Si bien la ciudad de Buenos Aires convivió con la existencia de personas en situación de calle desde siglo XIX, lo cierto es que se trataba mayoritariamente de varones solos que dormían en ella o en refugios tales como el Asilo de Mendigos, inaugurado en 1815, el local del Ejército de Salvación, fundado en 1890 o el asilo Félix Lora creado en 1938. ¿Cuándo surgen los grupos familiares que viven en la calle, en el sentido de pernoctar en ella de modo permanente o transitorio?
Es difícil demarcar un momento de inicio, pero si se sigue el diagnóstico de uno de los programas creados para dicho sector poblacional, el “Programa Integrador para familias en situación de calle” de 1997 (GCBA/97), puede afirmarse que el incremento de los niveles de pobreza desde mediados de 1990 fue un factor que impulsó la expansión de familias en dicha condición. El texto del programa de 1997 es ilustrativo respecto al contexto:
“Hoy hay cada vez más pobres y mayor cantidad de pobres aún más pobres, es decir, se observa mayor incidencia y mayor intensidad de la pobreza. Ello trajo consigo, y como consecuencia visible, el creciente problema de la gente que vive en la calle. Se trata de un grupo heterogéneo, puede hablarse de los “sin techo”, personas o grupos familiares que quedan sin alojamiento y aquellos que, además han perdido o roto sus lazos familiares. Así, podría decirse que en la calle viven individuos aislados, desocupados, sin medios económicos, ni hábitat propio y lazos familiares rotos, pero también personas o familias que por razones diversas: desalojos, falta de trabajo y en menor grado migraciones, hacen de la calle su lugar para sobrevivir” (Decreto 607/1997)
Creemos que este diagnóstico inicial relativo a la composición de la población que vive en la calle sigue presente, y que al revés de lo que hubiera sido deseable, se incrementó. El censo anual que realiza el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no midió la cantidad de familias en la calle, pero sí el número de niños de 0 a 14 años alojados en centros de inclusión social (refugios), los que alcanzaban al 14,3% del total de quienes se encontraban en situación de calle en 2023. Si se tiene en cuenta que no están solos en esos dispositivos, es posible inferir que estaban en grupos familiares. ¿Qué características tienen esas familias, dónde y cómo habitan el espacio público? ¿Cuáles son sus trayectorias habitacionales?
Se trata de un grupo heterogéneo, puede hablarse de los ‘sin techo’, personas o grupos familiares que quedan sin alojamiento y aquellos que, además han perdido o roto sus lazos familiares.
Hasta el momento no existen investigaciones que se hayan focalizado en las familias que habitan la calle. Sí las hay sobre personas solas, mayoritariamente varones y en menor medida mujeres, pero no familias con hijos. La investigación se realizó con entrevistas y observaciones (Taylor y Bogdan,1987) a personas que viven o vivieron en el espacio público y que son parte de un grupo familiar con niños o adolescentes.
De acuerdo con el trabajo de campo realizado, puede afirmarse que las familias se alojan en un sitio de modo permanente o van cambiando el lugar para pernoctar. También existen casos en los cuales tienen algún alojamiento de parientes en algún municipio del conurbano bonaerense y vienen a CABA durante la semana para realizar actividades que les otorguen dinero.
Entre las familias que viven de modo permanente en el espacio público, es común que se establezcan sobre paredones de edificios que no son requeridos por el mercado o por el Estado, tales como paredes exteriores de cementerios o bajo autopistas.
Entre las familias que viven de modo permanente en el espacio público, es común que se establezcan sobre paredones de edificios que no son requeridos por el mercado o por el Estado, tales como paredes exteriores de cementerios o bajo autopistas. La estrategia principal de obtención de recursos es el “cartoneo” y se llega al lugar por conocidos, tales como otros cartoneros, familiares o amigos. El albergue se construye con maderas y chapas extraídas de los residuos y se dispone de alguna construcción exterior destinada a baño, utilizando baldes de agua para la higiene, sin ningún tipo de infraestructura sanitaria.
Entre las familias que no buscan asentarse de modo estable, el lugar se construye de modo aún más precario. Se ubican dentro de una plaza o la vereda y entre los carros de “cartoneo” o algún otro soporte, se cuelgan frazadas o sábanas viejas para ocultar la actividad interior. En estos casos, no hay espacios interiores especiales para los niños o diferencias según género, que sí los hay en las construcciones de mayor estabilidad. En todas las circunstancias, el espacio público inmediato es el lugar donde se cocina y se sociabiliza, usando para ello los elementos disponibles, como latas partidas, alcohol, telas viejas para encender el fuego o maderas para cocinar los alimentos que otorgan los comercios cercanos o las organizaciones sociales.
La convivencia es difícil, está eso de quién es mejor que quién, quién es más fuerte, quién es más grande. La violencia se te viene encima, porque no puede haber violencia, te sacan
Otra parte de las familias – o las mismas en algún momento de su ciclo vital – utilizan transitoriamente los Centros de inclusión social (CIS) del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, es decir, lugares donde pueden pernoctar, higienizarse y alimentarse de modo transitorio. Sin embargo, no son lugares mayoritariamente elegidos:
“El parador Costanera son dos piezas grandes, una donde van las mamás con los hijos y otra donde van los papás con los hijos. Hay un espacio para cada cama o cucheta. Están todas las mujeres juntas o los hombres juntos. Hay un comedor al que van todos. Y después hay un patio bastante grande y un lugar para lavar la ropa. La convivencia es difícil, está eso de quién es mejor que quién, quién es más fuerte, quién es más grande. La violencia se te viene encima, porque no puede haber violencia, te sacan […] Es difícil porque te roban, las zapatillas, los celulares” (C, 27 años, mujer).
Es improbable determinar cuántas familias están en la situación descripta porque ningún censo contabilizó este grupo (o lo hicieron en algunas ocasiones y en otras no), pero lo que sí permitió el acercamiento cualitativo (entrevistas sistemáticas, observaciones) es dar cuenta de los modos de acondicionar el hábitat para vivir, describir los modos de obtener recursos de supervivencia y analizar los recorridos cotidianos.
Al calor de las rutinas diarias se conforman territorios cotidianos que dan cuenta de que, al revés de lo que usualmente se afirma, no sólo el espacio moldea los lazos sociales, sino que los vínculos inciden en la producción social del espacio.
De acuerdo con ello, es posible afirmar que las trayectorias habitacionales de estas familias, es decir sus cambios en cuanto a la residencia y localización dentro del medio urbano (Di Virgilio, 2011), se vinculan a su posición en la estructura socioeconómica, pero también a los efectos de las políticas públicas disponibles para ellos. En todos los casos, se trata de sujetos que provienen de familias pobres, sin ingresos o muy bajos, a los que se suman historias de violencia, vida en la calle permanente o periódica. Las políticas públicas dispuestas por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires –que es el organismo que primariamente interviene en el tema– se conforman de una dotación de Centros de Inclusión Social (CIS) en donde pueden albergarse transitoriamente; el subsidio habitacional (GCBA, 2006) que consiste en un monto de dinero por seis meses renovable, para alquilar un albergue que por la cantidad no excede la habitación de hotel o el “amparo”, es decir, una vía judicial por la cual el Estado debe hacerse cargo del alojamiento de la familia por tiempo no determinado.
Al calor de las rutinas diarias se conforman territorios cotidianos que dan cuenta de que, al revés de lo que usualmente se afirma, no sólo el espacio moldea los lazos sociales, sino que los vínculos inciden en la producción social del espacio.
En el caso de los CIS no son una opción generalmente elegida por las familias y respecto del subsidio habitacional, se trata de una suma otorgada por seis meses, prorrogable, que cuando finaliza o se desactualiza respecto de los valores de mercado, tiene como efecto el regreso de la familia a la situación de calle, perfilando un ciclo que nunca finaliza: la calle, el hotel, el centro de inclusión, la calle.
Cuando pernoctan en la vía pública, las familias se apropian del espacio concebido por la gestión pública (paredones, bajo autopistas, puentes) y estructuran su hábitat según sus posibilidades y necesidades. Al calor de las rutinas diarias se conforman territorios cotidianos que dan cuenta de que, al revés de lo que usualmente se afirma, no sólo el espacio moldea los lazos sociales, sino que los vínculos inciden en la producción social del espacio. (Lefevbre, 1974).
Para finalizar cabe decir que detrás de la situación de las familias en situación de calle se esconden décadas de pobreza estructural, una de cuyas dimensiones es la habitacional. Frente a ello, políticas como los CIS o el subsidio habitacional son paliativos que no revierten la situación de fondo.
VP
La autora es Socióloga y Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Dirige un proyecto UBACyT sobre ” Personas en situación de calle y usos del espacio público” con sede en el CIHAM. Es Titular de la materia Sociología Urbana en FADU-UBA.
De su autoría, ver también
Personas en situación de calle en la ciudad de Buenos Aires. 2016-2021. Empobrecimiento y vulnerabilidad, en nuestro número 202.
Bibliografía
Di Virgilio, M. (2011). “La movilidad residencial. Una preocupación sociológica”. En Territorios N° 25, pp. 173- 190.
GCBA (1997) “Programa integrador para personas o grupos familiares en situación de calle”.
GCBA (2006) “Programa de atención a familias en situación de calle”, Decreto 690/06.
Lefevbre, Henri (1974) La production de l’espace, París.
Taylor, S. y Bogdan, R. (1987). Introducción a los métodos cualitativos de investigación. Barcelona: Paidós.