Entrega 16: En la parrilla de Lalo
Paisaje periférico. Estudio de mercado. Sonrisa melancólica, proporciones perfectas. Un patrón apenas cortés. Elogio del elegante. Suite Imperial. Desnudez y democracia.
Al pasar por la parrilla de Lalo, la ruta se ensancha en unas banquinas inútiles, de dudosa jurisdicción. Un techo de chapas de aluminio, donde todavía se lee la descolorida inscripción “gentileza del Club de Leones”, señala (sin otra referencia) la parada del ómnibus a La Plata; por alguna tácita convención, el destartalado colectivo local que lleva a la estación de tren y que pasa cada media hora, se detiene a recoger pasajeros 20 metros más adelante, sin techo, pero con un piso de cemento conectado a un sendero de ladrillos y a través de este a la vereda de la parrilla. Así, en los días de lluvia, los pasajeros del ómnibus a La Plata gozan de protección superior, pero sufren el barrial y arruinan sus zapatos, mientras que los fieles del colectivo local conservan la elegancia de sus calzados, pero deben mantener su paraguas o su improvisado impermeable de plástico mientras esperan al único vehículo de la compañía, que va y viene entre las 6 de la mañana y las 11 de la noche. Del sol, en cambio, los protege a todos la hilera de paraísos plantada a comienzos del siglo pasado por un tambero vasco. La sombrita de los paraísos y el olor de la carne asada es la que atrajo la primera vez a Claudio: terminaron de convencerlo los autos estacionados sobre la banquina y el alto porcentaje de ocupación de las mesas. Después, la sonrisa melancólica y las proporciones perfectas de Yanina fueron motivo suficiente para frecuentar la parrilla de Lalo.
Claudio ignoraba si el tal Lalo sabía de sus aventuras con Yanina, pero lo imaginaba ofuscado y celoso, al comparar el trato distante y apenas cortés que le dispensaba con la actitud confianzuda hacia el resto de los comensales, incluso los que obviamente llegaban al lugar por primera vez. La casa, ridículamente pegada a la línea municipal en un entorno disperso y montaraz, parecía ideal para las actividades que Claudio le imaginaba, es decir, un burdel de periferia, con putas de medio pelo. Cerrada a las vistas exteriores, pero visible desde la ruta y aislada de las otras casas, la mezcla de quintas y ranchos entre la ruta y el arroyo.
La primera vez, Yanina le llevó los platos con cara de asombro y una expresión certera: “¡que elegancia!, ¿de donde venís?”, a media voz como para que no la escuchara Lalo ni los comensales vecinos. Claudio llevaba un saco nuevo y una camisa de color llamativo; el halago de la muchacha lo envaneció más de lo que hubiera querido y le preguntó si no estaba acostumbrada a ver gente bien vestida en la parrilla. Yanina dijo que no y le cambió de tema, informándolo sobre los platos del día. Al servirlo, Claudio creyó que la muchacha le acercaba a propósito sus tetas a la cara. Hizo un rato largo de sobremesa, porque dudaba sobre la propina y sobre lo que pensaría la camarera en cada uno de los casos posibles: dejar poca propina, dejar la propina justa, o dejar demasiada propina. Cada una de las probabilidades entrañaba riesgos contra los cuales Claudio no tenía contrapartes positivas que esperar: la tacañería, la indiferencia o la falta de carácter eran tres riesgos sin atenuantes. Además, Claudio no engañaba desde muchos años atrás a Carmen (y ese engaño, en un contexto de infidelidades mutuas y ruptura luego superadas), y en principio suponía que el suyo era un ejercicio meramente intelectual, un divertimento, porque de todos modos no intentaría nada con la muchacha. Se admiró a si mismo por la forma en que resolvió el problema: le mostró a la camarera un paquetito de billetes bajos y monedas con el monto justo de la consumición, en una mano, y un billete de 100 en la otra, le dijo que si podía conseguirle cambio porque sino no podría dejarle propina (sonriendo, y tratando de simular una supuesta ingenuidad que la muchacha no pudiera creer y entonces su discurso evidenciara una segunda intención apenas esbozada). Yanina sonrió de buena gana, le mostró sus dientes y le dijo que no se preocupara, que la próxima vez le dejaría propina doble. Al arrancar el auto, miró hacia la parrilla y vio a Yanina que lo miraba desde una mesa, distraída del pedido de los comensales. Le sonrió y extendió su brazo, alcanzó a ver la respuesta gestual de Yanina con el brazo extendido y nuevamente la sonrisa abierta.
Claudio fue varias veces más a la parrilla, con una periodicidad variable (una vez a la semana, o dejando pasar un mes, o tres días seguidos, pero con un promedio, que calculó metódicamente, de una vez cada 12 días). Hablaba con Yanina y entraba en confianza, le contaba algunas cosas personales y se interesaba por la muchacha y su familia (a la que ella mencionaba, de una u otra manera, en todas sus conversaciones). Hasta pasados unos 6 meses, siempre tomó su “aventura” como un ensayo destinado únicamente a confirmar su poder de seducción, sin consecuencias posteriores. Un mediodía, mientras retiraba los cubiertos, Yanina volvió a pasar las tetas enfrente de su cara y algo estalló en el deseo de Claudio. Volvió al día siguiente con una proposición casi grosera a la que Yanina respondió con una risa nerviosa, incapaz de ofenderse como correspondería a la torpeza de la propuesta.
Para evadir las sospechas de Lalo, Yanina se iba unos minutos después que Claudio. Tomaba el bus local hasta el cruce con la autopista, y subía a la camioneta de Claudio, que la esperaba en la estación de servicio. Tras probar varios hoteles, terminaron estableciendo su rutina sexual en el más alejado y tranquilo. Claudio pedía la suite Imperial, con jacuzzi y frigobar; sus sesiones duraban entre 3 o cuatro horas. Las dos primeras horas las dedicaban al encuentro físico, luego charlaban de cosas familiares como vecinos o novios. La intimidad verbal volvía a excitar a Claudio, que finalizaba los encuentros con alguna fantasía módicamente perversa a la que Yanina se entregaba sin entusiasmo ni rechazo.
Claudio creía que la desnudez los liberaba de las diferencias de clase, de edad, de cultura. Liberado del deseo y del esperma, Claudio disfrutaba de las conversaciones con Yanina mientras admiraba, solo desde lo estético, la suavidad y sensualidad de la muchacha en cueros.
Se duchaban juntos, agotados, demorando la despedida. Yanina se vestía rápidamente y encendía un último cigarrillo; Claudio retiraba una Seven Up del frigo y calmaba un repentino espasmo de sed que lo sorprendía luego de vestirse. La llevaba hasta una remisería cercana a la autopista y le daba algo más de dinero de lo que requería el viaje. No le hubiera molestado llevarla a la casa, pero ella se negaba, quizás por pudor de ocultar su romance (o por ocultarle algún novio, pensaba Claudio, sin celos), quizás por no mostrar la humildad de su casa, quizás por preservar a Claudio de entrar a su barrio en una camioneta que podría desentonar con la pobreza reinante.
CR c/VR
Próxima entrega (17): La investigación aplicada
Más de lo que quisiera. Temas de conversación. La insidiosa duda. Estrategia del celoso. Peligros. La casa del pecado. Suposiciones y conjeturas.
Carmelo Ricot es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política.
Verónicka Ruiz es guionista de cine y vive en Los Angeles. Nació en México, estudió geografía en Amsterdam y psicología en Copenhague.
1: SOJAZO!
Un gobierno acorralado, una medida impopular. Siembran con soja la Plaza de Mayo; Buenos Aires arde. Y a pocas cuadras, un artista del Lejano Oriente deslumbra a críticos y snobs.
2: El “Manifesto”
Desde Siena, un extraño documento propone caminos y utopías para el arte contemporáneo.
¿ Marketing, genio, compromiso, palabrerío? ¿La ciudad como arte…?
3: Miranda y tres tipos de hombres
Lectura dispersa en un bar. Los planes eróticos de una muchacha, y su éxito en cumplirlos. Toni Negri, Althuser, Gustavo y Javier.
4: La de las largas crenchas
Miranda hace un balance de su vida y sale de compras. Un llamado despierta la ira de una diosa.
El narrador es un voyeur. Bienvenida al tren.
5: El Depredador
Conferencia a sala llena, salvo dos lugares vacíos. Antecedentes en Moreno.
Extraño acuerdo de pago. Un avión a Sao Paulo.
6: Strip tease
Ventajas del amor en formación. Encuentro de dos personas que no pueden vivir juntas pero tampoco separadas. Miranda prepara (y ejecuta con maestría) la recepción a Jean Luc.
7: Nada más artificial
Extraño diálogo amoroso. Claudio parece envidiar a Jean Luc, pero sí que ama a Carmen.
Virtudes de un empresario, razones de una amistad.
8: Empresaria cultural
Carmen: paciencia, contactos y esos ojos tristes. Monologo interior ante un paso a nivel.
Paneo por Buenos Aires, 4 AM.
9: La elección del artista
Bullshit, así, sin énfasis. Cómo decir que no sin herir a los consultores.
La ilusión de una experiencia arquitectónica. Ventajas de la diferencia horaria.
10: Simulacro en Milán
La extraña corte de Mitzuoda. Estrategias de simulación. Las afinidades selectivas. Una oferta y una cena. La Pietà Rondanini. Juegos de seducción.
11: Más que el viento, el amor
Al Tigre, desde el Sudeste. El sello del Depredador. Jean Luc recuerda la rive gauche, Miranda espera detalles. La isla y el recreo. Secretos de mujeres. El sentido de la historia.
12: El deseo los lleva
La mirada del Depredador. Amores raros. Grupo de pertenencia. Coincidencias florales. Influida y perfeccionada. Un mundo de sensaciones. Abusado por el sol.
13: Acuerdan extrañarse
Despojado de sofisticación. Las víboras enroscadas. Adaptación al medio. Discurso de Miranda. Amanecer. Llamados y visitas. ¿Despedida final? Un verano con Mónica.
14: No podrías pagarlo
Refugio para el amor. Viscosas motivaciones. Venustas, firmitas, utilitas. Una obra esencialmente ambigua. La raíz de su deseo. Brindis en busca del equilibrio.
15: La carta infame
Estudios de gestión, y una angustia prolongada. Demora inexplicable.
La franja entre el deseo y la moral. Lectura en diagonal a la plaza. Sensiblería y procacidad.