Cada vez con más frecuencia el cine norteamericano encara en clave irónica el estilo de vida de la Suburbia. A fines de los `90, The Truman Show y American Beauty ponían a pequeñas ciudades de la América profunda como escenarios de películas con visiones críticas sobre, en un caso, la manipulación mediática de las vidas individuales y, en el otro, la alienación consumista de las clases medias.
Más recientemente, una serie de películas de distintas aspiraciones, calidades y géneros ponen en evidencia el conflicto entre los modos de vida urbano y suburbano y concretamente explicitan la oposición entre la utopía separatista de las sub-urbanizaciones privadas y los peligros de la “gran ramera” babilónica de New York. No estamos hablando de películas artesanales del género independiente sino de puro entertainment, de productos industriales del mainstream.
En Mi novia Polly, por ejemplo, se presentan en clave de comedia las tribulaciones de Reuben, un estructurado analista de riegos con casa sin estrenar en los suburbios, enamorado de una camarera del Downtown. En una de las mejores escenas, Polly destroza los ordenados almohadones con que Reuben decora su cama: la vida, sostiene, es demasiado corta y compleja como para estar acomodando almohadones al levantarse y acostarse. En Infidelidad, una correcta madre de familia destruye su hogar al involucrarse con un vendedor de libros francés durante una visita a Manhattan, en un maldito día que el viento huracanado carga de presagios. Cuando procura terminar su aventura, su amante le grita “¡vuelve a los suburbios!“, es decir, a una vida aburrida y previsible con su marido empresario (como es habitual en el cine de Adrian Lynne, las escenas de refinado erotismo de la primera mitad de la película se continúan con un poco sutil sermón sobre las aterradoras consecuencias de violar la moral establecida).
La reciente Stepford Wives (presentada en algunos países de habla hispana como “Las mujeres perfectas”) es la remake de la película que en 1977 protagonizó Katherine Ross. Quizás los momentos más logrados de esta versión sean la secuencia inicial de títulos, inspirada en la estética publicitaria que acompañó la fiebre del consumo hogareño en la sociedad afluente de los `50, y la hilarante y traumática crisis laboral de Johanna, presidente de una cadena de televisión (los medios son otro aspecto del sistema que es puesto permanentemente bajo miradas irónicas en el cine norteamericano). Profundamente afectada, Johana es convencida por su marido de escapar de New York a Stepford, paradisíaca comunidad “sin crímenes, sin pobreza, sin presiones” (y también, sin negros, sin latinos, sin asiáticos…) en la tan vecina y tan distante Connecticut. Johana, huyendo de la insoportable amabilidad de Claire Wellington, anfitriona y líder de la comunidad, se hace amiga de Bobbie Markowitz, una escritora judía inadaptada a Stepford, y de Roger, un gay cuyo compañero se hizo republicano… Juntos, tardan poco tiempo en descubrir, tras las sobredosis de seguridad y domótica y las convenciones de la vida social (las clases de gimnasia inspiradas en los movimientos de la limpieza doméstica, el “circulo literario” femenino, el misterioso club de hombres), una siniestra trama conspirativa que hasta implica el acceso al Senado de un representante de Stepford. “Comunidad” (aislada, asfixiante y autoprotegida de la “contaminación” exterior) y “valores”, old fashion values, son la clave estructural de esta conspiración conservadora de reconocibles lazos con la realidad.
Según el arquitecto chileno Constantino Mawromatis, “a mediados del siglo XIX apareció (en Norteamérica) el suburbio como una alternativa de crecimiento. El suburbio representó un ideal de vida, ofreciendo seguridad, un ambiente limpio, segregado y cercano a la naturaleza. En los años `30, se tomó la decisión política y económica de incrementar y privilegiar el aspecto comercial del desarrollo suburbano residencial, por sobre el compromiso del sector público. En 1934 el Federal Housing Administration (FHA), una agencia gubernamental de fomento y regulación del crecimiento suburbano, elaboró una serie de recomendaciones y proyectos directamente relacionados con la actividad bancaria y comercial que influenciaron de manera fundamental en la materialización del crecimiento del paisaje suburbano. A través de su política de favorecer la estandarización de las soluciones habitacionales acogidas a ésta, se fomentó el desarrollo de grandes urbanizaciones netamente habitacionales. A partir de ese momento histórico el desarrollo de los suburbios se convirtió de hecho, no solamente en una actividad comercial, sino que en una de las principales industrias de los Estados Unidos, críticamente ligada a la recuperación de la post-depresión y estrechamente relacionada a la industria automotriz“.
En la actualidad, la tendencia dominante es la constitución de Urbanizaciones de Intereses Comunes (CID, common interest developments), desarrollos privados al estilo de la arcadiana Stepford. Según refiere Jeremy Rifkin, las normativas y las administraciones de estas comunidades son más que estrictas en su búsqueda de la homogeneidad social, étnica y etaria de sus miembros residentes, al extremo de exigir a un miembro de una urbanización para personas de edad avanzada que se abstenga de llevar a su casa a su nueva esposa, menor de 45 años, u obligar a una familia a deshacerse de su perro por superar los 15 kilogramos de peso (máximo admitido en los reglamentos…).
En estas nuevas urbanizaciones, donde ya en 1996 vivían 30.000.000 de personas (un 12 % de la población norteamericana) y de las que se construyen entre 4.000 y 5.000 por año, el sentido de comunidad se interpreta en clave de cohesión y homogeneidad con exclusión de toda “amenaza” externa: delincuencia, contaminación, promiscuidad, diferencia, impuestos… La comunidad local que describía Tonnies (diferenciándola de la sociedad contractual) no excluía la diferencia, al menos la que marca la pertenencia de clase (cómo tampoco lo hace la idea peronista de la “comunidad organizada”, en la Argentina). En estas comunidades segregadas, en cambio, se excluye cualquier tipo de diferencia y, en definitiva, se excluyen la solidaridad y el conflicto autoregulado, claves de una comunidad abierta. Para los insatisfechos, los sensibles, los stressados vocacionales, los amantes de la diferencia, quedan por ejemplo New York y Manhattan, quedan los viejos y multiculturales centros urbanos, degradados por los graffiti y la basura callejera, blanco fácil de la gentrificación y el turismo banalizado.
En Stepford Wives, un delirante complot anti- (¿o hiper-?) feminista termina explicando la excéntrica conducta de las esposas y de la insólita dupla de animadores de la comunidad, con un happy end donde no faltan las pruebas de amor matrimonial… y Larry King. La película se resiente de los destiempos y obviedades en la dirección, guión y montaje, aunque en algo la redimen las buenas actuaciones de Nicole Kidman, Glenn Close, Bette Midler, Cristopher Walken y Matthew Broderick.
MC
Ver la página Web oficial de la película Stepford Wives.
Sobre Mi novia Polly, ver nota en el número 19 de café de las ciudades.
El título de la nota alude a la letra de Mariposa Pontiac, una canción de culto de Los Redonditos de Ricota, grupo de rock independiente argentino (y también de culto). Sus estrofas iniciales invitan “Ven a mi casa suburbana, me obsesiona tu prisión”.