Entrega 23: Suite Mediterránea
Mujer en el balcón – Vernissage – Lo útil y lo agradable – La entropía de un matrimonio feliz – Animales – Los caminos del arte contemporáneo – Hipertexto y collage
Carmen piensa que en unos minutos el sol ya no dará sobre el balcón, de hecho ahora proyecta unas sombras larguísimas desde las salientes de la fachada, y piensa también que el conocer la finitud del momento aumenta el placer que siente, apoyada sobre el filo de la baranda, mirando sin ver el horizonte y todo lo que transcurre debajo: el azul del mar (más oscuro a medida que se acerca el horizonte, casi celeste sobre la playa), los barcos alejados, los bañistas como puntitos en el agua, la playa con sus palmeras y los bares, los cuerpos semidesnudos sobre la arena, el Boulevard costero como lánguida promenade. Mira sin ver porque para ver hay que pensar y ella solo piensa en el sol que la baña, al menos por unos minutos, feliz en la suite del sexto piso frente al mar.
Durante un largo rato (¿una hora?, piensa, y cierra los ojos para concentrar sus sentidos en el sol en que dejó de pensar) el mar era una presencia inferida desde la cama de la suite, a pesar de las cortinas abiertas, una presencia oculta tras la baranda de hierro fundido entrelazado, lo suficientemente opaca para ofuscar hasta el cierre la visión del horizonte y el mar (en su parte más azul a la vista, tocando el horizonte), y el mar a su vez no lo suficientemente atractivo como para abandonar la comodidad de la cama y la cercanía del otro cuerpo desnudo y procurarse unas ropas para asomarse al balcón. Finalmente, un T-shirt de Mitzuoda le sirvió para cubrirse al menos el torso, asomarse púdicamente a la baranda y brindar a su compañero de cuarto el doble placer de verla cubierta en parte por su propia ropa y el resto de su cuerpo desnudo, las nalgas aun firmes, proyectando y recibiendo de si mismas increíbles sombras por el sol que (al menos por unos minutos) aún cruza desde el sudoeste el balcón sobre el mar.
Carmen alcanza a percibir el sol que ya se pierde por la arista de la fachada sobre el mar y el imperceptible cambio de temperatura en su piel, la humedad salada del mar, la brisa que llega desde Africa y la envuelve y en las piernas y en el vello de su sexo la otra humedad ya casi seca recibida durante el día en los embates de su enamorado, y su propio sudor y el de su amante mezclándose sobre la piel, y fantasea con ir al vernissage sin bañarse, solo disimulando su suciedad y el olor con las ropas blancas y el perfume que Mitzuoda le regaló en Milán, antes de partir al aeropuerto en la tarde anterior.
Porque, digámoslo ya, Mitzuoda la invitó a acompañarlo a la apertura de su muestra, una instalación perturbadora en una plaza anodina del barrio viejo. A último momento, y para escándalo de los organizadores, Mitzuoda varió sus exigencias para acudir a la presentación, descartando la habitación prevista en un hotel Art Nouveau del centro para pasar a un apartamento en el barrio marítimo, mirando directamente al Mediterráneo, con servicio para el y “una mujer” cuyo nombre se negó a proporcionar (lo que ocasionó problemas con los seguros). En el aeropuerto local los esperaba el chofer provisto de las llaves del apartamento; quedó en pasarlos a buscar al otro día media hora antes del comienzo previsto para el vernissage, pero durante la noche decidieron que solo Mitzuoda usaría el auto oficial, Carmen tomaría un taxi y llegaría sola, sin identificarse (salvo que ocurriera la presencia de un amigo o conocido, que trataría de eludir con discreción).
Con el sol oculto tras el ángulo del apartamento, Carmen piensa ahora en Claudio y su indiferencia ante lo evidente, y se entristece repasando las últimas horas en Buenos Aires (la última noche Claudio no había regresado a casa, ella preparó sus valijas obsesivamente hasta casi la madrugada y él la llamó a las ocho para tranquilizarla acerca de que sí la iría a buscar un rato más tarde para ir al aeropuerto). Ya en la ducha concluye que el crepúsculo real que se estaba aproximando, y que la interferencia del edificio adelantó en unos instantes, y que ella sintió en un repentino enfriamiento de su piel y en la caída de la luminosidad general del ambiente, se había asociado en sus desprolijos pensamientos con el ocaso silencioso de su matrimonio, un final desdramatizado que ambos creían, cada uno por su cuenta, más originado en la ausencia de pasión que en una supuesta madurez de las partes. Con Mitzuoda, en cambio, disfrutaba una relación animal, tan exenta de afecto como de límites, tan redundante en hipocresías y fingidas seducciones como en honestas batallas corporales. Años más tarde, frente al piletón de Figueroa Alcorta, Carmen recordaría ese pensamiento perdido en la ducha del apartamento mediterráneo cuando leyera un poema de Mitzuoda editado en su antología personal, un inédito no corregido.
Van por las calles, caminan inocentes como animales, en silencio, se entienden como animales por gestos y deseos. A veces sí, hablan y se besan, deducen, investigan (son las veces en que me recuerdan a Bouvard y Pecuchet, a los humanistas del Renacimiento), pero en general son como animales, van por las calles sin miedos, les gusta pasear de noche por las calles vacías, y son traviesos como animales, cambian de lugar los edificios y las plazas, y la gente se confunde al despertar. Y está esa cuestión también, cogen como perros en los rincones, ella podría devorarlo si quisiera, podría chuparlo con su sexo, sus orejas, su culo, su boca, pero ella necesita su compañía animal y lo perdona, convulsa y transpirada.
Trabajadores tercerizados, flexibles, intelectuales, movilizados, trabajan como animales unos meses al año y luego salen de paseo, casi siempre eligen los lugares de frontera, los bordes de agua, las barrancas abruptas, caminan todo el día y cuando se cansan comen en la calle, en silencio, como animales, a veces son crueles y asustan a la gente, pero no tienen maldad, yo los he visto riendo como niños, como animales, el la protege y ella lo acaricia lasciva en las calles, como una perra.
Recordaría también la salida del apartamento, recién bañada y de nuevo sucia del olor y el semen de Mitzuoda, empapada en el perfume milanés, buscando un taxi para llegar al centro de la ciudad, bajando cientos de metros antes por lo imposible del tránsito y sintiéndose parte, en su llegada anónima, del juego perverso entre arte y realidad urbana que Mitzuoda proponía en la instalación de la Plaza.
Innecesario y tramposo anonimato, tan innecesario y tramposo como el juego de Mitzuoda, precisó Carmen en sus pensamientos. Pero entonces la entristeció la futilidad de esconderse, cuando la noticia de su romance no llegaría a Claudio y aun cuando le llegara no le interesaría, como a ella no le importaba la evidente fuga de Claudio hacia quien sabe que aventura; y más la entristeció asumir que en realidad la entristecía (el juego de palabras le arrancó una imperceptible sonrisa) el juego de Mitzuoda, no el que proponían las lonas, los poliuretanos y el coro en la Plaza, sino ese otro juego de misterios que no entendía ella si buscaban preservar y acentuar el placer de un amorío furtivo, o solo cubrían al artista de las inquisiciones de otras amantes (¿aquella rubia también solitaria en el extremo de la plaza, al pie de la estatua de la Virgen lugareña, alguna de las bailarinas, la periodista entrometida y tetona que ahora entrevistaba al japonés en el corazón de la algarabía y las vanidades en curso?). Una ambigüedad menos inocente que el del vernissage al exterior, con sus fogatas y sus parrillas donde los invitados (todo habitante de la ciudad lo era) cocían las partes de reses dispuestas para su deleite, con sus botellas de vino barato que una vez consumidas pasaban a formar parte de una espontánea y a la vez programada escultura. Carmen (y su culpa de mujer adúltera, y sus celos de amante madura) podía ser tan parte de la Instalación como las meadas de muchachos y muchachas pasados de cerveza en las calles laterales, como las declaraciones vacías de los funcionarios de Cultura, como la pátina centenaria de los edificios y la iglesia alrededor de la Plaza, como cualquier acción humana concurrente a los designios perversos del Artista-Maldito (como su actuación horas más tardes, en la madrugada mediterránea del apartamento, como la satisfacción de Carmen ante el discurso amoroso de Mitzuoda, como sus mutuas promesas de amor incondicional, cebadas por el vino y el deseo).
CR c/VR
Próxima entrega (24): Una walkyria conurbana
¿Vivís por acá? – No somos perras – La prohibición de involucrarse – Ningún cuidado es excesivo – Reconversión en el área servicios – Aparición del príncipe azul
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
En entregas anteriores
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo. ¿Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
12: El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13: Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
14: No podrías pagarlo
Refugio para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis en busca del equilibrio.
15: La carta infame
Estudios de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza. Sensiblería y procacidad.
Entrega 16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega (17): La investigación aplicada
Más de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones y conjeturas.
Entremés – Solo por excepción (I) / La drástica decisión.
Entremés – Solo por excepción (II)/ Los trabajos y los días
Entremés – Solo por excepción (III y última del entremés)/ El experimento Rochester.
18: La afirmación positiva
Una visión panóptica. La eficacia de las caricias. No lejos de la fábrica.
Los motivos de su conducta. Hipótesis oportunista. Certero impacto del Artista Pop.
19: El amor asoma su sucia cabeza
Hipótesis de conflicto – El perseguidor – Preguntas capciosas – Efectos colaterales –
Sólo en Buenos Aires – La tristeza de un jueves a la tarde
20: La forja de un rebelde
Propuesta del superior – Llegar tarde a todo – Disciplina y cinismo – La luz y el aire del Sur –
Adiestramiento de un servicio – Los pruritos morales – Doble agente
21: Al servicio de la República
La llegada a América y las primeras misiones – Jean Luc seduce a propios y extraños –
Por la razón o por la fuerza – Foja de servicios – El hombre justo en el lugar equivocado
22: ¿Qué pasa, General?
Pequeño apartamento en Las Condes – Aeropuerto ´73 – Balada del mochilero –
Dos puntas tiene el camino – El trabajo ya está hecho – Reciclaje y redención