El autor y el intérprete, fascinante libro de Daniel Merro Johnston publicado recientemente por 1:100 ediciones, aborda el proceso creativo y de materialización de la casa Curutchet. Leerlo y disfrutar su material gráfico me produjo un efecto parecido al que el aroma de las magdalenas de vainilla generó en Proust (salvando las enormes distancias…); esa casa que algunos reprueban fue parte de mi vida y por eso, antes de comentar el libro, me voy a permitir registrar algunos de esos recuerdos.
En los `70, apenas iniciados mis estudios de Arquitectura, me enteré de la existencia de una casa diseñada por Le Corbusier que había sido construida en la ciudad de La Plata. Al llegar las vacaciones se me ocurrió que, lejos en distancia y en posibilidades económicas para conocer la obra del maestro en Francia o en otros países del norte, sería una buena alternativa tomarme el tren en Constitución y visitar la capital bonaerense.
Una vez en La Plata, conseguí en algún lado una guía de teléfonos y encontré la dirección de la sociedad de arquitectos local. Allí fui y me indicaron como llegar a la Curutchet. El entorno de parques alrededor del domicilio señalado y mi propia ignorancia respecto a lo que iba a encontrar (apenas había visto una foto muy borrosa en algún libro) me hicieron esperar la epifanía de un volumen blanco entre el pasto y los árboles, quien sabe cómo inserto en el abigarrado parcelario platense.
Sin embargo, al llegar a la calle 53 encontré una realidad bien distinta: una casa más sobre un lote de 10 varas de frente, entre medianeras, más o menos de la misma altura que sus vecinas, en una cuadra muy regular donde solo desentonaba un edificio muy alto en la esquina de la Avenida 1, frente a la vieja cancha de Estudiantes. Una puerta azul, despintada, obturaba en el marco de hormigón de la entrada la vista hacia la rampa. La casa estaba cerrada y deshabitada.
Años después yo integraba la dirección del Colegio de Arquitectos provincial y voté con entusiasmo la propuesta de alquilarle la casa a los Curutchet para instalar la sede del cuerpo, poco después de la cuidada refacción que hicieron los hermanos Grossman para la Fundación Christmann. En reuniones aburridas, como suelen serlo las reuniones de los consejos directivos, me divertía dibujando la casa, la terraza y la pantalla de fachada hacia el parque, o me escabullía de las reuniones simulando ir al baño o a buscar un papel importante o a hablar por teléfono, y me metía en las habitaciones del segundo piso o en el consultorio del Doctor Curutchet, devenido oficina del contador.
Los meritos de la casa son varios, pero había dos que me impactaban en especial (y lo siguen haciendo). Por un lado la promenade architecturale, el recorrido desde el parque hacia el interior de la casa y el regreso visual hacia el parque a través de distintos filtros visuales, que además resulta una suerte de truco espacial para que el propio parque sea el “fondo” que el lote de dimensiones reducidos no permite obtener de una manera convencional. Y por supuesto, el propileo doméstico que el portal de hormigón introduce entre exterior e interior, las tensiones entre horizontalidad y verticalidad, la claridad sensorial de las etapas del recorrido. Todo esto ha sido muy bien analizado por Alvaro Arrese en su artículo de 1980 para la revista Summa.
Por otro lado, la perfecta adaptación a su entorno urbano, su inclusión casi modesta en la manzana platense y la sumisión a las alineaciones de la cuadra, que Liernur y Pschepiurca atribuyen a la voluntad del maestro para presentarse como “confiable” a las clases dirigentes argentinas que durante años intentó seducir. La continuidad del volumen de la casa con el tejido urbano circundante tiene en esa lectura valor de ejemplo de la casa respecto a la posibilidad de articular las ideas renovadoras con los condicionantes de la preexistencia urbana.
En El hombre de al lado, la reciente película de Gastón Duprat y Mariano Cohn, la casa es el objeto mismo del conflicto dramático. En la ficción, la casa está habitada por un exitoso diseñador industrial cuya vida e ideología estereotipadas entra en crisis cuando su vecino del fondo abre una ventana sobre la pared medianera. Poco a poco, el extraño se impone sobre los argumentos y las estrategias del dueño de casa, de quien no solo pretende ser vecino sino también amigo. La acción construye una inquietante y lograda tensión dramática que se resuelve de manera inesperada en el final; de manera inversa a lo que ocurre, por ejemplo, en Cabo de Miedo, el intruso resulta ser mejor persona que su antagonista, el “creativo”. En la película, todo resulta distinto a lo que sentencia el sentido común, incluyendo a la casa, que resulta perfectamente habitable… Andrés Duprat, el guionista, fue “huésped” o intruso ocasional de la Curutchet en la época de su abandono; seguramente esa experiencia influyó en la manera de mostrar la casa como protagonista -más que contexto- de la historia.
El autor y el intérprete retoma el estudio de la Curutchet desde otra mirada: la relación entre Le Corbusier como proyectista y Amancio Williams como encargado local de la obra, relación que Merro Johnston asimila a aquella que se produce entre el compositor de una obra musical y el músico encargado de interpretarla. Merro Johnston encuadra esta relación con una explícita relación al estudio de Paul Ricoeur sobre La Poética de Aristóteles y sus tres momentos de la “mímesis”: la prefiguración (el contexto cultural del poeta y su universo de valores), la configuración (el tiempo de la creación, la elaboración del texto y la trama) y la refiguración (intersección del mundo del texto con el del lector). Williams resulta en esta lectura un atento y refinado lector de la poética corbusiana, que en su interpretación completa y afina. Al decir de Stravinski, citado en el libro, “la primera condición que debe cumplir quien aspire al prestigioso nombre de interprete es la de ser un ejecutante sin falla”.
La investigación que da base al libro es tan exhaustiva y minuciosa como la tarea de Amancio. Merro Johnston no se limita al estudio de la Curutchet sino que presenta un adecuado panorama contextual, incluyendo precisiones sobre la obra, el pensamiento y la vida de ambos creadores y sobre la evolución urbana de la ciudad de La Plata, clave para entender la casa. El proyecto de 1949 es explicado en función de los antecedentes teóricos de la obra de le Corbusier: los cinco puntos para una nueva arquitectura, el tipo de casa-taller, la búsqueda del espacio comunicado, la técnica (como sostiene Pep Quetglas y cita el autor, “un proyecto nunca se inicia sobre un papel en blanco y con una mano amnésica”). Y por supuesto, la obsesiva intervención de Williams, sus estudios en forma de innumerables “versiones” sobre algunas partes de la casa, el umbral, la escalera, la planta de techos; sus discusiones postales con Le Corbusier y la relación progresivamente enrarecida con el propio Curutchet, quien finalmente prescinde de sus servicios en 1951(la casa es finalizada por el arquitecto Simón Ungar).
La edición del libro es cuidada y muy atractiva, en especial por el numeroso material gráfico, en gran parte inédito, que permite una mejor comprensión de la casa tanto para quienes la conocen como para aquellos que nunca han estado (¡un error que no debe demorar en solucionarse!, la casa está abierta para visitas y bien vale la pena recorrerla). El libro de Merro Johnston aporta al conocimiento pero también al disfrute de una obra fundamental de la arquitectura del siglo XX.
MC
El autor y el interprete – Le Corbusier y Amancio Williams en la casa Curutchet, Daniel Merro Johnston, 1:100 Ediciones, Mayo 2011 Buenos Aires, Argentina, 216 pag. 24 x 17 cm. ISBN 978-987-25893-1-8
Ver también en café de las ciudades:
Número 57 | Arquitectura de las ciudades
El autor y el intérprete | Le Corbusier y Amancio Willliams en la Casa Curutchet | Daniel Merro Johnston
Y sobre Le Corbusier:
Número 46 | Arquitectura de las ciudades
Le Corbusier: los viajes al Nuevo Mundo | Cuerpo, naturaleza y abstracción. | Roberto Segre
Número 77 | Arquitectura y Planes de las ciudades
Los muchachos corbusianos | La red austral: Le Corbusier y sus discípulos en Argentina, según Liernur y Pschepiurca | Marcelo Corti