Al barrio no se lo crea, se lo descubre, porque barrio es aquel territorio urbano de la ciudad construida convalidado como tal por sus habitantes y por la ciudad toda. Una urbanización que requiere de ciertos atributos de apropiación por parte de los que lo habitan para configurarse como una parte componente de la ciudad y así lograr el estatuto de barrio. Los procesos de consolidación –entendidos como aquellas acciones que van dotando de características urbanas a los nuevos fragmentos urbanizados– no solo hacen referencia a las necesarias cuestiones físicas –infraestructura, espacio público, etc. – sino que fundamentalmente remiten, en la lógica de una ciudad de barrios, a los aspectos sociales e identitarios. El rol que adquieren en el proceso de urbanización y la manera en que sus habitantes despliegan diferentes estrategias de habitabilidad a lo largo del tiempo van configurando estos territorios; así se delimitan, adquieren un nombre, una identidad urbana. El tiempo entonces es parte componente esencial y lo que parece dirimirse es la tensión cambio/permanencia en la forma en que se define la ciudad construida.
¿Cuándo entonces estamos ante presencia de un barrio? ¿Cuándo un área urbana adquiere esas características o cuando las pierde? Cuenta el mito (y la paradoja) que los atenienses conservaron el famoso barco de Teseo reemplazando las tablas estropeadas por unas nuevas. A medida que pasa el tiempo y el cambio de nuevas por viejas es mayor, la pregunta es: ¿sigue siendo el mismo barco? Entre el sentido de “permanencia” y el sentido de “cambio” parece ponerse en evidencia el complejo subjetivo que opera en la interpretación de la realidad física de la ciudad.
El barrio es sin duda una entidad urbana operativa para los y las habitantes en la medida en que establece las relaciones primarias para generar estrategias para la vida en la ciudad; así, vecindad y proximidad son dos conceptos asociados a ese primer umbral que establece lo doméstico. Casa, barrio y ciudad parecen organizar un gradiente virtuoso que enmarcan las relaciones cotidianas y el tejido asociativo primario. Siempre que pensemos en ciudad abierta la escala del barrio es también una oportunidad para mitigar el impacto de las fuerzas económicas dominantes con la promoción de las microeconomías barriales y la generación de empleo local. Muchas de las políticas urbanas europeas antes de la pandemia ya se orientaban en convertir al “barrio” en la unidad territorial por excelencia para el despliegue de políticas públicas localizadas. (Plan de barrios 2016-2020 de Barcelona, la Ciudad de los 15 minutos de París entre otros). Aún en distintas escalas e intenciones presupone accionar sobre aquellos sectores urbanos de la ciudad construida referenciados socialmente para el despliegue de políticas urbanas con fuerte participación ciudadana. En definitiva, visibilizar al barrio, darle entidad y categoría urbana de planificación es pensar la gestión territorial de la ciudad a partir de la identificación de sus unidades urbanas con acento en la construcción de ciudadanía y consolidación de derechos ciudadanos. La posibilidad de participación de las y los habitantes en las decisiones urbanas organiza un tipo de gestión en dos niveles: la gestión territorial y la acción ciudadana, introduciendo la dimensión política y económica a la planificación. Un urbanismo de la ciudad construida, un urbanismo de proximidad.
En nuestros contextos latinoamericanos, el protagonismo del barrio como unidad de gestión no parece ser congruente con los procesos dominantes que configuran la ciudad actual pero tampoco con la ciudad que predetermina la planificación. Porque una ciudad de barrios es principalmente una ciudad abierta. Sin adentrarnos en las cuestiones en torno a la organización política ni social y concentrándonos solo en los aspectos urbanos, podríamos señalar algunos aspectos que dificultan pensar una ciudad de barrios:
- La concepción misma de la planificación urbana con fuerte acento en el urbanismo planimétrico, funcionalista o normativo;
- El protagonismo de la lógica del mercado en los procesos de renovación de la estructura intra-urbana y de expansión, que acentúa la fragmentación y el dislocamiento de los tejidos existentes y la disolución de los valores urbanos de la ciudad tradicional;
- Los nuevos asentamientos residenciales, (abiertos, cerrados, públicos o privados) que adoptan una localización periférica o dispersa aumentando la “insularización” y fragmentación de la ciudad;
- Los bajos estándares de urbanización que caracterizan en general a los nuevos barrios y en particular a los destinados a vivienda social, que sumados a la proliferación de asentamientos vulnerables complejizan la posibilidad de consolidación de los nuevos tejidos.
En síntesis, la complejidad de procesos inherentes a la conformación de la ciudad actual, donde los procesos globales pegan con fuerza en las estructuras urbanas existentes y que generan a decir de Pedro Abramo “una ciudad caleidoscópica, ni compacta ni difusa: confusa” parece arrasar también con los territorios de la ciudad construida mejor dotados tanto en sus valores urbanos como en su nivel de apropiación. Los barrios no alcanzan para redefinir el sentido urbano ni colaboran a localizar políticas de mitigación en los casos en que sea necesario pero, fundamentalmente, no se los visualiza como el escalón primario territorial de construcción de ciudad; en este sentido el fragmento se independiza del todo para dejar la parte aislada. Venimos asistiendo a un proceso que desmantela el concepto de “lo urbano” como construcción colectiva y el rol del “estado de bienestar” como objetivo de las políticas públicas. Y esto en nuestros países profundamente desiguales tiene graves consecuencias “El barrio cerrado” como concepto es sin duda la negación de la ciudad y por lo tanto su antítesis. Pero esta concepción no es aislada sino parte componente de una concepción de ciudad (o no ciudad) que delimita y a la par segrega el fragmento. Los barrios de vivienda social dislocados de la trama, los loteos periféricos sin continuidad, los barrios tugurizados, etc., hablan del quiebre de la ciudad pública y abierta.
El impacto de la pandemia en nuestras ciudades trae consigo algunas características novedosas que hacen pensar que tal vez algunos procesos puedan ser reevaluados a fuerza de necesidad. Como en ese famoso cuento de Andersen, “Las nuevas ropas del emperador”, deja al descubierto, sin los brillos y ropajes de la sociedad de consumo, los graves y profundos desequilibrios socio-espaciales que caracterizan nuestra región. El COVID obliga a territorializar políticas urbanas con rapidez, a la par que la estadística de la propagación del virus lleva la mirada a la configuración territorial y la forma en que vivimos. Ante la velocidad de contagio global la solución es lo local y lo común. Parece una metáfora pero no lo es.
La ciudad es sin duda el lugar donde se generan en muchos casos los problemas pero también es el lugar donde podemos y debemos pensar las soluciones. La necesidad imperiosa del mejoramiento del espacio urbano y sus infraestructuras, el acceso a servicios básicos, los temas energéticos, el alimento en cercanía, el espacio público en su nueva dimensión vuelven a restablecer algunos temas centrales del higienismo del siglo XIX en clave de nuestro nuevo siglo. A las cuestiones indispensables de habitabilidad urbana se suma sin duda la necesidad de pensar la ciudad desde el enfoque de los nuevos colectivos urbanos, la concreción de viejos y nuevos derechos y, por supuesto, la resolución de la vivienda entendida en su sentido amplio como parte componente del hábitat urbano.
La planificación debe entonces estar hoy al servicio de articular territorio, ciudad y barrios con participación ciudadana y, por supuesto, debe posibilitar motorizar políticas de Estado. Todos estos son temas e ideas de larga data que hoy, a mi entender, se resignifican. En este sentido adquieren nuevo protagonismo las escalas municipales y la del barrio en los grandes aglomerados, aquellos territorios donde la sociedad despliega estrategias de vida; el lugar de la proximidad, de la vecindad y de la economía de escala. El barrio a su vez posibilita la generación de políticas urbanas a partir de la especificidad de lo urbano, involucrando directamente a la ciudadanía en su construcción. Es en este sentido que a la luz de las contingencias actuales pueda tener un nuevo futuro revitalizado.
CC
La autora es Arquitecta (UNC, 1997) y Magister en Ciudad y Urbanismo (Universitat Oberta de Catalunya, 2016). Ha integrado diversos equipos técnicos responsables de estudios, proyectos y planes urbanos en la ciudad de Córdoba, Rawson (San Juan), Estación Juárez Celman, Embalse de Calamuchita, Misiones, entre otros. Integra la red de consultores La Ciudad Posible y es socia fundadora de Estudio Estrategias. Ha obtenido el Primer Premio en el Concurso Nacional Soluciones para el transporte en el Corredor Norte del Área Metropolitana de Buenos Aires (2012), el Primer Premio del Concurso Nacional de Ideas para la Integración urbana de la Nueva Terminal de ómnibus de la Provincia de Catamarca (2011) y otros premios en diversos concursos de arquitectura y urbanismo. Es Profesora Titular de Arquitectura 2D en la FAUD-UNC. Ha publicado el libro Las centralidades barriales en la planificación urbana y escrito numerosos artículos para café de las ciudades, como por ejemplo La enseñanza en época de pandemia. Volver a incluir al futuro en la ecuación (número 184), Impresiones de la ausencia. De Córdoba a Ciudad Juárez (número 175) y En busca del barrio. Reflexiones sobre San Vicente (número 103), entre otros.
Sobre el tema, ver también en nuestro número 175 la nota Atributos del buen barrio. En libertad y con solidaridad, por Alfredo Garay, y la sección “Barrios” en Cien Cafés: 100 textos nuevos, 100 autores, 100 notas de café de las ciudades, 100 datos sobre la ciudad futura / Marcelo Corti (Editor General). Celina Caporossi, Marcelo Corti, Laura Corti, Hayley Henderson, Héctor Paez Ferreyra, Demián Rotbart, Fernando Vanoli. 1a ed. Buenos Aires: Café de las Ciudades, 2013. 400 p. 28×20 cm. ISBN 978-987-25706-6-8
Dicha sección está encabezada por una cita de En El Barrio, de Tito Puente (1980, Dancemania 80's, Fania Original Remastered, EMI Music Publishing). Aunque la canción homenajea a El Barrio, como se conoce al área del este de Harlem donde se radicó la comunidad latina de New York en los años 40 y 50, su estribillo proclama una verdad universal: “en el barrio se goza más”.
Sobre El proyecto de una ciudad abierta, ver también la nota de Marcelo Corti en nuestro número 173.