N. de la R.: El texto de esta nota reproduce la participación del autor en el libro Hora Libre. Exploraciones sobre el espacio educativo, editado por la cátedra de Arquitectura IV C de la FAUD-UNC, a cargo de Ana Etkin.
El patio del palacio de Cnosos, en Creta, era el ámbito de reunión de la comunidad sobre la cual reinaba el dueño de casa; era en su uso y en su conformación espacial el germen de una plaza (una lectura más amable que la que lo identifica con el mítico Laberinto). La historia de la arquitectura y de la ciudad presenta muchos casos de este equívoco fructífero. El Tratado de Arquitectura de Leon Battista Alberti sostenía que “una casa es una pequeña ciudad y una ciudad es un pequeña casa”, definición que siglos más tarde retomarían y reinterpretarían Aldo van Eyck y Louis Kahn (“la calle es un recinto cuyo techo es el cielo”). Uno de los libros más influyentes de la década del sesenta, La arquitectura de la ciudad, de Aldo Rossi, comienza con la frase: “La ciudad, objeto de este libro, viene entendida en el como una arquitectura”.
Pero mientras que organizar un edificio como una pequeña ciudad es una estrategia que suele ser productiva, entender la ciudad o sus partes como una obra de arquitectura de dimensiones inusuales suele ser un camino desaconsejable. De la primera hay ejemplos tan diversos como la obra del holandés Herman Hertzberger (sus edificios de oficinas, sus escuelas) o el Museo Xul Solar de Pablo Beitía, que reelabora las complejidades de la trama urbana al interior de una manzana de Buenos Aires. Lo segundo genera incomodidades como la monotonía de la operación Bicocca en Milán, completamente a cargo de la oficina de Vittorio Gregotti, o tantos megaconjuntos de vivienda fracasados a lo largo del mundo en el último tercio del siglo XX.
El problema de esta visión de lo urbano como “edificio grande” es que omite la complejidad actoral y programática y el desarrollo extendido en el tiempo que tiene la ciudad. Lo urbano es siempre una agregación de fragmentos y es muchas veces un campo de conflictos; el orden, la unidad de su conformación, es por cierto deseable pero necesariamente surge de una adecuada planificación previa (que no llega, como la arquitectura, a los detalles, sino que especifica “las reglas del juego” en la construcción de la ciudad) o de una buena resolución de las relaciones entre agregados (un ejemplo histórico en ese sentido es la conformación a través de los siglos de la Piazza de San Marco, en Venecia).
Hecha esta advertencia, está claro que existen varias maneras en que un edificio puede ayudar a conformar, construir o mejorar la ciudad. Tratando de agrupar estos modos en categorías, podemos identificar en principio:
– arquitecturas que conforman el espacio público
– arquitecturas que conforman o completan la morfología urbana
– arquitecturas que amplían el espacio público de la ciudad
– arquitecturas que le aportan programas (usos) a la ciudad
Conformar el espacio público es, las más de las veces, contenerlo, limitarlo. El ejemplo prototípico es la plaza europea, en la que los edificios se conforman “de afuera hacia adentro” en lugar de expresar su interioridad o su funcionalidad (como quería buena parte del Movimiento Moderno). En este camino se llegó a extremos como el de exigir la construcción de la fachada de una parcela aun cuando esta quedará vacía a su interior, solo para asegurar el límite de la calle o la plaza. Pero también es posible conformar el espacio público articulándolo o continuándolo.
Este rol de conformación del espacio público está muy ligado a la conformación compleja y sucesiva de morfologías urbanas: alineamientos de fachada, continuidad de coronamientos y/o basamentos, repetición de patrones de asentamiento. En el libro que he citado, Aldo Rossi recupera la división de la morfología urbana en tres categorías: monumentos, que al mismo tiempo articulan la forma urbana y proveen significados (crean sentido); elementos primarios, correspondientes a lo que podríamos llamar equipamientos y servicios urbanos; y “el área”, generalmente residencial, moldeable y repetible, genérica (aunque, a diferencia del genérico o “espacio basura” de Koolhaas, puede tener valor cultural y arquitectónico en sí mismo). La excepcionalidad sería lo propio de los monumentos, el carácter diferencial lo sería de los elementos primarios y la continuidad el ideal del “área”. Por supuesto, esta idea de continuidad morfológica está fuertemente asociada a la idea de límite del espacio público.
Otro rol que puede cumplir la arquitectura dentro de esta categoría de operación es la de constituir hitos reconocibles de la lectura urbana, sitios que establezcan una orientación simbólica y funcional en la ciudad. Esto va desde el edificio-monumento que crea de por sí un sentido de la jerarquía urbana, hasta edificios comunes que por alguna particularidad formal sirven de referencia identificatoria (“mi casa está una cuadra pasando el edificio con balcones redondos/ventanas cuadradas/forma de barco/cubierto de santa ritas/etc. etc.”). Kevin Lynch lo ha descripto muy bien en La imagen de la ciudad, un libro indispensable.
En ocasiones, la arquitectura puede trascender su rol conformador “externo” al espacio público y generarlo a su interior, ampliando así su cantidad y calidad en la ciudad. El edificio de la municipalidad de Filadelfia, en el que las dos calles principales de la ciudad se cruzan en su patio central distribuidor, o la Galería Vittorio Emanuelle, conectando las piazzas del Duomo y de la Scala de Milán, son buenos ejemplos históricos. En el siglo XX, Nueva York ofreció algunos de los mejores casos de estas operaciones, desde la plaza del Rockefeller Center hasta los grandes jardines de invierno del edificio IBM, la Ford Foundation o el World Financial Center.
Finalmente, en muchos casos la mera definición programática de usos, funciones, accesos, localización, etc., tiene impactos positivos (o negativos) sobre la ciudad. Un basamento comercial en un edificio destinado en sus pisos superiores a la vivienda contribuye a generar apropiación vecinal y mejorar la sensación de seguridad en un barrio (“los ojos invisibles de la calle”, decía Jane Jacobs). Tener un acceso cada 10 o 15 metros opera en forma parecida, mientras que concentrar todo el acceso en una entrada a un conjunto residencial que ocupa una o más manzanas torna desolado el entorno de su barrio; algo parecido ocurre en esos shoppings en que la estructura circulatoria es deliberadamente confusa, de modo de retener al usuario consumidor. En cambio, una arquitectura relativamente mediocre como la de la Fed Square de Melbourne (una plaza abierta y centro cultural sobre una parrilla ferroviaria en un sitio clave de la grilla fundacional) genera sin embargo un espacio público singularmente apropiado por la ciudadanía y los/as visitantes de la ciudad. Los Proyectos Urbanos Inclusivos de Medellín (las bibliotecas-parque en la cabecera de barrios muy precarios) implican la llegada del Estado y su presencia en barrios previamente tomados por el narcotráfico. La sede de Bilbao del museo Guggenheim es fundamental para reconvertir la base económica de la ciudad desde la industria náutica en decadencia a su nuevo rol como atracción cultural y turística.
El ojo atento de un/a estudiante de arquitectura puede descubrir o identificar muchos casos virtuosos en la ciudad donde reside o estudia; esa es seguramente una de las mejores formas de comprender la ciudad (Le Corbusier preguntaba en su mensaje a los estudiantes de Arquitectura “¿qué mira cuando va de paseo?”). En Córdoba, por ejemplo, el edificio de la Municipalidad construye un espacio de mucho interés y bien apropiado por bailarines, gimnastas y skaters en sus entradas sobre La Cañada y Paseo Sobremonte, a los que a la vez articula con la Plaza de la Intendencia. La refinada arquitectura ladrillera de Togo Díaz genera una marca de identidad que se reitera en todo el centro, La Cañada y Nueva Córdoba (también genera una didáctica sobre cómo usar bien el ladrillo; una de las virtudes de su lección es que a veces resulta difícil discernir si un edificio fue diseñado por Togo o por un hábil seguidor). Las galerías que atraviesan las calles del Centro (“centralidad conectiva”, les decía Marilú Foglia) expanden el espacio público del área fundacional. El Buen Pastor genera por su solo programa el espacio público más significativo de Nueva Córdoba, además de abrir la vista al raro templo neogótico de los Capuchinos. Las terrazas de Güemes amplían a la tercera dimensión el uso de la calle. El patio del Rectorado de la UNC ofrece un remanso de tranquilidad en el lugar más agitado del centro; enfrente, la Facultad de Derecho genera un animado paseo urbano con salida a tres calles (reducidas hoy a solo dos por la lamentable decisión de cerrar el acceso desde Caseros); en sentido contrario, las decenas de parcelas vacías destinadas a estacionamiento en pleno centro afectan el tejido urbano y su paisaje resultante. El hotel Y111 demuestra que es posible mantener una arquitectura de valor patrimonial y ampliarla con una obra de calidad, logro que varios ejemplos de similar estrategia no alcanzan en otros puntos de la ciudad.
El aporte urbano de la arquitectura no pasa necesariamente por mimetizarse con las preexistencias, incluso cuando estas tengan valor patrimonial. La Casa Curuchet en la Plata, el Centro Carpenter de artes visuales de Cambridge (Massachussets) o el Ministerio de Obras Públicas en Río de Janeiro son edificios de Le Corbusier que se insertan de manera perfecta en la ciudad existente, a la que enriquecen (los resultados son mucho más interesantes desde el punto de vista urbanístico que cuando el maestro dispone de la posibilidad de construir toda una ciudad desde cero).
Estos ejemplos y estas categorías no agotan la buena y virtuosa relación entre arquitectura y ciudad. Cada arquitecto/a puede encontrar su forma de mejorar la ciudad con su obra: basta con que entienda la ciudad o el barrio en el que interviene y considere a su edificio como parte activa de ese entorno, no como un objeto aislado o independiente de su urbanidad.
Hora Libre. Exploraciones sobre el espacio educativo. Etkin, Diez, Shmidt, Vekstein, Lombardi, Szelagowski, Bondone, Corti, Arteca, Remes Lenicov, Díaz de la Sota, Sagüés, Ivetta, Arce, Carrasco, Fuzs, Madrid, Marioli Noble. Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño. Cátedra Arquitectura IVC. Córdoba, Argentina, 2018. 226 pg. 21 x 21. ISBN: 978-987-4186-06-5
Ver el video de la presentación del libro en la FAUD-UNC.
Informes y adquisición: Copicentro, Galería Santo Domingo. Av. Velez Sarfield 30 local 57. [email protected]
Sobre el espacio público y los ejemplos citados, ver también entre otras notas en café de las ciudades:
Número 69 I Urbanidad contemporánea
La mitad de lo urbano I Algunas proposiciones sobre el espacio público I Por Marcelo Corti
Número 52 I Arquitectura de las ciudades
El espacio de la ausencia I La Plaza de los Héroes del Ghetto en Cracovia I Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste
Número 50 I Tendencias
Espacio Público: necesario, pero no suficiente I La fricción de la ciudad. I Marcelo Corti
Número 42 I Política de las ciudades (I)
Espacio público, condición de la ciudad democrática I La creación de un lugar de intercambio. I Jordi Borja
Número 42 I Arquitectura de las ciudades
Del espacio público a lo público en la ciudad escindida I Desplazamientos epistemológicos y conflictos arquitectónicos. I Julio Arroyo
Número 29 I Arquitectura de las ciudades
La ciudad vencerá I Diez apuntes sobre el espacio contemporáneo. I Carmelo Ricot
Número 4 I Tendencias
Ganar la calle (I) I Arte y protesta política en la recuperación del espacio público. I Marcelo Corti
Número 137 I POSICiones cordobesas
Paseo del Buen Pastor I El vacío apropiado en Nueva Córdoba I Por Marcelo Corti
Número 118 I POSICiones cordobesas
Las tres Cañadas I Preservar, consolidar y proyectar I Por Celina Caporossi y Marcelo Corti
Número 120 I Política, Planes y Proyectos de las ciudades
Especificidades de una experiencia urbana I A propósito de Medellín y del XV Congreso Iberoamericano de Urbanismo I Por Lorena Vecslir
Número 115 | Lugares
La energía de Medellín | Esos cambios… | Fernando Vanoli