N. del A.: El texto de esta nota fue realizado con el apoyo de Antonio Villarreal.
El fútbol es la continuación de la guerra por otros medios (Anónimo)
1. Introducción
El conflicto es consustancial al fútbol, porque encarna una disputa entre dos bandos que buscan la victoria por todos los medios a su alcance. Pero esta disputa no siempre es pacífica, tanto que el juego está impregnado por la incorporación de los principios, categorías y leguajes de la guerra. Allí la estrategia y la táctica como organizadores pacíficos del conflicto. El disparo de misiles, la existencia de bombazos, el cobro de tiros libres y la falta máxima de un penal. Un jugador potente es el tanque Hurtado, si tiene un tiro fuerte será el Cañoncito Peñaherrera o si el defensa es recio tendremos al Bam Bam Hurtado (Carrión, 2008).
Hoy llama la atención la violencia en el fútbol; sin embargo, es necesario retrotraernos en el tiempo para comprender cómo fueron de brutales los inicios de este deporte. Al origen fue considerado como un mecanismo para batir y aniquilar al enemigo, porque ese era el sentido de las victorias; tan es así que en Inglaterra, la primera “pelota” utilizada para jugar fútbol fue la cabeza de un soldado romano muerto en batalla (“Cuenta la leyenda que la primera pelota utilizada en Inglaterra, país al que se atribuye la paternidad del moderno fútbol, fue la cabeza de un soldado romano muerto en la batalla del año 55 antes de Cristo, en la que los bretones expulsaron a las huestes de Julio César. En el mismo país se relata también que la leyenda de la cabeza impulsada por el empeine parte de los martes de Carnaval de Chester y su antecedente fue el cráneo de un vikingo también muerto en batalla”, Carda Candau, Julián, 1996). Tan brutal y sangrienta fue esta práctica que se llegó a prohibirla en varios momentos y lugares.
La creciente aceptación del fútbol y el aumento de la violencia reinante condujeron a una disyuntiva: su prohibición -como muchas voces propugnaban- o la introducción de un mecanismo civilizador para procesar pacíficamente el conflicto; en otras palabras, entender y concebir el fútbol como la guerra, pero desarrollada por medios pacíficos. Y esto último es lo que ocurrió, mediante la emergencia de cuatro componentes que se han perfeccionado en el tiempo: la creación de una institucionalidad que vela por la justicia (Federación Internacional de Fútbol Asociado – FIFA), el desarrollo de una normativa (las famosas 17 reglas), la creación de un juez para imponer las reglas (el árbitro) y el impulso de una política anti violencia (fair play).
2. La violencia del fútbol
La violencia es concebida a partir de una relación particular del conflicto (Carrión, 2009), que nace de una compleja construcción social y política (Sozzo, M. 2008) en un territorio y en un tiempo específicos. Una afirmación de este tipo nos lleva a comprender las violencias como consecuencia de la interacción de múltiples actores directos e indirectos, históricamente constituidos. De allí que la violencia no sea una sino múltiple -porque la conflictividad es plural- y, por tanto, que el conjunto de ellas se encuentren vinculadas entre sí.
De esta manera es factible encontrar varias violencias, cada una de las cuales tiene lógicas particulares. Así, por ejemplo, tenemos la violencia común, que se caracteriza porque se produce en un lugar común, porque es general y porque erosiona el sentido de ciudadanía (derechos y deberes). La violencia juvenil, que viene de las relaciones entre las diferencias generacionales de los distintos grupos etáreos y de sus construcciones identitarias. La violencia de género, que se desarrolla por las asimetrías de poder en la relación entre los sexos. La violencia urbana que nace de la densa concentración espacial de las heterogeneidades y de la satisfacción desigual de las necesidades básicas (Carrión, F., 2010).
Por ello es factible encontrar una violencia específica alrededor del deporte Rey, que bien podría definirse como la violencia del fútbol (simbólica y física), nacida del conflicto que se presenta entre los contendientes, cada uno de los cuales tiene un yo incluyente, en el que están los deportistas, los seguidores, los medios de comunicación, los auspiciantes y los dirigentes, gracias a la disputa de los universos simbólicos que representan cada uno de los equipos. Por eso la alteridad es inaceptable, en tanto el otro se convierte en el enemigo a aniquilar aunque, paradójicamente, sin esa misma alteridad es imposible construir su propia identidad. “Rara vez el hincha dice: “hoy juega mi club“. Más bien dice: “hoy jugamos nosotros”. (….) “cuando el partido concluye, el hincha, que nos se ha movido de la tribuna, celebra la victoria: qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota, otra vez nos estafaron, juez ladrón” (Galeano, 1995). “Es curioso: sólo juegan once, pero sus hazañas, sus fracasos, sus derrotas, sus victorias, su buen o mal juego, sus goles marcados y encajados, su posición en la tabla, sus lesiones… nos atribuimos todos los aficionados” (Goñi Zubieta, Carlos).
Si bien la violencia es plural, también es cambiante, porque es histórica y porque tiene historia. La violencia particular del fútbol no se escapa a esta realidad; tan es así que la institucionalización del fútbol -bajo las cuatro consideraciones señaladas- produjo un cambio histórico en el deporte, tanto que esa coyuntura quedó signada como de la fundación, génesis o nacimiento del fútbol moderno.
Pero también se debe resaltar que desde este momento fundacional se inicia un proceso civilizatorio de esta práctica deportiva, que tiene varias coyunturas históricas identificables. La violencia del fútbol tiene cuatro formas a través de las cuales se expresa, cada una de las cuales tiene características especiales y momentos específicos. Así se puede decir que se inicia con la violencia en la cancha, que proviene de la propia lógica y esencia del fútbol y que actúa de forma centrífuga; sigue con la violencia de los estadios que está relacionada con los seguidores de los equipos; continúa con la violencia en los bordes que se produce en las inmediaciones de los estadios a la manera de un desborde hacia la ciudad; y finalmente, la violencia que se produce en la sociedad en general -por fuera de la práctica deportiva- pero que saca provecho del fútbol, a la manera de una dinámica centrípeta.
3. La violencia en la cancha
“En 1888 hubo 23 jugadores muertos, 30 piernas fracturadas, 9 brazos rotos, 11 clavículas partidas y 27 lesiones de diversa consideración. En 1889 fueron 22 los muertos, y 138 los heridos y un año después la cifra de fallecidos fue de 26 y la de heridos 150”. (García Candau).
La violencia en la cancha -que proviene de las propias características de la práctica del fútbol y que se despliega en el campo y en los 90 minutos de juego- es en la actualidad aislada, a pesar de tener una lógica explícita: el conflicto por la disputa de los diferentes universos simbólicos y por las características especiales de ser un deporte de contacto y fricción (el tiempo y el espacio señalados son una metáfora, porque los partidos se juegan en la mesa, por arriba y por abajo, y duran más de lo noventa minutos según la importancia del partido y lo ocurrido en él; la final del mundial de 1958 -que produjo el “maracanazo”, aún cuando muchos de sus jugadores ya han fallecido- se sigue jugando hasta ahora). Adicionalmente hay que tener en cuenta el contexto: lo que representan los clubes socialmente en términos de las regiones o de los grupos (mientras en Inglaterra la violencia del fútbol se nutre del simbolismo religioso, en Argentina o Israel lo hace de la política, en el Ecuador o España de la huella regional, en Río de Janeiro o Montevideo de la estructura barrial, Colombia en el lavado de activos y en Honduras o Guatemala por la presencia de las maras), las presiones económicas de los sponsors (la final del mundial de Francia se dijo que no fue entre Brasil y Francia, sino entre Reebock y Adidas, así como la presión de esta segunda para que Ronaldo jugara bajo condiciones físicas y de saludad deplorables) y la presencia de los medios de comunicación, con todos los ojos del mundo puestos sobre ellos.
La violencia en el campo de juego tiene como actores a los jugadores, entrenadores, árbitros, dirigentes y cuerpos técnicos, actores directos del espectáculo, y se concreta a través de las confrontaciones verbales, simbólicas y físicas que se hacen totalmente visibles, porque ésta manifestación de violencia es la más reproducida por los medios de comunicación. En el caso del fútbol ecuatoriano, por ejemplo, las imágenes de la gresca del partido entre Liga de Quito y Barcelona, ocurrida en el 2006, fueron reproducidas una y otra vez por la avidez de las hinchadas, convertidas en rating por la televisión. En este caso el procesamiento de la violencia por la prensa fue muy interesante: los medios quiteños defendieron a Agustín Delgado mientras los guayaquileños lo condenaron. Sin embargo, si el partido se hubiera jugado en Guayaquil años antes, cuando Delgado jugaba en el Barcelona y los hechos de violencia hubieran sido los mismos, el comportamiento de la prensa hubiera sido inverso. Pero aún más, si Delgado hubiera jugado por la selección nacional un partido contra el Perú, el “Tin” Delgado hubiera sido considerado un héroe nacional.
Aquí viene al caso lo ocurrido cuando Zinedine Zidane le propinó un fenomenal cabezazo en el pecho a Marco Materazzi, en la final del Mundial de Fútbol del año 2006, entre Francia e Italia. De la reacción de Zidane se han desprendido consideraciones étnicas, migratorias e histórico-políticas, que condujeron a que Francia condene a Materazzi y Zidane sea considerado un héroe nacional por escritores, comentaristas deportivos, futbolistas e, incluso, por el propio presidente de Francia de ese entonces, Jacques Chirac. Y con esa jugada de cabeza se despidió del mundo del fútbol un jugador cerebral, dejándonos para siempre ese cabezazo en la memoria. Es decir, que en el fútbol como en la vida, la violencia es relativa y eso lo saben muy bien los medios de comunicación.
Pero también hay que señalar que la violencia en la cancha ha sido prácticamente desterrada, gracias al proceso civilizatorio seguido por la institucionalidad de la FIFA y las políticas públicas, lo cual no significa que haya desaparecido del todo, porque siguen existiendo casos aislados. No hay que olvidarse que se trata de un deporte de contacto, de fricción y de conflicto, que nace de la confrontación entre diferentes (por eso mismo, un partido de fútbol se lo define y publicita como una confrontación), aunque si debe quedar claro que esta violencia inicial ha sido históricamente superada.
4. La violencia de los estadios.
“La emergencia de las barras bravas representó la militarización del hincha del fútbol” (Duke y Crolley).
El control parcial de la violencia en las canchas no ha significado su desaparición sino un desplazamiento expansivo hacia otros espacios, como es la llamada violencia de los estadios. De esta manera se percibe el tránsito de la violencia de los jugadores en la cancha hacia las gradas, donde están los espectadores; es decir, de los futbolistas a los seguidores, inscrito en el hecho histórico de la transición del fútbol-deporte hacia el fútbol-espectáculo (por eso se desarrolla la llamada violencia de los estadios, que es una fase superior a la violencia del fútbol).
En este momento nace el estadio, en tanto recinto deportivo que diferencia claramente los graderíos que albergan a los aficionados y la cancha donde actúan los deportistas (tan diferentes son los dos espacios -el de la cancha y el de las gradas- que en muchos estadios del mundo se pusieron barreras infranqueables, con fosas o con mallas, para que la violencia de las gradas no llegue a la cancha). En el espacio de las gradas -como espacio de afirmación colectivo- se encuentran grupos antagónicos que llevan a cabo batallas con violencia simbólica (señales, cánticos, letreros) y con violencia física (golpes, disparos, grescas) muy particulares. Allí se ubica el robo y la posterior quema de banderas, el arebatamiento de bombos u otros instrumentos simbólicos, los canticos al unísono que intentan acallar o someter a la otra barra con temas que recuerdan sus derrotas memorables y claro, también, la gresca y la trifulca con funestas consecuencias.
Los espectadores crecen en número y en pasión, al grado de hacerse parte del fútbol y de llenarse de sociedad. Los universos simbólicos de los equipos se construyen en la lógica de la relación sociedad y fútbol, porque la identidad es algo propio que se consolida en la confrontación, tan es así que -por ejemplo- en un clásico local, encarnan la revancha social entre equipos que representan a los ricos y a los pobres y en un clásico nacional, expresan los conflictos regionales o urbanos; siendo en los dos casos partidos calificados de alto riesgo (allí están los más sonados: Fluminense y Flamengo en Río de Janeiro; Barcelona y Emelec en Guayaquil; Internacional y Milán en Milán y Real Madrid y Atlético de Madrid en Madrid. Pero también cuando los torneos se hacen nacionales y la urbanización del país tiene varias ciudades, se tiene clásicos territoriales: Real Madrid y Barcelona en España; Liga y Barcelona en Ecuador; América y Guadalajara en México, entre otros.)
El hincha con espíritu gregario no razona sino se apasiona, tanto que es solidario con los suyos y agresivo con los otros; por eso lo único que le interesa es aplastar al adversario. Con esta pasión llegan a otro nivel las hinchadas, asumiendo los nombres de barras bravas en Argentina, hooligans en Inglaterra, ultras en España, torcedores en Brasil y teppiste en Italia y, cuando lo hacen, es la palabra que los nombra la que les da carta de nacimiento (por eso las barras empiezan a tomar nombres explícitos con los cuales se reconocen y nacen como tales: Muerte Blanca, Boca del Pozo, Marea Roja, entre otras). Esta nueva expresión que adopta la hinchada nace alrededor de la década de los años sesenta y se desarrolla con fuerza desde los años ochenta (en el Ecuador nace este fenómeno en este siglo, es decir, algo posterior a lo que ocurre en otros países; lo interesante es que a partir de este momento se puede afirmar que la violencia del fútbol entra bajo la forma de la violencia moderna: organización, economía, internacionalización y tecnología).
El salto de espectador o hincha hacia barra brava produce un incremento de la violencia gracias, entre otras razones, a cuatro factores:
· Las barras bravas son el resultado de la evolución del hincha, considerado un seguidor pasivo, espontáneo y entusiasta del equipo, hacia un fanático, apasionado y adicto, que salta de una persona aislada a otra que tiene socialmente fidelidad. Se trata de la construcción de una organización que le da estabilidad a su inserción y que le sirve para mediar con el club, recibir auspicios privados y confrontarse con otras barras de otros equipos. En esto los medios de comunicación juegan un rol central porque los visibilizan (propaganda) y los convierten en actores del fútbol (interpelan).
· La potenciación de las barras bravas va a la par del aparecimiento y desarrollo de las pandillas o tribus juveniles: las jefaturas y los anillos que forman parte tienen mucho de las organizaciones militares: autoritarias y jerárquicas, así como su estructura y prácticas no son muy distintas a las que tienen las pandillas juveniles.
· La internacionalización del fútbol requiere del desplazamiento de las hinchadas, produciendo la circulación internacional de la xenofobia, el nacionalismo, el racismo, el chauvinismo; así como el intercambio de información entre las barras visitantes y locales, que luego actúan en red gracias al internet. Las hinchadas se convierten en el complemento de autodefensa que los equipos requieren para sus movimientos. Allí nace la necesidad de financiar su desplazamiento, constituyéndose esta economía de la hinchada, que se nutre de fuentes santas, y non santas (“desaparece en esta definición el contrato emocional con el club y los “colores”, para ser reemplazado por un contrato económico”, Alabarces, 57, 2004).
· El establecimiento de relaciones perversas de las barras bravas con dirigentes, jugadores, cuerpo técnico, jueces, medios de comunicación, políticos y sponsors (auspiciantes), muestran que actúan como actores del espectáculo deportivo, de la organización del club y de la defensa del equipo de fútbol en sus viajes. En otras palabras, se hacen parte de la estructura del club y se convierten en un mal necesario: aparecen en lo que interesa que aparezcan y se les esconde cuando la violencia aflora; por eso la violencia no aparece en la estadística, en la justicia y, cuando es difícil esconderla, se recurre a los chivos expiatorios o a los llamados infiltrados (“Las barras bravas no existirían si no contaran con el apoyo o la complicidad de los dirigentes del club que las usan para forzar el retiro de un director técnico, presionar el contrato de algún jugador, o para apoyar su propia candidatura a la presidencia del club”, Sebreli Juan José, 1995).
En Ecuador estaríamos entrando en un cambio histórico: de hinchada a “barra brava”, donde tres actos violentos muestran este quiebre: primero, en el 2006, en el clásico Emelec y Barcelona, se registraron cuarenta heridos como consecuencia de los enfrentamientos entre grupos violentos de las dos hinchadas y contra las cabinas de transmisión del partido, en el estadio George Capwell. Segundo, en el 2007, Carlos Cedeño, un niño de 11 años e hincha de Emelec, fallece luego de ser impactado por una bengala que salió de la barra de Barcelona, en su estadio (la complicidad de los dirigentes fue evidente: las bengalas las tenían –como siempre- en los interiores del estadio desde varios días antes que se juegue el clásico, de tal manera que la policía no podía detectarlas al ingreso de la misma el día del partido). Y tercero, en el 2009, un hincha de Nacional de Quito, fue apuñalado por la barra de Liga de Quito, hasta su muerte, en las inmediaciones del estadio del estadio en Ponciano (la violencia del fútbol produce “una muerte que jamás será resuelta”, Alabarces, 21, 2004; la impunidad en la violencia del fútbol es mucho más alta que en las otras violencias.
De esta manera, las barras de fútbol tienden a convertirse más en organizaciones con estructuras mafiosas, con cabecillas buscados por la policía, asociadas al tráfico de drogas y al comercio de bienes irregulares, cómplices en muchas ocasiones de procesos de extorsión en contra de los futbolistas, todo lo cual provoca, más temprano que tarde, asesinatos de rivales, posesión y uso perverso de armas de fuego y batallas campales entre hinchadas. Pero adicionalmente genera una exacerbación y polarización que fractura el universo social, no solamente entre ricos y pobres, sino también entre hinchas de un equipo e hinchas de otro o de una ciudad y otra; o de una región u otra.
5. La violencia en los bordes: fuera de lugar
La violencia en los bordes coincide con el incremento de la violencia a escala planetaria, con lo cual se producen mutuas interacciones entre la violencia general y la del fútbol en particular. La violencia es territorial, porque ocurre en algún lugar y porque la violencia del fútbol -más que ninguna otra- tiende a connotar el espacio con cargas simbólicas e imaginarios sociales.
Por eso la violencia de los estadios es una violencia territorial, que con el paso del tiempo crece significativamente, al grado de hacerse brutal y extremadamente visible. Por eso, en el momento de mayor auge de de las barras bravas, la de los hooligans (los hooligans ingleses están tan institucionalizados que ya poseen en Carslile, al norte de Inglaterra, un cementerio donde son enterrados en ataúdes pintados con los colores de su equipo, Sebreli, 1998), la Sra. Margaret Thatcher, Primera Ministra del Reino Unido, hizo una propuesta para detener la violencia, acogiendo el llamado “Informe Taylor”: todos sentados (asientos numerados), todos identificados (asiento para el que compra), todos separados (asientos para visitantes y para locales) y todos vistos (cámaras de video). Con ello la violencia de los estadios se controló relativamente, al extremo que salió de los estadios y se volcó sobre los territorios contiguos; porque siempre las políticas de shock en violencia producen desplazamientos y porque no actúan sobre las estructuras que las generan.
Por esta razón, la violencia desborda los estadios, trasladándose desde las inmediaciones del estadio hacia la ciudad, sobre todo en aquellos países donde el fútbol nace por iniciativa de una urbe (Cuenca, Getafe, Liverpool), por la rivalidad barrial (a manera de ejemplo: en Lima con Alianza Lima del barrio de la Victoria y en Río de Janeiro del barrio Botafogo; entre muchos casos) o por la organización institucional (el Caso de Ecuador es interesante en este sentido: las universidades dan origen a los clubes -Católica, Liga, Técnico Universitaria-, los municipios de las ciudades intermedias los promocionan -Cuenca, Manta, Imbabura-, las Fuerzas Armadas dan nacimiento a los equipos -Nacional, ESPOLI- y la empresa Privada hace lo propio -Emelec, Filanbanco-, con lo cual se construye los universos simbólicos de la disputa: militares vs universitarios; serranos vs costeños; cuencanos vs imbabureños).
En la confrontación con otro equipo con un origen similar o distinto, se construye el escenario de la rivalidad y de la violencia, de forma ubicua gracias que los medios de comunicación aportan mucho, porque construyen el paso histórico del espectador a tele audiencia (consumos culturales); pero también la camiseta aporta con lo suyo, cuando pasa de la condición de insignia que sirve para distinguir a los equipos en la cancha, a vitrina ambulante que camina por la ciudad, convirtiéndose en estatus, marca e identidad que invade el espacio público, bajo la forma de una toma de posesión del territorio, que termina por extirpar al otro. Los hinchas tienden a apropiarse de los espacios, para lo cual la camiseta, la caminata y el grafitti son marcas claves del dominio logrado.
El estadio donde juega de local es el centro simbólico espacial por excelencia. Sus inmediaciones son parte del territorio demarcado -como hacen los perros para impedir la entrada de un enemigo- que hay que defenderlo a como dé lugar: en este caso no hay una disputa del espacio, sino una defensa de la soberanía territorial; por eso el hincha del equipo visitante es visto como invasor. Más significativo es el caso de los estadios que están enclaustrados en su barrio, porque eso implica una defensa aún más significativa del territorio; porque el estadio es una marca de memoria, de simbología y de afirmación del conjunto del barrio. La caravana anual de la Liga Deportiva Universitaria o el salir del barrio la Victoria caminando para acompañar a Alianza Lima, son formas de llegar al estadio rompiendo con la territorialidad ajena, afirmando su existencia épica y convocando a la derrota del adversario. Por eso la entrada al estadio cuando el partido se ha iniciado termina siendo una forma de provocación y, todavía más, una señal de haber llegado con la espada de escalibur.
La guerra no se libra solamente en la cancha, bajo el control arbitral, sino también a la salida del estadio, entre las turbas descontroladas que buscan enfrentarse luego del partido. Con mucho más razón si hemos perdido, porque es en este campo del honor que se busca la reivindicación del mal arbitraje o del mal partido de los jugadores o de la mala alineación hecha por el entrenador.
En otras palabras, la violencia de la sociedad, la típica del fútbol y las políticas de regulación de la violencia en los estadios, produjeron la reubicación de la violencia hacia otro escenario: las inmediaciones de los estadios y la ciudad. Hoy la violencia está en las afueras de los estadios, donde se confunde la violencia del fútbol con la violencia de la sociedad. Con ello la violencia del fútbol sufre un segundo desplazamiento: si el primero fue de la cancha a los graderíos, en este caso es de los graderíos (violencia de los estadios) hacia la calle, hacia el espacio público, hacia la ciudad.
6. La violencia hacia el fútbol
Cómo la violencia del fútbol se expande y la violencia de la sociedad crece, históricamente tienden a encontrase. Las representaciones simbólicas de los equipos vinculados a las religiones, a la política, a las instituciones, a las regiones o a las ciudades son una forma en que lo social y lo futbolístico generan un espacio común. A nivel de las hinchadas, sin duda el fenómeno de las pandillas no es muy distante ni tampoco distinto a las barras bravas. Con la mercantilización extrema del fútbol, se convierte en un sector de la economía donde los actores directos tienen ingentes recursos económicos y los exponen públicamente con mucha bomba.
Las violencias alrededor del fútbol tiene varias dimensiones: las dinámicas delincuenciales hacia los jugadores, dirigentes y allegados al fútbol -dada la condición de figuras públicas confrontadas y con altos ingresos expuestos ostentosamente- se producen agresiones físicas y simbólicas. Así tenemos los secuestros en Argentina (entre 2002 y 2004 se secuestraron a 22 personas vinculadas al fútbol argentino), Brasil y México, entre otros (en Bolivia un equipo de fútbol fue secuestrado durante 7 horas en 2011, con la finalidad de llegar a un acuerdo respecto de donde debe jugar de local); las vacunas que deben pagar los jugadores a las organizaciones de extorsión a cambio de su seguridad; las presiones de las barras a determinados jugadores, entrenadores y dirigentes para que entreguen dinero con el objeto de acompañar a su equipo al exterior; caso contrario, amenazan con crear un ambiente negativo, que en muchos casos han sido causantes de despidos de futbolistas o entrenadores y, también, de atentados criminales (Bolaños en Ecuador, Habergger en Argentina: “Son pocos los técnicos que se resisten a pagar la barra, y a estos les va mal, como a Jorge Habergger, que debió volverse a Bolivia por resistir a la extorsión de la barra de Boca y de Huracán”, Sebreli. 62, 1998)
Para nadie es desconocida la penetración del narcotráfico en el fútbol, principalmente en el ámbito del lavado de dinero; pero también están el mundo de las apuestas deportivas, el coyoterismo, el cambio de nacionalidades, el mercado de pasaportes, el ingreso fraudulento de personas a otros países y el mundo de la farándula, no son extraños a esta realidad.
En otras palabras, el ámbito de influencia de la violencia en el fútbol es una realidad y debe ser comprendido en su dimensión integral; mucho más si el futbolista ha construido una imagen de éxito personal alrededor de este deporte, lo cual le ha conducido a un grado de alta vulnerabilidad.
Allí los casos más emblemáticos: Salvador Cabañas recibió varios disparos en su cabeza al interior de un bar en México (¿narcotráfico?) o el de Andrés Escobar, que cometió un autogol en el mundial de EEUU que le significó su muerte (apuestas) o el de Hernán Bolillo Gómez que recibió varios disparos en la cafetería de un hotel en Guayaquil (presiones) o el caso de Garrincha que lo mató el alcoholismo (abandono).
Hechos de estas características -ejecutados contra un hombre público e ídolo de la afición- causan conmoción, producen preocupación ciudadana, generan clima internacional poco favorable al país y construyen una percepción de inseguridad generalizada; al extremo que podría decirse que se trata de un magnicidio. Este término originalmente reservado para designar el asesinato de un jefe de gobierno, posteriormente para describir los atentados a ciertos referentes políticos (Jorge Eliécer Gaitán), religiosos (El Papa), sociales (Mahatma Gandhi); en la actualidad pueden ser considerados para interpretar las agresiones a los músicos (¿Michel Jackson?) y a los deportistas, por las masivas adhesiones e identidades que generan.
Uno de los problemas más graves en el fútbol tiene que ver con las manifestaciones racistas o xenófobas que vienen de la sociedad y se integran con fuerza en el fútbol, sobre todo a partir de dos procesos interrelacionados: la descolonización en África, así como la difusión del fútbol por esas zonas bajo la lógica de su universalización. Con ello entran los afros descendientes -gracias a la importación de futbolistas hacia Europa- disputando espacios laborales, públicos y de exposición. Allí los salarios desiguales, los cánticos en los estadios y el relato del periodismo deportivo, entre otros. Los ultras del Real Madrid se alimentan de ideas de la extrema derecha racista. Símbolos fascistas, construyen una idea de superioridad racial a partir de la pertenencia a su equipo, y agreden físicamente no solo a inmigrantes latinoamericanos o africanos, sino también a españoles de otras procedencias. En el 2006, Samuel Eto´o, del Barcelona de España, abandonó el campo de juego después recibir insultos racistas y solo volvió convencido por sus compañeros. El barrio de La Boca es un enclave de inmigrantes bolivianos que es recordado por los cantos de River Plate a Boca Juniors: En El Barrio De La Boca,/ Viven Todos Bolivianos,/ Que Cagan En La Vereda, / Y Se Limpian Con La Mano, / El Sábado En La Bailanta,/ Se Van A Poner En Pedo, / Y Se Van De Vacaciones,/ A La Playa Del Riachuelo,/ Hay Que Matarlos A Todos Mamá,/ Que No Quede Ni Un bostero,/ Hay Que Matarlos A Todos Mamá,/ Que No Quede Ni Un bostero.
La internacionalización del fútbol llegó temprano al futbol, haciéndole de la mano de la aviación y la televisión, así como de las políticas de la propia FIFA en el contexto de la descolonización. Esto es la GOLBALIZACION como realidad anterior a la llegada de la globalización. En el fútbol el dinero fluye con las barras bravas, con los medios de comunicación, con los sponsors, con los modelos de gestión, con la reventa de entradas, con los negocios ilícitos de la indumentaria deportiva, con la distribución de droga y con el lavado de dinero, que van más allá de la filiación o simpatía hacia un equipo. Con esta difusión generalizada del mercado, el fútbol se nutre de los mercados ilegales -haciéndose funcional- con lo cual, nuevas formas de violencia llegan.
7. Conclusiones y recomendaciones.Queda decir que en el campo de la violencia del fútbol no se ha podido disponer de un estudio serio que registre los hechos, analice las implicaciones y trate de interpretar las manifestaciones violentas, porque además están envueltas en contextos regionalistas, homofóbicos, racistas y xenofóbicos.Hay un tipo de interpretación que ve la violencia del fútbol como un reflejo de la violencia de la sociedad y otro aún más sencillo: son casos aislados, no estructurales, que son originados por antisociales, generalmente infiltrados.
Tampoco se ha podido contar con trabajos que analicen las relaciones, muchas veces perversas y clientelares, entre hinchadas y dirigencia, ni con estudios que incluyan al fútbol como uno de los factores decisivos en el terreno político. Pero tampoco hay investigaciones respecto del funcionamiento de los mercados ilegales en el fútbol, de la presencia de dineros en el financiamiento de clubes o en la compra de jugadores(en estos últimos años han sido asesinados en el Ecuador varios dirigentes de clubes, en manos del sicariato, sin que las investigaciones de la policía hayan logrado aclarar los hechos) o en la trata de personas (ya es ampliamente conocido el caso del “coyoterismo” que fue descubierto en los viajes de la selección nacional del Ecuador hacia el exterior o también como un ex árbitro con carnet FIFA; convertido en periodista deportivo de un canal de televisión, fue detenido en EEUU trasladando heroína); como también el festival de nacionalizaciones, cambios de edad o adulteración de documentos con la finalidad de obtener beneficios económicos y deportivos.
No existe estadística respecto de los casos de violencia ocurridos en los estadios o fuera de ellos; así como tampoco respecto de la violencia al interior de los campos deportivos. Por ello no existen estudios que permitan desentrañar lo que está ocurriendo y, mucho menos, lo que se debería hacer en cuanto a las políticas de seguridad en la institucionalidad del fútbol, en los gobiernos locales y nacionales.Por eso lo que ha ocurrido es que se han copiada a medias o se han trasladado parcialmente los dos casos emblemáticos: el informe Taylor de 1989 de Inglaterra y la propuesta de la Comisión Castrilli de principios de este siglo en Argentina, que básicamente plantean:
A) Mejorar los estadios con la colocación de asientos numerados, el aislamiento de las hinchadas locales de las visitantes, la eliminación de alambrados o de fosos que separan la cancha de los graderíos, el establecimiento de la evacuación de los asistentes en no más de 8 minutos mediante el diseño de rutas, accesos y salidas expeditas.
B) Prohibir el consumo de productos psicotrópicos y controlar el consumo de alcohol dentro de los estadios, mediante cupos por persona y el señalamiento de los lugares permitidos (no en los asientos). En el Ecuador esta medida es de difícil aplicación porque ciertas bebidas auspician este deporte.
C) Ubicar los sistemas de video vigilancia, impulsar el trabajo de inteligencia y la construcción de una policía especializada en la violencia del fútbol.
D) Diseñar un marco legal muy riguroso, en tanto se trata de una violencia particular que cae en el ámbito de la seguridad ciudadana.
E) Hay que transparentar lo que está oculto: en el fútbol -como en la sociedad- hay una economía formal y otra subterránea; aunque desgraciadamente con crecimiento acelerado de la segunda y con mucha hipocresía por parte de la primera. Hoy los sponsors no se dirigen solo a los clubes sino también hacia las hinchadas, convertidas en actores privilegiados del espectáculo, gracias a la televisión.F) Establecer un pacto público entre dirigencia, medios de comunicación, empresa privada, barras y jugadores, sobre la base de la transparencia y la de rendición de cuentas. G) Romper con el efecto realidad que producen los medios de comunicación, con el periodismo vinculado y con la visión simplista del fenómeno. Se requiere un periodismo de investigación, para que la cobertura sobre la violencia en y fuera de la cancha no produzca una espectacularización de la violencia, como si este deporte careciera de pasión o de alguna manera estuviera incompleto sin ella.Estas acciones significan importantes adecuaciones de los estadios, que deben ser financiadas con créditos estatales, recursos de la organización del fútbol (FIFA, FEF) y no con el incremento del precio de las entradas, para que no se produzca un recambio social de las hinchadas y tampoco una mutación en los patrones culturales de participación en los partidos. Porque siempre habrá el peligro de que con estas medidas los hinchas se conviertan en espectadores controlados y disciplinados, alejados de la participación en el partido; es decir, de la pérdida de su condición de actor.
FCM
El autor es editorialista del diario Hoy, Presidente de OLACCHI,
Director del programa Futbologías de Radio Quito y Académico de FLACSO.
Número 26 | Política de las ciudades
La inseguridad ciudadana en la comunidad andina |
Políticas contra la violencia en América Latina. | Fernando Carrión
Número 104 | Política de las ciudades (II)
El Estado del Sol I 15 M: la rebelión de los indignados I Por Fernando Carrión Mena
Ver el Blog de Fernando Carrión Mena.
Sobre futbol y ciudad, ver también en café de las ciudades
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Número 10 | Economía
Futbol y ciudad | Un negocio galáctico. | Josep Alías y Marcelo Corti
Número 12 | La mirada del flanneur
Ocaso y renacimiento del Gasómetro| Fútbol y ciudad (II) | Carmelo Ricot
Número 18 | Fútbol y ciudad (III)
El acoso a la fiesta | No se escucha (son amargos…) | Carmelo Ricot
Número 43 | La mirada del flânneur (Fútbol y Ciudad IV):
Eric Cantona: ¿vocero de la globalización neoliberal o vulgar “hijo de puta”? |
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Número 45 | La mirada del flâneur
El Mundial por TV | El fútbol en la era de su reproducción televisiva. | Carmelo Ricot
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La ciudad del Mundial ‘78 | La fiesta de la dictadura y sus huellas en Buenos Aires | Marcelo Corti
Número 83 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad del Futbol (dePrimente) | Mario L. Tercco
Número 86 | Fútbol y Ciudades
A 30 años del último partido de San Lorenzo en el Gasómetro |
Y Cuestionario a los arquitectos Mario Sabugo, Eduardo Cajide,
Sergio Zicovich Wilson y Hugo Montorfano. | Marcelo Castillo
Bibliografía
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