Quiero hablar de las implicancias del Monumento a los desaparecidos de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de La Plata. Contar mi interpretación de una cadena de acontecimientos y cuitas persistentes que, al escribirlas, intento emprolijar.
Me inicié en la facultad que estábamos haciendo. La arquitectura y el orden del mundo eran una sola novedad incitante y todo eso había que descubrirlo, o de ser necesario inventarlo, que era para nosotros casi lo mismo.
Coincidieron ciertas circunstancias externas. La arquitectura – tan antigua como la humanidad – era localmente casi una novedad; había muy pocos arquitectos, construían los ingenieros con otros esmeros distintos. Y además eran muy recientes los profundos replanteos del “Movimiento Moderno”, nos tocaba ser algo así como su tercera generación. Oportunidades fuertes que no íbamos a eludir.
Pronto tuvimos un lugar propio –un gran patio– que rápidamente modeló nuestro modo de ser. Lo llenamos de los más variados deseos, ideas, ingenuidades y grandezas; todas compartidas y por eso bastante transitorias. Las adhesiones, prejuicios o convicciones no podían perdurar inamovibles. Aprendimos sin esfuerzos a pensar, se volvió costumbre y entonces las afinidades y agrupamientos no resultaban definitivos, se podían mejorar. Todo se elaboraba buscando la arquitectura de un mundo mejor. Ese patio unificó la facultad, más allá de todas sus diferencias. Adoptó y ejerció esa concepción abierta de la enseñanza.
Por todo esto, ese ámbito formativo era lo mejor que yo pueda imaginar, allí se practicaba con naturalidad y sin fantasmas una verdadera libertad intelectual, y allí mi generación exploró las posibilidades, las fronteras y el sentido de la arquitectura. De esa gimnasia nació un entusiasmo capaz de impulsar a la acción; cambiar el mundo y construir estaba implícito.
Así transcurrió la década de los sesenta, y cuando terminaba se notaron indicios de alteraciones. Inquietudes parecidas de todo el país empezaron a aglutinarse en organizaciones políticas que fijaron otros fundamentos y estrategias; se apresuraban decisiones en otros lugares. En el Patio la discusión comenzó a dejar de ser espontánea y sin límites, y se fue transformando en modos de adhesión. La política como urgencia postergó a la arquitectura y a las visiones integradoras del pensamiento formativo.
El devenir histórico siempre conlleva cambios, su propia naturaleza suscita en los pueblos las ideas de progreso y equidad, y fue mucha la gente que interpretó el momento como propicio para la acción transformadora. No era necesario explicar más a nadie, era todo evidente. La afanosa imaginación ya transitada fue suficiente. Coincidieron en la convicción de que la mayoría de los todavía distraídos –provocada una situación extrema– iban a decidirse sin más explicaciones por el cambio. Estoy describiendo lo mejor de las razones de los participantes, no necesariamente de sus directivos; ni de las convicciones forjadas cómo necesidad del proceso de consumación.
Pero el país tenía una conformación real incompatible con cualquier idea de cambio. Jamás llegó a ser la república que declamaba, a pesar de los muchos intentos de enderezarla que se fueron asomando durante toda su historia.
Su modo político tuvo origen en las arbitrarias asignaciones de la tierra usurpada a los indígenas en la “campaña del desierto” –que para eso se hizo–; se repartió entre los amigos confiables una de las grandes praderas del planeta. Y así nació la idea de un país excluyentemente “proveedor” montado sobre su extraordinaria riqueza natural. En esencia se formó productivamente congelado y por ende de vocación dependiente. No se permitían los peligros de la libertad enriquecedora de la vida sin ataduras; ni tampoco la diversidad de metas de desarrollo si resultaban ajenas a las conveniencias agrarias. Y la población que convenía era para dedicarse a las tareas auxiliares del campo.
Su pureza necesitaba un férreo aparato de control político, que el mundo terrateniente –el auténtico destinatario del poder para ese plan– delegó en el históricamente glorioso Ejército Argentino, la más artera tergiversación de su origen y del propio San Martín. La verdadera Constitución Nacional era ese acuerdo, que precisó detalladamente Leopoldo Lugones en los preparativos del golpe militar del treinta, que bajo la consigna: “llegó la hora del sable”, exigió “la subordinación del poder político ante el poder militar”. Y al asumir el general J. F. Uriburu, (en lo que terminó siendo el primer golpe militar triunfante, antes hubo otros intentos: en 1874, 1890 y 1905) la Corte Suprema de justicia aprobó apresuradamente la “Doctrina de los gobiernos de facto” que convalidaba esa vía de acceso al poder y demás aspectos operativos y formales, como los “decretos-leyes”; dando así por superadas las incompatibilidades formales con la Constitución Nacional , para siempre.
Para tener una medida de la perpetuidad de la decisión; de los 54 años siguientes, 35 transcurrieron bajo mando militar directo, y en los restantes 19, hubo cuatro presidencias decididas por elecciones, pero todas ellas condicionadas por proscripciones y planteos militares intercalados, y acabaron con golpes militares.
Frente a esta realidad,el “patio” estaba desubicado, era inaceptable.
Sobrevino lo previsible y nadie evitó la confrontación armada.
El golpe militar del 76, con los anticipos de la Triple A, se propusieron una “limpieza definitiva”, el exterminio de todos los peligrosos indeseables. El horror duró una década que mostró todas las miserias humanas. Actuaron a escondidas. Mintieron. Dejaron miles de muertos, desaparecidos, torturados o exiliados, y al resto desbaratado y disperso. Y robaron bebes.
Se fueron, empujados por su propia torpeza e incapacidad, y particularmente por el proceder de las “Madres de Plaza de Mayo” y sus repercusiones internacionales. Pero convencidos de haber cumplido su “patriótico” cometido principal.
La recuperación cívica que siguió produjo una ola de alivio y esperanzas. Se inició un largo período en que se fueron develando los verdaderos comportamientos en todos sus detalles. Muchos ya lo sabían, otros lo habían tomado como una fatalidad imparable, algunos habían mirado para otro lado y pocos no se habían enterado. Ahora los hechos se mostraron, y resultan incontrastables para cualquier mirada.
Pero el conocimiento fortaleció el miedo, podían volver. Era la costumbre más arraigada del siglo y estaban orgullosamente dispuestos a volver.
El miedo se llevó mucho tiempo.
Transcurrió un largo, lento y trabajoso camino de reacción ante la intolerable brutalidad vivida. Lo habían iniciado la “Madres” y se sumaron las organizaciones de “Derechos Humanos” y el propio gobierno nacional con la creación de la “CONADEP”, que culminó en el juicio a las “Juntas militares”. Estos pioneros, con el apoyo esperanzado y permanente de todos los sectores conscientes, se expresaron organizadamente y reiteradamente en las calles. Los militares fueron perdiendo toda su impunidad y hasta la costumbre de intervenir en el control de la política interna. Muy lentamente.
Pero el camino de erosión del miedo necesitaba más; había que superar ese carácter casi institucional del proceso de esclarecimiento y de lucha para desarraigar definitivamente el hábito golpista. Faltaba evidenciar la opinión generalizada, con expresiones más espontáneas, nacidas de los ámbitos de encuentro de la población no dedicados específicamente a la política. Todos los rincones del país tenían desaparecidos.
Entonces reapareció aquella primera generación que había inaugurado el “Patio”. Concibió la creación de una “Red de ex-alumnos de la FAU ”, que se propuso contener y representar a todos los que lo habían poblado, sin distinciones sectoriales, con la idea de reivindicar a sus compañeros desaparecidos. Propuso que colectivamente nos hiciéramos presentes para combatir el olvido.
Nació la idea de un concurso de anteproyectos para la realización de una obra recordativa, que es el modo defendido por los arquitectos para elegir una propuesta y que permite una mayor participación. Estaban invitados a intervenir todos los ex-alumnos y alumnos de la FAU. Se presentaron 86 trabajos, que implican el esfuerzo de aproximadamente 400 participantes.
En el momento de abrir los sobres –que aseguraban el debido anonimato– se fijó una fecha de encuentro abierto con todos los integrantes potenciales de la “Red”, para asumir el compromiso de su construcción.
No faltó nadie. Una muchedumbre conmovida invadió el patio. Era el reencuentro de la primera generación, junto a las “Madres”, los hijos y parientes de los desaparecidos, los artistas sensibles, los miembros de la Antropología Forense y más; duró todo el día.
Llevó un año construir la obra, con la colaboración de la FAU y del CAPBA I, y la inauguración se hizo con otro acto.
Otro acto y otra muchedumbre, que agregó algunas experiencias nuevas, como numerosos visitantes de otros lugares del país interesados por la experiencia, el uso directo del Monumento con hijos de desaparecidos ocupando el lugar asignado a sus padres. Y su culminación entregándoles a los hijos el micrófono y el escenario; desatando así toda su contenida frescura. Allí se empezó a gestar la agrupación “Hijos”.
El monumento que construyó la “Red” está ubicado en el “ombligo” de aquel patio, y contiene toda esta historia. Sus características específicamente arquitectónicas son motivo de otro análisis.
Pero vale aquí contar una de las anécdotas que le tocó protagonizar; el cuerpo de Antropología Forense en su permanente búsqueda de identidades, hace unos años comprobó que los restos óseos que estaban analizando, pertenecían a uno de los desaparecidos mencionados en el Monumento de la FAU. Localizaron a su madre y la invitaron a venir. Frente al osario común del cementerio de La Plata –lugar del hallazgo– y cumplidas las explicaciones técnicas, la propia madre pidió ir hasta el monumento, que era el verdadero lugar de su hijo. Allí fueron y allí esparcieron sus cenizas.
Así fue es el “grano de arena” que puso aquel “Patio”.
El “Nunca más” se fue haciendo paulatinamente más efectivo con la creciente estigmatización social del proceder militar. Un enorme logro cívico –de todos– que libera el desarrollo futuro del país de su peor lastre.
RS
Octubre del 2014
El autor es Arquitecto. Fue Profesor Titular Ordinario de la FAU-UNLP.Ejerce la actividad profesional en forma independiente en los campos de arquitectura y urbanismo. Fue Presidente del COUT (Consejo de Ordenamiento Urbano y Territorial de la Municipalidad de La Plata). Y Director del Instituto de Estudios Urbanos Arquitectónicos y Ambientales del CAPBA DI.
De su autoría, ver también en café de las ciudades:
Número 105 | Movilidad y Proyectos de las ciudades
Una trama peatonal para La Plata | Transformar la vida urbana en una fiesta | Roberto Saraví
Número 127 | Ambiente y Política de las ciudades
La Plata, después de la inundación | De las soluciones mágicas al acuerdo social sobre un proceso de mejoras continuas | Instituto de Arquitectura, Urbanismo y Ambiente del CAPBA DI (Guillermo Curtit, Soledad Del Cueto, Jorge Grandal y Roberto Saraví)
El Monumento a los desaparecidos de laFacultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNLP está ubicado en el patio principal de la Facultad.Proyecto y Dirección: Arqs. Daniel Delpino, Jorge García y Roberto Saraví, Primer Premio (otorgado por unanimidad, sobre 86 trabajos presentados) del Concurso “Memoria Recuerdo y Compromiso” organizado en 1994 por la Red de Ex Alumnos de la FAU-UNLP en memoria de alumnos, docentes y no docentes desaparecidos, asesinados y muertos en el exilio, durante la dictadura militar de 1974 a 1983. El Concurso fue auspiciado por el Colegio de Arquitectos de la provincia de Buenos Aires, Distrito I y la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de La Plata. El Jurado estuvo integrado por los arquitectos Clorindo Testa, Horacio Baliero, Osvaldo Bidinost yRoberto Gorostidi y el artista plástico Edgardo Vigo, representante de Madres de Plaza de Mayo. Año de ejecución: 1995. En 1998 obtuvo la Mención Especial, fuera de categoría, en el Concurso Anual de Obra Construida del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires.
De la memoria que formó parte de la presentación al concurso:
“Nuestros muertos son un vacío, un hueco brutal. Lo ocuparemos con las futuras generaciones para concebir, todos juntos, un mundo mejor.
El operativo de masacre que nos socavó sistemáticamente es un espiral de horror, pero necesariamente culmina en un nuevo apoyo para que la naturaleza genere vida. Esto pretendemos traducir a un objeto.
No aspiramos a la representación simbólica tradicional de elevación contemplativa, no queremos pedestales, preferimos hacer un lugar contra el olvido.
El contenido simbólico, necesariamente convencional, tiene su mayor fuerza en la formulación directa y simple. Su expresión formal debe evitar la dispersión, debe preservar una cierta autonomía que asegure su cabal identificación.
Está ubicado en el patio histórico de la facultad y en relación con el nudo circulatoria más importante: el encuentro del acceso con el eje troncal de los futuros crecimientos. Se propone como rótula de los movimientos del patio y como centro de atracción y reunión de todo el deambular espontáneo o errático.
Su modo estructural es un tronco cónico invertido de HºAº monolítico: una cáscara sometida a esfuerzos de compresión. Su terminación constructiva apela a los materiales y tecnologías capaces de resolver esa forma: pequeñas barras de granito despulido y hormigón martelinado”.
Sobre las atrocidades de la última dictadura militar argentina, ver también en café de las ciudades:
Número 68 | Política de las ciudades
Mi vida en dictadura | De la Libertadora al Proceso | Marcelo Corti
Número 85 | Política de las ciudades (I)
Arquitectos que no fueron | Estudiantes y egresados asesinados y desaparecidos por el terrorismo de estado en Córdoba, 1975-1983 | Comisión de Homenaje