Dicen que estamos transitando la cuarta ola del feminismo, si situamos la primera en el siglo de la ilustración. “Educad a las mujeres como a los hombres. Ese es el objetivo que yo propongo. No deseo que tengan poder sobre ellos, sino sobre sí mismas” escribe Mary Wollstonecraft en su libro “Vindicación de los derechos de la mujer” en 1792. La segunda ola se ubica en el convulsionado siglo XIX, junto con la conformación de la modernidad y los cambios que trae aparejada la sociedad industrial, y una tercera en los famosos sixties, la década de los derechos civiles. Una marea que se viene gestando en conjunto con el progresivo protagonismo de las mujeres en los sistemas de producción en la sociedad moderna, superando lentamente el encierro aislado de los ámbitos privados para ir ganando presencia y derechos en un mundo configurado desde la visión masculina, “patriarcal”.
El economista brasileño Pedro Abramo señala a propósito del capitalismo fordista: “La vivienda deja de ser solamente el lugar al que Marx llamaría de “reproducción física” de las fuerzas de trabajo (dormir-procrear) y pasa a ser el lugar de acumulación y realización individual de los valores de usos duraderos”. Esta asociación entre producción en serie, mercado de consumo y espacio privado no solo motoriza cambios profundos en el ámbito doméstico y en la forma de concebir la arquitectura sino que paralelamente incorpora una gran cantidad de mujeres a la vida laboral en Occidente. Sin embargo, esta inclusión no se ha traducido en pleno derecho sino más bien ha reproducido en el seno social la lógica del sometimiento. Solo basta ver la movilización en todo el mundo de millones de mujeres, no solo exigiendo por sus derechos sino visibilizando estas desigualdades. Es en los nuevos contextos globalizados y en la base del cambio social donde se encuentran las demandas propias de sectores que en la economía postfordista cargan con el peso del esfuerzo colectivo. “Es el capitalismo, estúpido/a”, porque sin duda a las mujeres y a los/as trabajadores precarizados les toca la peor parte. La coerción del sistema socio cultural para mantener en orden una división de trabajo por género –la mujer en la casa, el hombre al trabajo–, encuentra cada vez más sus sinsentidos en la medida que las mujeres son fuerza laboral. Claro que ganamos menos y ocupamos los lugares más precarizados.
Ilustración: Mujeres que Proyectan
La pregunta entonces en torno al rol de la mujer en el capitalismo avanzado es en definitiva que estructuras de configuración de lo domestico –en tanto organización primaria de la reproducción de valores sociales– terminará decantando en este nuevo siglo. Estamos transitando un cambio de paradigma en términos de cómo entendemos o concebimos la forma en que construimos nuestro mundo material y, por lo tanto, la manera en que establecemos las relaciones esenciales. La finitud de los recursos, la forma de consumo y de producción, la manera que entendemos la reproducción y la nueva domesticidad son temas que están abiertos hoy al debate pero también al conflicto.
El ámbito de lo domestico sigue siendo el espacio de lo privado. Lo privado que puede adoptar hoy muchas facetas, desde corrientes que lo reivindican como el lugar del hedonismo consumista hasta algunos movimientos retrógrados que promueven la vuelta a la “familia tradicional”. Bajo estas concepciones se desdibuja el Estado, así como la perspectiva de lo público y lo colectivo. Pero también hoy se recentra en el ámbito de lo domestico parte de la fuerza productiva laboral. El teletrabajo es la nueva modalidad que introduce el cambio tecnológico, alentada por la flexibilización del mercado laboral de la producción capitalista. Basta preguntarse entonces como se protegen los derechos ganados con tanta dificultad y a la vez cómo amortiguar las tensiones, violencias e injusticias que se pueden producir en el desarrollo de aquellas actividades que quedan relegadas al ámbito cerrado del espacio de lo privado –fuera de lo público, lejos de ser visto.
En este sentido, la tensión entre labor –entendida como las define Hannah Arendt: las tareas alrededor de la domesticidad–, reproducción física y trabajo definen muchos de las reflexiones en torno al rol social de la mujer. Hoy se discute y se redefine qué sentido adquieren la labor y la reproducción para el conjunto y, por lo tanto, la familia en tanto unidad primaria de organización social. La domesticidad, sus valores, sus símbolos y espacios están en profunda redefinición. La respuesta a la pandemia a partir del confinamiento obligatorio no hizo otra cosa que visibilizar los cambios y las alteraciones del espacio doméstico, pero también descarna las injusticias. El aumento y la visibilización de la violencia doméstica, con dramáticas consecuencias para las mujeres, es un claro emergente de la disputa de poder en el seno del espacio privado, que a modo de caja de resonancia impacta en las relaciones primarias, si como entiende Rita Segato, la violencia de género actúa como un “mensaje social aleccionador” a modo de “disciplinamiento por parte de las fuerzas patriarcales”.
Ilustración: Mujeres que Proyectan
El feminismo revuelve las bases mismas de la concepción social, su carácter revolucionario se define por la manera que obliga a volver a pensar la manera en que se estructuran las relaciones sociales primarias, corriendo a su vez el límite sobre la propia concepción de género, abriendo otros matices y definiciones, dando voz y sentido a muchos colectivos sociales que la división binaria no contempla. Pero también visibiliza la forma en que se conciben las relaciones de poder, no solo en el ámbito público sino en el propio seno de lo privado, abriendo muchos interrogantes sobre la manera en que los derechos se configuran en este nuevo siglo. En este sentido, el espacio de lo domestico, en sus distintas escalas de proximidad –casa, barrio, ciudad–, debe sin duda ser revisado conceptualmente desde una perspectiva política de la espacialidad.
CC
La autora es Arquitecta (UNC, 1997) y Magister en Ciudad y Urbanismo (Universitat Oberta de Catalunya, 2016). Ha integrado diversos equipos técnicos responsables de estudios, proyectos y planes urbanos en la ciudad de Córdoba, Rawson (San Juan), Estación Juárez Celman, Embalse de Calamuchita, Misiones, entre otros. Integra la red de consultores La Ciudad Posible y es socia fundadora de Estudio Estrategias. Ha obtenido el Primer Premio en el Concurso Nacional Soluciones para el transporte en el Corredor Norte del Área Metropolitana de Buenos Aires (2012), el Primer Premio del Concurso Nacional de Ideas para la Integración urbana de la Nueva Terminal de ómnibus de la Provincia de Catamarca (2011) y otros premios en diversos concursos de arquitectura y urbanismo. Es Profesora Titular de Arquitectura 2D en la FAUD-UNC. Ha publicado el libro Las centralidades barriales en la planificación urbana y escrito numerosos artículos para café de las ciudades, como por ejemplo Al rescate del barrio. Entre la permanencia y el cambio, en el número 186, La enseñanza en época de pandemia. Volver a incluir al futuro en la ecuación (número 184), Impresiones de la ausencia. De Córdoba a Ciudad Juárez (número 175) y En busca del barrio. Reflexiones sobre San Vicente (número 103), entre otros.
Las ilustraciones de esta nota corresponden al proyecto ganador de un segundo premio, presentado por el colectivo Mujeres que Proyectan con dibujos de Maricruz Errasti al micro-concurso "Un lugar para el aislamiento" organizado por Arquitectura Rioplatense. El proyecto retoma el espacio diseñado para la muestra realizada en el Colegio de Arquitectos/as de Córdoba en el marco de la Noche de los Museos 2019. Stand devenido refugio, lugar físico y simbólico de creación personal y colectiva. Mujeres que proyectan está integrado por un grupo de arquitectas cordobesas con el objetivo de contribuir a la visibilización y debate del trabajo de la mujer en la disciplina. [email protected]