Proposición 37, cuarta parte
El bien que apetece para sí todo aquel que persigue la virtud, lo deseará también para los demás hombres, y tanto más cuanto mayor conocimiento tenga de Dios.
Demostración [1]:
Los hombres, en cuanto que viven bajo la guía de la razón, son sumamente útiles para el hombre; y, por tanto, bajo la guía de la razón, necesariamente nos esforzaremos en lograr que los hombres vivan bajo la guía de la razón. Pero el bien que desea para sí todo aquel que vive bajo la guía de la razón, esto es, que persigue la virtud, es entender. Luego el bien que desea para sí todo aquel que persigue la virtud, lo deseará también para los demás hombres. Por otra parte, el deseo, en cuanto que se refiere al alma, es la misma esencia del alma, y la esencia del alma consiste en el conocimiento, el cual implica el conocimiento de Dios, sin el cual no puede ella ni ser ni ser concebida. Por consiguiente, cuanto mayor conocimiento de Dios implica la esencia del alma, mayor es también el deseo con que aquel que persigue la virtud, desea para otro el bien que desea para sí.
De otra forma [2]:
El bien, que el hombre desea para sí y que ama, lo amará con mayor constancia si viera que otros aman el mismo; y, por tanto, se esforzará por que los demás lo amen también. Y como este bien (por la proposición precedente) es común a todos y todos pueden gozar de él, se esforzará, pues (por el mismo motivo), por que todos gocen de él, y tanto más cuanto más goce de ese bien.
Escolio 1
[a\ Quien sólo por afecto se esfuerza por que los demás amen lo que él ama y por qué los demás vivan según su propio ingenio, obra sólo por impulso y es, por tanto, odioso; sobre todo para aquellos a quienes gustan otras cosas y que, por tanto, también procuran y se esfuerzan con el mismo impulso por que los demás vivan, a su vez, según su propio ingenio. Además, como el sumo bien que los hombres apetecen por afecto, suele ser tal que sólo uno puede poseerlo, resulta que quienes aman, no son de ánimo coherente y, mientras disfrutan contando las alabanzas de la cosa que aman, temen ser creídos. En cambio, quien se esfuerza en guiar a los demás por la razón, no obra por impulso, sino humana y benignamente, y es de ánimo sumamente coherente.
[b] Por otra parte, refiero a la religión cuanto deseamos y hacemos, porque somos su causa en cuanto que tenemos la idea de Dios o en cuanto que conocemos a Dios. Llamo, en cambio, piedad, al deseo de hacer el bien, que surge de que vivimos según la guía de la razón. Y al deseo, por el que el hombre que vive según la guía de la razón, es consciente de que tiene que unir los demás a él por amistad, lo llamo honestidad; y honesto llamo a aquello que alaban los hombres que viven bajo la guía de la razón, y deshonesto, en cambio, a aquello que se opone al vínculo de amistad. Aparte de esto, también he mostrado cuáles son los fundamentos de la Ciudad.
[c] Además, por lo antes dicho se percibe fácilmente la diferencia entre la verdadera virtud y la impotencia; a saber, que la verdadera virtud no es otra cosa que vivir bajo la sola guía de la razón; y que, por tanto, la impotencia consiste únicamente en que el hombre soporta ser arrastrado por las cosas que están fuera de él, y ser determinado por ellas a hacer aquello que exige la constitución ordinaria de las cosas exteriores, y no su propia naturaleza, considerada en sí sola [.]
[d] Y esto es lo que prometí demostrar. Por lo cual resulta claro que aquella ley de no matar a los animales está fundada más bien en una vana superstición y una misericordia mujeril, que en | la sana razón. Pues la razón de buscar nuestra utilidad nos enseña que establezcamos lazos firmes con los hombres, pero no con los animales o con las cosas cuya naturaleza es diversa de la naturaleza humana, sino que tengamos sobre ellos el mismo derecho que ellos tienen sobre nosotros. Más aun, como el derecho de cada uno se define por la virtud o potencia de cada uno, los hombres tienen mucho mayor derecho sobre los animales que éstos sobre los hombres. No niego, sin embargo, que los brutos sientan; pero sí niego que por eso no nos sea lícito proveer a nuestra utilidad y usar de ellos según nos plazca, y tratarlos como más nos convenga; puesto que no concuerdan con nosotros en naturaleza, y sus afectos son por naturaleza diversos de los afectos humanos.
[e] Me resta explicar qué es lo justo, qué lo injusto, qué el pecado y qué, en fin, el mérito. Pero sobre esto véase el siguiente escolio.
Delft en 1660, según Johannes Vermeer. Fuente: El Ágora diario.
Escolio 2
[a] En el Apéndice de la primera parte, prometí explicar qué es la alabanza y el vituperio, el mérito y el pecado, lo justo y lo injusto. Lo que concierne a la alabanza y al vituperio, lo he explicado en el escolio de 3/29 (Este esfuerzo de hacer algo y también de omitirlo, con el único objetivo de agradar a los hombres, se llama Ambición, sobre todo cuando ponemos tanto empeño en agradar al vulgo que hacemos u omitimos algo con daño propio o ajeno. En otro caso, suele llamarse Humanidad. Por otra parte, llamo Alabanza a la alegría con la que imaginamos la acción de otro, con la que se esforzó en deleitarnos; llamo, en cambio, Censura a la tristeza con la que nos oponemos a su acción), en cuanto a lo demás, es éste el momento de hablar. Pero antes hay que decir algo acerca del estado natural y el estado civil del hombre.
[b] Cada uno existe por derecho supremo de la naturaleza, y, en consecuencia, por supremo derecho de la naturaleza cada uno hace aquellas cosas que se siguen de la necesidad de su naturaleza. Así, pues, en virtud de un supremo derecho de la naturaleza cada uno juzga qué es bueno y qué es malo, y provee a su utilidad según su propio ingenio y se venga y se esfuerza en conservar lo que ama y en destruir lo que odia. Y, si los hombres vivieran según la guía de la razón, cada uno gozaría de este derecho sin daño alguno de otro. Mas, como están sometidos a afectos que superan con mucho la potencia o virtud humana, con frecuencia son arrastrados en distintas direcciones y son contrarios entre sí , siendo así que necesitan de la ayuda mutua. De ahí que, para que los hombres puedan vivir en concordia y prestarse mutua ayuda, es necesario que | renuncien a su derecho natural y que se den garantías de que no harán nada que pueda redundar en perjuicio de otro. De qué modo, sin embargo, pueda hacerse esto, a saber, que los hombres, que están necesariamente sometidos a los afectos y son inconstantes y variables, puedan darse mutua seguridad y confiar unos en otros, está claro por 4/7 (Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por un afecto contrario y más fuerte que el afecto a reprimir) y 3/39 (Quien tiene odio a alguien, se esforzará en hacerle mal, a menos que tema que de ahí le surja un mal mayor; y, al revés, quien ama a alguien, por la misma ley se esforzará en hacerle bien).
A saber, porque ningún afecto puede ser reprimido sino por un afecto más fuerte y contrario al afecto a reprimir, y porque cada uno se abstiene de inferir un daño por temor a un daño mayor. En virtud de esta ley, se podrá establecer, pues, una sociedad, a condición de que ella reclame para sí el derecho, que tiene cada uno, de vengarse y de juzgar sobre el bien y el mal; y que tenga por tanto la potestad de prescribir una norma común de vida y de dar leyes y de afianzarlas, no con la razón, que no puede reprimir los afectos sino con amenazas. Ahora bien, esta sociedad, fundada en las leyes y en la potestad de conservarse, se llama Ciudad, y quienes son defendidos por su derecho, ciudadanos.
[c] Por lo dicho entendemos fácilmente que en el estado natural no hay nada que sea bueno o malo por acuerdo de todos; pues todo el que está en el estado natural, mira tan sólo por su utilidad y decide, según su ingenio y teniendo sólo en cuenta su utilidad, qué es bueno y qué malo, y no está obligado por ley alguna a obedecer a nadie, fuera de él mismo; de ahí que en el estado natural no es concebible el pecado. Pero sí en el estado civil, donde por común acuerdo se decide qué es el bien y qué el mal, y cada uno está obligado a obedecer a la Ciudad. El pecado no es, pues, otra cosa que la desobediencia, la cual, por tanto, sólo es castigada por el derecho de la Ciudad; y, por el contrario, la obediencia es atribuida como mérito al ciudadano, porque por ella sola se le considera digno de gozar de las ventajas de la Ciudad. Además, en el estado natural nadie es dueño de una cosa por común acuerdo, ni hay nada en la naturaleza que pueda decirse que es de este hombre y no de aquél, sino que todas son de todos. Y, por consiguiente, en el estado natural no puede concebirse ninguna voluntad de atribuir a cada uno lo suyo o de quitar a alguien lo que es suyo, esto es, en el estado natural no se hace nada que pueda decirse justo o injusto; pero sí en el estado civil, donde por común acuerdo se decide qué es de éste y qué de aquél. Por todo ello está claro que lo justo y lo injusto, el pecado y el mérito, son nociones extrínsecas, y no atributos que expliquen la naturaleza del alma. Pero de esto ya hemos dicho bastante.
[También en la cuarta parte de la Ética]:
Proposición 40
Las cosas que conducen a la sociedad de los hombres o las que hacen que los hombres vivan en concordia, son útiles; y, al contrario, son malas las que provocan la discordia en la Ciudad.
Proposición 45
El odio nunca puede ser bueno.
[…] Corolario 2
Todo lo que apetecemos porque estamos afectados de odio, es vil e injusto en la Ciudad.
Proposición 73
El Hombre dirigido por la Razón es más libre en la Ciudad. donde vive conforme al decreto común, que en la soledad, donde no obedece más que a sí mismo.
BS
Tomado de Ética demostrada según el orden geométrico, edición y traducción de Atílano Domínguez para Editorial Trotta (2000).
Imagen de Ámsterdam en 1625. Fuente: Amsterdam Time Machine.
El filósofo Baruch de Spinoza (Ámsterdam, 1632 – La Haya, 1677) fue hijo de judíos españoles emigrados a los Países Bajos, donde estudió hebreo y la doctrina del Talmud. Estudió teología pero, influido por Descartes y Hobbes, se alejó del judaísmo ortodoxo; fue excomulgado en 1656 y dejó Ámsterdam. Trabajó como pulidor de lentes y escribió un Breve tratado acerca de Dios, el hombre y su felicidad, De la reforma del entendimiento y el Tratado teológico-político. Su obra más importante es la Ética demostrada según el orden geométrico, publicada luego de su muerte, en la que desarrolla una especie de panteísmo ateo.