El informe del Panel de Cambio Climático de la Naciones Unidas dado a conocer los últimos días de marzo no ha sido nada alentador. Las cosas no sólo no mejoran, sino que empeoran. Las medidas que se iban a tomar, no se tomaron o son demasiado pocas, por lo que la temperatura del planeta subirá inexorablemente (dos grados como mínimo). Más de lo que creíamos. De hecho ya se comienzan a ver los indicios que las consecuencias serán terribles. Supertormentas, huracanes, tornados, inundaciones y sequías que nos gustaba imaginar distantes, ya se hacen sentir. Los efectos sobre la vida y el futuro de nuestros hijos serán todavía mayores, ellos pagarán la fiesta de nuestras emisiones de CO2 (dióxido de carbono)
¿Qué podemos hacer para evitarlo? Poco. Un cambio climático desfavorable para la especie humana ya es inevitable. ¿Qué podemos hacer para suavizarlo? Mucho. Sobre todo, mucho de lo que no hemos hecho en los últimos 20 años, cuando se firmaron los protocolos de Kioto y se advirtió de la gravedad de un problema que Estados Unidos se empeñó en negar.
Rajendra Pachauri, que lideró el Panel por 12 años, espera que el informe obligue a los gobiernos a actuar ahora. La posición de Estados Unidos ha cambiado mucho desde los tiempos en que George W. Bush negaba el cambio climático, pero la interpretación del actual Secretario de Estado John Kerry es paradójica. Como un modo de presionar a sus conciudadanos para que presten atención al problema ha declarado: “Lean ustedes este informe y verán que no se puede negar la realidad: la ciencia nos está diciendo que a menos que actuemos rápida y dramáticamente, el clima y nuestro estilo de vida están en peligro”
No sabemos si los estadounidenses se asustarán con esta advertencia, pero si sabemos que la propia advertencia indica que no desean cambiar su estilo de vida. La declaración es paradójica porque la situación es precisamente la contraria: no será posible disminuir las emisiones globales de CO2 si los norteamericanos no cambian su estilo de vida. Es que el consumo de energía y las emisiones por habitante de los Estados Unidos son el doble que las europeas, y cuatro veces más que las de la mayoría de los demás países.
Esto no se debe tanto a las exportaciones de su mayor productividad (vale recordar que la balanza de pagos de Estados Unidos es crónicamente negativa) sino al alto nivel del consumo interno. Al enorme consumo de energía y de bienes que demanda el “American way of life”.
El típico hogar suburbano con tres autos, que las familias deben utilizar largas horas todos los días para llegar a sus distantes destinos diarios, es parte del pasivo ambiental del estilo de vida americano. Al mismo tiempo que el descarte sistemático es la necesaria consecuencia de un consumo permanentemente incentivado como una virtud del sistema, en tanto mantiene activas las fábricas y hace crecer la economía. Pero la obsolescencia programada que lo hace posible es también la causa de un derroche de energía y materiales de proporciones gigantescas.
Podrá pensarse, como aparentemente piensa Kerry, que sería posible reducir las emisiones dañinas al medio ambiente manteniendo el estilo de vida americano en tanto se sustituyan las energías fósiles por energías renovables, se incremente el reciclaje y se realicen otras mejoras tecnológicas. Eso es poco probable. Aunque las mejoras técnicas serán positivas, las drásticas reducciones necesarias solo podrán conseguirse si a la vez se racionaliza el consumo y disminuye la demanda de energía. Tarea nada fácil para una sociedad orientada al consumo.
Seamos sinceros, aunque no todos lo reconozcan el “American way of life” es también el secreto ideal de desarrollo de la mayor parte de nuestras sociedades, lo que se reconoce a simple vista en los iconos de teléfonos y computadoras, los autos, la ropa y en tantos hábitos de consumo.
“Despertemos a nuestro sistema político” dijo Kerry en la misma declaración. Pero la misión de los políticos sería tanto convencer a los norteamericanos de la gravedad del cambio climático como convencerlos de que pueden ser felices asumiendo otros estilos de vida más amigables con el medio ambiente.
Transporte público, barrios peatonales, objetos de larga vida útil y nuevos hábitos ligados a la vida sana no nos harán más infelices. Todo lo contrario, nos darán la oportunidad de una nueva y más rica relación con el tiempo, con la naturaleza, la vida intelectual y espiritual, la artesanía y la cocina casera. Ya hay muchos movimientos sociales orientados a la espiritualidad y una relación más cercana con la naturaleza. El desafío no es solo encausar esas inquietudes, sino también integrarlas a nuevos procesos económicos.
La radicalidad de las reducciones necesarias para moderar el cambio climático indican que no solo serán necesarias nuevas tecnologías en el campo de la energía y la producción, también nuevos hábitos de vida y nuevos patrones de consumo. Solo tendremos una razonable posibilidad de éxito si a los cambios tecnológicos sumamos también un cambio cultural.
FD
El autor es arquitecto, académico de número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente, autor del libro Agenda Pendiente (Universidad de Palermo, 2013)
De o sobre Fernando Diez, ver también entre otras notas en café de las ciudades:
Número 49 | Mensajes al café
Más sobre Tenerife, distintos tipos de cafés y un muy buen texto de Fernando Diez sobre la cuestión de los muros.
Número 72 | Arquitectura de las ciudades
Crisis de autenticidad: Fernando Diez y los cambios en la arquitectura argentina reciente | Good bye, Magritte? | Marcelo Corti
Sobre el cambio climático, ver también en café de las ciudades:
Número 122 | Ambiente
Doha o el fin de la inocencia | La cumbre climática 2013 y los acuerdos requeridos (que todo el mundo sabe que no se van a tomar) | José Luis Lezama