Recuerda que la belleza existe y que la verdad no existe. Nota que la idea de verdad es tan poderosa como la de belleza.
Fragmento de un poema de Ron Padgett
Paterson, la película de Jim Jarmusch que se proyectó recientemente en Argentina, tiene la fuerza y la personalidad del nombre propio. Paterson es la ciudad-escenario de la película; es el proyecto literario de William Carlos Williams –poeta estadounidense del siglo pasado– y es el personaje principal, un colectivero que en la ficción también se llama Paterson (personificado por un actor que en la vida real se apellida Driver…) y que además de trabajar de chofer escribe poesías. Unas poesías bellas, sutiles, que parecen desentrañar lo que puede haber de poesía en el intersticio de lo cotidiano. En muchos aspectos, algunos explícitos, la película nos trae ecos del haiku y la concepción oriental de la poesía. Tal vez por eso no sea casual que en la lengua japonesa los nombres propios que se escriben en sinogramas kanji pueden tener más de una pronunciación, pero solo una de ellas es correcta para un individuo determinado. De manera inversa, un nombre se puede representar con muchísimos kanji y, nuevamente, solo una de estas representaciones es correcta para un individuo en particular. Nombres propios que en su universalidad reafirman la singular expresión del individuo y su experiencia, tan única e intransferible –como en el kanji– que intentar su traducción es como “sentir la lluvia con impermeable”.
Por eso los poemas que Paterson escribe (escritos especialmente para la película por Ron Padgett, poeta estadounidense contemporáneo, a pedido expreso de Jarmusch) están cuidadosamente construidos en un cuaderno a mano, que además de registrar la singularidad de la escritura, será uno de los protagonistas ineludibles junto con el perro de Laura, su musa y compañera, en el desenlace de la historia. Sí, porque además de poesía hay una historia. Jarmusch, siguiendo la mejor tradición del cine norteamericano, ha hecho siempre culto al placer de narrar, a ritmo y pulso real, una pequeña historia sobre una estructura narrativa que deja habitar lo trascendente en aquellos espacios vacíos que permite la prosa. En Paterson, si la narración es la trama entonces la poesía parece constituir la urdimbre que pone en visible el flujo por el cual las cosas adquieren sentido. Poesía que se aloja, y aflora, en el breve silencio que se produce entre dos vocablos, en el pliegue de la historia narrada o en el espacio de la propia experiencia sensible, entre las cosas. En el hermoso film de Jarmusch la historia recrea, y de alguna manera celebra, la fuerza de la cotidianidad y su esencia, el espacio y tiempo destinado a lo íntimo. Lo íntimo como continente de lo cotidiano, en tanto debe obligatoriamente seguir el ciclo de la vida, el movimiento circular de nuestras funciones corporales, que mientras dure la vida es indefinidamente repetitiva. Y en ese universo de las relaciones interpersonales, del ciclo del tiempo, de la rutina ordenadora, viven estos dos personajes Paterson y Laura con su perro, en tensión justa, donde el conflicto parece alojarse fuera del espacio narrativo. De alguna manera parecen vivir en una “actitud creativa” portadores de una inocencia original que habita por fuera de la corrupción del “ser social”. Mientras ella con el mismo ímpetu crea cortinas, sillones y canciones tanto como cocina muffins, él escribe sus poemas iluminando trozos, fragmentos de lo que la realidad cotidiana presenta. Como dice Williams, “no hay ideas sino en las cosas”. El arte está en las cosas, podríamos decir; solo hay que estar ahí en estado sensible con el mundo para desentrañarlo. Por eso no hay maldad en el mundo íntimo de Paterson, porque el arte se presenta a través de sus personajes en estado puro, como componente ineludible de nuestra humanidad, expresión individual sin ataduras o condicionamientos comerciales, sociales o culturales.
Pensando en Paterson recordé Respiración artificial, de Ricardo Piglia. En realidad recordé una historia que Piglia narra, o para ser más precisos que narra su personaje sobre una historia a su vez contada por otro – como Jarmusch le hace escribir al suyo, admirador de Williams, la poesía de Ron Padgett. En ella la protagonista es una mujer, ama de casa en un pueblo olvidado, ignorante de la calidad y profundidad de sus escritos, una mujer tan fea y anónima como perfecta es su escritura. La idea –o la angustia– que esos escritos anónimos y desterrados no tengan un interlocutor o nunca formen parte de la otra gran “narración” de construcción de campo social y de sentido que le otorga categoría de arte a la obra, ronda, con distinto color e intensidad, en Respiración artificial y en Paterson. ¿Es el arte una construcción social –cultural y política– de sentido o un resultado de la expresión individual a partir de la experiencia directa de las cosas para poder reconfigurar el mundo en que vivimos?
Juan José Saer escribe en su ensayo sobre la ficción: “Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria”.
Y, más allá de las posibles respuestas, no hay duda que el arte es una caja de resonancia y una obra lleva a otra obra y en esos diálogos –nunca lineales, nunca biunívocos, nunca completos– de alguna forma se recupera un sentido. Como los gemelos en Paterson, el arte, desentrañado y creado por nosotros, siempre parece espejar con la realidad pero también con el arte, que no es otra cosa que mirarnos a nosotros mismos.
CIP
Carola Inés Posic es comunicadora especializada en temas urbanos. Es corresponsal en Córdoba de café de las ciudades, a cargo de la sección POSICiones Cordobesas.
Sobre Paterson ver también la imagen de presentación de nuestro número (2)156. Y sobre el cine de Jim Jarmusch, ver también nuestro comentario sobre Blue in the face en la presentación de nuestro número 64.