“Y bueno, después lo conocí a mi esposo y me dijo que iba a comprar una casa en una villa. Pero allá en el norte «villa» es un barrio. Yo no sabía lo que era una villa (…) Y bueno se compró una casita (…) que se caía a pedazos. No era para mi (…) Y después le mentía allá a mi familia de que vivía en el centro”
Entrevista a Alicia, habitante de la villa de Retiro- Buenos Aires, septiembre 2003.
Retomamos las palabras de nuestra entrevistada para analizar los orígenes del término villa en la ciudad de Buenos Aires. Si bien durante la primera mitad del siglo XX sus significados eran difusos o remitían a más de un sentido, con los años esta polisemia se fue depurando hasta alcanzar consenso en la referencia a un espacio urbano particular. Reflexionar sobre los modos en que este término fue adquiriendo el significado de asentamiento informal es el eje del presente artículo: ¿cómo construyó el término villa la literatura?, ¿cómo lo hicieron los agentes estatales? Y, finalmente, ¿cómo construyeron el objeto de estudio villa las ciencias sociales? En adelante realizaremos un análisis de su génesis en tres ámbitos que se distinguen en términos analíticos pero se encuentran, al mismo tiempo, en constante diálogo y tensión: el ámbito literario, el ámbito estatal y el ámbito de las ciencias sociales.

1. La construcción literaria: una ciudad dual
Hacia fines del siglo XIX tuvieron lugar devastadoras epidemias en el sur de Buenos Aires, que llevaron a las familias de la elite porteña a desplazarse hacia los barrios del norte, como Recoleta y Palermo Chico. Estas zonas quedaron, a partir de ese momento, asociadas a las familias tradicionales de grandes terratenientes e incrementaron radicalmente su valor en el mercado inmobiliario. Los barrios del sur, simultáneamente, fueron adquiriendo una nueva identidad a medida que las antiguas mansiones se transformaban en conventillos (en Argentina se denomina así a las grandes viviendas subdivididas para ser alquiladas por habitación; esta modalidad de hábitat popular fue importante entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, coincidiendo con la inmigración masiva proveniente, en su mayor parte, del sur y el este de Europa), habitados por familias de inmigrantes con nuevas pautas culturales. De esta forma, se fue consolidando una división urbana entre norte y sur, que atravesó también a una parte de la literatura porteña del primer tercio del siglo XX, cuando se consolidaron dos grupos de diferente extracción social e ideológica (si bien la distinción entre ambos grupos permite comprender algunos de los debates que cruzaban a las corrientes estéticas de la época, muchos de sus integrantes estaban vinculados a ambos grupos y matizaban las diferencias entre unos y otros). Por un lado el Grupo de Florida, nucleado en torno a la revista Martín Fierro, estaba asociado a una función puramente estética del arte. Sus integrantes, entre los que se destacan Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Xul Solar, solían reunirse en ámbitos exclusivos del centro y norte de la ciudad, como el Café Tortoni o la Confitería Richmond. Por otra parte, el Grupo de Boedo se reunía en un barrio periférico y popular, situado en la zona sur de Buenos Aires. Desde ámbitos como la Revista Claridad, los integrantes de este grupo defendían la función social del arte, denunciando la miseria en que vivían muchos de sus contemporáneos. En este último grupo se destacan las obras de Enrique Amorim y Elías Castelnuovo, dos escritores vinculados al Partido Comunista que describieron el asentamiento, conocido como Villa Desocupación, considerado actualmente la primera villa de la ciudad de Buenos Aires.
En su obra teatral de 1934 titulada La marcha del hambre, Castelnuovo narró la convivencia entre inmigrantes europeos que habitaban las llamadas carpas, casas de chapa improvisadas, donde se mezclaban distintos dialectos con el español y el lunfardo. La obra describió cómo italianos, polacos y criollos organizaron una marcha para reclamar por pan y trabajo, con el Río de la Plata como trasfondo:
“Junto a una carpa, un hombre silencioso, de cuando en cuando, hace sonar débilmente un acordeón, tocando siempre la misma pieza. Más atrás aún, otro hombre, de espaldas, pesca tranquilamente a la luz de la luna.”
(Castelnuovo, 1934)
Por su parte, en el cuento de Amorim $1 en Villa Desocupación, se presenta en estos términos la vida cotidiana en el campamento:
“Caserío blanco y chato, de un extraño orden y simetría (…) callejuelas estrechas, con mucho sol y ningún niño. Sin una mujer que asome su cara o cuelgue sus polleras en los hilos de alambre. (…) No hay alegría de colores y el blanco de las viviendas, con el humo, dan la uniformidad de un gris tranquilo y reposado.” (Amorim, 1933)
En el cuento citado, los habitantes de Villa Desocupación eran en su mayoría inmigrantes europeos que llegaban hasta Buenos Aires sin sus familias, escapando a los efectos de la crisis mundial. En cambio, durante las décadas siguientes los habitantes de las villas fueron migrantes internos, originarios de zonas rurales que se asentaban en la ciudad con sus mujeres e hijos. Junto con estos migrantes, cientos de familias provenientes de países limítrofes llegaron a Buenos Aires para dar una nueva fisonomía a las villas porteñas. Estas oleadas migratorias fueron las que inspiraron el título de la novela Villa Miseria también es América, publicada en 1957 por el periodista Bernardo Verbitsky, cuyo estilo realista suele inscribirse en la tradición narrativa del grupo de Boedo. En esta novela, los pobladores de las villas ya no eran presentados como inmigrantes europeos, sino que pertenecían a una nueva corriente migratoria:
“La otra corriente humana, aquella que se instaló en los umbrales de la capital, procedía del interior de la República y también de los países vecinos. Porque el gran movimiento migratorio interno que se ponía en marcha incluía a las naciones limítrofes. (…) Acaso este movimiento, tal como se cumplió y se sigue cumpliendo, demostraría una unidad natural, por encima de la división nacional, de lo que fuera el Virreinato del Río de la Plata (…).” (Verbitsky, 2003: 39)
En el fragmento citado, las villas son representadas como espacios urbanos donde se restituía simbólicamente la antigua unidad colonial dada por el Virreinato del Río de la Plata. Estos territorios de la ciudad, por lo tanto, podían ser imaginados como ámbitos donde desaparecían las divisiones establecidas tras los procesos de independencia y la formación de los Estados nacionales en el sur del continente americano (Pedro Orgambide explica que “Villa Miseria También es América es la más latinoamericana de las novelas de Bernardo Verbitsky, al dar cuenta del mestizaje que se opera en las zonas marginales de la ciudad, donde es posible el uso de una lengua franca que las emigraciones de los pobres transforman en lengua común del desarraigo.”Orgambide, Pedro en Verbitsky, Idem. Prólogo).

1.2 La villa y la ciudad “formal”
La novela de Bernardo Verbitsky mencionada en el apartado anterior es la obra que se suele asociar a los orígenes del término villa miseria, posteriormente difundido y apropiado por la lengua popular. En esta novela, la imagen de otra dualidad asume contornos nítidos, que perduran hasta el presente en el imaginario colectivo: se trata de la oposición planteada entre la villa y la ciudad “formal”, en términos de acceso a la propiedad de la tierra. En la obra esta dualidad se expresa, por un lado, desde el punto de vista de un habitante de la villa:
“La ciudad se le aparecía bajo diferentes imágenes pero todas amenazadoras. La sentía junto al rancherío como un gran nublado que amenaza tempestad, que en una sola de sus ráfagas podía dispersar todas las viviendas, o como un enorme elefante que con sólo mover una de sus patas aplasta un hormiguero. Pero podía dañarlos de otro modo, salir de allí era desvanecerse en la ciudad inmensa que tenía el poder de absorberlos y de digerirlos hasta hacerlos desaparecer.” (Verbitsky, 2003: 75-76)
Por otra parte, la misma dualidad se planteó en esta novela de Verbitsky pero a partir la percepción de un personaje proveniente de otros barrios de la ciudad. Teniendo en cuenta la imagen vigente en el sentido común de las clases medias urbanas, donde la villa es comparada con los antiguos campamentos indígenas, el autor escribió:
“(…) lo imaginaba como una toldería levantada por gentes no menos feroces que los indios, cuyos rasgos exteriores en cierto modo les atribuía.” (Verbitsky, 2003: 55)
Los dos fragmentos citados dan cuenta de perspectivas opuestas, asumidas desde dentro y fuera de la villa respectivamente. En uno y otro caso, los enfoques son representados por imágenes amenazadoras, expresando dramáticamente las tensiones que los dividían.
Por otra parte, la desconfianza sobre los habitantes de las villas apareció en una de las primeras fuentes producidas por funcionarios públicos donde se aborda esta cuestión. Se trata de un informe policial de 1937, escrito con términos burocráticos y con pretensiones cientificistas, donde se planteaba la cuestión de las villas como un mal social:
“Como era de esperar, resultó ese campamento un foco de infección material y moral, donde en escala ascendente y peligrosa se transformaba sucesivamente el desocupado en mendigo; éste en vago, y el vago en delincuente. (…)
Se cobijaron allí, además, sujetos de toda ideología, extremistas, comunistas, anarquistas, etc., actividades disolventes, que pudieron desarrollarse favorecidas por el ambiente, propicio como pocos.” (Ré, 1937: 60)
En este informe policial, el campamento de desocupados situado en las inmediaciones del puerto, que en otras fuentes se presenta con el nombre de Villa Desocupación, es mencionado como Villa Esperanza. Una vez más, la dualidad atraviesa las palabras usadas para nombrar a las primeras villas de Buenos Aires: Villa Esperanza – Villa Desocupación, al ser abordada desde distintos ángulos, asume a su vez diferentes imágenes, contornos y sentidos.

2. La construcción estatal: un fragmento de ciudad despreciada
Como quedó expresado, los datos sobre la existencia de las primeras villas en Buenos Aires se remontan a la década de 1930. Hacia mediados de esa misma década, se produjeron los primeros desalojos compulsivos, impulsados por la Junta Nacional de Lucha Contra la Desocupación, creada bajo el gobierno de Agustín P. Justo. En los años que siguieron, los agentes estatales asumieron que las familias allí asentadas podrían salir por sus propios medios y sin necesidad de asistencia de su situación de hábitat informal. Contrariamente a lo esperado, la persistencia y crecimiento de estos espacios hicieron revisar esta premisa y condujeron a la intervención del Estado para su resolución. Con este objetivo se realizó el primer plan sistemático de erradicación en la ciudad.

2.1 Plan de Emergencia de 1956
Hacia 1955, la sociedad argentina se encontraba profundamente dividida entre quienes apoyaban el gobierno de Juan Domingo Perón y sus detractores. En este marco tuvo lugar un golpe de Estado que buscó invertir el signo político vigente en los distintos aspectos de la administración pública y en la vida cotidiana de la población. Así, bajo la dictadura autodenominada Revolución Libertadora, fue sancionado el decreto 4161, que prohibía exhibir públicamente cualquier tipo de símbolo que hiciera referencia al movimiento peronista. Simultáneamente, se intentó eliminar todo trazo del peronismo en la ciudad de Buenos Aires, llegando incluso a dinamitar la Residencia Presidencial donde murió en 1952 Eva Perón, cuyo cuerpo fue robado y trasladado fuera del país. El espacio donde estaba emplazada la Residencia Presidencial fue destinado a la construcción de la Biblioteca Nacional, simbolizando la imposición de la “alta cultura” sobre un proyecto político que supuestamente representaba su antítesis. De esta forma se fueron delimitando en la ciudad las marcas territoriales de una dualidad política que perdura hasta el presente.
En este contexto, la Comisión Nacional de la Vivienda realizó el primer plan estatal destinado a villas: el plan de erradicación denominado Plan de Emergencia del año 1956, que buscaba eliminar el total de las villas del país mediante una intervención estatal que se abocaría a la construcción de viviendas de interés social para sus pobladores (Ziccardi, 1984: 159-181). Como mencionamos anteriormente, el propósito militar era borrar al peronismo del escenario político y para ello necesitaba el consenso de los sectores identificados con él. Los villeros fueron parte de este sector y, con el objetivo de ganar su apoyo, se ensayó este Plan de Emergencia.
Para entonces, la presencia de este tipo de asentamientos urbanos en diferentes ciudades latinoamericanas alertaron a organismos internacionales que intervinieron en la región.
“En el año 1956, en Colombia, se celebra la 1° Reunión Técnica Interamericana de Vivienda y Planeamiento de la OEA. En ella se establecen, desde una determinada concepción sobre las causas que ocasionan el surgimiento de este tipo de poblaciones, una serie de lineamientos para evitar su formación y crecimiento y resolver el problema de los que ya existían”. (Pastrana, 1980: 129)
Los lineamientos del Plan de Emergencia de 1956 se sustentaron en las propuestas emanadas de la reunión y consistían en erradicar y realojar a las familias que pudiesen acreditar ciertos requerimientos socio-económicos. Así, existieron muchas familias que sólo fueron erradicadas de las villas y no contaron con una propuesta habitacional alternativa, quedando completamente desamparadas y en peor situación que la vigente previamente a la intervención estatal. Por otra parte, las familias que fueron realojadas en nuevas viviendas tuvieron que atravesar un proceso de “readaptación social”, que consistía en la acción de asistentes sociales para “reeducar” a las personas erradicadas.
Estas prenociones inscriptas en el plan estatal nos permiten comprender qué significado se le atribuía a la villa y a sus habitantes: al considerar que los pobladores de las villas necesitaban ser “readaptados” y “reeducados” se estaba insinuando que habían llegado a tal situación por dificultades individuales, desplazando las causas a situaciones particulares en vez de contemplar la desigual distribución de la riqueza característica del país. De esta forma, el plan no arribó a resultados exitosos y la estrategia de la dictadura para ganar consenso entre un sector identificado con el peronismo fracasó rotundamente. La intervención del Estado no hizo más que intensificar la oposición de los villeros al gobierno de facto. Por lo tanto, la exclusión de una parte importante de la población en el plan y las nociones “reeducativas” motivaron la confrontación antes que la deseada conciliación perseguida por la Revolución Libertadora.

2.2 Villa de emergencia versus villa miseria
Retomando las implicancias del término villa relatadas hasta ahora, vemos que la literatura hizo referencia a la miseria que caracterizaba a estos espacios urbanos, mientras que el Estado prefirió adjudicarle el rótulo de emergencia. Confrontar ambas palabras, miseria versus emergencia, puede ayudarnos a comprender los postulados que cada ámbito imprimió a la palabra villa.
En la novela de Verbitsky nos encontramos con una forma provocativa de definir a estos espacios: villa miseria, la cual remite a describir una situación de pobreza al tiempo que realiza una denuncia a la misma. La miseria es relatada a lo largo de sus páginas y es comprendida como una situación de difícil salida para sus habitantes, reconociendo la inevitable permanencia y el crecimiento de estos asentamientos en las ciudades industriales. Casi en las antípodas de esta concepción, el Estado intervino definiendo a estos espacios como villas de emergencia, plasmando en su modo de nombrarlos una concepción que los presentaba como novedades imprevisibles. Así, el léxico administrativo tendió a encubrir tensiones sociales de largo plazo, presentándolas bajo una apariencia armónica y contingente. De esta manera, en lugar de resolver la emergencia habitacional de las familias afectadas, se abordó a las villas como fenómenos de emergencia donde la responsabilidad de su existencia reposaba en los pobladores acusados de apatía e inadaptación.
Las prenociones que el plan de 1956 contenía no hicieron más que agudizar las deficiencias habitacionales. Esta intervención estatal no se privaba de afirmar que:
“(…) la solución más acertada debería ser «el reintegro de esas agrupaciones humanas a los respectivos lugares de origen y trabajo, de donde fueron arrancados para precipitarlos a la miseria».” (Yujnovsky, 1984: 99)
La propuesta de fondo consistía en trasladar el problema a otra zona del país, probablemente allí donde la visibilidad fuese menor, en lugar de resolver el déficit habitacional.
El concepto villa de emergencia se sostuvo durante un plan de erradicación posterior, Plan de Erradicación de Villas de Emergencia de 1968. Éste también se realizó bajo un contexto dictatorial y mantuvo la misma concepción sobre el origen y persistencia de las villas. Podemos tomarlo como ejemplo de suma claridad ya que el plan proponía, en principio, el pasaje por Núcleos Habitacionales Transitorios (NHT) para que allí las familias atravesaran el proceso “reeducativo”. El mismo contemplaba una estadía lo suficientemente incómoda en viviendas, en muchos casos, aún más precarias que las erradicadas en las villas de procedencia, con el fin que los sujetos “desidiosos” ansiaran mejoras para su vida. El plan sostenía que en NHT:
“No podrán introducirse mejoras a fin de que los inconvenientes de habitabilidad que experimentan los acucien a desear y a esforzarse por obtener las ventajas que ofrecen las viviendas definitivas previstas en el segundo programa de este Plan.” (Plan de Erradicación de Villas de Emergencia, 1968: 11)
Así, la génesis del tratamiento de los espacios urbanos denominados villas de emergencia se caracteriza por un profundo desprecio del Estado dictatorial sobre éstos fragmentos de ciudad.
Finalmente, desde mediados del siglo XX y hasta la actualidad, el término villa miseria logró un uso y un anclaje mucho más extendido en la lengua popular que la referencia a las mismas como villa de emergencia. De todas formas, ambos nombres siguen vigentes y su coexistencia expresa algunas tensiones entre el léxico administrativo y los usos cotidianos del lenguaje.

3. La construcción desde las ciencias sociales: perspectivas contrapuestas
Tal como aconteció durante las primeras intervenciones estatales, los acercamientos iniciales al tema por parte de las ciencias sociales en Argentina estuvieron signados por la tensión entre el peronismo y el antiperonismo: esta confrontación política atravesó inexorablemente los primeros estudios académicos sobre la cuestión de las villas.

3.1 “Tradición” versus “modernidad”, la vida urbana tensionada
Las primeras referencias académicas sobre las villas en Buenos Aires tienen la firma de quien fuera el fundador de la sociología argentina, el italiano Gino Germani, en el marco de la teoría de la marginalidad. Esta teoría estaba inscripta en las teorías de modernización, donde la idea de progreso ocupaba un rol central:
“la Teoría de la Marginalidad, [fue] introducida en la Argentina por el sociólogo Gino Germani, en la década de los 50, para aplicarse primordial, aunque no exclusivamente, a los estudios sobre villas miseria. El objeto del que trató de dar cuenta esta teoría era «el marginado», un tipo particular de actor social que aparecía como «no integrado» a la ciudad. En este contexto, la ciudad no era solo un escenario arquitectónico sino, fundamentalmente, el paradigma de un modo de vida, de organización social. Según los marginalistas, la ciudad encarna el modelo de la civilización, el punto más elevado de desarrollo de la Humanidad: el estadio de Modernidad al que se había llegado a través de un incremento de la racionalidad en las pautas culturales y sociales.” (Guber, 1991: 49)
Germani se abocó a definir a las villas como fenómenos transitorios causados por las migraciones, provocadas por el desarrollo de la actividad industrial en las ciudades. Desde su punto de vista, los migrantes conformaron un grupo de “no integrados” a la ciudad, que traían consigo la “marginalidad” en la que vivían en sus lugares de origen, prioritariamente del ámbito rural. Las villas fueron, de este modo, pensadas como lugar de tránsito entre la experiencia campesina en el interior del país y la adquisición de las pautas culturales de la gran ciudad. Según la teoría de la marginalidad, a la cual adscribía Germani, la villa desaparecería con el advenimiento del progreso.
Esta mirada acerca de la ciudad tiene su correlato en sus análisis sobre la política argentina. Germani consideraba que la no integración de los villeros a la vida moderna de la ciudad era la causante de la adscripción al peronismo de este sector, que consideraba de características premodernas y populistas. Esta premisa tiene un correlato en sus estudios sobre los orígenes del peronismo, donde el autor consideraba que en el país habían existido obreros “viejos”, inmigrantes que trajeron al país sus tradiciones organizativas provenientes de Europa (anarquismo, socialismo y sindicalismo) y obreros “nuevos”, migrantes internos y de países limítrofes, considerados “masas disponibles” en términos políticos, que Perón había sabido capitalizar a su favor.

3.2 Enfoques discrepantes
La teoría de la marginalidad marcó los inicios de los estudios sobre villas pero a posteriori los enfoques fueron críticos de esta mirada. El abordaje funcional- evolucionista sería cuestionado por varios autores, entre los que se destaca como pionero Hugo Ratier, con su libro clásico Villeros y villas miseria, de 1971. El texto plantea que las villas no fueron creadas por el peronismo sino que fueron un resultado de las transformaciones estructurales del período.
Victoria Casabona y Rosana Guber (1985) retomaron la discusión teórica sobre el concepto de marginalidad para definir a las poblaciones de las villas, advirtiendo como problema metodológico el proponer una estructura social dual, plasmada en los “integrados” a la vida moderna y los “marginales” a la misma, ya que desarticula espacios que en el escenario social tienen vinculaciones intrínsecas. En esta misma línea, un trabajo posterior de Rosana Guber (1991), profundiza su crítica a la teoría de la marginalidad al cuestionar la concepción de la villa como un espacio autónomo. Este aislamiento analítico tiene fuertes impactos teóricos, ya que conduce a conclusiones auto-explicativas: en términos simplistas lleva a concluir que el modo de vida en la villa está sustentado en las características propias de la población allí asentada. Por lo tanto, se desechan las variables fundamentales de análisis como los factores económicos y sociales. Estela Grassi (1996), también refutó la concepción marginalista, posicionándose metodológicamente desde una perspectiva que considera a los procesos culturales como construcciones histórico sociales multideterminados, abandonando la idea de villa como espacio homogéneo y auto-reproductivo.
En líneas generales, si bien la visión marginalista fue el primer intento sistemático de abordar la cuestión de las villas en términos teóricos, esta perspectiva perdió vigencia rápidamente en el campo académico a causa de las críticas nodales a su lógica argumentativa.

Construcciones semánticas: itinerarios y confluencias en los orígenes de un término
En las páginas anteriores presentamos sintéticamente los modos en que se originó término villa en el ámbito literario, estatal y académico. Cada uno de estos recorridos fue planteado de modo aislado, distinguiendo sus especificidades e itinerarios singulares. Sin embargo, se trata de tres desarrollos simultáneos, que dan cuenta de la profunda complejidad que atraviesa la génesis de esta palabra.
Por una parte, mientras la literatura acuñaba el término villa miseria como modo de denunciar la pobreza extrema que afectaba a las ciudades latinoamericanas de mediados del siglo XX, de modo sincrónico, el Estado recurría al eufemismo villas de emergencia designando como problema coyuntural una situación que se sostiene hasta el presente. Desde ese ámbito, a su vez, se depositaba la causa de la existencia de las villas en las características culturales de sus pobladores. De un modo similar, para las ciencias sociales enmarcadas en la teoría de la marginalidad, fueron los mismos habitantes quienes al reproducir en la ciudad un estilo de vida rural no lograron integrarse plenamente a la vida urbana, generando la persistencia de las villas y su auto-segregación. Estas perspectivas, a su vez, fueron sometidas posteriormente a críticas nodales, dando origen a interpretaciones superadoras.
De esta forma, la palabra villa fue construida de un modo conflictivo, fluctuando entre la denuncia y el encubrimiento; entre el estigma y la necesidad de resolución de un problema que excedía la cuestión habitacional. Establecida de esta manera, la villa de Buenos Aires fue despojada del carácter armónico que la palabra implica en otras regiones para cargar, desde su génesis y hasta el presente, con nuevos sentidos que reflejan la disputa permanente por el espacio urbano.
EC y VS
Eva Camelli es Licenciada en Sociología (2003) y Doctoranda en Ciencias Sociales por la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Fue becaria de doctorado por la UBA. Actualmente se desempeña como investigadora del Centro de Estudios sobre Genocidio, UNTREF. Tema de investigación: historia política de las villas de la Ciudad de Buenos Aires. Actualmente trabaja en la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
Valeria Snitcofsky es Profesora en Enseñanza Media y Superior en Historia (2004) y Licenciada en Historia (2008) por la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Actualmente es becaria doctoral Conicet con sede en el CIHaM (FADU – UBA) y se desempeña como docente de Historia Social General (FFyL – UBA). Como investigadora, se especializa en historia de las villas de Buenos Aires e integra proyectos en la UBA (FFyL y FADU) y FLACSO (Área de Economía y Tecnología).
Sobre la cuestión de las villas en Argentina, ver también entre otras notas en café de las ciudades:
Número 56 | Tendencias (I)
Transformaciones estructurales de las villas de emergencia | Despejando mitos sobre los asentamientos informales de Buenos Aires. | María Cristina Cravino
Número 61 | Economía y Política de las ciudades
“Acordate que la tierra no es de nosotros…” | El mercado inmobiliario en las villas de Buenos Aires, según María Cristina Cravino | Marcelo Corti
Número 69 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Terquedad de las villas y los funcionarios | Mario L. Tercco
Número 78 | Política de las ciudades (I)
¿Estado ausente o protagónico? | Villas y asentamientos de la Región Metropolitana de Buenos Aires | María Cecilia Larivera
Número 91 | Política de las ciudades (I)
El crecimiento de las villas y asentamientos y sus causas | Pobreza y mercado del suelo en el Area Metropolitana de Buenos Aires | Equipo Infohábitat (UNGS)
Número 96 | Economía de las ciudades
Mercado Informal de Alquileres en las Villas 31 y 31bis (Barrio Padre Carlos Mugica, de Retiro) | Y algunas conclusiones sobre calidad de vida y políticas públicas | Kelly Olmos
Número 116 | Terquedades
Una mirada arrabalera a Buenos Aires | Nueva Terquedad de las villas | Mario L. Tercco
Sobre los grupos de Florida y Boedo, ver también en café de las ciudades:
Número 57 | Cultura de las ciudades (I)
Dos escuelas: Boedo y Florida | Buenos Aires y sus cafés como un espacio urbano para la creatividad literaria | Gabriela Yocco
Bibliografía
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