Este artículo fue publicado originalmente en El espacio barrial, del autor, e integra su nuevo libro: Ciudad democrática y vivienda mutable. Los espacios de bienestar en la globalización, disponible en la web aquí. Las ilustraciones están tomadas de otros capítulos del mismo libro.
¿Por qué referimos la integración social a la escala del barrio?
La pequeña y comunitaria ciudad primitiva sigue siendo el más resistente de los espacios colectivos, hoy en la forma de barrios urbanos, espacios diferenciados, reconocidos por toda la ciudad y asumidos como propios por sus habitantes. Sus perímetros están definidos por elementos de la geografía urbana, avenidas, parques, vías férreas, ríos, arroyos y una morfología que les es característica. Cada barrio tiene la dimensión espacial, demográfica y social de un pueblo o una ciudad pequeña.
Las ciencias sociales se abocaron con frecuencia a analizar las características del barrio:
– El sociólogo Louis Wirth entiende que el hombre no logra llevar a cabo su realización como ser social, sino es a través del arraigo a sus grupos de pertenencia.
– El sociólogo René König distingue que si bien es cierto que por encima de las comunidades locales existen sociedades más amplias, para el hombre concreto sigue siendo válido que la vida social fuera de la familia solo se convierte en una experiencia cotidiana palpable dentro de su barrio.
– El intelectual urbano Robert E. Park aclara que la gran ciudad ofrece una heterogeneidad de estímulos y ofertas que pueden favorecer el desarrollo individual, pero determinan un mayor riesgo de marginación social. De ahí la importancia que reviste la formación de comunidades locales, ámbitos de proximidad donde se gestan la identificación y pertenencia de sus habitantes, en contra de otras tendencias como la atomización, desorganización y el anonimato presentes en la gran ciudad.
– El geógrafo y filósofo francés Pierre George afirma: “la unidad básica de la vida urbana es el barrio. Siempre que el habitante desea situarse en la ciudad se refiere al mismo y si pasa a otro barrio tiene la sensación de trasponer un límite. Esta es la base sobre la que se desarrolla la vida pública y se articula la representación popular”.
– El sociólogo argentino Carlos Altamirano señala que el barrio es un espacio social de lugares, no de flujos circulatorios. La concepción sociológica del barrio enfatiza las actividades conjuntas, los valores compartidos y la lealtad local, que le dan un sentido de continuidad y persistencia en el tiempo.
Teóricos más actuales, como Zygmunt Bauman y Ulrich Beck, dice el investigador Rodrigo Carmona, examinan las relaciones sociales en las comunidades virtuales. Con el advenimiento de las nuevas tecnologías de comunicación, las posibilidades de pertenecer a una comunidad se amplían adaptadas a un entorno relacional mucho más flexible. Este proceso interactivo supone nuevas formas de socialización no exentas de contradicciones, ya que por un lado posibilitan autonomía y al mismo tiempo generan la frustración del deseo de pertenecer a una comunidad relacional duradera y confiable.
El concepto de identidad barrial
El apego al lugar es un sentimiento de arraigo e identidad compartida que pasa por alto las falencias, incomodidades y fealdades del lugar. Es lo que se denomina conciencia de comunidad. Los seres humanos necesitamos la sensación de pertenecer a un territorio e integrarnos a la comunidad que lo habita. La comunidad local se constituye a partir de la proximidad y se consolida en la medida en que los vecinos comparten recuerdos de vida que les son comunes.
El antropólogo estadounidense Edward Hall señala: “cuando comprendemos que la memoria organiza los recuerdos sobre la base de la significación que tienen para nosotros, no nos sorprende que el barrio resulte tan crucial en la formación de la identidad”.
La identidad barrial es un sentimiento construido a lo largo de cada historia personal, firmemente asentado en recuerdos, imágenes que tienen a los vecinos como reiterado marco humano y a los lugares del barrio como escenario más habitual. Más allá existen otras dimensiones de la identidad colectiva como la urbana, la regional, la nacional e incluso una continental, como ocurre con el histórico sentimiento de unidad latinoamericana. Pero no existe una identidad territorial tan vivenciada como la barrial. La conciencia de quién soy, dice Carlos Altamirano, incluye una identidad construida en el seno de la familia y del espacio barrial. Es allí donde por primera vez oímos de los días patrios, los símbolos de la nacionalidad y donde recibimos la mayoría de los códigos culturales para otras identificaciones más amplias como la de ser argentino. La idea de consolidar los agrupamientos sociales es opuesta al criterio neoliberal de promover la individualización absoluta de cada habitante.
Para los sectores populares uno de los valores comunitarios más destacados es la solidaridad mutua, la convicción de una protección asegurada dentro de una red de relaciones que constituyen también un paliativo concreto para las dificultades de la vida cotidiana.
El arraigo y la pertenencia imparten sentido a la vida de los individuos. El territorio barrial es percibido como terruño, con un afecto que mucho tiene que ver con el sentimiento de patria. Irse al otro barrio es un eufemismo popular que se usa para aludir a la muerte.
La expresión tanguera el alma del barrio confirma la existencia de estas pequeñas patrias. De allí nacen tantas alusiones al barrio como las que existen en el folklore y en la mítica de los relatos urbanos. La pasión y la pertenencia al club local es una de las expresiones más claras de este arraigo.
En todo el mundo se verifica que las ciudades donde la vida barrial está desarticulada, los índices de criminalidad son mayores.
El poeta Juan Gelman, premio Cervantes 2007, dedicó por los altavoces del estadio del club Atlanta unas palabras en oportunidad del centenario de la fundación de la institución: “envío un saludo muy cálido al equipo, a las autoridades y sobre todo a la hinchada del querido Atlanta. Han pasado varias décadas desde que me alegré con sus victorias y sufrí con sus derrotas, viviendo en Villa Crespo. Después el exilio me llevó a otras canchas pero nunca olvidé al club que marcó mi adolescencia”. (Juan Gelman 11/10/2014)
La tendencia a agruparse de las personas que integran una clase socioeconómica y una manera de vivir resulta en el afincamiento diferenciado de cada sector social en los distintos barrios. Su idea de ciudad forma parte de la mochila cultural de cada estrato. Recordar este hecho es una de las bases para el éxito de las políticas urbanas ya que las diferencias culturales entre las formas de vida de cada clase social son notables. La inclusión forzada de distintos estratos es artificial y voluntarista. La socióloga Suzanne Keller propone el siguiente ejemplo: consideremos el caso de un barrio obrero donde la gente tiene tradicionales lazos de vecindad, fuertes y consistentes, donde los vecinos se presten herramientas, dinero, alimentos u opiniones personales y que la gente se sienta libre de pedir asistencia a sus vecinos. Así son las relaciones de vecindad en la clase obrera. Consideremos ahora otro barrio, donde fuera de los saludos corteses se espera que la gente se atenga a su privacidad, se ocupe de sus propios asuntos y se mantenga fuera de la vida de los demás. Que no dé ni pida favores, que no haga demasiado ruido y que mantenga sus jardines arreglados. Así son las relaciones entre vecinos en todos los sectores de la clase media. Si un individuo de clase media se muda a un barrio de clase obrera con toda probabilidad, considerará a sus vecinos increíblemente chismosos y entrometidos. Ellos a su vez, lo verán distante, estirado, egoísta y antipático. El recién llegado no se sentirá feliz y la población local lo considerará un vecino indeseable. Es así como con el tiempo, las personas desinsertadas tienden a mudarse a otros barrios de sus iguales.
El derecho a la ciudad
El derecho a la ciudad supone asegurar el acceso de toda la población al uso de sus equipamientos sociales: los de salud, educación, cultura, y al suministro de todas las infraestructuras urbanas, el transporte colectivo. Incluye la extensión de las redes subterráneas a las áreas carenciadas y la disponibilidad de espacios comunitarios que brinden soporte a la vida social.
La idea del transporte público gratuito se discute en todo el mundo. En Nueva Zelanda existe una tarjeta para viajar libremente, igual que en Curitiba y otras ciudades del interior de Brasil. En Alemania y otros países europeos existen sistemas equivalentes.
En el barrio se originan los vínculos que dan origen a las instituciones locales (clubes, centros culturales, agrupaciones políticas, entre otros). En esta escala comunitaria se discute en forma directa, sin delegarse en representantes, como necesariamente lo requieren las escalas mayores. De ahí que el barrio constituye la dimensión urbana en la que mejor florece la democracia participativa.
La participación de los vecinos en los gobiernos locales, una de las condiciones del derecho a la ciudad, constituye una tendencia ascendente. Como dice la psicóloga social Marta Arriola, “si algo aprendimos en nuestra experiencia de gestión es que la política pública se encarna barrio por barrio, con trabajo conjunto y presencia permanente del Estado”.
Al sentirse protagonista, la población barrial crea nuevos canales de comunicación entre vecinos y establece las condiciones para la creación de organismos vecinales y barriales representativos.
La experiencia indica, dice Tonucci, que estas prácticas participativas barriales deben llevarse a cabo a partir de la escuela primaria. El debate escolar de los proyectos que atañen a sus espacios de uso contribuye al desarrollo individual y social de los niños porque les permite sentirse protagonistas de la ciudad y relacionar los objetivos que se buscan con las dificultades prácticas de su realización. Por su parte las experiencias participativas enseñan a escuchar, a objetivar las diferencias y a comprender el lugar desde el que se expresa el otro. De hecho, tanto en Italia como en Francia se crearon en las escuelas de muchas ciudades los llamados Consejos Municipales de Niños, auspiciados por la UNICEF.
Las prácticas participativas logran que la democracia deje de ser una mera enunciación para convertirse en una forma de vida. Abrir el ciclo de la democracia participativa resulta hoy tan trascendente como lo fue la conquista del sufragio universal. Se trata de naturalizar en la población una manera de vivir atenta a los derechos de todos, un modelo de convivencia que concibe el bien propio indisolublemente unido con colectivo.
El debate urbanístico en escala de barrio forma parte de estas prácticas. Los vecinos discuten, aprueban o proponen modificaciones a las propuestas de los arquitectos y urbanistas para ajustarlas a la realidad social y cultural como es vivida por ellos. Cuando el arquitecto diseñador del hábitat consigue relativizar el valor de sus propias imágenes, renuncia a su lugar decisorio en los procesos de diseño, y adopta en cambio un sistema de imágenes comprensible para los vecinos con los que trabaja. Esta actitud constituye una de las condiciones que supone el derecho a la ciudad.
El vecindario
En todo conjunto social relativamente extenso o numeroso, como lo es el barrio, se conforman espontáneamente grupos menores, emergentes de la proximidad residencial. Estas pequeñas comunidades interiores a los barrios se caracterizan por una escala equivalente a la de una aldea, con contactos cotidianos que incluyen relaciones de colaboración del tipo de “¿me mirás los chicos cinco minutos?”.
El vecindario hace referencia a una colectividad primaria y de entrecasa, a diferencia del barrio, que se refiere a una dimensión mayor con vínculos más distanciados y selectivos.
Cuando hablamos de vecindario o hábitat de proximidad, nos referimos a la vivienda y su entorno físico y social, incluidos los servicios de uso cotidiano a distancia peatonal infantil como el comercio diario, el jardín maternal, la escuela primaria y una plaza o patio público para el uso de niños y adultos mayores.
La prueba del vecindario es que los habitantes se conozcan y sepan de la vida de los vecinos. El sociólogo Raymond Ledrut lo define como una zona de trato mutuo. En sus calles se encuentran a cada paso personas que se reconocen, un mundo conviviente en el que el espacio público actúa como prolongación de la vivienda.
Uno de sus valores más importantes es la convicción de una protección asegurada dentro de una red de relaciones que constituyen su entorno permanente. En las circunstancias difíciles que suelen atravesar los sectores de bajo recursos, las relaciones vecinales resultan un paliativo para los problemas más agudos de la vida familiar.
La socióloga Suzanne Keller señala que las leyes locales de muchos pueblos europeos incluían obligaciones de vecindad. Las actividades que requerían ayuda quedaban bajo la responsabilidad de la población que estaba obligada a responder a una llamada de ayuda o socorro en cualquier momento, especialmente durante la cosecha, y la reconstrucción de alguna casa incendiada o destruida.
El vecindario comienza en el umbral de cada vivienda, involucrando su propio sector de vereda. Este es el menor de los lugares urbanos de asociación. Se trata de la escala de umbral, con frecuencia equipada por sus propios habitantes con un banco de plaza adosado a la fachada.
También la esquina es un punto de encuentro, así como la parada de colectivos, los comercios y las áreas de ingreso a los equipamientos comunitarios. Cuando uno de estos equipamientos recede su planta baja para ampliar su sector de vereda se origina un ámbito convocante en el espacio público en el que usuarios y vecinos establecen intercambios de información, en general acerca del funcionamiento de la institución y anécdotas del vecindario.
Es interesante el efecto cultural de los pequeños espacios públicos relacionados con la vereda. En China es habitual la inclusión en estos espacios de mesas de ping pong que son utilizadas por niños y adultos. Esto ha producido una enorme cantidad de talentos que han ubicado al país en la cima de ese deporte. (The Wall Street Journal 1/10/2013).
Algo simliar ocurre con el fútbol en los baldíos y calles barriales de nuestras ciudades. Como dice Gelman, “Mis reerdos son muchos, empezando por la calle Vera. Allí jugábamos a la pelota que muchas veces era de papel atado con soguitas. Había desafíos con las barras de otras esquinas y pasábamos horas y horas en la calle”. (Página12 19/01/2014).
Los vecindarios no suelen tener límites ni configuraciones claras. Se trata de un territorio social relativamente difuso, limitado por el radio autonómico de los niños y de los adultos mayores. Las madres y padres, los niños y los ancianos son los tres grupos que sostienen estos contactos con mayor asiduidad, además de los comerciantes locales.
La frecuencia del encuentro en la escala de barrio es inferior a la de la escala vecinal, pero el sentimiento de identidad se establece respecto del barrio. En esta escala, las relaciones sociales son más libres y optativas que las vecinales, donde la vida de cada uno es conocida y muchas veces controlada por otros vecinos, dando lugar a riñas y distanciamientos que suelen perturbar las relaciones de la pequeña comunidad vecinal.
El espacio público barrial
El idioma cotidiano suele identificar las expresiones espacio público y espacio social. Sin embargo, la primera alude a la propiedad municipal del suelo, mientras que la segunda enfatiza su uso colectivo. No se trata de una mera cuestión semántica sino de un rasgo conceptual y sociopolítico. La cuestión de fondo radica en si el espacio público es separador o integrador de la vida colectiva. Si se lo interpreta como una red circulatoria que da acceso a cada uno de los lugares bajo llave en que se divide el conjunto de las actividades urbanas, se trata del primer caso. Si se lo entiende además como un territorio de sociabilidad, se trata del segundo.
Francesco Tonucci señala que “actualmente los niños permanecen demasiado tiempo dentro de la casa. Cuando el niño no puede salir se aburre. Un niño aburrido es un niño en peligro, nada puede oponerse a su necesidad de hacer, jugar y descubrir. Correrá por toda la casa, no respetará las privacidades, meterá alambre en los enchufes o intentará desmontarlos, poner en marcha la batidora o abrir el gas. Este aspecto del derecho de los niños al uso del espacio público solo puede realizarse en el seno de una comunidad integrada.
Originariamente, el espacio público de la ciudad fue un territorio de encuentros. En la plaza medieval convivían el maestro con sus discípulos, el escriba con sus aprendices, el feriante con sus compradores, el titiritero con su público. Estas actividades hoy funcionan en lugares cerrados y especializados, denominados escuelas, teatros y talleres. Las escuelas, por ejemplo, contienen espacios de uso exclusivo como aulas, laboratorios y oficinas administrativas, pero también otros compatibles con el uso comunitario durante los días feriados y en horarios nocturnos. Es el caso del salón de actos, la biblioteca, el área de ingreso, el patio o el gimnasio. Recíprocamente, la plaza barrial se presta para ser utilizada por la escuela como ámbito interesante para ciertas actividades pedagógicas.
Los edificios cerrados al espacio público son coherentes con la ideología urbanística de la ciudad neoliberal (CN); no ocurre así en la ciudad de bienestar (CB), donde los lugares no especializados se comparten con la comunidad. El espacio público penetra en la escuela, y ésta se expande hacia la plaza.
Jordi Borja señala que “el espacio público es un gran activador de la trama social. Parece que fuera el punto sensible para actuar si se busca hacer de la ciudad un lugar de encuentros”. Para Richard Rogers, “lo que la ciudad necesita fundamentalmente es una institucionalización que proteja el uso colectivo del espacio público”.
Para la vivienda carenciada, la posibilidad de expandirse hacia el espacio público resulta un recurso fundamental para suplementar la estrechez de su espacio interior. Allí aparecen actividades semi privadas como ciertos juegos infantiles, la vida de umbral, las fiestas vecinales o las cenas veraniegas en la vereda.
Para los proyectistas, ello supone el armado de un pre programa de necesidades que incluya estos usos del espacio público. A tal efecto, hemos confeccionado un cálculo en base a los datos administrados por el Censo Nacional 2010. Promediando los datos de la Capital Federal, La Plata y Chascomús, tres ciudades de tamaños diferentes (metrópoli, ciudad grande y ciudad menor respectivamente), surge sin embargo una composición etaria parecida.
Cálculo de los usuarios del espacio público en sus escalas: condominial, vecinal y barrial
HABITANTES POR EDAD |
CATEGORÍA |
ESPACIOS COLECTIVOS DE USO COTIDIANO |
a. De 0 a 2 años – 30 hab. |
Bebés |
Vecindario |
b. De 2 a 6 años – 60 hab. |
Infantes |
Vecindario |
c. De 6 a 13 años – 100 hab. |
Niños |
Vecindario y barrio |
d. De 13 a 21 años – 120 hab. |
Adolescentes |
Barrio y ciudad |
e. De 21 a 60 años – 500 hab. |
Adultos |
Barrio y ciudad |
f. De 60 a 75 años – 130 hab. |
Mayores |
Barrio y ciudad |
g. Más de 75 – 60 hab. |
Ancianos |
Barrio |
Esta tabla permite una aproximación al programa de necesidades del espacio público para un primer abordaje proyectual. Está calculado en base a un agrupamiento de mil personas (250 viviendas) y a la cantidad de habitantes para cada grupo etario que utilizarán dichos servicios.
La prioridad peatonal
La condición del derecho peatonal es atenuar la velocidad del tránsito en el interior del tejido barrial, instalando una cultura de prioridad para la población de a pie. Esta condición configura hoy una clara tendencia global. Los estudios realizados muestran una correlación: cuanto más lento es el tráfico, más estimuladas resultan las actividades colectivas en el espacio público.
Dos condiciones caracterizan al tráfico barrial en la Ciudad de Bienestar: la primera, que las vías principales del tránsito urbano desborden sobre las calles internas del barrio; la segunda, que la velocidad del tránsito en el interior del barrio no sobrepase los 20 km por hora, es decir, una aceleración que permita frenar a tiempo ante una señal de peligro inminente, como la aparición de una pelota picando en la calle. Se ha medido que aminorar la velocidad a 20 km por hora reduce a un tercio el número de accidentes y disminuye su gravedad. A 10 km por hora, el tráfico automotor puede compartir la calle con los peatones y ciclistas.
En los años ’70, la ciudad de Delft (Holanda), en lugar de diseminar semáforos, señales de tráfico, policías y aumentar las sanciones, resolvió introducir cambios en la configuración física de la calle (combinaciones de pavimentos diferentes, pequeños desniveles, árboles y maceteros móviles estratégicamente ubicados, etc.), educando a la vez a los conductores para lograr una nueva actitud. En 1976, el Código de Circulación Holandés las hizo suyas. Dicho código especifica que los peatones pueden utilizar en toda su anchura las calles de las zonas residenciales, que se permite jugar en las calles y que los conductores no podrán circular en las zonas residenciales con mayor rapidez que los peatones. Estas medidas y el aliento al uso de la bicicleta representan hoy los principios fundamentales de la moderación circulatoria. El principio se ha extendido a Dinamarca, Austria, Francia, Suiza e Italia, entre otros países donde, con un criterio miope, se había impulsado la motorización del espacio público.
La bicicleta es una postal característica de la cultura holandesa, con casi 14 millones de rodados para 16 millones de personas. A pesar de su gran cantidad, la circulación es extremadamente segura: los conductores de autos, tranvías y micros están completamente acostumbrados. Ámsterdam, una ciudad de 800 mil habitantes, cuenta con 880 mil bicicletas. Actualmente, el 32% de todos los traslados urbanos se hace en bicicleta, en comparación con el 22% en automóvil. (The New York Times 21/06/2014).
En octubre de 1988, el Parlamento europeo produjo una Carta de los Derechos del Peatón que, entre otras condiciones, establece que los niños, las personas mayores y los discapacitados tienen derecho a que los lugares públicos sean fáciles. “Las personas con discapacidades tienen derecho a medidas específicas que mejoren su movilidad, como señalizaciones especiales, pisos lisos y fácil accesibilidad a los autobuses”.
El cierre del tránsito eventual o periódico de ciertas calles barriales es uno de los principales criterios recuperatorios del espacio público para peatones. A nadie perjudica cerrar periódicamente una o dos calles laterales de una plaza para instalar en ellas actividades feriales, lúdicas, festivas o deportivas en días en que el tránsito del barrio es poco relevante.
El centro barrial
Se trata del sector más ameno del barrio, razón por la cual la densidad residencial aumenta en la medida de su proximidad al centro. Es el ámbito al que acude la población a comprar, pasear y socializar. Allí todas las actividades se superponen con el uso residencial: el comercio, la recreación, los bancos, el cine, la iglesia, las ferias artesanales y los artistas callejeros. En general, los vecinos prefieren el centro barrial al centro urbano principal por razones vinculadas a la proximidad, la sociabilidad y el desacartonamiento de su ambiente. Resulta más íntimo, popular y amigable que el de los grandes shopping centers.
El centro barrial es un territorio identitario. Cuando se visita por primera vez un barrio, lo primero que se busca es la ubicación de su centro y su plaza principal, frecuentemente articulados entre sí. El comercio es el factor más convocante para el paseo, pero allí la población se encuentra con instalaciones que le brindan nuevas posibilidades culturales y recreativas. Cuantas más actividades y visitantes se encuentren en el centro barrial, más animado será su ambiente y más importante su aporte a la vida local.
La plaza barrial. La equidistancia de todos los puntos de su perímetro es la razón por la cual en la lejana prehistoria, los poblados se agrupaban alrededor de un espacio central en el que se desarrollaban las actividades sociales, laborales y ceremoniales. La plaza barrial es descendiente directa de este espacio primigenio. En la actualidad, las ciudades menores y los pueblos continúan organizando su tejido respecto de la plaza central, en cuyo perímetro se implantan edificios significativos de la comunidad, como la alcaldía, la Iglesia, los bancos y el comercio principal.
Si bien las plazas y los parques están unificados en la categoría de espacios verdes, se trata de un equívoco, ya que ambas se habitan de manera muy diferente. Todos hemos sentido el mágico encanto que emana de un arbolado parque solitario, un sentimiento emparentado con el vivo deseo de naturaleza que imbuye al habitante de la gran ciudad. También conocemos la triste sensación de soledad con que nos recibe una plaza vacía. El parque representa la paz bucólica del bosque, mientras que las plazas barriales reproducen el espíritu de un patio comunitario de uso colectivo.
Pocas décadas atrás se decía que la plaza es un jardín de arte, cuya percepción nos depara el goce de la contemplación. Cuando los paisajistas se preguntan: ¿por qué a La Gioconda la cuidamos con un vidrio de seguridad y una guardia permanente y nosotros no cuidamos a nuestras plazas? Este interrogante se origina en la concepción artística de la plaza barroca, de la cual también deriva la lógica de cercar las plazas para mantenerlas limpias e intactas. Esta interpretación se opone al sentido de las plazas barriales de la ciudad de bienestar, donde predomina la importancia de su multifuncionalidad y de promover la libre concurrencia a un ámbito público democrático. La plaza es el lugar principal con que cuenta la sociedad barrial para congregar a todos los habitantes, un ámbito donde todos actuamos con los mismos derechos de uso y participación en sus actividades.
Para los niños, los principales usuarios de la plaza barrial, habitarla con libertad resulta una experiencia altamente formativa que tendrá influencia en la gestación de su espíritu colectivo. Tonucci señala que no se puede jugar creativamente bajo control adulto y siempre con los mismos juegos. Toboganes, hamacas, calesitas, están pensados solo para actividades repetitivas y triviales como mecerse, deslizarse o girar repetidamente como si el niño se asemejase más a un hámster en su rueda que a un explorador del mundo y de sus propias facultades. De ahí que el programa de actividades de la plaza barrial también incluya áreas equipadas de uso libre tales como mesas y asientos aptos para jugar, estudiar, dibujar y merendar, servidas por un pequeño local municipal para la venta de bebidas y refrigerios, y un área con escenario o tarima acondicionable para asambleas, fiestas y representaciones.
Densificando este programa, la plaza puede aproximarse a las funciones de un verdadero Centro Barrial Comunitario, incorporando un pequeño edificio de uso social que ofrezca espacios separados para jóvenes y adultos mayores.
Los locales frentistas como bares, salas de espectáculos, centros sociales, museos que se desarrollan sobre sus veredas, amplían la dimensión de la plaza.
Nuestras latitudes templadas permiten el disfrute de la plaza durante gran parte del año. Equiparlas con asientos, mesas y una buena iluminación es indispensable para facilitar sus actividades nocturnas, pero el cercado y el cierre nocturno de sus puertas constituyen un amargo despojo para los jóvenes y adultos del barrio, justamente en sus horas de descanso, posteriores a sus actividades laborales.
JL
El autor es arquitecto (UBA). Discípulo de Wladimiro Acosta, en su taller dio inicio a su actividad como docente y formó parte de su equipo de proyecto en Villa Maciel. Ha desarrollado una larga actividad como profesor titular en las Facultades de Arquitectura de las Universidades de Buenos Aires y La Plata, siendo su actividad únicamente interrumpida por las últimas dictaduras militares, participando activamente en centros de estudio creados como resistencia. Obtuvo diversos premios en concursos nacionales de proyectos, además de ser autor de diversos artículos y ponencias en congresos de arquitectura. Realizó obras de viviendas colectivas, conjuntos habitacionales, y otros temas, y fue uno de los creadores del GEP (Grupo Espacio Público). El lema de sus talleres fue “Arquitectura-Ciudad, Arquitectura- Proceso y Arquitectura del recurso escaso”, temática en la que se inserta su primer libro “El Espacio Social”, publicado por el Consejo Profesional de Arquitectura (CPAU).
Sobre el barrio como unidad de calidad urbana, ver también Atributos del buen barrio. En libertad y con solidaridad, por Alfredo Garay en nuestro número 175.
Ver también la sección “Barrios” en Cien Cafés: 100 textos nuevos, 100 autores, 100 notas de café de las ciudades, 100 datos sobre la ciudad futura / Marcelo Corti (Editor General). Celina Caporossi, Marcelo Corti, Laura Corti, Hayley Henderson, Héctor Paez Ferreyra, Demián Rotbart, Fernando Vanoli.
Dicha sección está encabezada por una cita de En El Barrio, de Tito Puente (1980, Dancemania 80's, Fania Original Remastered, EMI Music Publishing). Aunque la canción homenajea a El Barrio, como se conoce al área del este de Harlem donde se radicó la comunidad latina de New York en los años 40 y 50, su estribillo proclama una verdad universal: “en el barrio se goza más”.
Ladizesky, Julio. Ciudad democrática y vivienda mutable. Los espacios de bienestar en la globalización. 1a ed., Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Editorial Autores de Argentina, 2019. 250 p. 21 x 15 cm. ISBN 978-987-87-0000-7
Según el texto de su contratapa: “Los cambios en las formas de habitar se aceleran como nunca antes. No resulta sencillo anticipar las etapas y plazos en que cursarán, pero se pueden predecir a partir de detectar las tendencias globales que se muestran vigorosas y expansivas. Las transformaciones culturales emergen de estos procesos estructurales. Por ejemplo la robotización del trabajo origina el temor al desempleo, el agravamiento de la inequidad económica da origen a la violencia urbana, la explosión demográfica desbordando sobre las grandes ciudades da lugar a la violencia y la xenofobia, el desarrollo del mundo virtual al cambio en los vínculos interpersonales, y el acelerado empoderamiento de la mujer a las nuevas formas de familia. Las ciudades son escenarios principales de estas transiciones, y los habitantes sus actores. Es así como en el plano de la vivienda y de los equipamientos colectivos de la ciudad se registran cambios en la forma de habitarlos que desactualizan los programas originarios. De aquí emerge una conclusión fundamental: la mutabilidad ha pasado a ser una de las condiciones de la buena arquitectura. Este libro concluye con una propuesta tipológica de vivienda mínima para las áreas carenciadas, dirigida especialmente a las Facultades de Arquitectura, para motivar el debate”.
Referencias:
BAUMAN, Zygmunt: Vida Líquida. Paidos, Buenos Aires.
BAUMAN, Zygmunt: Tiempos líquidos. Tusquets, Buenos Aires.
BAUMAN, Zygmunt: La globalización, consecuencias humanas. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
BORJA, Jordi y MUXI, Zaida: Espacio público: Ciudad y ciudadanía”. Electa. Barcelona.
GEORGE, Pierre: Compendio de geografía urbana. Ariel, Barcelona.
HALL, Edward. La Dimensión Oculta. Siglo XXI, Buenos Aires.
LADIZESKY, Julio: El espacio barrial. Bisman/CPAU, Buenos Aires.
LEDRUT, Raymond: El espacio social de la ciudad. Amorrortu editores, Buenos Aires.
KELLER, Suzanne: El vecindario urbano, una perspectiva sociológica. Siglo XXI, México DF
TONUCCI, Francesco: La ciudad de los niños. Losada, Buenos Aires.