N. de la R.: El texto de esta nota fue publicada originalmente con el título Casa frente al mar en la sección “La obra del arquitecto” de la revista estudiantil BOCETO, año 2, nº 2, Septiembre de 1998, pp. 3-4 (staff: Alejo Balestri, Evangelina Cambón, Jimena Celadilla, Elisa Ferreira, Lucas Alejandro Luna, Juan Puricelli, Fernando Rapisarda y Sebastián Veleda). Recientemente fue republicada en el archivo documental PROYECTO CONSTRUIR. Las imágenes y la documentación planialtimétrica (del mismo Bidinost) fueron provistas por Luis Elio Caporossi, Lucas Alejandro Luna, Ismael Eyras y Veronica Bidinost. A ellos/as y a Martín Carranza, nuestro agradecimiento.
La reproducción de la nota en café de las ciudades procura rescatar, además de una excelente obra de arquitectura, la mirada de un arquitecto excepcional que “crea” (re-crea) intelectualmente la obra y le descubre entre otros valores el de ser “un lugar posibilitante”, concepto que elegimos para titular.
Es una casa de vacaciones y fin de semana que el arquitecto Luis Caporossi construye para su familia; frente al mar y montada sobre un médano consolidado y parcialmente arbolado, a 80 km al NE de Bahía Blanca.
Casa pequeña, y también casa-para-vivir-el-mar, en rica relación con el suelo, los árboles, los pasajes y el viento. Una casa de terraza y sitios capaces de contener gente.
Todo es simple, aparentemente espontáneo y planeado y realizado sin esfuerzo. Pese a las formas no-convencionales, a poco de usar la casa se siente estar en un sitio familiar “ya conocido antes”, donde usos y funciones se cumplen “naturalmente”, sin que aparezcan artificios del arquitecto por resolverlos. Esto vale tanto para el afuera como para el adentro de la casa.
Es difícil (e inútil) determinar si el lugar donde se está es un “estar”, un “dormitorio” u otra cosa; tal determinación no tiene sentido, ya que todo lo construido sustenta la vida, sin definir ni clasificar sus formas. Se trata de lugares “posibilitantes de” en los que el habitante usa esas posibilidades con el sentido y de la manera que le place. El único espacio cerrado y definido en su función es un baño.
Casi no hay muebles, sólo algunas sillas. Sin embargo son fáciles las reuniones: quienes conversan usan pisos, escaleras, vigas y losas para sentarse, el cobijado o un alto mirador de cristal; el sueño es acotado por el sol, el viento y los deseos de ver lejos. Así comer o descansar: eso se puede hacer dentro o fuera, en lo alto o sobre el suelo; hay muchos lugares posibilitantes de descansos y siestas.
La casa remata en su azotea con una inesperada gradería: lugar de reunión frente al mar y a la salida y puesta del Sol (el mar está al sur).
Si analizamos con sabiduría constructiva lo realizado, vemos que las torres huecas y sustentantes realizadas en bloques cementicios de producción local –como toda la casa– ofrecen apoyos múltiples a losas, vigas, bancos y mesas. Constituyen una estructura posibilitante de casa: algunas de esas posibilidades fueron concretadas; otras siguen siendo potenciales. La obra es más un sistema estructurante de casa que una casa convencional (en las que la preocupación pasa por prever y equipar lo más estrictamente posible cada actividad particular).
Esta obra no es producto de la casualidad, ni de un acertado truco en el oficio del arquitecto. Los medios que se vale Caporossi para su logro son bien claros: conocimientos de las leyes del material y su uso y conocimiento del hombre (más del hombre genérico que el hombre usuario-consumidor).
Se ha usado lo físico para crear una situación de espacios, volúmenes y equipamientos “no terminados”, definidos solo en sus términos más generales y esenciales, sin ajustes de particularización: eso se deja al uso al uso, o más precisamente al usuario. Este “no terminado” es la clave de esta casa que permite repensar y recrear constantemente la vida y la obra misma; agregar, cambiar, suprimir, afirmar, negar…
Lo recorrido por el arquitecto, desde el relevamiento del sitio que sería luego modificado por la obra hasta la obra misma, es un largo camino que partiendo de las captaciones sensoriales, la sensibilidad y la intuición, y pasando por generalización a lo intelectual, se hace conocimiento.
Solo porque ese conocimiento se hizo nuevamente intuición, se pudo llegar a esta obra: el conocer primario no bastaba.
En una primera etapa hubo solo planta baja. Mientras el uso reclamaba más casa y el dinero iba posibilitando su realización, se definían nuevas partes que nacían en buena relación con el todo, ya que estaba definida una ley generadora. Una ley rigurosa en su esencia y versátil en su uso: una ley de lo orgánico.
Cualquier casa es una contenedora de vida; esta es además una creadora de vida, una obra viva. Cambiarla requiere libertad, y esta casa permite ejercer.
El arquitecto crea libertad si la tiene adentro.
OB, 1991
Osvaldo Bidinost (1926-2003). Arquitecto (UNC) y docente (UBA, UNC, UNLP). Trabajó con Antonio Bonet y en 1960 recibió el primer premio del concurso nacional para la construcción de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano de Córdoba, proyectada en colaboración con Jorge Chute, José Gassó, Martín Meyer y Mabel Lapacó (la obra se concluyó en 1971). Otros proyectos destacados de su autoría son el refugio cordillerano en Cerro Negro (Río Negro) y la central eléctrica por colectores solares en Villa Carlos Paz (Córdoba). Fue detenido sin cargo judicial en la última dictadura argentina; recuperada su libertad, se exilió en Italia. De regreso a Argentina fue nombrado Profesor Consulto en La Plata y estuvo a cargo de la Unidad Pedagógica Integrada (UPI). Escribió el libro “Arquitectura y pensamiento científico” (Editorial Edulp).
Sobre la misma casa, ver también Un pequeño jardín. Microfísica de un lugar en Pehuen Co, por Luis Elio Caporossi en nuestro número 111/112.
Luis Elio Caporossi es Arquitecto (UNLP) y docente. Ver su nota El futuro de Bahía Blanca en nuestro número 168/9, y al final de ella un listado de otras publicadas en café de las ciudades.