N. de la R.: El texto de esta nota reproduce un capítulo del libro Ciudades para cambiar la vida. Una respuesta a Hábitat III., de Jordi Borja, Fernando Carrión M. y Marcelo Corti (editores), recientemente publicado por café de las ciudades.
La agencia ONU-Hábitat y la cumbre de Hábitat III en Quito son un ejemplo más del desajuste entre política y realidad. UN Habitat es una agencia para las ciudades, pero sin las ciudades. Es como un gazpacho sin tomate. Las grandes cumbres en las que se aprueban declaraciones universales sobre el futuro de las áreas urbanas reúnen sobre todo a representantes de los gobiernos centrales, el aparato estatal, muchas veces representados por diplomáticos de carrera con pocos o nulos contactos con los territorios objeto de las bienintencionadas declaraciones.
Desde Hábitat I a Hábitat III muchas cosas han cambiado. Por un lado, las propias ciudades y el proceso de urbanización. Por otro, la concepción global desde asentamiento humano a ciudad y territorio urbano. Se han realizado esfuerzos para integrar a las autoridades locales, las entidades que actúan en la gestión social y medioambiental de las ciudades, las organizaciones municipalistas y los expertos en los procesos, programas y declaraciones. La cumbre de ONU-Hábitat III ha conseguido movilizar recursos, talentos, entidades y burocracias de todo el mundo a lo largo de los más de tres años de preparación. A pesar de ello la mayoría de los ciudadanos no saben que en octubre casi doscientos países se reunirán para decidir cómo debe ser su futuro urbano [N. de la R: la nota fue escrita con anterioridad a la reunión ONU-Hábitat III en octubre de 2016]. A lo largo de estos años también se han transformado las organizaciones que representan a las autoridades locales: las entidades municipalistas se han ido organizando, estructurándose y convirtiéndose en interlocutoras de las agencias de Naciones Unidas, la Unión Europea o el Banco Mundial. 2004 representó un hito con la creación de United Cities and Local Governments, con sede en Barcelona.
¿Cuál es el objetivo último de aprobar una declaración apoyada por casi doscientos países del mundo? Más allá de las victorias diplomáticas y la sensación de que alguien se preocupa y gobierna el mundo, y en este caso un fenómeno tan poderoso como la urbanización, las declaraciones deberían ser compromisos para mejorar colectivamente la vida de las personas. Un compromiso de acción que precisa como mínimo de unos responsables, una financiación, un marco legal y un calendario. Sin embargo, la declaración Nueva Agenda Urbana (NAU) no parece el instrumento para desarrollar políticas urbanas que permitan la lucha contra la pobreza y las desigualdades, así como diseñar ciudades más sostenibles. A pesar de los esfuerzos, que han sido muchos, a pesar del coste que ha sido y será mucho, no existen indicios de que aquello que se apruebe sea lo mejor para las ciudades y los ciudadanos, y que una vez aprobado, conlleve compromisos reales de cambio.
Las ciudades no son parte central de este compromiso, ya que siguen apareciendo en el grado de partenariado con las agencias de Naciones Unidas y también en ONU-Hábitat. Las ciudades nunca han sido las invitadas, más que como actores secundarios, a la búsqueda de las soluciones a las grandes cuestiones de la agenda global.
Los gobiernos centrales/estatales, los aparatos del Estado son esenciales para el desarrollo de ciudades equilibradas, de un sistema de ciudades que permita el re-equilibrio poblacional y de actividades, la sostenibilidad de los recursos y del territorio. Los gobiernos deberían estar interesados en ciudades justas, seguras, innovadoras, socialmente equilibradas, potentes… porque estas aseguran un desarrollo del país. El “problema” de las ciudades es que tienen gobiernos y que, en ocasiones, estos no son afines a las políticas centrales. Tienen los instrumentos y la capacidad jurídica para cambiar estructuras y dinámicas básicas como la gestión del suelo y la propiedad o las dinámicas económicas.
La integración planetaria del sistema urbano se produce a partir de los procesos de globalización, las revoluciones tecnológicas y de la información, la mejora de los sistemas de transporte… la globalización encuentra en las ciudades dinámicas y espacios que refuerzan sus tendencias y resistencias que la modelan. Estos procesos no son lineales sino dinámicos, con múltiples contradicciones. La evolución de las ciudades y la suerte de sus ciudadanos dependen en gran parte de la inclusión de estos espacios en las dinámicas globales y en sus capacidades para describirlas, entenderlas y gestionarlas. Una parte importante de estos procesos puede ser compartida.
La economía neoliberal ha utilizado y utiliza las ciudades como centros de producción y de control social. La ciudad misma se puede convertir en el centro de una nueva ronda de acumulación de capital. La ciudad puede ser fuente de grandes negocios, como se refleja en el interés creciente de grandes empresas de servicios, tecnología e infraestructuras que operan en las regiones metropolitanas. Individualmente y como sistema la mayoría de ciudades determinan la fortuna económica y social de los países y de la economía global diariamente. Es obvio que cómo se organizan estas áreas urbanas (su geografía y las instituciones que las gobiernan) tiene impactos determinantes en el sistema urbano del país y global. Un área urbana como Tokio, con más de 36 millones de personas y un PIB de más de 1,9 billones de dólares, es un sujeto económico similar a Italia y superior a España, Corea del Sur o Brasil. Sin embargo, todos estos países son los que se comprometen (o no) a una lista de buenas intenciones que no concretan ni recursos, ni calendarios ni responsables.
La evolución de cada ciudad no se puede entender sin considerar las tendencias globales, sociales y económicas que, al mismo tiempo, son el reflejo de un abanico de causas locales que se combinan de maneras muy distintas y a veces contradictorias.La combinación de lo local y lo global a partir de la estructuración de redes y alianzas internacionales de cooperación es una vía de implementación de políticas y buenas prácticas. La cooperación entre administraciones es muy necesaria, pero la cooperación entre ciudades también. El “copiar y pegar” de políticas y prácticas son estrategias muy utilizadas y útiles para el avance de los problemas esenciales de la agenda global. Las ciudades aprenden unas de las otras desechando las ideas que no funcionan bien y copiando (y muchas veces mejorando) aquellas que consiguen objetivos. Por ejemplo, la ciudad de Los Ángeles tardó décadas en implementar controles de polución, pero otras ciudades como Beijing lo hicieron rápidamente cuando constataron los beneficios. En las próximas décadas se estructurará un sistema global de ciudades interconectadas, de geometrías y geografías variables, que aportará soluciones e innovaciones a la agenda global. Participar en este sistema será fundamental para la evolución de las ciudades.
El desajuste entre política y realidad también se produce al nivel de las ciudades. Las áreas urbanas donde deben aplicarse las políticas de movilidad, vivienda, redistribución, ocupación, representatividad, etc., no coinciden necesariamente con los municipios u otras delimitaciones administrativas. Tenemos ciudades, áreas metropolitanas, centros y suburbios, regiones urbanas, regiones urbanizadas, territorios urbanos…. Todas ellas de difícil definición y con distintos grados de capacidad de organización y gobierno. Cómo se organiza la participación de este tipo de redes en las agencias internacionales no es obvio. A veces las organizaciones municipalistas tienden a reproducir un sistema de funcionamiento en el que prevalece el denominador común y no la innovación social.
¿Debe ONU-Hábitat ser entregada a las organizaciones municipalistas? Una agencia de Naciones Unidas no es la panacea ni es suficiente para cambiar el rumbo de los procesos de urbanización. Sin embargo puede actuar de agencia de redistribución, conocimiento, innovación, partenariado, etc., y necesita a las ciudades para hacerlo, y también a los Estados. Una agencia universal de las ciudades, cara a cara con los Estados, en las que éstas puedan expresar sus opiniones y proponer soluciones a asuntos globales en los que la evolución de las ciudades marque la diferencia, como por ejemplo en la reducción de las emisiones de CO2. No se trata de construir una nueva institución genérica sino una que pueda aportar soluciones y recursos a aquellos temas de vigencia universal y en los que la evolución global de las ciudades aporte innovaciones y cambios positivos. Con compromisos de acción. La moda y relevancia de las ciudades en este período histórico ofrecen un entorno de núcleos urbanos potentes con líderes sobradamente conocidos por sus méritos, deméritos o pretensiones. No soy partidaria de que los alcaldes y alcaldesas gobiernen el mundo (como proponía Benjamin Barber en su libro If Mayors Ruled the World: Dysfunctional Nations, Rising Cities; Yale University Press, 2013) pero si de que gobiernen los territorios y las comunidades que representan, con las competencias y los medios necesarios y adecuados, con la cooperación de los distintos niveles de gobierno.
MB
La autora es Geógrafa por las universidades Autónoma de Barcelona y de California, Berkeley. Investigadora y consultora de organismos internacionales y ciudades europeas desde 1986, especialista en estrategias territoriales, sociales y culturales. Fue la directora de los diálogos del Fórum Barcelona 2004, y a su cierre asumió la dirección de la Fundación Fórum hasta la actualidad. Dirigió el Programa Cities (1986-91). Ha sido vicepresidenta del Consejo Social de la UAB, miembro del consejo del FAD para los premios City to City y de la junta del Observatorio DESC. Coeditora con J. Borja y M. Corti del libro Ciudades, una ecuación imposible (2012).
Ciudades para cambiar la vida. Una respuesta a Hábitat III. Jordi Borja, Fernando Carrión M. y Marcelo Corti (editores). 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Café de las Ciudades, 2016. 212 p.; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-3627-19-4Leer índice, prólogo e introducción