Tras pasar la entrada de camiones, un espacio oscuro e involuntariamente sacralizado recibe al visitante. Columnas con ménsulas, montacargas y escaleras piranesianas en penumbra, perspectivas cortadas que insinúan continuidades inquietantes, paredes rojas que recuerdan el subsuelo de un templo budista, extrañas máquinas de colores sobrios y elegantes, y en aparente desorden el brillo del aluminio en sus distintas formas, desde los lingotes reciclados a los amasijos de latas, los restos de ollas y luces de mercurio. Cuando el ojo se acostumbra, cuando el obrero gentil explica con didáctica admirable el proceso de la fabrica, las maquinas dejan de ser objetos escultóricos y se hacen fragmentos de un proceso racional, el aluminio deja de ser un atributo del espacio y tiene un lugar en una disciplina, en un saber conservado. ¿Como afecta nuestra percepción del espacio en el IMPA su carácter de FABRICA – CIUDAD (que no centro) – CULTURAL?
Intentamos prevenirnos en cada momento de la tentación snob (“radical chic“) y del sueño intelectual del amigo obrero. Este espacio denostado y alienante de la fabrica, ¿era sin que lo supiéramos un espacio de creatividad e identidad, un templo del contrato social fordista? Orgullosos y con proyecto de vida, los obreros que recuperaron para su cooperativa la fabrica de aluminio y papel quebrada y abandonada por sus propietarios, y ahora organizada en forma de cooperativa, pasean con paciencia y amabilidad a los turistas culturales y a los artistas, a los productores de publicidad en busca de escenarios para spots y a los militantes. Los viernes a la tarde la fabrica deja de producir y en sus mismos espacios inauditos comienza la actividad cultural, pero ¿quien dijo que no es cultura el saber de los trabajadores, que no es arte y estética el proceso de fabricación del papel aluminio y sus pasos, las calderas, el fuego rojo y líquido en el horno, los secretos de la masa que debe fundirse a determinada temperatura porque sino se enfría y no sirve, el paso casi alquimista de los medallones de aluminio a los pomos, el operario que atiende con maestría dos procesos distintos de producción en dos niveles distintos del edificio?
A poco de atender las explicaciones, da vértigo pensar que el espacio de la producción se repite en los distintos niveles del edificio, toda una manzana contra el ferrocarril del oeste en el centro geográfico de Buenos Aires, sobre una calle muy corta entre el Once y el Parque Centenario. En los últimos pisos, los chicos que hacen serigrafía sobre aluminio o sobre T-Shirts, contrastan su juventud con la edad promedio de los trabajadores, en general gente de más de 50 años que supo de las bondades de aquel contrato social. Luego la Argentina se hizo “eficiente”, miles de fábricas cerraron en 25 años y hoy, a pocas cuadras del IMPA, a pocos metros, la gente camina desesperanzada en busca de un quimérico empleo. La gente de la cooperativa, en cambio, dice ganar entre 600 y 1000 pesos por mes, luego de pagados los gastos (para los que tienen trabajo, 400 o 500 pesos son un sueldo casi inalcanzable en el mercado).
La presencia del IMPA desafía al zoning, a las teorías de los distritos industriales, y a los lugares comunes de la reconversión de las industrias degradadas. Una cantidad de preguntas se originan a partir de su existencia: algunas se vinculan a la dura realidad, al deterioro del mercado de trabajo y a la posibilidad de la autogestión como forma de preservación del empleo digno. Otras avanzan en las complejas relaciones entre ocio y producción en una sociedad donde los bienes de consumo pueden producirse con un mínimo empleo de fuerza de trabajo. Y otra cuestionan nuestra seguridad técnica sobre la incompatibilidad y la obsolescencia de la industria en las áreas centrales de la ciudad.
No es una fábrica cerrada donde se abrió un centro cultural, no es tampoco un remanente de épocas pasadas, un fósil paleotécnico. El IMPA es una provocación cultural y un proyecto político, un feliz momento de conjunción de saberes y generaciones, donde se produce arte y se hace arte de la producción. Seguramente irrepetible como modelo, la Fabrica Ciudad Cultural es a la vez utopía de una sociedad mejor (donde la alegría del trabajo sea a la vez la alegría de la cultura) y pragmática herencia de luchas, saberes y sueños de los trabajadores de Buenos Aires.