El 30º aniversario de la Copa Mundial de Fútbol realizada en Argentina en 1978, bajo la última dictadura militar, ha motivado todo tipo de comentarios acerca de su utilización política, en especial por el campeonato que finalmente obtuvo la Selección local. Las discusiones abarcan desde la legitimidad de la victoria en semifinales por 6 a 0 ante Perú (que dejó afuera de la final a Brasil) hasta el rol del siniestro “Gordo” José María Muñoz y buena parte de sus colegas de la prensa en la manipulación de la opinión pública, el grado de responsabilidad política imputable a los jugadores argentinos, las razones de la ausencia del gran Johann Cruyff en el seleccionado holandés (y el boicot previsto por los jugadores de la “naranja mecánica” en caso de haber ganado la final del 25 de junio), el sideral presupuesto manejado por el almirante Lacoste al frente del Ente Autárquico Mundial ’78 y la influencia de Joao Havelange desde la FIFA.
El “gran acontecimiento”
Pero quizás la marca más perdurable del Mundial argentino haya sido su impacto en la ciudad de Buenos Aires. Desde lo político, el Mundial ’78 fue la continuación de grandes vergüenzas deportivas como el Mundial de 1934 en Italia (donde el “Doble Ancho” centro-half Luís Monti recibió del régimen de Mussolini la amenaza exactamente opuesta a la que los uruguayos le habían hecho en la final de Montevideo cuatro años antes: “jugué dos finales del mundo -dijo más tarde-; en una me mataban si la ganaba y en otra me mataban si la perdía”) y los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Desde lo urbanístico, el Mundial argentino podría ser la contracara de los Juegos Olímpicos de 1992 en Barcelona y su “estrategia del gran acontecimiento” internacional para completar la renovación de la ciudad. Para Buenos Aires, sede principal del Mundial, el acontecimiento sirvió para realizar una serie de operaciones urbanas de gran impacto (y no solamente vinculadas a la renovación de la infraestructura deportiva), aunque con intenciones bien diversas a las de la capital catalana.
La elección de los estadios: ganadores y perdedores
La dictadura decidió utilizar para la ocasión dos de los estadios existentes en la ciudad, elegidos por sus respectivas ubicaciones: el llamado Monumental, del Club Atlético River Plate, en el rico corredor del norte, y el “Fortín” de Liniers, del Club Atlético Vélez Sarfield, en el oeste, en las inmediaciones de la proyectada autopista 25 de Mayo y de la avenida de circunvalación General Paz. Ambos estadios, aunque se pretextó que su elección se debía a la posibilidad de aprovechar las instalaciones ya construidas, fueron renovados íntegramente y dotados de una tribuna completa (River) y de amplios sectores de plateas (Vélez), además de modernizar y completar sus accesos, dotarlos de tableros electrónicos, columnas, pasarelas y equipos de iluminación con la tecnología más avanzada, proveerles instalaciones complementarias y expansiones abiertas y cubiertas y, en el caso de River, realizar discretamente el reemplazo de tribunas enteras de hormigón malamente afectadas por la falta de mantenimiento. Todo esto a cargo del Estado Nacional, con pagos simbólicos por parte de los clubes (hasta hace unos pocos años, los integrantes de la Junta Militar todavía eran socios honorarios del club de Núñez como expresión de agradecimiento por el privilegio conferido a la institución “millonaria”).
Los otros grandes estadios de la ciudad, todos ellos ubicados en la zona sur (San Lorenzo, Boca Juniors y Huracán) fueron desechados, al igual que los muy cercanos de Racing e Independiente en Avellaneda, debido a la connotación negativa que la dictadura encontraba en esos barrios tradicionalmente obreros. Connotación del todo contradictoria con la idea de “mejorar la imagen argentina en el exterior” o “frenar la campaña antiargentina”, leit motiv de la época. La peor parte la llevó San Lorenzo de Almagro, cuyo mítico “Wembley porteño”, el Gasómetro de Avenida La Plata, fue desafectado bajo amenazas del brigadier Cacciatore y el “Gordo” Muñoz para la supuesta construcción de un complejo urbanístico y la apertura de dos calles, proyectos desactivados apenas se logró erradicar de Boedo a la institución azulgrana. Más de una década le llevó a San Lorenzo recuperarse en lo institucional y deportivo de ese duro golpe; la construcción con fondos propios del club del nuevo estadio en el Bajo Flores, inaugurado en 1993, y el campeonato obtenido en 1995, premiaron la tozuda obstinación de supervivencia de la hinchada azulgrana.
El Bajo Belgrano y una limpieza en pos de la imagen…
La operación “Monumental” de Núñez involucró también consecuencias sobre el entorno inmediato del club River Plate. La villa miseria del Bajo Belgrano, de donde era originario el formidable “wing” derecho Reneé Housseman, fue compulsivamente erradicada para “limpiar” y dotar de un paisaje “adecuado” el área por donde pasarían periodistas extranjeros, turistas, dirigentes y demás personas “importantes” y “de bien”. En los terrenos “liberados” se implementó poco después una urbanización especial incorporada al Código de Planeamiento Urbano (sancionado un año antes del Mundial) como “U23”. En pocos años la zona expulsó a la mayoría de sus antiguos vecinos pobres y se pobló de torres de vivienda colectiva de alto standard, privilegiadas por las vistas cercanas al río y a los bosques de Palermo, y de residencias de lujo (es todavía hoy uno de los muy escasos barrios de la ciudad que tiene zonas donde no está permitido otro tipo de vivienda que la unifamiliar).
Más lejanas al Monumental, pero también en el norte de la ciudad, fueron erradicadas las villas de Colegiales y de Retiro. En Colegiales y la zona de Palermo con la que limita se introdujo otra zona de urbanización especial, la “U20”, malograda por el uso y gestión inapropiados de sus grandes terrenos “vacíos” y por la escasa adhesión a la idea de ciudad jardín que se pretendió para sus zonas residenciales, donde en cambio se produjo una renovación general, parcela a parcela, sobre la base de la rehabilitación de las casas existentes. La “31” de Retiro no tuvo proyecto y fue finalmente restablecida como villa.
ATC, la terraza clausurada
Otra obra de gran impacto fue el edificio de ATC, Argentina Televisora Color, que ocupó el predio de Figueroa Alcorta y Tagle, en el bajo de la Recoleta. José López Rega, superministro del tercer peronismo, había previsto realizar allí un Altar de la Patria de reminiscencias franquistas; luego del golpe del 76 fue fácil para los militares cambiar el destino del predio para localizar la nueva tecnología televisiva necesaria para la transmisión del Mundial al exterior. El proyecto de Manteola, Sanchez Gómez, Santos, Solsona y Viñoly planteó una interesante recuperación y continuidad del parque adyacente a través de una terraza inclinada de acceso público, bajo la cual se localizaban las oficinas y áreas de servicio y de la cual solo emergían los estudios de grabación, a modo de cuatro cubos gigantes de hormigón, y la estructura de sostén de las antenas de transmisión. La arquitectura resulta adecuada a la macro-espacialidad urbana en que se inserta, al paisaje y a la escala de las construcciones circundantes (Facultad de Derecho, Museo de Bellas Artes); a poca distancia, barranca arriba, la entonces inconclusa Biblioteca Nacional, proyectada 15 años antes por Clorindo Testa, establecía un contrapunto interesante en lo disciplinario pero inquietante en cuanto a las prioridades culturales de la administración. Bien lo decía Oriol Bohigas en una charla de aquellos años en el antiguo CAYC: “las dos mejores obras contemporáneas de Buenos Aires son la Biblioteca y la televisora; quizás si hubiera habido un Mundial del Libro aquella ya estuviera terminada…”. Pocos después de su apertura, la terraza de ATC fue clausurada al uso público por la burocracia de la televisión estatal, perdiendo así el edificio su razón de ser urbanística. La falta de mantenimiento y los problemas presupuestarios afectaron luego la conservación del edificio, cuya plaza elevada aun hoy continúa siendo inaccesible.
Hoteles, aeropuertos y El Acorazado Potemkim
Aunque la publicidad oficial hablaba de contingentes extraordinarios de turistas que arribarían para el Mundial, la lejanía del país respecto a los grandes centros de origen del turismo de masas (en una época en que este no había alcanzado su actual desarrollo y relativa indiferencia a la distancia) y el conocimiento de las atrocidades del régimen hicieron que, además de Henry Kissinger, sólo algunos pocos fanáticos se acercaran a la Argentina en junio de 1978: en su gran mayoría, brasileños que aprovechaban la cercanía y que soñaban con que la verdeamarelha repitiera sus actuaciones de Suecia, Chile y México. Se construyeron en la práctica unos pocos hoteles, del cual sobresalió por su concepción y tamaño el Bauen de Callao (hoy autogestionado por sus trabajadores luego de la quiebra de los propietarios).
También se realizaron obras de reacondicionamiento del Aeropuerto de Ezeiza; el almirante Lacoste (quien accedió a la presidencia del EAM’78 luego del nunca aclarado asesinato del general Actis) explicaba en una revista de la editorial Perfil que la obra se haría con una concepción “moderna”, no con la vieja y sensiblera concepción argentina de que toda la familia debía acompañar a un viajero al aeropuerto. Hombre de Massera, Lacoste accedería con estos méritos a ocupar algunos ministerios y hasta la presidencia de facto de la Argentina durante un par de semanas, en la transición entre Viola y Galtieri. Solo en 1984 renunció a su reelección como vicepresidente de la FIFA, cargo al que lo llevó su excelente relación con el eternamente impune Havelange. Las cuentas del ente a su cargo nunca fueron aclaradas y se le imputó haber llevado los gastos de un presupuesto inicial de 70 millones de dólares a más de 500 millones “creativamente” repartidos.
Ya para el Mundial había terminado la etapa más activa de la represión y la cúpula de la organización Montoneros (a salvo casi en su totalidad, a pesar de la masacre que habían sufrido sus militantes) había declarado en forma unilateral una tregua en su supuesto enfrentamiento con el régimen militar. La dictadura se permitió inclusive algún gesto de tolerancia y por aquellos días quien estuviera interesado podía hasta asistir a alguna proyección de El Acorazado Potemkim en la calle Corrientes. Alguna referencia a la tortura y asesinato de presos políticos en las cercanías del estadio de River fue contestada irónicamente aludiendo a los disparos de práctica en los polígonos del Tiro Federal, cuando por supuesto los comentarios se referían a las atrocidades cometidas en la ESMA.
Las huellas de la dictadura en Buenos Aires no terminaron con el Mundial. En los meses y años sucesivos Cacciatore y su sucesor Del Cioppo implementarían el plan de autopistas, sus expropiaciones y demoliciones, y la realizada construcción de la autopista Perito Moreno – 25 de Mayo; el proyecto de Ensanche del Area Central, hoy devenido Reserva Ecológica; el negociado de Interama en el sur profundo; los planes de escuelas y plazas; Costa Salguero, etc. En todas estas operaciones reaparecería la concepción modernizadora autoritaria y tecnocrática, el desprecio por el disenso y la ciudad histórica, y la idea de Buenos Aires como una ciudad que no admite ni necesita a los pobres.
MC
Sobre la dictadura que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983 ver también en café de las ciudades:
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Mi vida en dictadura I De la Libertadora al Proceso I Por Marcelo Corti
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Ocaso y renacimiento del GasómetroI Fútbol y ciudad (II) I Carmelo Ricot I
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