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Entremés – Solo por excepción (II)/ Los trabajos y los días

Durante la semana se dedicó a recorrer hospitales en busca de médicos confiables; encontró una obstetra que la hizo sentir muy cómoda en el Hospital de Vicente López, y decidió tomarla como su médica. Compartía esperas con mujeres pobres, algunas en situaciones aun más difíciles que la suya (situación ésta que, por otro lado, había elegido en buena parte de sus condiciones). Otras le brindaron confianza y buenos consejos de madres ya expertas. La médica le recomendó ejercicios y una dieta, evitó en la medida de lo posible los remedios, y le dio el dato de un laboratorio donde podía hacerse los análisis por buenos precios. La dueña de la pensión la trataba muy bien, influyendo en esto obviamente el pago en dólares por adelantado. Por las noches veía televisión con la dueña y sus hijas, luego hacía los ejercicios en la habitación y al rato se dormía plácidamente, la maternidad la adormecía.
En la siguiente sesión del experimento Rochester, la médica le entregó los resultados de los análisis de la semana anterior, “solo como excepción” y recalcándole que habían eliminado del informe los datos más directamente relacionados con el objeto del experimento. Esta vez comió pollo con papas hervidas y un yoghurt, los médicos la tuvieron un rato largo con sus análisis y preguntas (era evidente que uno de ellos era psicólogo, no entendió porque le ocultaba su condición). Le hicieron firmar otros papeles y cuando entró a la habitación (esta vez habían cambiado los colores y la cama estaba dispuesta de modo diferente, perpendicular en vez de paralela al espejo; solo se mantenía la intensidad, aunque no el diseño, de las luminarias), su compañero ya estaba en ella, sentado sobre la cama, se había cortado el pelo. Se desnudaron cada uno por su cuenta, en la habitación sonaba una música de jazz y quisieron apagarla, pero no encontraron el dispositivo. Resignados, comenzaron a abrazarse y acariciarse como viejos amantes, esta vez fue ella la que trepó arriba de él (comenzaba a tener miedo del peso del muchacho sobre su bebé). El acabó en pocos minutos y se quedaron un largo rato acostados, charlando sobre sus respectivos tatuajes, las historias detrás de diseños y lugares. En un momento advirtieron que la música que ahora sonaba era de rock and roll, y acordaron poner cara de enojados para forzar a los observadores a quitarla, en otro momento a ninguno de los dos le disgustaría pero ahora había algo que no les complacía, fue entonces que el le explicó que el espejo era en realidad una ventana desde la cabina donde los controlaban: saludaron irónicamente a sus observadores y les mostraron sus culos, ella había pensado que solo los miraban por cámaras. Al rato el se excitó y la penetró nuevamente, el sexo de ella estaba muy seco y le dolía el roce, especialmente del látex, pero luego le gustó el beso que él le dio y que siguió por todo su cuerpo, hasta terminar en su entrepierna. A los pocos minutos les golpearon la puerta y se despidieron con un beso; siguió la misma rutina que la semana anterior, pero además le dieron algunos remedios que le recomendaron verificar con su obstetra, estaba de buen humor y se demoró en la ducha. Cansada por el embarazo, el sexo y la ducha, decidió volver a la pensión en taxi.
En el transcurso de la semana, pasó por la casa de la compañera de estudios que le había dado el dato del coordinador de Rochester. Le devolvió los 10 pesos, le llevó un pequeño regalo para el bebé, y le agradeció con visible sinceridad. Valeria, tal era su nombre, recibió divertida y con ternura los presentes de la muchacha, y la invitó a tomar unos mates. Charlaron casi toda la tarde, mientras jugaban con el bebé, ella le contó los detalles del experimento y los resultados en lo económico, que le aseguraban pensión, comida, cuidados y viáticos durante el resto del embarazo y los primeros meses del bebé. Valeria le dio más consejos y le prometió ropas y cosas útiles para luego del nacimiento.
Un par de día después la llamó a la pensión y le pidió ayuda, necesitaba hacer un trámite al día siguiente y no tenía con quien dejar el bebé. Cuando llegó a casa de Valeria, ésta le propuso que la acompañara, fueron en auto (salvo el taxi aquella tarde, ella no se subía a un auto desde hacía meses) y ella tuvo a Martín todo el tiempo en sus brazos, al regresar tomaron unos mates y charlaron durante un largo rato.
La dueña de la pensión la estimaba por su pago adelantado, por su discreción y por tratar bien a sus hijas (quedaba pendiente la explicación del embarazo cuando fuera evidente, pero esto no era tema que debiera importarle a la mujer, pensó). Al día siguiente de ayudar a Valeria le tocaba otra sesión del experimento, se levantó temprano y conversó con la mujer antes de bañarse y salir.
Carne al horno con puré, colposcopía y tests situacionales. Esta vez ella entró primero y la decoración había cambiado en forma notable, hacia un vago estilo escandinavo, neutro. Habían dispuesto además algunos aparatos, y sonaba música clásica. Su compañero entró con decisión y con pocas palabras, la tomó de la cintura y levantó su pollera. Le agradó hacer el amor casi vestida, pensaba con agrado que solo le faltaban dos sesiones (se sorprendió de disfrutar al mismo tiempo de las sesiones y de su pronto final). Luego del coito charlaron animadamente, ella se desnudó por comodidad, pero él siguió vestido. Charlaron sobre sus actividades cotidianas, ella trató de ocultar información por temor a transgredir las reglas del experimento. El parecía empeñado especialmente en procurarle placer, la chupó y la pajeó hasta el final de la tarde, por primera vez ella se despidió con un beso en la boca, pero al instante se arrepintió. Como habían convenido, los organizadores le dieron los resultados de los exámenes médicos de la semana anterior, y antes de irse le hicieron otro test.
Dos días después le dio a Valeria un sobre con 106 pesos y una carta para su madre, le dio la dirección y le hizo decir que era una amiga que volvía de Misiones, que ella estaba bien, trabajando duro y contenta. A Valeria le divirtió la mise en scene y luego pasaron toda la tarde en la plaza, al sol con Martín, tomando mate y una torta hecha por ella, y sobre todo hablando de su familia y como esta había impresionado a su amiga. Valeria ensayó un discurso correcto, tratando de hacerle ver que todos tenemos problemas con nuestras familias, pero sin intentar forzarla a ningún cambio en su actitud (incluso le dio ideas sobre la implementación del verosímil, que ella agradeció, divertida). Al volver a la casa, conoció al marido de Valeria, y se quedó a cenar, aunque se fue temprano para no interferir en la privacidad de Valeria y su esposo, y para no preocupar a la dueña de la pensión.

En cada visita al hospital cambiaba la estación ferroviaria en la cual bajaba del tren, de modo de realizar caminatas distintas y variadas, de las cuales disfrutaba mucho. Charlaba distendida con las otras madres y con las enfermeras, y se anotó en un programa de ayuda a madres solteras, pero como colaboradora y no como beneficiaria. Las organizadoras entendieron su postura, por un lado ella no necesitaba tanta ayuda como otras madres, habitantes del mundo de la miseria y el desamparo argentinos, y por otro lado su propia experiencia la acercaba a las muchachas a quienes estaba destinado el programa. Como compensación, si bien no recibía sueldo por esas tareas, tenía acceso a información e insumos muy útiles para su propio embarazo.
La anteúltima sesión del experimento (bife deshuesado con ensalada mixta, extracción de una muestra de sangre, planillas burocráticas, decoración de hotel por horas) fue casi un fracaso (al menos eso pensó ella). Su compañero no pudo hacer nada, la sangre y el deseo no respondían a sus estímulos. Charlaron luego de intentar un buen rato, sobre todo él parecía con mucha necesidad de hablarle sobre su vida, ella le contó sobre el programa de madres solteras pero sin hablarle de su propia situación. Luego de un rato de silencio, el se dedicó a besarla y chuparla, procurándole placer como si debiera disculparse de su impotencia, ella disfrutó el suave y abnegado trabajo del tipo sobre su entrepierna. Pasaron así varios minutos, el tipo adquirió un ritmo muy bien ponderado, subiendo y bajando por sus muslos, el sexo y ese espacio inmediatamente por abajo del orificio del culo, un espasmo húmedo la recorrió entera en una fracción de segundo y tomó la cabeza de su compañero, a la vez con ternura y con firmeza para mantenerla apretada contra su propio sexo. Cuando salió se dio cuenta que era mucho más tarde que las veces anteriores, pensó que la organización había querido dejarla disfrutar, pero desestimó la idea rápidamente y atribuyó la demora a cuestiones que trascendían su propio interés.
La primavera había llegado con días soleados y lluvias repentinas, ella disfrutaba de unos y otras. Caminaba tomándose el vientre, que empezaba a crecer y evidenciarse, para llegar al centro de ayuda, al hospital o a casa de Valeria, que necesitaba aclaraciones en una materia que ella había ya cursado y aprobado. En la pensión, se recostaba luego de hacer sus ejercicios y permanecía largos ratos a oscuras, solo la luz de la calle que entraba por la ventana alcanzaba a definir una escena donde dominaba su panza incipiente, que ella acariciaba lentamente, con sensualidad y emoción. A veces se quedaba dormida y al rato despertaba con frío, se cubría con las frazadas y volvía a dormir, comenzaba a experimentar la somnolencia del embarazo, y seguía en las mañanas hasta bien entrado el día, cuando la despertaba el ruido de los inquilinos y las hijas de la dueña. Lloraba a veces de alegría, y el tren que debía partirla en pedazos estaba tan lejos y tan cerca como le convenía; lejos, para olvidar la angustia, cerca, para recordarle en todo momento su propia fortaleza, nacida de haberse resignado a la muerte para derrotarla en un instante terrible.

Fue tranquila a la última sesión, dispuesta a disfrutar del último sexo antes de quedar dedicada a pleno a su embarazo, asombrosamente segura del manejo de sus tiempos síquicos y sociales. Su compañero consiguió esta vez rápidamente la erección, y luego de desnudarla comenzó a jugar entre sus nalgas, en una propuesta tácita que ella aceptó en una mezcla de lascivia, pudor de su vientre fecundado y gesto de despedida. Se acomodó como una perra en la cama, él le lubricó el trasero con la propia saliva y entró en ella luego de superar la resistencia del esfínter, mientras su mano derecha acariciaba el sexo de la muchacha. Se escuchaba el sonido del aire desplazado en el interior del intestino con los movimientos del falo, ella sintió un alivio al sentirlo acabar, y él la acomodó delicadamente para volver a brindarle aquellos besos que ella tanto había disfrutado la otra tarde, aunque esta vez sintió algo de dolor cuando él chupó sus pezones (que ya comenzaban a acumular leche), por lo cual lo apartó suavemente y apuró el camino de los labios generosos hacia su sexo, que ofreció abriendo por entero sus piernas. Al rato, sintió el efecto del coito contra natura y, por primera vez en todo el experimento, tuvo necesidad de ir al baño, sin saber como anunciarlo. Lo dijo primero a su compañero en voz baja, ambos se rieron y comenzaron a pedir ayuda, primero cordialmente, y luego con fingido enojo y grosero lenguaje. Cuando pensó que ya no aguantaba más, ella dijo “¡elefante!” y la enfermera entró riéndose, ella aclaró que luego de cumplir sus necesidades estaba dispuesta a seguir y entonces fue su compañero quien se rió. La enfermera le pidió que no apretara el botón del inodoro, cagó bien y disfrutó del agua caliente del bidé y de contemplarse desnuda y gorda en el espejo, amplio, del baño.

Al regresar al compartimento se abrazó a su compañero y comenzó su propio juego de besos y mordiscos, para terminar chupando la pija nuevamente dura del tipo. Lo hizo como siempre, dando su nuca a la mirada del compañero, de modo de mantener los ojos abiertos sin sentir vergüenza, mirando los pies del muchacho, encorvada sobre su barriga.
Cuando les golpearon la puerta, se abrazó fuerte a su compañero y le agradeció los momentos pasados. Todavía le hicieron unos últimos análisis y le tomaron la presión y el pulso. Recibió el saldo de su paga y, luego del baño (donde se demoró ex profeso para disfrutar de las comodidades del recinto, incluido el espejo), la invitaron a cenar en el comedor del sitio con uno de los organizadores. Aceptó, pensando en la rica comida del lugar y en el ahorro, y pasó a la mesa, donde esperó unos minutos comiendo algo de pan con manteca servido para los dos últimos comensales del día, ella y su anfitrión.
Que, para su sorpresa, resultó ser su mismo compañero de experimento, el muchacho con quien había retozado durante 5 tardes ante una selecta y oculta platea de investigadores, médicos y asistentes. Vestido de manera más formal que la que usaba para sus encuentros (pantalón y saco sport, en lugar de los jeans gastados y camisetas con que lo había conocido), se sentó a la mesa, frente a ella, con una sonrisa de circunstancias, fría y cordial a la vez. Ante todo, la tranquilizó, no tenía intención de continuar su relación fuera del experimento, y le pedía perdón por el engaño de estos días, pero (contra lo que podría pensarse), no era fácil conseguir voluntarios con tanta rapidez como ellos querían, y mucho menos en situaciones como la que planteó ella al aparecer imprevistamente. Tras algunos llamados infructuosos, los organizadores habían decidido hacer uso de una de las opciones del programa, la de utilizar en el experimento a un miembro del equipo, y así lo acordaron tras una consulta a la Universidad, que autorizó el procedimiento.
-Por otro lado -continuó-, intervenir en forma activa en esta fase del experimento me permite realizar una tipo de observaciones que me resultaría difícil concretar en otras circunstancias. Tu caso era absolutamente especial, y teníamos miedo de, que por demoras en conseguir tu compañero, decidieras revisar tu propuesta y perdiéramos tu participación.
CR c/VR

Próxima entrega: Entremés – Solo por excepción (III y última) / El experimento Rochester
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
En entregas anteriores:
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
12: El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13: Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
14: No podrías pagarlo
Refugio para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis en busca del equilibrio.
15: La carta infame
Estudios de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza. Sensiblería y procacidad.
Entrega 16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas.
Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite Imperial. Desnudez y democracia.
Entrega (17): La investigación aplicada
Más de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda.
Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones y conjeturas.