Greyhound (2002)
Luego de una hora de apagado el aire acondicionado, el bus ya tenía la temperatura del infierno (ese infierno de iguanas, cables de luz y cielos plateados que va de San Antonio a Monterrey, atravesando 2000 kilómetros de suelo americano, infierno por donde bajaron los nahuatl juntando odios y resentimientos contra los pueblos más avanzados de la Mesoamérica). Abajo convivían en promiscuidad las gringas güeritas de faldas floreadas y anteojos negros, paseando sus culitos de gimnasio por entre dealers de poca monta, ingenieros e inmigrantes más o menos legales, todos protestando contra la lentitud de la migra y su chingada madre.
Nicolás busco un poco de aire subiendo unos centímetros su cabeza, las manos inútilmente blandiendo el pasaporte italiano que lo libraría de preguntas del yanki boludo en la caseta, cuando por fin les dieran turno a los de su bus. Recordó otro viaje, años atrás y en la otra punta del continente, pasando a Villazón en compañía de unas alemanas regordetas. “Coca Colas”, gritó el morenito que había subido al bus sin que el se diera cuenta, y lo alejó de los recuerdos del miserable hotel donde habían hecho noche esperando el tren a Oruro de la mañana siguiente. Sacó un billete de un dólar y pidió una lata, mirando distraído por la ventanilla, el hormiguero humano corriendo irreal en procura de una sombra o de una caseta.
El primer pensamiento de Nicolás al ver a la muchacha lo llevó a la Plaza de Armas del Cuzco, la alemanita más joven comiendo una sandía sentada sobre el umbral de la recova, una imagen que (sin saber porqué) le había quedado impresa en su recuerdo del viaje. Pero la muchacha de ahora no era rubia, comía unas tortillas sentada sobre un bolso ya viejo, a la sombra de un Greyhound con destino a Dallas, y estaba embarazada, de una panza incipiente pero ya notoria. Fantasioso, Nicolás se concentró en la escena e imaginó el romance furtivo a la salida de la prepa, las promesas pobres, la pasión en una camioneta destartalada en las afueras del pueblo, el atraso, las peleas, la huida de casa.
La joven se levantó y envolvió las tortillas sobrantes en una bolsa de plástico, que guardó en el bolso (pesado para su cuerpo y su estado, como se vio en el esfuerzo por levantarlo). La trenza negra caía delicadamente sobre la camiseta, más prolija que el jean descolorido. Nicolás alcanzó a ver los ojos tristes, negros, enormes, la caricia cadenciosa al vientre, el balbuceo de unas palabras en los labios flacos de la heroína latina (¿una maldición, un nombre, un juramento?). La muchacha cargó por fin su bolso al hombro, subió al Greyhound, y Nicolás la perdió de vista cuando su propio bus arrancó (la bulliciosa parejita del asiento de atrás le informó, involuntariamente, que los gringos estaban cansados y ya no jodían tanto con los pasaportes, que la espera ya no duraría mucho). Nicolás se sintió solo, mezquino y cobarde, pero el calor disolvió sus pensamientos y al pasar la caseta de migraciones su cabeza volvió a la plaza del Cuzco, la alemanita indolente terminando su sandía en el atardecer americano.
Barriletes y paracaídas (2002)
Barriletes y paracaídas no son buenos amigos, aunque han establecido unos razonables códigos de convivencia. Esto intriga a los investigadores celestiales, porque en todo lo demás ambas especies son palmariamente inmaduras, adolescentes. Hacen que sus súbditos humanos los saquen a pasear, y aprendieron de Foucault que el poder se ejerce mejor persuadiendo que obligando. No es raro encontrar entonces a buenos padres de familia que se autoconvencen de la importancia didáctica de enseñar a sus hijos la tradición volantinera, ni heroicos deportistas o militares que no encuentran nada mejor que hacer que arriesgar su vida en ridículas expediciones. Ellos creen que lo desean, pero solo cumplen los designios de sus objetos, y así vamos por la vida, confundiendo mandatos que nos son ajenos con nuestro auténtico deseo (tu, desprevenido saco de voluntades ajenas, reflexiona sobre esto cuando miras las nalgas de tu vecina o consultas precios por pasajes a Bali).
Lo cierto es que barriletes y paracaídas se desprecian en silencio. Los más viejos de entre los cometas le dicen a los jóvenes que es muy triste caer desde lo alto, y peor aun cuando es un destino insuperable. Así crecen, voluptuosos ondeando entre las nubes, desdeñosos de los cuartos de esfera con destino de suelo, orgullosos de su libertad. Hacen comentarios irónicos cuando ven bajar un paracaídas, que en cambio reflexiona extrañado: “son tontos, pero persistentes. ¡años que los veo y jamás lograron que un hombre levante sus pies del suelo, ignorantes de la gravedad y la astrofísica!”. El viento se divierte con sus tontos conflictos y sopla maligno, solo para revolverlos un poco, sonríe y se va.
Bocas en el tren (2002)
las bocas, en el tren engullen celulares, helados, sexos, cigarrillos, pastillitas de menta, besos furtivos, sorbetes, gaseosas, caramelos, chocolatines, medialunas, yo las miro y pienso en mi propia boca, pobrecita, tan sola sin tus labios de mermelada, sin tus piececitos.
Muelle de Pacheco (2002)
En un muelle iluminado por una enorme luna roja, un hombre abre discretamente la blusa de la mujer que lo acompaña, y besa sus pezones. Dos horas antes, en el mismo lugar, vieron el cielo del atardecer, las nubes grises y negras abriendo un celeste increíble, y los reflejos sanguíneos entreabriendo las nubes, todo esto aplastando la ciudad indolente en la que terminaba el muelle.
Caminaron toda la noche, invulnerables a los peligros, dueños de la ciudad. En la madrugada, mientras abren los kioscos y las oficinas, sus cuerpos se entreveran en un cuarto del Downtown. Giran mientras se chupan, ella lo lleva y lo trae como el agua contra el muelle. Secan sus sexos mutuamente, él contempla con ternura los labios como capas de cebolla, mientras pasa la toalla por la entrepierna dorada. Con sus olores a cuestas, sucios, magníficos, vuelven a la calle y sobrevuelan sobre las rutinas de las gentes de la ciudad, que los protege en su vagar, las manos tomadas, las miradas perdidas.
Marciana (2002)
El mejor lugar para comer en Marte es una parrillita al sur de su ciudad más importante, una zona postergada desde hace varios meses (unidad temporal que trasladada a nuestra cronología terráquea, equivale a décadas, a siglos incluso). Es un barrio de obreros y rufianes, la parrilla de la que hablo está en la vereda de una de sus calles más hermosas, famosa por sus glicinas y santaritas. Hace un tiempo funcionaba una casa de mala fama, y algo de su memoria perdura en la actualidad, por ejemplo en las camareras que te dicen cosas al oído si vas bien vestido: me pasó a mí, que caí de casualidad un día en que me avisaron que se suspendía mi reunión de trabajo. Me perdí entre agencias de quiniela y gomerías y encontré este lugarcito, donde la piba me encaró con maestría y despertó mi lascivia adormentada por el viaje en Explorer.
Al pagar pelé un billete de alta denominación y le hice unas preguntas oportunas, lo de siempre, soy nuevo aquí y quiero conocer, etc., al rato estábamos paseando por el centro y me hizo comprarle perfumes caros y carteras Louis Vuitton (mi contrato era bueno y podía darme esos gustos, vieran la cara de la marcianita cuando pelaba la American Gold).
Era lindo Marte cuando todavía no había llegado su fama. Al tiempo de estar ahí empezaron a caer arquitectos sudacas, escritores hispanos, al principio se bancaba pero después se puso de moda y la gente copó el planeta escapando de Bush, López Murphy y la secta Rael. Era imposible encontrar un taxi vacío, el fútbol local se hizo bilardista y abrieron restaurantes étnicos en todas las esquinas. Al tiempo me volví, un bajón porque ya me había ido a vivir con la camarerita y estaba todo bien, pero el entorno cagaba todo, preferí las lagrimas y el adiós a la vieja historia de la convivencia que se hace imposible, los reproches, los silencios embarazosos.
Ya en Tierra, rehice mi matrimonio y puse una agencia de remises. Los domingos voy a la cancha y los miércoles al cine. Los tiempos son duros, pero uno se acostumbra a todo (hasta a tu ausencia, marcianita mía, dulce compañera de tardes lluviosas y caprichos perversos).
Carmelo Ricot, 29/12/02
Partido (2003)
Desde el principio el Madrid quiso dejar claro su voluntad ofensiva y ganadora. Los defensas se proyectaban por los costados de la cancha abriendo espacios que al débil equipo rival le costaba cubrir, el volante de recuperación se preocupaba tanto por quitar la pelota a los rivales antes que pasaran al ataque, como por dejarla en el pie del compañero mejor ubicado, dispuesto a iniciar el contraataque mortífero, súbito, el eficaz quite con pase que define a los centre-half con juego. Inspirado, el volante de enganche recorre todo el frente de ataque, exhibiéndose para el pase de primera de sus compañeros y preparando el regate sutil, la devolución al carrilero, el estilete preciso que perfora el espacio entre los defensas rivales y habilita al delantero que queda solo en el borde del área.
El Madrid continúa atacando y el gol está al caer, las tribunas rugen y aplauden los remates que sacuden a la floja defensa rival. Los relevos son precisos y eficaces, los laterales suben confiados en el esfuerzo solidario de los carrileros, que cubren la eventual salida en contraataque del asediado equipo visitante. Circunstancialmente, el único delantero rival se acerca sin mayor peligro al arco del Madrid y ensaya algún remate, bien respondido por el arquero que atenaza con seguridad la pelota y sin perder tiempo busca con precisión la salida con un mediocampista de buen manejo y mejor proyección.
La tribuna comienza a impacientarse por la demora del Madrid en concretar en la red su abrumadora superioridad en el juego. Promedia el segundo tiempo y el banco del Madrid se ha movido para permitir la entrada de un delantero y un volante con llegada, buscando perforar de una vez la ahora más sólida, aunque rudimentaria y modesta, defensa contraria. Los defensas del Madrid consideran que no tiene sentido proteger su campo de las incursiones de un único y torpe delantero rival y van continuamente a buscar los centros sibilinos que llueven sobre el área contraria. Un volante atrasado alcanza a conectar el rechazo de un corner y habilita al único delantero visitante, que se acerca solitario al arquero del Madrid, raudo en su salida que atora al delantero y lo obliga a apresurar su remate, que el arquero alcanza a desviar y aminora el impacto hacia el arco del Madrid, parece que el defensor llegará antes que la pelota cruce la raya, pero su estirada solo logra empujar la pelota y quitar al delantero la autoría del gol, sobre la hora del partido, con tiempo apenas para sacar del medio, el silencio se diría que se escucha en el estadio del Madrid.
Territorio mujer (2003)
pretendía ser ciudad, presentaba calles por donde caminarla, plazas, lugares memorables, baldíos. Yo la transforme en territorio y me deslicé por sus llanuras, la besé desde los dedos del pie hasta el sexo, ella me esperaba allí arriba impasible, pero cuando la humedad la traicionó fue una ola que rompió mil veces en una playa desconocida.
le descubrí mil puertos (mil puertas), la bañé en mi lluvia, fui sabio en trazar su mapa en una noche fría. fui el viento que la erosionó, el río que la abrió en dos.
entre sus piernas hay un mercado donde negocio mi placer.
no te cansas, amigo, de entrar y salir de su cuerpo. luego la abrazas, te trabas a sus oquedades y duermes con ella, y la despiertas con otro beso y otra vez te recibe, feraz, feroz, territorio donde migran salvajes en busca de agua y de presas.
Preguntas, B. (2004)
Preguntas, B., por el erotismo de la arquitectura. He imaginado una fenomenología de lo urbano, que dispusiera un diálogo entre una estética y una ética, resueltos en una erótica de la ciudad. Ella estaría ligada al placer y goce de la deriva urbana, etc., pero siempre es más fácil imaginar lo erótico en la ciudad: intervienen en esto las dualidades propias de lo urbano, lo público y privado, lo abierto y lo cerrado, lo denso y lo disperso, y así. Es más difícil precisar lo erótico arquitectónico; intentaré, sin embargo, aproximarme al tema.
Desechemos lo obvio: la erótica de las formas fálicas, la asimilación cúpula-femenino, torre-masculino, el burdel de Boullé con planta en forma de verga, los patios húmedos y angostos, la Alambra, las curvas de Niemeyer. Eso no es erótica, solo asociación. Tampoco me seduce la asociación comportamental, lo situacional, las habitaciones o ámbitos especiales para la cópula, los hoteles del amor, etc.
Hallo en cambio dos vertientes: una, la metáfora de las acciones, más que la de las formas. La penetración, los ritmos progresivos, la sorpresa, el recorrido (la promenade architecturale)… Otra: la idea de una arquitectura cuya fruición sea por si equivalente al acto hedónico de la cópula o, mejor, una experiencia complementaria, del modo en que para los cabalistas lo son el Mundo y el Libro.
¿Cuál sería ese edificio que al recorrerlo sea para el varón como el cuerpo de esa mujer deseada, para la hembra el firme y protector recibo del macho al montarse entre sus muslos?
Seguiremos con esto.
Balada de Nico (2005)
A Nico (1938-1988)
¡Ah, viajar el puto tiempo y seducir a Nico, la de los Velvet Underground!
llegar a Nueva York, por el puente de Brooklyn
andar por clubes, por fiestas decadentes,
hasta encontrarla, rubia, en faldas de cuerina,
borracha de buen vodka,
abrirse el paso a hombradas y llegar ante ella
como el cowboy a la calle del pueblo, como el viento
a la ciudad sofocada del calor semanal.
Es el año de mil nueve `68, la rubia está en camino de vomitar y logras
sacarla de la fiesta
la llevas bajo el arco de la Union Square
asoman las twin towers, precisas, relucientes
presumes y le cuentas, “las tirarán, caerán”, “¿los rusos?”, te pregunta
y omites la respuesta
viajero inconcebible del siglo XXI
pasean por el Bajo Manhattan, se demoran
en casas peligrosas, te cree y no te cree
“¿quién ganará la serie mundial, este año, entonces,”,
no sabes, le contestas, y así llegan al Chelsea.
Ella se duerme apenas la abrazas, la cubres con la manta
y pasas un buen rato mirando hacia la calle.
Despiertas y es de día, pero la rubia aun duerme
su falda negra de cuerina al tacto, lascivo palpas, el pelo lacio apartas,
tus besos son amables, compensan lo insensible
del manoseo rudo bajo la falda negra, de cuerina lustrosa.
Ella aparta su blusa, tu las braguitas blancas,
sucias, y prepotente (recuerdas las precisas palabras de María)
te deslizas seguro sobre los muslos largos
a un mismo tiempo entras con muy amables besos
a su boca, de vodka maloliente,
y a su raja aun reseca con tu tieso, soberbio,
endurecido y bronco sexo transtemporal
y acabas y remueves
tu propia esperma tibia
con un beso en los pliegues
del sexo estrecho de la rubia Nico, la amiga de Andy Warhol
“¿y cuando moriré?”, te dice al terminar
de asearla, con científico ademán, y mientes
“aun estabas viva cuando viajé hasta aquí, una hermosa viejita,
glamorosa y altiva, tienes tu show en la TV y te pasas
el verano en España, y se dice que tienes un séquito de amantes,
pero yo más bien creo que sea una estrategia
de tus consultants“, y ella ríe y se duerme, y vuelves
a tu tiempo y por una semana
conservas en el sexo la picazón del roce
y el gusto a vodka del aliento infame, y el tacto limpio de cuerina negra
de la falda lustrosa de Nico, la cantante
la de los Velvet Underground, la rubia de New York
(Gardel del tiempo, ríes), la de Warhol.
El expulsado (2005)
Expulsado de todos los paraisos, rechazado (por tibio) en el infierno, armé con mentiras mi propio purgatorio.
Llamé memoria a las mentiras, y así fueron verdades, y entonces mi invención fue infierno. Eso pasó: hoy hago del amor proyecto y texto.
CR
El autor es suizo y vive en Sudamérica, donde trabaja en la prestación de servicios administrativos a la producción del hábitat. Dilettante, y estudioso de la ciudad, interrumpe (más que acompaña) su trabajo cotidiano con reflexiones y ensayos sobre estética, erotismo y política. De su autoría, ver Proyecto Mitzuoda (c/Verónicka Ruiz) y sus notas en números anteriores de café de las ciudades, como por ejemplo:
Número 64 I La mirada del flâneur (II)
Beyond Beyoglu I Tajos, cuestas y contrafrentes I Carmelo Ricot I
Número 62 I La mirada del flâneur
Software I Un relieve alternativo de la Ciudad I Marcelo Corti I
Número 40 I La mirada del flâneur
La Juventud Alegre I Inicio de un viaje. I Carmelo Ricot
Número 15 I Política
Las 10 boludeces más repetidas sobre los piqueteros y otros personajes, situaciones y escenarios de la crisis argentina I Con un prólogo sobre la derecha, otro sobre Jauretche, y un epílogo sobre la consigna más idiota de la historia. I Carmelo Ricot