Las plataformas virtuales son un medio, no un fin; como todo medio, no suplantan ni pueden suplantar ni los contenidos ni los objetivos de la enseñanza. Ahora bien, ¿suplantan la presencia física? ¿Que queda de esa maravillosa metáfora atribuida a Louis Kahn, que en una síntesis única definía la esencia de la escuela en la imagen de estudiantes y docentes reunidos en torno a un árbol? ¿Es hoy la escuela una reunión en Zoom o en Meet? ¿Ofrece el mismo soporte que una reunión presencial? La fascinación que produce la tecnología, en tanto disuelve la realidad para generar una contracción espacio-tiempo, nos hace sentir el avance de las cosas pero mientras tanto nuestro cuerpo está inmóvil. Percibe relaciones, muchas de ellas recompuestas por nuestra imaginación que “rellena” aquello que no ve en la distancia. Parece que nos juntamos, parece que avanzamos, de hecho producimos textos, trabajos, ejercicios y saturamos literalmente el tiempo. La pregunta que tímidamente empezamos a hacernos desde el comienzo del confinamiento obligatorio es: ¿para qué?
Sin duda habrá una enorme cantidad de argumentos optimistas con respecto al uso de las tecnologías digitales en la educación en la medida que, clausurado el espacio de lo público, son hoy casi el único medio que permite conectarnos, producir, seguir; en definitiva, no parar. Se restablece así una –¿falsa?– idea de continuidad. Si la pandemia genera una disrupción de sentidos, poder seguir con nuestros planes parece tranquilizar y tranquilizarnos. Sentir que somos útiles, que nuestro trabajo como docente tiene un valor social y por lo tanto mantenernos conectados y produciendo es la mejor manera de enfrentar la pandemia. Tal vez por eso uno de los argumentos más usados a favor de continuar con las clases virtuales es la necesidad de “contenernos”. ¿Contenernos de que? Alexandra Kohan, psicoanalista y docente de la UBA, reflexiona en una entrevista para la Revista Mate: “hay muchas formas de vivir. Existen los que no quieren enterarse de que vivir es habitar la incertidumbre y que vivir es sin garantías. Eso conduce más bien a la inhibición y a la parálisis –que incluso muchas veces se disfrazan de un exceso de actividad– y no ahorra padecimiento porque, justamente, esas garantías no existen”.
Entonces, si vivimos en un momento de excepción ¿porque no podemos detenernos para pensar? Como Funes el memorioso, tenemos toda la información a cada vez mayor velocidad pero no tenemos tiempo de procesarla, discriminarla o, en definitiva, reconstruir sentido. ¿Qué enseñamos y para que enseñamos? Estas dos preguntas son centrales, porque si la tecnología es un medio solo los que educan puedan responderlas. Y en este sentido creo que es importante diferenciar niveles educativos y contextos, aunque parezca una reflexión obvia. La Universidad Pública ha avanzado con niveles muy desparejos en el uso de las plataformas digitales, que en algunos casos presentan mucho atraso con respecto a otras universidades extranjeras. A favor, se ha priorizado la enseñanza presencial al punto de producirse en los últimos años una importante descentralización con la apertura y consolidación de muchas universidades regionales, muchas de ellas de excelencia. –Universidades de General Sarmiento, San Martin, Villa María, etc. Esta realidad hace que casi todas nuestras disciplinas, en especial la Arquitectura, organicen el proceso de enseñanza y aprendizaje de manera presencial. Ese contacto no solo deriva en enseñanza de contenidos sino en múltiples intercambios e interrelaciones de personas de diferentes orígenes, ideas, procesos y también corrientes políticas. La Universidad Pública en Argentina es sin duda singular en muchos aspectos; ahora bien, el rasgo tal vez mas distintivo es su carácter público y gratuito que la convierte en masiva y abierta. Mucho se habla de que a pesar de su gratuidad no todos pueden acceder a las aulas universitarias; sin embargo, también es cierto que muchos/a llegan. Para muchas capas de la clase media la universidad sigue siendo una forma de ascenso social. Permanencia que se pone en crisis con la inestable economía de pandemia y que obliga a las Universidades a pensar maneras de contener para que amplios sectores del estudiantado no queden afuera del sistema universitario.
Por otra parte, esa diversidad de orígenes, de acceso cultural y también de recursos es sin duda una potencialidad única para la construcción de conocimiento en la Universidad Pública, pero también muestra niveles muy dispares de acceso a la tecnología digital o de capacidades para su uso. Y para la educación no basta alcanzar a un número importante, se debe llegar al 100% de la matrícula. Si alguien queda afuera, entonces la estructura pedagógica y sus soportes no son posibilitantes de las transferencias deseadas.
La pregunta que emerge entonces es si es posible montar estructuras pedagógicas en la masividad sobre entornos digitales que prescindan de las relaciones interpersonales presenciales. Tal vez no exista una sola respuesta, tal vez la respuesta es dependiente del qué se enseña para poder avanzar al cómo. Sin duda habrá contenidos que son posibles de montar sobre plataformas digitales que, por lo demás, están muy al acceso de nuestras manos –y de nuestro celular– porque han avanzado sobre el mundo de las comunicaciones y el entretenimiento y son de uso masivo –Whatsapp, Facebook, etc. –, otros requieren plataformas más sofisticadas o especializadas.
Habrá otros contenidos que no son posibles de transferir por ahora de manera virtual, sobre todo los de perfil profesionalista y que se estructuran a partir de la enseñanza o simulación de una práctica. Las carreras proyectuales o de diseño se encuadran en esta categoría. Se enseñan procedimientos sobre un espacio de simulación real que hasta ahora han requerido de momentos de transferencia directo. Pero lo que es más importante aún, sus prácticas profesionales no son virtuales sino que, por el contrario, construyen el mundo material. Su migración a entornos donde la distancia social sea un componente central requiere de muchos debates.
Todavía es pronto para saber el impacto que la pandemia tendrá en nuestras vidas y en la forma que organizamos una construcción de sentido. Lo que sin duda es un deber de la Universidad Pública, antes aún que montar estructuras virtuales dudosamente eficientes, es poner a su colectivo a pensar sobre los contenidos. Muchos de ellos deben ponerse a disposición: ideas, procesos, investigaciones para actuar en la emergencia. Otros deberán generar nuevas reflexiones que posibiliten ir proyectando nuevos escenarios post-pandemia. Otros deberán generar las bases para poder continuar la transmisión de conocimiento indispensable para poder continuar. En todos los casos, las plataformas de intercambio son bienvenidas porque permiten la circulación rápida de las ideas. Ahora bien: sin duda, desacelerar, recalcular, reconfigurar el espacio donde se desarrolla la educación nos puede permitir, cuando restablezcamos los sentidos, poder proyectar, que no es otra cosa que volver a incluir al futuro en la ecuación.
CC
La autora es Arquitecta (UNC, 1997) y Magister en Ciudad y Urbanismo (Universitat Oberta de Catalunya, 2016). Ha integrado diversos equipos técnicos responsables de estudios, proyectos y planes urbanos en la ciudad de Córdoba, Rawson (San Juan), Estación Juárez Celman, Embalse de Calamuchita, Misiones, entre otros. Integra la red de consultores La Ciudad Posible y es socia fundadora de Estudio Estrategias. Ha obtenido el Primer Premio en el Concurso Nacional Soluciones para el transporte en el Corredor Norte del Área Metropolitana de Buenos Aires (2012), el Primer Premio del Concurso Nacional de Ideas para la Integración urbana de la Nueva Terminal de ómnibus de la Provincia de Catamarca (2011) y otros premios en diversos concursos de arquitectura y urbanismo. Es Profesora Titular de Arquitectura 2D en la FAUD-UNC. Ha publicado el libro Las centralidades barriales en la planificación urbana y escrito numerosos artículos para café de las ciudades, como por ejemplo Impresiones de la ausencia. De Córdoba a Ciudad Juárez (número 175), La casa sobre el arroyo. Daniel Merro Johnston y la gran obra de Amancio Williams (número 148) y En busca del barrio. Reflexiones sobre San Vicente (número 103), entre otros.
Sobre el tema de esta nota, ver también de su autoría Enseñar arquitectura aquí y ahora I Un mar de incertidumbre y archipiélagos de certezas, en nuestro número 140.