N. de la R.: El texto que sigue es una ampliación del texto base de la intervención del autor en el Seminario sobre Espacio Público que la Universidad de Palermo, Buenos Aires, realizó el pasado 19 de octubre. De todos modos, algunos de los conceptos que aquí se expresan no fueron expuestos en el Seminario, y viceversa.
Lo de necesario, pero no suficiente, alude a cierta tendencia reciente a identificar el espacio público como el objetivo principal y determinante de una política para la ciudad. Se ha propuesto al espacio público como un posible criterio de evaluación de proyectos urbanos, siendo privilegiados en la consideración aquellos que mayor cantidad y calidad de espacio público generen. Esto es correcto, no merece objeción.
Ahora bien, avanzando en esa idea, la reciente ley de ministerios de la Ciudad de Buenos Aires ha establecido por ejemplo al espacio público como objeto específico de un Ministerio porteño, englobando materias tan diversas como el mantenimiento urbano, la señalización del tránsito, el alumbrado público, los cementerios, los espacios verdes y el cuidado de la red pluvial (cito algunos de los temas que merecen rango de Dirección General en el flamante ministerio). La recurrencia en legitimar todo tipo de acciones sobre la ciudad con la referencia al espacio público pone a éste en situaciones que alternan entre la corrección política, la “coartada ideológica” y el estereotipo discursivo.
Esta tendencia aparece tanto en las visiones progresistas como en algunas más conservadoras. La recuperación democrática en la Argentina y en otros países estuvo acompañada de la reapropiación de las calles y plazas para encuentros políticos, culturales y de todo tipo. La pérdida de valor simbólico de la fábrica y del empleo industrial como escenario de la lucha social se vio compensada por la valorización del territorio: el barrio como ámbito del trabajo social, la calle como escenario de la protesta de piqueteros y de trabajo de cartoneros, haciéndose visibles en el espacio público. Quienes desde posiciones de derecha cuestionan estas “visibilidades” lo hacen, a su vez, desde la defensa del espacio público. Todo esto da que pensar en cierta ambigüedad y uso “polivalente” del concepto. La recuperación del espacio público es reclamada en fuentes tan diversas como la de la lucha de clases territorial, la socialdemocracia cultural o la teoría de la ventana rota, predecesora de la Tolerancia Cero.
Los propios objetos privatópicos parten de homenajear los espacios públicos tradicionales (a la manera en que dicen que el vicio homenajea a la virtud con la hipocresía) en las calles y plazas de los shoppings y barrios cerrados. No es la ausencia de espacio público (o al menos, colectivo) lo que mejor define a estos objetos: es la exclusión del mundo exterior y la fragmentación.
Al comentar las operaciones de recuperación del Eixo Tamanduatehy en Sao Paulo, Raquel Rolnik sostiene que en nuestros países es necesaria “una estrategia general de uso del suelo, alternativa a la idea de reconversión practicada en Barcelona o Bilbao, donde el dinero público financia la maximización de la renta del suelo. Ese modelo está muy basado en la producción de espacio público, una agenda insuficiente para nosotros. En Brasil no es posible destinar dinero público a esos fines, porque es mucho más fuerte la demanda de inclusión social y de empleo. El gran desafío, en cambio, es plantear una estrategia para destinar el espacio existente a los sectores más postergados. Y esto es posible con la gestión del suelo urbano, la zonificación. Porque esta no es más que la asignación de espacio urbano a sectores socioeconómicos”.
Bogotá, una ciudad que ha realizado una excelente política de espacios públicos, es sin embargo una de las más segregadas de América Latina, y los comerciantes reclaman la expulsión de las calles de los vendedores ambulantes justamente en nombre de la calidad del espacio público (sin embargo, al menos con acciones como la Ley de Plusvalías, Bogotá avanza sobre algunas de las cuestiones que hablaremos a continuación). Y mientras en Río de Janeiro se genera espacio público como forma de inclusión social en el programa Favela Barrio, ante las arremetidas del narcotráfico la respuesta refleja del poder político es la elevación de muros. En los propios países centrales la agenda del espacio público excluyente parece agotada: véase la involución del urbanismo barcelonés desde las pequeñas operaciones de acupuntura urbana y los proyectos olímpicos a la agorafobia del Fórum 2004.
En Buenos Aires, en particular, los ejemplos recientes indican un promisorio estado de la cultura del diseño de los espacios públicos: en obras como el Paseo de la Costa, las placitas “intersticiales” de Vicente López, la Costanera Sur, el Programa del Area Central, hay producción de saber, debate, diversidad, prueba y error y, en general, todas las señales de una cultura en desarrollo (véanse las presentaciones realizadas a nuestro Concurso ByMPU, por ejemplo).
Pero, en cambio, los actuales desarrollos urbanos fallan en resolver la interfase, la fricción entre el espacio privado y el público, y en el ámbito del planeamiento y la gestión urbana es evidente la escasa conciencia sobre la relación social, económica y cultural entre tipología arquitectónica y ciudad. Así, la tipología arquitectónica predominante en los grandes desarrollos inmobiliarios, que es la torre country, es destructora de tejido y vaciadora del espacio público. No obstante, la normativa vigente, el Código de Planeamiento Urbano, la premia con mayores capacidades constructivas y alturas.
Cuando se analiza la ciudad en términos de rentas urbanas, resulta evidente que la actual tendencia alcista del mercado inmobiliario, al no exigir el Estado contraprestaciones en términos de derecho a la ciudad, genera marginalidad y exclusión al elevar los costos del habitar de los sectores medios y populares. Esto, en una ciudad donde en barrios antes marginales, como San Telmo, el trabajador que desea alquilar está compitiendo con el turismo internacional y con personajes como el gran actor norteamericano Robert Duvall, entre otros recientes descubridores de la ciudad. Una amenaza social y cultural (los ricos no construyen la cultura profunda de la ciudad) a la que no solo no se sabe como enfrentar (véase el fracaso de la política cuasi-thatcheriana de convertir a los inquilinos en propietarios…) sino que en ocasiones pareciera no verse como problema. Nuestros funcionarios se alegran del boom de la construcción y del boom del turismo, pero no son capaces de relacionarlos con el citado aumento del costo del habitar. Como dice Eduardo Reese, si aumenta el pan o la leche, los gobernantes se preocupan, pero si aumenta el costo del suelo, se alegran… En este contexto, desconectado del derecho a la ciudad, las políticas del espacio urbano pueden convertirse en meros disparadores de renta urbana y alentar la fragmentación y segregación en curso.
El caso de Vicente López es clarísimo: un buen diseño de parques costeros, un buen diseño de placitas en intersticios urbanos, pero un conflicto homérico con los “vecinos indignados” por la incapacidad de entender y gestionar los procesos de desarrollo urbano disparados por la recuperación de la costa (ahora abundan los vecinos indignados, aunque lamentablemente en Pilar nadie parece indignarse por la eclosión de las privatopías…).
Necesario, entonces pero no suficiente. Las agendas del urbanismo en América Latina deberán incluir entonces a las infraestructuras, el derecho a la vivienda y lo que en general se conoce como derecho a la ciudad, integración, e inclusión. Una nota reciente del politólogo canadiense Warren Magnusson recupera el título del viejo texto de Louis Wirth como síntesis de esa idea de diversidad y democracia urbana: “el urbanismo como modo de vida”. Según Magnusson, “Una ciudad tiene múltiples conexiones y un ordenamiento diversificado, interna y externamente. Lo que es más importante, no hay un centro de soberanía local o global para el modo urbano de vida. Las formas del orden (y por lo tanto los centros de poder) proliferan dentro de y entre las ciudades. Estas no permanecen estables. Mientras que el Estado se caracteriza por la soberanía, las ciudades se caracterizan por complicadas prácticas de gobierno y autogobierno, que se solapan y modifican una a otra. Estas prácticas trabajan contra cualquier monopolio de autoridad. Como tal, ellas no pueden ni redimirnos del mal ni llevarnos a la gloria. Ni la soberanía humana ni la divina está en oferta. La ciudad global nos puede permitir gobernarnos y expresarnos en varios modos, pero los términos están siempre limitados por la libertad de los otros“.
La ciudad como diversidad, la fricción urbana. Unos usos del espacio público que no olvidan la necesidad de espacios clandestinos, espacios de protesta y espacios del erotismo.
Fredy Garay, al hablar de “las pérdidas reglas del arte” del espacio público, define el espacio urbano del movimiento moderno como un continuo sin calidad donde se posan los edificios objeto, una “alfombra”. El ejemplo más claro en Buenos Aires es Catalinas Norte (una anécdota: lleve a unos alumnos a recorrer Catalinas Norte y nos paramos frente al Bank Boston de Pelli; un guardia salió y nos dijo que debíamos ir más allá del dragón, una ristra de bolardas y piezas metálicas a unos metros del edificio: ¡un castillo defendido por dragones!).
Frente a la continuidad sin calidad del espacio público como “alfombra”, frente a la fragmentación de los espacios de la privatopía, recuperar la idea de una continuidad articulada espacio – temporal (la articulación del recorrido y la memoria), en un contexto de realización del derecho a la ciudad. Opuesto a esto, la fantasía de un espacio público sin conflicto, concepto tan ilusorio como antihistórico.
Ver el sitio Web del Ministerio del Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires.
Una nota de Gerardo Ochoa Vargas en el sitio hiperactivos.com resume la historia de la Teoría de la Ventana Rota y de su aplicación en New York, y propone su aplicación en México DF. No estamos muy de acuerdo, pero es de lo menos arbitrario que encontramos sobre el tema.
Ver las reflexiones de Raquel Rolnik sobre las agendas de la ciudad latinoamericana en la nota El Eixo Tamanduatehy en el ABC paulista, en el número 16 de café de las ciudades.
Sobre Bogotá, ver las notas Bogotá y sus dos modernidades, y la nota Instrumentos para la recuperación de plusvalías en Bogotá I, II y III, de Gloria Henao González, y Bogotá y su sabana, de Carlos Roberto Peña Barrera, en los números 32, 35, 36, 37 y 42, respectivamente, de café de las ciudades.
Sobre el Foro Internacional Espacio Público y Ciudad, de Bogotá, ver la nota Espacio público, condición de la ciudad democrática, de Jordi Borja, y la reseña de las memorias del Foro en Otras publicaciones, en ambos casos en el número 42 de café de las ciudades.
Sobre la propuesta de amurallar las favelas cariocas, ver la nota Favelas en la ciudad: articular, no separar, de Jorge Jáuregui, en el número 19 de café de las ciudades.
Sobre el Fórum 2004 de Barcelona ver la nota 1,2,3, ¿muchas Barcelonas…? , en el número 24 de café de las ciudades.
Sobre el Programa Area Central de Buenos Aires, ver la nota de Rafael Serrano y Sara Ciocca en el número 26 de café de las ciudades.
Sobre la Torre Country, ver las notas Los deseos imaginarios del comprador de Torre Country y La génesis de Torre Country, de Mario L. Tercco, en los números 33 y 34, respectivamente, de café de las ciudades