Traducción de José María Álvarez (Constantino Kavafis, Poesías completas, Ediciones Hiperión, 1976)
Fotos de la cuenta C.P. Cavafy
Constantino Kavafis sintetiza en su poesía lo personal con el lugar y con el tiempo. El lugar es ese ámbito donde se encuentran tres continentes alrededor del Mediterráneo, el tiempo es el de la incertidumbre y la decadencia de una civilización gloriosa. Sus palabras circulan entre los recuerdos de esa historia y la vinculan con la angustia humana y el deseo.
Anciano (1894)
En el interior de un ruidoso café
un anciano se apoya sobre un velador;
un periódico ante él, iluminado por la soledad.
Y en el desprecio de su miserable vejez
iensa qué poco gozó de los años
cuando tuvo vigor, y elocuencia, y belleza.
Ha envejecido tanto; lo siente, lo ve.
El tiempo de su juventud, como si hubiera sido ayer,
pasó. Qué velozmente, qué velozmente.
Medita en cómo ahora se ríe de él la Sabiduría;
y cómo fió siempre —¡qué locura!—
de esa embustera que le decía: «Mañana. Tienes mucho tiempo».
Recuerda impulsos que contuvo; y el sacrificio
de su felicidad. De su insensata prudencia
se burla hoy cada ocasión perdida.
… Hasta que de tanto evocar el pasado
se adormece. Hundido
sobre el velador solitario.
Ventanas (1897)
En esas habitaciones oscuras donde vivo
esados días, con qué anhelo contemplo a veces
las ventanas. —Cuándo se abrirá
una de ellas y qué ha de traerme—.
Pero esa ventana no se encuentra, o yo no sé
hallarla. Y quizás mejor sea así.
Quizá esa luz fuese para mí otra tortura.
uién sabe cuántas cosas nuevas mostraría.
Murallas (1896)
Sin consideración, sin piedad, sin pudor
en torno mío han levantado altas y sólidas murallas.
Y ahora permanezco aquí en mi soledad.
Meditando en mi destino: la suerte roe mi espíritu;
tanto como tenía que hacer.
Cómo no advertí que levantaban esos muros.
No escuché trabajar a los obreros ni sus voces.
Silenciosamente me tapiaron el mundo
Esperando a los barbaros (1904)
¿Qué esperamos agrupados en el foro?
Hoy llegan los bárbaros.
¿Por qué inactivo está el Senado
inmóviles los senadores no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes votarán los senadores?
Cuando los bárbaros lleguen darán la ley.
¿Por qué nuestro emperador dejó su lecho al alba,
en la puerta mayor espera ahora sentado
en su alto trono, coronado y solemne?
Porque hoy llegan los bárbaros.
Nuestro emperador aguarda para recibir
a su jefe. Al que hará entrega
de un largo pergamino. En él
escritas hay muchas dignidades y títulos.
¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores visten
sus rojas togas, de finos brocados;
y lucen brazaletes de amatistas,
y refulgentes anillos de esmeraldas espléndidas?
¿Por qué ostentan bastones maravillosamente cincelados en oro y plata, signos de su poder?
Porque hoy llegan los bárbaros;
y todas esas cosas deslumbran a los bárbaros.
¿Por qué no acuden como siempre nuestros ilustres oradores a brindarnos el chorro feliz de su elocuencia?
Porque hoy llegan los bárbaros
que odian la retórica y los largos discursos.
¿Por qué de pronto esa inquietud
y movimiento? (Cuánta gravedad en los rostros).
¿Por qué vacía la multitud calles y plazas,
y sombría regresa a sus moradas?
Porque la noche cae y no llegan los bárbaros.
Y gente venida desde la frontera
firma que ya no hay bárbaros.
¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros?
Quizá ellos fueran una solución después de todo.
La Ciudad (1909 – primera versión, 1894)
Dices «Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida y los muchos años que aquí pasé o destruí».
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
—no la hay—,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
El dios abandona a Antonio (1911)
Cuando de pronto a media noche oigas
pasar una invisible compañía
con admirables músicas y voces —
no lamentes tu suerte, tus obras
fracasadas, las ilusiones
de una vida que llorarías en vano.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
saluda, saluda a Alejandría que se aleja.
Y sobre todo no te engañes, nunca digas
que es un sueño, que tus oídos te confunden;
a tan vana esperanza no desciendas.
Como dispuesto desde hace mucho, como un valiente,
como quien digno ha sido de tal ciudad,
acércate a la ventana con firmeza,
escucha con emoción, mas nunca
con lamentos y quejas de cobarde,
goza por vez final los sones,
la música exquisita de esa tropa divina,
y despide, despide a Alejandría que así pierdes.
Ítaca (1911)
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
ide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes,
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones ni a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos,
cuanto puedas invierte en voluptuosos y delicados perfumes
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido.
Mas ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no te engañara Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya qué significan las Ítacas.
En la entrada del café (1915)
Mi atención fue atraída por algo dicho
en la entrada del café.
Y vi aquel hermoso cuerpo como hecho
por Eros con su larga experiencia —
modelada con alegría la simetría de sus miembros;
alzando su presencia como una escultura;
modelada la cara con emoción
a la que impartiera con el toque de sus dedos,
la pasión en su frente, y en los ojos, y en los labios.
En la calle (1916)
Su atractivo rostro, un poco pálido;
y los ojos castaños, como fatigados;
veinticinco años, aunque aparenta mejor veinte;
algo le da en su atuendo vago aire de artista
—la corbata tal vez, o la forma del cuello—;
marcha sin fin preciso por la calle,
como poseído todavía del placer ilegal,
del prohibido amor que acaba de ser suyo.
Embajadores en Alejandría (1918)
No se habían visto, desde siglos, regalos tan bellos en Delfos
como éstos enviados por los dos hermanos,
los rivales reyes Ptolomeos. Desde que los recibieron,
sin embargo, los sacerdotes sintiéronse muy inquietos por el oráculo. De toda su experiencia
se necesitaría para redactarlo hábilmente,
para decidir cuál de los dos grandes podía ser ofendido.
Y en secreto durante toda la noche continuaron sus consultas
y discutieron sobre los derechos de los descendientes de los Lágidas.
Pero entonces volvieron los embajadores. Alegres.
Regresan a Alejandría, dicen. Y no quieren ya recibir
ninguna respuesta del oráculo. Los sacerdotes al saberlo se llenan de contento
guardarán para ellos los magníficos regalos),
mas a pesar de todo siéntense dolorosamente perplejos,
no pueden comprender la súbita indiferencia de los embajadores.
Ignoran que ayer los mensajeros han traído importantes noticias.
La respuesta ya fue dada en Roma: allí se ha repartido el mundo.
Al pie de la casa (1918)
Ayer cuando paseaba por mi barrio
alejado del centro, pasé bajo la casa
donde solía ir cuando era joven.
El amor había poseído allí mi cuerpo
con su maravilloso poder.
Y ayer
mientras andaba por la vieja calle,
de repente se embellecieron por la magia del amor
las tiendas, las aceras, las piedras,
y muros, balcones y ventanas,
nada quedó allí como antes era.
Y mientras permanecía y miraba la puerta,
y en pie me demoraba ante la casa,
todo mi ser se abrió a la placentera
y sensual emoción entregándose.
En las tabernas (1926)
Perdido en las tabernas
y en los burdeles de Beirut malvivo.
No quise quedarme en Alejandría.
Tamide me ha dejado;
se fue con el hijo del Prefecto,
y todo por una villa sobre el Nilo,
un palacio en la ciudad.
No podía seguir en
Alejandría.
Y en las tabernas
y en los burdeles
de Beirut malvivo.
En este barato abandono
de alguna forma sobrevivo.
Lo único que me salva
como una belleza que permanece, como una fragancia que por encima de mi carne ha quedado,
son los dos años
que tuve a Tamide para mí,
el más maravilloso muchacho,
y por mí, no por una casa
o una villa sobre el Nilo.
En una gran colonia griega, 200 ac. (1928)
Que las cosas no marchan como debieran en la Colonia
nadie puede dudarlo por más tiempo,
y aunque a pesar de todo seguimos adelante,
quizá, como no pocos piensan, haya llegado el momento
de llamar
a un Gran Reformador.
Mas la objeción y lo malo
de tal decisión
estriba en que causan un gran trastorno
dichos reformadores. (Una bendición sería
no precisarlos nunca.) Para solucionar
pequeños detalles comienzan a investigar y a interrogar,
y rápidamente los cambios radicales acuden a su mente
exigiendo su ejecución sin demora.
Les seduce obviamente el sacrificio.
LÍBRATE DE ESA PROPIEDAD;
TU PROPIEDAD ES PELIGROSA:
PERJUDICA LA PROPIEDAD A LAS COLONIAS,
LÍBRATE DE ESA RENTA,
Y TAMBIEN DE AQUELLA OTRA LIGADA A LA PRIMERA,
Y DE AQUELLA TERCERA CONSECUENTE: ES NECESARIO;
¿CREES QUE HAY OTRO CAMINO?
CREAN RESPONSABILIDADES EXCESIVAS.
Y conforme van ampliando su investigación,
descubren un sin fin de cosas superfluas, y pretenden
suprimirlas
aunque a ellas no se renuncia fácilmente.
Y cuando, afortunadamente, concluyen su obra,
y queda todo en su sitio debidamente clasificado,
se van, llevándose un buen
salario, permitiéndonos ver lo que ha quedado
tras su muy experta ejecutoria.
Quizá no sea momento todavía, no nos apresuremos.
Nos dañaría; la prisa es peligrosa.
Las medidas prematuramente tomadas pueden llegar a pesar.
Es cierto, para desgracia nuestra, que las cosas no marchan
como debieran en la Colonia.
¿Pero qué hay humano que sea perfecto?
Y después de todo, mirad, seguimos adelante.
CK
Constantino Kavafis (1863-1933) fue hijo de una rica familia de comerciantes griegos, caída en la decadencia con la muerte de su padre. Estudió en Londres y Liverpool, vivió en Estambul y en Grecia y fue funcionario público (en el Ministerio de Riego) y viajante de comercio en Alejandría. Cantó a los bares, los burdeles y los amantes de la ciudad, en unos pocos pero ineludibles poemas que recién fueron publicados oficialmente luego de su muerte.
En El cuarteto de Alejandría (que comentamos en nuestro número 16) Lawrence Durrell lo llama "el poeta de la ciudad".
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