rincones del recreo, al Depredador siempre lo sorprendía la imaginación de su amigo, y sobre todo la extraña mixtura de creatividad e ineficiencia en la formulación de proyectos de dudosa viabilidad pero atractiva presentación. Recordó su idea, muchos años atrás, de convertir en una suerte de SoHo la zona de studs que está detrás del Hipódromo de San Isidro. Al tiempo, la zona derivó en un área de restaurants de moda cercana en espíritu, aunque absolutamente diversa, en su concreción, a la fantasía del Arqui.
El Arquitecto, Claudio, y 3 o 4 tipos más eran el grupo de pertenencia afectiva más cercana a Jean Luc, si se puede catalogar como grupo a un puñado de personas con escaso conocimiento entre sí más allá de la común amistad con el Depredador, y de la desflecada intimidad que este compartía con cada uno de ellos, no desprovista de sinceridad ni de confianza, pero si de intensidad. Jean Luc comentó algunos detalles de su relación con Miranda, escuchó con incredulidad las referencias del Arquitecto acerca de su nueva etapa con Teresita (que por algún motivo al que Jean Luc no prestó demasiada atención, ahora resultaba estar viviendo en Canadá) y le dio su punto de vista objetivo acerca del posible negocio del recreo, con algunos argumentos positivos y, menores en número pero más fuertes en atingencia, ciertas condicionantes negativas que veía en el proyecto.
Miranda despidió con afecto a Tere y al Arqui antes de subir al barco, el arquitecto ayudó a Jean Luc a bajar las velas, dado que por la hora prefería volver con el motor. Prometió una cena en tierra, sabiendo todos menos Miranda que no habría tal cena antes del regreso de la Tere a Canadá, y enfiló hacia una zona no muy alejada de su refugio, pero que no se encontraba en el camino directo. Miranda no lo advirtió, no solo por su desconocimiento de la Isla, sino porque se tendió a tomar sol sobre el banco de popa, quitándose la camiseta que llevaba puesta desde la mañana, y exhibiendo su bikini jaspeada en contraste con la lisura y tonalidad magnífica adquirida por su piel en esos días. Fondearon cerca de la isla Santa Mónica y abrieron otra botella de vino, y luego de un rato el depredador tiró la soga con el salvavidas al agua, se quitó su camisa y se tiró de cabeza. Miranda lo miró aterrada, pero luego de un rato decidió acompañarlo, se paró sobre el banco y se zambulló limpiamente, para emerger lánguidamente con su pelo mojado, tomarse a la soga y tenderse sobre el agua hasta flotar casi por completo. Jean Luc le hablaba con fluidez, las palabras corrían elegantes desde su posición, a mitad de camino entre el sol y Miranda, sonriente con sus ojos cerrados y sus oídos abiertos al rumor del agua y a las mentiras del Depredador.
Con apenas su cabeza sobre el agua, Jean Luc admiraba la particular visión que las sombras largas del atardecer creaban de las tetas de Miranda, perfectamente moldeadas por la luz del sol, enfatizadas por la línea de sombra que marcaba el borde del corpiño de la bikini, y con el fondo de los juncales extrañamente cercanos en la impresión visual distorsionada desde su punto de vista. Se fue acercando lentamente a la muchacha sin dejar de hablar, con la intención de disfrutar, en alguna forma que no tenía demasiado clara, de esos pechos perfectos, pero al llegar al lado de Miranda se limito a abrazarla casi con ingenuidad. La muchacha ronroneó y se dejo acariciar por Jean Luc, dócilmente, abandonando paulatinamente al agua como elemento de soporte y entregándose a los brazos del depredador en su lugar. Al rato estaba pegada al cuerpo del francés, que la acariciaba respetuosamente y peleaba contra el agua que la alejaba. Cuando el sol se perdió tras la copa de los sauces de la costa, Jean Luc volvió al barco y ayudó a Miranda a subir, le alcanzó una toalla, subió el salvavida, y encendió el motor para concluir el regreso a la casa. Miranda envuelta en la toalla le producía una rara sensación de vulnerabilidad, la miró cambiarse la bikini en una complicada maniobra, que no alcanzó a cubrir la mata de pelo rubio sobre la entrepierna. Levemente estremecido, recordó una embarazosa frase del Arquitecto sobre la muchacha en el recreo. Tomó la botella, todavía con algo de vino, y la terminó, mientras Miranda, ya con su bermuda puesta, terminaba de secarse las axilas, el torso desnudo mostrando la superficie café de la piel expuesta al sol, en contraste con la marca blanca de los pechos y los dos puntitos rojos. Miranda le comentaba una impresión que había tenido sobre sus amigos en el recreo. Jean Luc, que por un momento pensó, y después desechó la idea por la hora avanzada y el inminente anochecer, hacerle el amor a la muchacha en el barco, antes de regresar a la casa, sintió una inexplicable sensación de tristeza al comprobar la diversidad de su lectura de aquel momento con respecto a la de Miranda, cuya tranquilidad de ánimo era atribuible a la confianza hacia el Depredador, el placer del sol y el agua, y un difuso sentimiento de felicidad, algo bien distinto a la excitación momentánea que el cuerpo semiexpuesto de la joven había producido a Jean Luc, casi como si nunca la hubiera visto en su desnudez. Miranda se puso una camisa bordó de Jean Luc, y al arrancar el motor se acerco a él y lo abrazó en silencio, para luego dejarlo y recostarse sobre el borde del barco.
A pesar de la agradable temperatura, Jean Luc creyó conveniente encender el fuego en el claro, en el sitio donde hacía los asados, para sentarse a su alrededor durante la noche, previendo que haría algo de frío. Casi al terminar la tarea, sintió el llamado de Miranda desde la galería: la encontró sentada en la mecedora, sus brazos cruzados, que levantó apenas para señalarle la silla Thonet y ordenarle que se sentara. La muchacha había traído queso sobre una tabla, un cuchillo, una botella de Clos de Moulin ya abierta y dos copas.

Jean Luc toma asiento, e imagina (la oscuridad se lo impide percibir, solo el reflejo del fuego allí abajo, y la luna, y las luces prendidas en el interior de la casa, iluminan la escena, de modo que Miranda es apenas una silueta y un rostro) la coincidencia de los colores entre su camisa, momentáneamente llevada por Miranda, las flores de ceibo y las rosas chinas. Mañana despertará en cambio en un cuarto azotado por el sol de la mañana, y el cuerpo de la joven preferirá esos rayos horizontales a sus urgencias matutinas, mañana Miranda será una piel rosada y unas líneas terribles y unas sombras, y un olor, hoy es una mancha y una voz en la galería, y unos gestos que se adivinan.
Miranda quiere saber si Jean Luc aprueba una idea, que ella viene madurando en las últimas semanas, y que estos días en la isla le permitieron definir con más detalles (al menos en una definición exclusivamente mental, no llevada al papel), para crear una suerte de empresa proveedora de servicios de traducción institucional y corporativa. Mientras la muchacha se explica, Jean Luc se enternece por el entusiasmo de Miranda y por la confianza que tiene en su opinión, y recuerda los consejos al Arquitecto en la mesa del mediodía (cae en la cuenta que Miranda nunca lo había visto ejerciendo su trabajo, aun en la versión informal de un consejo a un amigo entre vinos y parrilladas). Jean Luc siente una extraña tristeza al entrever, en una rápida imagen que pasa por su conciencia (en esa capa paralela de conciencia que se permite seguir pensando en otras cosas, mientras que la primera capa atiende cuidadosamente las palabras de Miranda, quien ahora es una sucesión de gestos y una expresión apenas adivinada en la cara, pero que mañana en la mañana será una inconcebible gradación de sombras sobre la tersura de una piel adorada), al entrever decíamos, la idea de una Miranda futura, sin Jean Luc aunque influida y perfeccionada por Jean Luc.
Miranda en la nochecita, sentada en la galería, es pura superficie y acción (mañana será cuerpo, volumen y pasión en la mañana, pero el sol será mejor amante que Jean Luc, el sol besará sus tetas blancas y bajará hasta la entrepierna dorada, ella tolerará las caricias del francés y se abrirá al calorcito de los rayos insolentes, las sombras inauditas de su cuerpo cambiando con cada segundo), Miranda es hoy puro intelecto y seducción que atropella la guardia baja del depredador.
Alguna vez el Arquitecto le dijo que lo suyo era una transdisciplina, pero el francés desconfía de las definiciones académicas. Muy vago para entrar en el círculo de la investigación y los institutos, pronto comprendió que la heterogénea mezcla de saberes autodidactas que había formado en las lecturas de juventud y en las carreras comenzadas para abandonar al poco tiempo (para desilusión de sus profesores, que soñaban con la gloria del discípulo perfecto), podían derivar en la constitución de un conocimiento operativo, ideal para su venta a empresas y desarrolladores interesados en la ampliación de sus estructuras corporativas. Economía, periodismo, filosofía, urbanismo, política, historia del arte, y quien sabe cuantos otros saberes orgánicos, eran en la genial creación del francés la fuente de otra cosa que las incluía pero a la vez las transformaba en algo por completo distinto, materia prima de un servicio de notable valor para la evaluación de las perspectivas de inversión de las más diversas actividades económicas y empresariales (Miranda cierra los ojos en la mañana de la isla, calla y se expone al amanecer en la ventana del cuarto, elude los embates de su amante y lo deja abrazado a su espalda, el calor de su cuerpo como respaldo ante el vértigo de su cuerpo abusado por el sol).
CR c/VR

Próxima entrega (12): Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
Entrega 6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas.
Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultura
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas.
Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador.
Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles.
La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.