Pocos edificios más perversos que la Basílica de Vicenza…
La célebre loggia palladiana es en realidad una pantalla que esconde la rusticidad gótica de unos equipamientos preexistentes, el Palazzo della Ragione donde se reunía el Consejo de los 500. La nueva sensibilidad artística del humanismo no podía tolerar la barbarie de esas arcadas ojivales, ni siquiera en esas regiones del norte de Italia, tan alejadas de las sofisticaciones florentinas o romanas. Varios arquitectos (algunos tan famosos como Giulio Romano, el manierista kistch) fracasaron en el intento de proyectar una fachada que convenciera a los notables de Vicenza. Finalmente, un oscuro empleado municipal logró presentar su proyecto, aceptado por sus superiores. Andrea Palladio, ya casi un cuarentón, lograba así su primer encargo importante, el primero de una serie que influiría sobre el futuro de la arquitectura occidental durante al menos dos siglos.
La Basílica tiene vocación de edificio aislado, pero solo su fachada más famosa, la que da al norte, tiene el marco de una gran piazzaitaliana que responde a esa idea: la Piazza dei Signori. Sobre el oeste, una piazzeta de escala más intima alberga la estatua del gran Palladio y permite lna visión en escorzo del edificio. Al este, la torre del Comune y el edificio vecino anulan la cuarta fachada “vocacional”. El escándalo se da al sur, donde la basílica conforma con los edificios vecinos, ni pegados ni despegados, un secreto tesoro espacial con escalinata incluida (que salva el desnivel entre la piazza y este lugar furtivo). En el ángulo, la mayor perversión: el encuentro caótico con las construcciones medievales, un choque de una tensión casi insoportable entre las maldades del catastro y la voluntad autoafirmativa humanista.
Tres espacios distintos conformados por un mismo edificio, un atributo de la ciudad compacta europea. La plaza institucional, la plaza íntima, el rincón apartado (el “ángulo maldito”). En una, las representaciones políticas, las postales vicentinas, la urbanidad oficial. En otra, los encuentros amables, las conversaciones sin prisa, los martinis al caer la tarde. En la última, lo raro, lo clandestino, lo que sobra. La falta de estas gradaciones hace inculta a la urbanización sin calidad, y banal a las privatopías del shopping mall y el barrio cerrado. ¿Dónde se pelean los chicos, donde fuman el primer cigarrillo, que oscuro y oculto rincón alberga los amores clandestinos, los encuentros furtivos?
(En el conurbano norte de Buenos Aires donde pasé mi adolescencia, la entonces desactivada “vía del bajo” cumplía esas funciones: era “el Madison” de las peleas escolares, el lugar mitológico de supuestas iniciaciones sexuales, lo oscuro de la ciudad. Hoy es el Tren de la Costa, que pasea casi vacío su fracaso comercial).
La planta real del edificio revela la condicionante urbana irregular; en sus Quattro libri, y con absoluto desparpajo, Palladio presenta una planta regularizada de acuerdo a lo que el edificio (ya construido) “debía ser” y no a lo que en realidad era. El famoso motivo palladiano se repite con exactitud geométrica, pero cada intercolumnio se adapta a las irregularidades de la planta; en la galería de la planta alta, la inclinación hacia la calle compensa la de los arcos medievales, y a la vez corrige la sensación óptica de fuga hacia el cielo.
La libertad resolutiva transgrede pero a la vez confirma y posibilita las reglas compositivas del lenguaje palladiano. La operación palladiana se basa en una dialéctica y profundamente moderna actitud proyectual; creadora de motivos simples y repetibles: la ventana tripartita que combina arco central con dinteles laterales, la fachada eclesiástica con un frontón principal y otro contenido, los pórticos de las villas, etc.
James Ackerman considera a Palladio uno de los primeros “especialistas” en el sentido moderno, que implica un profundo conocimiento de un tema junto a un difuso conocimiento del resto. Su mentor Giangiorgio Trissino, al que el paduano Andrea di Pietro della Gondola llegó con 30 años de edad, evidente talento y nula formación clásica, solo le dio a leer los clásicos de arte y arquitectura, obviando otras materias sobre las cuales poca esperanza tenía de que sirvieran a Andrea. Con estas herramientas, y los apuntes de sus viajes por la Italia de los tesoros antiguos, el rebautizado Palladio armó su repertorio clasicista. Sin la voluptuosidad ni la angustia de Michellangelo, sin la racionalidad constructiva de Brunelleschi, Palladio encontró el vocabulario más adecuado para la arquitectura doméstica e institucional de la sociedad burguesa. Adaptado a las situaciones urbanas del Palazzo Chiericati o a la suburbanidad de las villas para condottieri como Valmarana o Barbaro, el lenguaje palladiano trascendió la marginalidad de las pequeñas ciudades y las insalubres marismas venetas y llegó (Quattro Libri mediante) a manos de difusores como el inglés Iñigo Jones o el norteamericano Thomas Jefferson.
MC
Palladio, el libro que el crítico estadounidense James Ackerman escribió en 1965, tiene entre otras virtudes la de explicar con eficacia la ligazón entre la arquitectura de Palladio y la situación económica, política y territorial de la región del Veneto en el Cinquecento. Ilustran el libro las excelentes fotografías de Phyllis Dearborn Massar.
Esta nota está dedicada con afecto a Ricardo Cohen Arazi