Las grandes plataformas y aplicaciones tecnológicas están cambiando aceleradamente (y lo seguirán haciendo) las formas de trabajar, comerciar, educar, comunicarse e incluso relacionarse. Estas acciones humanas se desarrollan en el territorio y especialmente en las ciudades, que por lo tanto atraviesan cambios paralelos y simultáneos en una relación que (contra el pensamiento simplista de los tecnólatras) va en ambos sentidos: la ciudad es impactada por y a la vez impacta sobre la organización de lo virtual.
Ahora bien, junto a la cuestión genérica de los efectos de la tecnología sobre la ciudad, está también el análisis del impacto específico que la localización de las grandes corporaciones ocasiona en las ciudades que las albergan físicamente. Un caso de mucho interés es el de la segunda sede estadounidense (¿o mundial?… da lo mismo) de Amazon, el gigante de la logística.
La empresa dirigida por Jeff Bezos (actualmente, la persona más rica del mundo) tiene su sede original en Seattle, la alguna vez atractiva ciudad del Pacifico. Con el crecimiento de Amazon, muchos barrios se han convertido en depósitos-de-depósitos, el alza de los precios de las propiedades ha tornado inasequible la vivienda y el alquiler para comercios locales, la precariedad laboral ha bajado los índices sociales de la ciudad, el transporte público y el tránsito han colapsado y la diversidad cultural se ha reducido. Entre 2015 y 2017, la tasa de personas sin hogar en la ciudad creció un 44%, con especial impacto entre afroamericanos y nativos, que no superan el 6% de la población residente pero concentran un tercio de las personas sin hogar.
En septiembre de 2017 la empresa anunció una especie de rara licitación para localizar Amazon HQ2, su segundo headquarter. Las condiciones para aspirar al honor y, no menos importante, a 5.000 millones de dólares de inversión y 50.000 puestos de trabajo con un salario anual de 100 mil dólares fueron la pertenencia a un área metropolitana de más de un millón de habitantes, la cercanía a un aeropuerto internacional, oportunidades recreativas cercanas para los empleados… y bajos impuestos. Como aspirantes a una versión urbana y 2.0 de Blancanieves, 240 ciudades se ofrecieron a probarse el zapato de Amazon. En 2018 se reveló una lista corta de 20 ciudades y finalmente en septiembre se anunció un fallo salomónico: Crystal City (Arlington, Virginia), suburbio de Washington DC, y Long Island City en Queens, Nueva York, resultaron seleccionadas.
Pero hace unos días Amazon anunció que se retiraba de (o mejor dicho, se abstenía de localizarse en) Nueva York, como consecuencia de la oposición de políticos locales.
Mientras tanto, la empresa amenaza también suspender por motivos similares la apertura de un Amazon GO (local sin cajeros ni pagos en efectivo) en Filadelfia. El “príncipe” de este cuento parece demasiado desconfiado con los piececitos que logra calzar o, como se diría en Argentina, un histérico que calienta la pava pero no toma el mate.
El progresista alcalde Bill de Blasio fue un gran impulsor de la localización de Amazon en Nueva York, tanto como el gobernador Andrew Cuomo (que prometió cambiar su nombre a “Amazon Cuomo” si eso era necesario para ganar los favores del gigante logístico…). Tras el desistimiento amazónico, de Blasio escribió una nota para el New York Times en la que sostiene haber aconsejado a un alto ejecutivo de Amazon sobre cómo podían ganarse a algunos de sus críticos: “Reunirse con las organizaciones de trabajadores. Contratar residentes de viviendas públicas. Invertir en infraestructura y otras necesidades de la comunidad. Demostrar que se preocupa por la equidad y que crea oportunidades para los trabajadores de la ciudad de Long Island. En pocas palabras: si no le gusta que un grupo pequeño pero ruidoso de neoyorquinos cuestione las intenciones o la integridad de su compañía, demuestre que están equivocados. En cambio, Amazon les demostró que tenían razón”.
El alcalde calcula en USD 27 mil millones los nuevos ingresos fiscales que hubiera aportado la alianza con Amazon, cifra que multiplicaría por nueve lo que la ciudad y el estado resignarían para ganar la sede. Para de Blasio, la resistencia de Amazon a discutir en pie de igualdad con las comunidades es un patrón de conducta corporativa. “Cuando el Ayuntamiento de Seattle aprobó un impuesto a las grandes empresas para financiar la lucha contra la falta de vivienda, la compañía amenazó con detener los grandes planes de expansión, poniendo en riesgo 7.000 empleos. El impuesto fue rescindido. El poder económico se está concentrando constantemente en cada vez menos manos. Durante una generación, los trabajadores se han vuelto más y más productivos, han trabajado más y más horas y no han recibido a cambio su parte justa. Los CEOs están cosechando los beneficios de ese trabajo, mientras que las personas realmente responsables de él están obteniendo cada vez menos. El mismo día que Amazon anunció su decisión de detener su segunda sede aquí, se informó que la compañía no pagaría ningún impuesto federal sobre la renta por los miles de millones en ganancias que obtuvo el año pasado”. Todo esto, concluye el alcalde, es irritante, especialmente en un momento en que millones de estadounidenses verán reducidos sus beneficios fiscales por las medidas pro-millonarios del presidente Trump.
En el mismo sentido, la organización Good Jobs First informó que antes del anuncio de HQ2 Amazon había recibido aproximadamente USD 1,61 mil millones en subsidios de gobiernos estatales y locales durante las últimas dos décadas. De Blasio contrastó estas actitudes con las de Salesforce, cuyo fundador Marc Benioff apoyó un nuevo impuesto corporativo en San Francisco para financiar servicios para personas sin hogar, o Microsoft, que prometió $ 500 millones para combatir la crisis de vivienda asequible en Seattle.
Es posible que estemos próximos a un nuevo revival de utopías corporativas, en que los gigantes de la información exploran la posibilidad de construir sus propias ciudades y sus propios dispositivos de urbanidad. Google anuncia una gigantesca ciudad tecnológica en San José y un distrito de innovación en el frente costero de Toronto (ver la portada de este número), Microsoft propone crear en Arizona “la ciudad del futuro” en la que potenciar las nuevas tecnologías. Y esa mezcla contemporánea de Julio Verne y Thomas Edison que es Elon Musk explora al mismo tiempo la posibilidad de viajar por la estratósfera y por las profundidades en sus proyectos terrestres. Frente a esa escalada, las ciudades deben asumirse en un rol más digno y más útil que el de Cenicientas del siglo XXI.
MC
Sobre el tema, ver también la Terquedad Smart en nuestro número 156.
Otra “utopía corporativa”: la sede de Apple en Cupertino, California.
Sobre el impacto urbano de Amazon en Seattle, ver esta nota de Chris McGreal en El Diario y, como contrapunto, la mirada de la propia empresa.