Nuestra comarca está organizada en ejidos comunales de relativa autonomía política. Sus superficies son pequeñas hacia el centro, alrededor del puerto y la ciudad primada. Quien lea el mapa de ese sector y esté atento a sus fallas encontrará límites explicables en la geografía; ríos y arroyos como fronteras o como limahoyas de cuencas, ciudades enfrentadas a ambas orillas de un curso fluvial o, en cambio, atravesadas por otro, cabeceras de asentamientos, porciones de valle, crestas de colinas que definen límites, peñones urbanizados. A veces un antiguo camino rural define fronteras entre ciudades y ayuntamientos. La historia, el tiempo, aparece en esas fronteras remanentes de escaramuzas y guerrillas hoy olvidadas. No es raro que algunos barrios reclamen servicios a municipios a los que no pertenecen: no solo los caprichos del catastro originario sino las trapisondas electorales de un Gerry Elbridge local (que también hemos tenido) influyen en esos trazados, en los que algún ingenuo cree ver patrones de similitud biológica, una salamandra, una corteza, una hoja, una enramada, un tejido de araña.
Al alejar la mirada o al cambiar el enfoque al mapa completo, una malla ortogonal de tamaño variable pasa por encima de las topografías y los ríos. La expansión hacia las grandes tierras yermas siguió rápidamente a la guerra civil y el catastro central prescindió de sentimentalismos (que tampoco tuvo el ejército con los nómades que encontraba a su paso). La malla se estrecha hacia los arrabales de la ciudad primada y se amplía hacia las periferias. De una comarca cualquiera a la vecina la malla se continúa especular. Cada ejido repite a su interior la división original y define así estancias, fincas de pan llevar y cabeceras comunales, algo desplazadas del centro en todo caso para aprovechar una laguna o una colina. El desplazamiento de pequeños a grandes rectángulos establece unas sutiles diagonales por las que atraviesan los ferrocarriles convergentes en la ciudad primada.
Un cierto orgullo local caracterizaba a las poblaciones de los ayuntamientos geográficos, que veían en sus irregularidades la marca prestigiosa de la historia. Las migraciones y el progreso de algunas ricas comunas geométricas han hecho olvidar algo de ese orgullo, que sin embargo renace en alguna fiesta patronal. Las geométricas, que en general no tienen santos patronos porque sus fundadores solían ser agnósticos y positivistas, festejan en cambio cosechas o carnavales y así atraen periódicamente a los pobladores de las comunas vecinas, que dicen encontrar grandes diferencias entre la ciudad visitada y su ciudad de origen.
CR
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo Urbanofobias (I), El Muro de La Horqueta (c/ Lucila Martínez A.), Turín y la Mole, Elefante Blanco , Sídney, lo mejor de ambos mundos , Clásico y Pompidou (c/Carola Ines Posic), México ´70, Roma, Quevedo y Piranesi, La amistad ferroviaria y Entente Cordiale. Es uno de los autores de Cien Cafés.
La serie Territoriales de La Mirada del flâneur comenzó en nuestro número 205 con La ilusión cartográfica.
Ilustración: Carretera y caminos, Paul Klee, 1929.