Buenos Aires es una ciudad en proceso de construcción. No es una urbe, como muchas de Europa, que después de veinte siglos se encuentra totalmente consolidada, con una identidad absoluta y con sus posibilidades de crecimiento y transformación prácticamente clausuradas. A pesar de esto, muchos argentinos pensaron que la apuesta europea era la única posibilidad digna de ser considerada. Ciudades sin ninguna historia, campo ideal para llevar adelante los sueños imposibles de realizar en el saturado espacio de la Metrópoli.
En realidad ese supuesto de América como vacío, como nada, como puro ámbito de la posibilidad, se ha mantenido como una constante, tanto en las utopías del siglo XVI como en Hegel o en Le Corbusier. Pero Buenos Aires no es una ciudad sin historia, sin una identidad que le sea propia. La Reina del Plata, como la bautizó con cariño y admiración D. Manuel Romero (hombre que por cierto la veía desde aquí y no desde allí) tiene una identidad muy definida, tanto en la idiosincrasia de su gente como en la de sus espacios y lugares. Identidad de la que dan sobrada cuenta los testimonios y retratos que nos han legado y nos siguen legando sus artistas y cronistas populares, como Marechal, Arlt, Borges, Discepolo, Manzi, Dolina, Nebbia.
En la actualidad nos encontramos entre un orden urbano ya construido y uno deseado. Pero ese orden deseado, para realizarse, debe ser posible y las condiciones de su posibilidad dependen tanto de las determinaciones actuales como de su continuidad con el orden construido. Creo que la acción para alcanzar lo deseado debe basarse en una sólida comprensión de lo existente, pues de nada sirve la comprensión si no conduce a acciones concretas. Tampoco puede haber acción sin compresión.
Hay argentinos que se han quedado en las meras ideas, pero están aquellos que también han descreído de ellas o les han temido. Carlos Castañeda, a través de las enseñanzas de Don Juan, nos invita a reflexionar sobre los enemigos que acechan al hombre en su camino al conocimiento. El primero es el miedo, el miedo a exponerse, a exponer las propias ideas, miedo a confrontarse con la realidad .En general los dirigentes, los cuadros políticos, son hombres que han vencido a ese primer enemigo, pero a menudo sucumben al segundo, a la ilusión de la claridad, esa ilusión que lo lleva a uno a pensar que todo es certeza y que solo resta actuar y avanzar, sin volver nunca a preguntarse acerca del sentido. Ese enemigo se vence adquiriendo el dominio de las situaciones y los tiempos. Actuar cuando hay que actuar, tener paciencia para detenerse a pensar cuando hay que pensar.
Nuestra historia urbana está signada por dirigentes de todos los tipos. Están los que piensan en los grandes principios y no se preocupan por compadecerlos con la realidad; así tenemos un Código de Planeamiento Urbano no actualizado y de espaldas a un Plan Urbano Ambiental poco consensuado (y que, con muy buenas intenciones, procura expresar un proyecto de Ciudad sin el necesario sustento de un proyecto estratégico que ordene sus acciones).
Así también tenemos preservacionistas a ultranza, que se quedan en los grandes y en si mismo incuestionables enunciados de la historia y del patrimonio, sin ver en concreto que es lo preservable, sin ver que la preservación a veces radica no tanto en los objetos, como en los ambientes, la estructura espacial y la ritual.
Están también los que temen a las ideas; son los que creen que todo lo valido son las acciones, que si no hay algo tangible y material no se ha hecho nada; se reemplaza lo producido como fruto del trabajo de las personas por el producto como mera mercancía.
Pero la pura acción tiene sus riesgos: luego aparecen las sorpresas, los emergentes no deseados. No olvidemos, aunque sea un recuerdo amargo para todos, que muchos responsables de nuestra ciudad fueron también hombres de acción. Creo que una postura sensata acerca del espacio urbano radica en el juego permanente y equilibrado entre la reflexión y la acción. La reflexión impone considerar distintas escalas, disciplinas y metodologías de trabajo para abordar las cuestiones, desde el planeamiento urbano y territorial hasta la arquitectura. El primero trabaja sobre una problemática de macro escala, en el nivel de conjunto del espacio urbano o de sus grandes sectores, y la segunda en una escala relacionada con las medidas del cuerpo humano, con las texturas, los colores y, por supuesto, los ambientes.
Pero la Arquitectura urbana, la buena arquitectura urbana, no es aquella que resuelve un edificio solo hacia adentro como un objeto autónomo, aislado del contexto por la línea de puntos del plano catastral, sino que es aquella que toma conciencia de que el edificio se hace a si mismo pero que a la vez también hace a la ciudad.
Esta construcción arquitectónica de la urbe es la que podemos caracterizar disciplinariamente como propia del diseño urbano. A la vez, todas estas escalas son traspasadas por las condiciones determinantes y voluntades de origen sociocultural, político, económico y jurídico.
Por último, no confundamos el mapa con el territorio. Podemos reflexionar sobre la ciudad en escala 1:10.000 o 1:1.000, pero no se trata de ciudades distintas. Como tampoco hay una ciudad jurídica, otra cultural y otra económica. La ciudad es una sola y en escala 1:1. Más allá de los recortes que utilicemos como instrumento para comprender, nos debemos plantear la acción como una operación única que surja de una correcta coordinación de las acciones puntuales y globales, con un criterio integrador que desarrolle nuestra ciudad con coherencia.
JS
Sobre el Código de Planeamiento Urbano y el Plan Urbano Ambiental, ver también en café de las ciudades:
Número 56 I Política de las ciudades
La necesidad de políticas territoriales I Asuntos pendientes de Buenos Aires. I Marcelo Corti
Número 55 I Planes de las ciudades
Andar con pensamiento I Ciudad y urbe en tiempos del Bicentenario I Mario Sabugo
Número 54 I Política de las ciudades
Las políticas urbanísticas en su laberinto (II) I El Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires o la quimera de la Planificación: la densificación vertical de la Avenida Pedro Goyena, en Caballito y Flores. I Daniela Szajnberg y Christian Cordara
Número 53 I Política de las ciudades (I)
Las políticas urbanísticas en su laberinto (I) I El Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires o la quimera de la Planificación: la densificación vertical de la Avenida Pedro Goyena, en Caballito y Flores. I Daniela Szajnberg y Christian Cordara
Número 47 I Planes de las ciudades
Cómo cambiar de una vez por todas el ya agotado (y además confuso) Código de Planeamiento Urbano de Buenos Aires I Apuntes para una normativa urbana (III). I Mario L. Tercco
Número 21 I Planes
El Plan Urbano Ambiental de Buenos Aires I Origen y situación actual. I Rubén Gazzoli
De Roberto Arlt:
Número 14 I La mirada del flanneur
El placer de vagabundear I “Los extraordinarios encuentros de la calle”. I Roberto Arlt
Sobre Jorge Luís Borges, la presentación del número 45 y:
Número 45 I La mirada del flâneur
Laberintos y Desiertos urbanos I Los espacios de la ciudad desarticulada. I Marcelo Corti
Y sobre Homero Manzi:
Número 57 I Cultura de las ciudades (II)
Tangos del Sur I La fundación poética del barrio porteño: Boedo, Pompeya, Almagro, Chiclana… I Por Marcelo Corti