Las bellísimas Historias en la palma de la mano que Yasunari Kawabata escribió a lo largo de medio siglo han sido recientemente reeditadas en Argentina por Planeta, bajo el sello Booklet. Muchas de las historias ejemplifican la particular relación entre el desarrollo de la ciudad metropolitana y la obra de Kawabata, muy bien analizada por Donald Richie en el prefacio a La pandilla de Asakusa. Una de ellas en particular tiene un particular aire de familia con una producción contemporánea en el tiempo y similar, si no en género, en su modo de producción y en la extensión de sus textos: las Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt. Me refiero a Estación de lluvias (Shigure no eki), fechada en 1928 y narrada en una ambigua tercera persona, entre el relato de situaciones y una irónica advertencia “moral”.
Kawabata comienza su historia con un cierto toque feminista: “Ustedes no pueden imaginar la diferencia entre una multitud de esposas y una multitud de jovencitas estudiantes o de obreras de una fábrica. Las estudiantes o las obreras están reunidas por algo en común. En una palabra, han sido liberadas de sus hogares por ese algo. Pero una multitud de esposas está hecha de personas solitarias que han salido de sus casas como de salas de aislamiento. Si se tratara de un bazar de caridad o de un picnic que reuniera a compañeras de curso, uno podría decir que incluso las esposas pueden ser estudiantes de nuevo por un rato. Pero una reunión como ésta, que ocurre sólo por el amor de cada esposa por su marido, se conforma con personas solitarias”.
El ámbito en el que se reúne esta muchedumbre de soledades es una estación de tren suburbano (“Omori, por caso”). Una lluvia inesperada lleva a las mujeres a esperar a sus maridos con un paraguas, para protegerlos en el tramo final de su commuting al hogar. Pero entre todas las mujeres, un joven escritor recorre el camino inverso; él ha venido a acompañar a su esposa, bailarina en un teatro. La esposa de un vecino lo reconoce y le presta el paraguas que estaba destinado a su marido. Para el autor, “lo que le han dado no es simplemente un paraguas sino el sentimiento mismo de «esposa»”…Una antigua rival amorosa se acerca a la vecina del escritor y ambas se mienten a partir de malentendidos y habladurías barriales, hasta que baja del tren el antiguo novio de la vecina y actual esposo de la rival. Ya no era “ese estudiante universitario que ambas habían amado, el apuesto joven de la memoria de la otra mujer, sino un empleado de oficina con un sueldo bajo, harto de la vida, como se veía. Con el dinero justo para el boleto en su bolsillo, con el mismo traje que había usado en su boda y en los siguientes cuatro años ya raído, empapado por la lluvia de este final de otoño”. Mientras tanto, el joven escritor, “marchando en sentido contrario al avance sin fin de las mujeres, cada una con un paraguas para su marido, se dice: «Estas mujeres que han salido de sus cocinas sin nada de maquillaje, son la exacta imagen de hogares faltos de creatividad. Son un muestrario de los hogares de los asalariados». Sonríe de un modo afín al lluvioso cielo otoñal. Pero las mujeres de la estación no sonríen. Son mujeres que, hartas de esperar, están a punto de llorar”.
Pinceladas de análisis sociológico sobre los suburbios de la clase trabajadora se entrecruzan sutilmente en el relato de Kawabata con la reflexión descreída sobre la fragilidad del amor matrimonial. La última advertencia del escritor (el protagonista de la historia, pero también Kawabata), parece salida de Saverio el Cruel o de Erdosain: “Oh, maridos, en días con tardes lluviosas, particularmente en noches de lluvia de finales de otoño, apresúrense hacia las estaciones donde sus esposas los aguardan. No puedo garantizar que el corazón de una mujer, al igual que un paraguas, no sea entregado a otro hombre”.
En las antípodas del planeta, en la década de 1920, dos escritores geniales que nunca se conocieron ni se leyeron expresaban en sus trabajos la misma extrañeza, la misma fascinación, la misma pregunta sobre el sentido personal y colectivo del desarrollo metropolitano.
MC
Sobre Yasunari Kawabata, ver también en café de las ciudades:
Número 60 | La mirada del flâneur(II)
La pandilla de Asakusa | Promiscuidad urbana y literaria en la novela inicial de Kawabata | Marcelo Corti
Algunas maravillosas Aguafuertes Porteñas de Roberto Arlt:
Número 14 | La mirada del flâneur
El placer de vagabundear | “Los extraordinarios encuentros de la calle”. | Roberto Arlt
Número 75 | La mirada del flâneur
Dos Aguafuertes Porteñas | La forma de vivir feliz y las sillas en la vereda | Roberto Arlt
Número 125 | La mirada del flâneur
Ventanas iluminadas | Una curiosidad más poderosa que el cansancio | Roberto Arlt