Un científico, el físico Luis Bettencourt de la Universidad de Chicago, está reuniendo información sobre un millón de barrios en distintos lugares del mundo a fin de desarrollar un modelo matemático para diseñar lugares más sostenibles (primera advertencia: en realidad, los datos se los estarían reuniendo, en una suerte de economía colaborativa, millones de aportantes anónimos de información). La noticia alienta a la vez los beneplácitos neopositivistas de los tecnofílicos y las sonrisas socarronas de los tecnoescépticos, pero es útil en cuanto lleva a rediscutir algunos temas que suelen reciclarse en la discusión urbana: ¿cuál es el punto en que la planificación se superpone al proyecto o, más específicamente, qué es y qué resuelve el diseño urbano? Específicamente, ¿puede el diseño urbano resolver problemas sociales? ¿En qué punto se hace posible dar transparencia al modo de tomar decisiones sobre la ciudad?
La disciplina conocida como metodología del diseño acercó en los años 60 una discusión generalizada sobre los procesos llamados de caja negra y de caja transparente. La caja transparente podría considerarse una etapa superior del funcionalismo, en la que no solo el diseño se focaliza en el cumplimiento físico de las funciones a que debe responder el objeto diseñado (segunda advertencia: tener presente la categoría de “objeto” como producto del diseño) sino que el mismo proceso de diseño se torna en sí una operación funcional preestablecida y cristalina en sus procedimientos.
La caja negra mantenía en cambio el aura poética de la operación proyectual. El producto diseñado salía a la luz por métodos que ni siquiera el propio diseñador podía explicar. En todo caso, podría haber procesos laterales establecidos que facilitaran la misteriosa operación de la caja negra: abandonar unas horas el proyecto, una caminata peripatética, el alcohol en distintas dosis y calidades o, como Clorindo Testa y Alvaro Siza, el híbrido público-privado de una mesa de café. En música, Brian Eno y Peter Schmidt propusieron en los 70 un juego de “estrategias oblicuas”, consignas de pocas palabras destinadas a abrir o destrabar procesos creativos, como por ejemplo:
- Ponga el problema en palabras tan claramente como sea posible.
- Vaya hacia un extremo y luego muévase al lugar más confortable.
- Preparación lenta, ejecución rápida.
- Enfatice los defectos,
- Tuerza la espina vertebral,
- Defina un área como “segura” y úsela como ancla,
- Trabaje a una velocidad diferente, etc.
Nadie ganó ni perdió la discusión sobre caja negra o transparente. En todo caso, los metodólogos transparentistas quedaron debiendo a la historia del diseño al menos algunos productos significativos que legitimaran sus tesis y los oscurantistas cajanegreros fueron demasiado vagos como para sistematizar sus logros en teoría (o prefirieron sublimar el aura en marketing personal para ingresar al juego de las estrellas de la arquitectura, o simplemente estaban ocupados diseñando). Quienes siguieron pensando en estas cosas más o menos acordaron que un poco o mucho de caja negra siempre es necesaria y que eso no impedía ni desaconsejaba la saludable operación de sacar de la oscuridad algunos procesos o mecanismos que pueden sistematizarse, transparentarse, automatizarse.
La arquitectura paramétrica puede considerarse una digna herencia de aquel furor metodológico. Basada en programas informáticos avanzados, esta escuela se basa en el clivaje de "parámetros" y restricciones para producir un resultado que puede modificarse cambiando las variables. Jacques Lucan encuentra en algunas operaciones urbanas francesas de diversidad morfológica y programática un intento de parametrizar el diseño de los grandes proyectos que conforman la ciudad (son juegos morfológicos que permiten, por ejemplo, el estudio de orientaciones de modo de generar una arquitectura “heliotrópica”, también entendida como “mutualización energética”). La escuela barcelonesa de ecología urbana de Salvador Rueda propone un método de análisis y desarrollo que, tribute o no al metodologismo sesentista, resulta un interesante mecanismo de transparencia proyectual. Rueda considera la ciudad un ecosistema que como tal alberga restricciones que permiten que las relaciones entre sus componentes se encuentren condicionadas.
Y aquí volvemos a las cuestiones iniciales… La modelización matemática de información territorial puede aportar buenos insumos a la planificación urbana, eso es innegable. Pero, ¿cuál es el punto en que la planificación urbana se superpone e informa al proyecto urbano? No se superponen; en todo caso, el plan, cuando tiene una expresión física en un trazado y un catastro, establece una base para el diseño urbano. Ese trazado, a diferencia del proyecto arquitectónico, no implica el diseño de un producto terminado sino el de un proceso que trascenderá en el tiempo.
Por su parte, el diseño urbano es una operación que establece el trazado general de una ciudad o parte de ella y propone determinadas relaciones entre dominio público y privado, fruición del territorio y grado de mixtura de usos, entre otras cosas. ¿Puede el diseño urbano resolver problemas sociales? En principio, rotundamente no, y lo que es peor, puede generarlos. Pero puede evitar esa generación indeseable y puede aportar algunas circunstancias amigables a lo ambiental e incluso a mejorar cuestiones de equidad y justicia socio-espacial. Pero no le pidamos que resuelva los problemas del mundo. Además, cuando una revolución o (como prefiero yo) una buena reforma resuelve los problemas sociales, es muy fácil adaptar el diseño urbano generado en el antiguo régimen a la nueva organización social.
Finalmente: ¿en qué punto se hace posible dar transparencia al modo de tomar decisiones? En cualquiera… Algo de eso es lo que se empieza a conocer como Inteligencia Territorial, con una salvedad importantísima: la transparencia se expresa en la accesibilidad universal a los datos y su disponibilidad técnica; las decisiones son técnicas, sociales y políticas y no hay Inteligencia Artificial que las remplace, al menos por ahora. Una buena información territorial aporta datos para ejecutar correctamente buenas políticas como las que por ejemplo se plantean en estos días en París –forestación masiva y “ciudad de 15 minutos” – pero las decisiones son siempre humanas, tienen un fundamento técnico, un anclaje en la historia y una expresión política. Los modelos matemáticos ayudan –muchísimo– a estos procesos, pero no los sustituyen.
CR
El autor es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo La batalla de Starcourt, Urbanofobias (I), El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.), Turín y la Mole, Elefante Blanco y FIFAdos. Es uno de los autores de Cien Cafés.
Este es el estado actual del mapa que está confeccionando Luis Bettencourt.
Sobre la evolución de las operaciones urbanas francesas según Jacques Lucan, ver Formas y mixturas urbanas en las ZAC francesas, por Marcelo Corti en nuestro número 151/2. Sobre el sistema de la escuela de ecología urbana de Barcelona, ver La ciudad como ecosistema. Entrevista a Salvador Rueda en Biblio3W y El urbanismo ecológico, por Salvador Rueda.
Un ejemplo de buen uso de la Inteligencia Artificial es la Infraestructura de Datos Espaciales de la Provincia de Córdoba.