Las situaciones de crisis dejan al descubierto con su anomia estratos y problemáticas que la normalidad oculta. Comprenderlas implica una arqueología social, es decir, excavar en los sustratos de su caos. En las últimas semanas nuestras cotidianeidades se alteraron por la contingencia del Coronavirus COVID-19 modificando nuestros modos de vida, de trabajo y de socialización. Nuestras casas, nuestro espacio privado, se tornaron espacio multi-programático donde vivir, trabajar, descansar y recrearse, haciendo de la vivienda un espacio en tensión. Son evidentes las nuevas lecturas que exaltan el valor de los espacios intermedios, balcones, terrazas, patios y hasta las propias azoteas comunitarias, que se expresan como extensiones de lo urbano.
En el contexto de aislamiento corporal, ya que solo nuestros cuerpos son los que no pueden encontrarse, lo social deriva en el mundo de lo intangible. Lo digital se evidencia como algo más que un mero proceso y se expresa como una semiósfera, un orden donde el mundo aparenta ‘normalidad’. Estas líneas buscan bucear a través de esta normalidad aumentada por el recurso tecnológico, en especial acerca de cómo se llevan adelante los procesos de aprendizaje en la Arquitectura. Se busca generar interrogantes que colaboren a (re)pensar estas acciones frente a un contexto que, más que concluir, apenas está comenzando.
La mirada histórica siempre ayuda a situarnos, evidenciando que alguna vez ya estuvimos en situaciones similares. Salvando distancias, nuestros días se parecen a los de 1918, cuando asolaba la pandemia de la Gripe Española (llamada sí aunque apareciera en Estados Unidos). Entonces, como hoy, la preocupación por el aislamiento puso en evidencia las desigualdades sociales. Escuelas y universidades, espacios fabriles y hangares de todo tipo se trasformaron en hospitales improvisados y centros de contención. En otros contextos de catástrofe, como la Europa del ’45 o el San Juan después del terremoto del 15 de enero de 1944 (que destruyera la ciudad y ocasionara 10.000 muertes), las escuelas y universidades que quedaron en pie cumplieron la misma función, desplazando la enseñanza a plazas y parques o al recurso tecnológico de la época: la radio y los cursos por correspondencia.
La educación a distancia no es una novedad de nuestros tiempos. Tampoco lo es tratar de convertir la anomia en normalidad: ha sido expresado así en cada momento de crisis. ¿Será la forma de ejercer un control aparente de la situación? Lo que sí ha cambiado en estos casi 80 años son los medios, la tecnología y, por supuesto, las necesidades.
Llueve sobre mojado
Esta pandemia nos encuentra en un momento de vulnerabilidad. Nuestro tejido social, económico y urbano expone, como heridas, las incidencias de políticas neoliberales de los últimos cuatro años, las que aumentaron desigualdades sociales y habitacionales. Esto se expresa en el 40,8 % de pobreza (medición según ingresos, es decir, menor a $40.790 o U$D 657 a marzo 2020 según INDEC), 10,4 % de informalidad habitacional (Renabap, 2016), 8,9 % de indigencia urbana, 50 % de informalidad económica y una economía que, si bien dejó de caer en el primer trimestre de 2020, evidenciará un profundo retroceso durante los meses de abril, mayo y junio producto del COVID-19. Según el mismo informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina, de abril de 2020, un 16% de los hogares del estrato marginal y un 8% del estrato obrero tiene inseguridad alimentaria. En cuanto al acceso digital, el 14,4% de trabajadores profesionales no accede a su cuenta bancaria de manera on-line, ampliándose esta cifra al 38,9 % en trabajadores informales.
Estos últimos datos evidencian las dificultades para el sostenimiento económico de muchas familias. A esto se suma la brecha tecno-cultural en Argentina. Según INDEC (2019), el 19,7 % no tiene acceso a una conexión de Banda Ancha Fija, siendo las conexiones móviles el único acceso digital, lo que implica un mayor costo. Del total de hogares, solo el 63% posee una computadora y la tenencia de celular también es dispar. Según SINCA (2017), en jóvenes alcanza el 96,3 %, en adultos el 93,5 %, y en adultos mayores solo el 65,7 %. En estos números, es notable el impacto negativo de la cancelación del Programa Conectar Igualdad en 2018.
Sin ventanas, pero con pantallas. Niñas/os conectadas/os en un pasillo de la Villa 1.11.14. Plan Conectar Igualdad, Ciudad de Buenos Aires. Foto: Carlos Brigo (2014).
Para terminar de definir el contexto en que pensamos la educación a distancia y su proyección, la Organización Internacional del Trabajo, en su informe del 7 de abril, advierte que la crisis del COVID-19 hará desaparecer 6,7 % de las horas laborales en el segundo trimestre, afectando a 195 millones de trabajadores de tiempo completo.
En cuanto a la pandemia, al menos un 50% de la población global se encuentra confinada en sus viviendas y la actividad económica se redujo a menos de la mitad en varios países. Al 9 de abril, son 1.536.979 los infectados y 93.425 los fallecidos, cinco veces más que la última pandemia de la Gripe A en 2009 y en un 16% del tiempo que durara aquella.
Capacitar no es educar
Es en este contexto que nos preguntamos por el ciber-aprendizaje. Las estrategias del nivel superior para impartir su currícula han sido diversas; todas pivotaron sobre la necesidad, casi imperiosa, de ejercer esta ‘normalidad aumentada’. Para ello, el recurso de lo digital se expresa como central, conviviendo aún con la radio y la televisión.
Con asimetrías, nuestras universidades han desarrollado en mayor y menor medida sus plataformas virtuales, las cuales demostraron en esta contingencia su rol preponderante. Esta manera emergente, aunque no novedosa, presenta nuevos desafíos para el aprendizaje y las estrategias pedagógicas, poniendo en tensión procesos de enseñanza en carreras tradicionales como la Arquitectura. ¿Cómo se enseña una carrera práctica desde un recurso digital? ¿De qué manera pasamos del arquetipo de clase presencial a uno a distancia?
Los protagonismos cambian. Dos formas de enseñanza que no deben competir sino complementarse. Izquierda: Frank Lloyd Wright y sus alumnos. Derecha: Típico encuentro por streaming. Fuente Google Imágenes (2020).
La educación a distancia ?e-learning? se expresa por dos entornos diferentes: el sincrónico y el asincrónico. Refieren a dos momentos: por un lado, el directo entre estudiantes y educadores; por el otro, el de generar o acceder material de estudio desde una plataforma. También, suele usarse la expresión sincrónica para identificar la modalidad presencial, aunque dada la convergencia tecnológica son varios los autores que ya consideran la modalidad digital como un entorno sincrónico.
Productos de la inmediatez, gran parte de nuestros contenidos se volcaron a soportes digitales sin ser tamizados y reconvertidos para una modalidad a distancia. Esto generó que las estrategias pedagógicas se vean empantanadas en una nebulosa de incertidumbre, produciendo frustraciones tanto de educadores como de estudiantes. A esto no debemos restar la importancia del contexto socioeconómico y tecnológico en el que llevamos a cabo esta experiencia. Los expertos en esta modalidad sostienen que el éxito de la misma radica en humanizar el aprendizaje digital a partir de la ubicuidad. Es decir, en la capacidad de estar conectada/o con la/el otra/o, ponerse en su lugar co-habitando e interpretando sus múltiples realidades. Asimismo, plantean que en esta modalidad el rol del educador es la de acompañar y trazar puentes, ser guía en la co-construcción del conocimiento, centrándose en la capacidad de generar el interés por parte de las/os estudiantes.
En cuanto a las clases, se debe tener en cuenta que lo digital se expresa de manera transmediática. Dicho de otro modo, disponemos de una cantidad de plataformas para llevar adelante nuestros objetivos, siendo a veces necesario utilizar el recurso que mejor se adapte para cada fin. Esto implica que no siempre debamos utilizar la misma herramienta, sino que nuestra ‘aula virtual’ debería estar compuesta por un conjunto de tecnologías que incluso deben usarse de manera simultánea. Por ejemplo, es necesario, previo al diseño de cada curso, realizar un sondeo entre los estudiantes para saber su contexto socioeconómico, psicológico y habitacional, como lo es la necesidad de realizar un feedback durante una clase, para lo cual resulta útil el recurso de plataformas como Mentimeter.
En la selección de los recursos digitales deben participar las/os estudiantes. Esto es central, ya que la atención por parte de ellas/os (coincide la bibliografía) está dada por sentirse parte del proceso. Es necesario recordar y resaltar que los entornos digitales expresan otras lógicas de socialización y jerarquías, son entornos donde prima la horizontalidad y la coproducción de contenidos entre pares: no comprenderlo distorsionaría la dialéctica pedagógica. En este sentido, es necesario fomentar la convivencia digital, entendida como la manera en que se ejercen derechos, pautas y lenguajes. También es importante fomentar los entornos positivos, de qué manera generamos humanidad y ganas de aprender y, al mismo tiempo, ganas de enseñar.
Por último, para un contexto de aprendizaje a distancia, es necesario modificar ciertas prácticas pedagógicas ejercidas en la modalidad presencial; se requieren otras que se adapten al contexto. Es loable desalentar el concepto de ‘enviar tarea’ por el de generar espacios de debate, centrados en objetivos quincenales e instrumentados por lo lúdico y la autogestión. En definitiva, enseñar no es capacitar, y lo es mucho menos en un ambiente digital, donde debe primar un espacio de intercambio y de consensos.
¿La oportunidad en cuarentena?
Como expresé al principio de la nota, esta contingencia devela sustratos que en la normalidad, ‘en tiempos de paz’, se ocultan. La inquietud de escribir acerca de educación a distancia y de lo digital como soporte inherente me llevó a reconstruir algunos estratos de estas prácticas. En esa construcción surgen los aspectos históricos y comparativos. ¿Qué se hizo en otras épocas ante circunstancias parecidas? El estar en contacto con estudiantes de arquitectura y colegas, de leer sus grupos y participar de sus debates despiertan en mí otro aspecto, más allá del técnico, el humano.
Surgen aquí las preguntas, los cuestionamientos, los interrogantes. ¿Estamos haciendo lo que debemos hacer? ¿Lo que hacemos, lo hacemos bien? Es la oportunidad para que la Arquitectura como conocimiento, práctica y, fundamentalmente, como lugar de debate, aporte no solo sus respuestas sinos sus incertidumbres. Quizás, las mismas inquietudes que surgen en otras ramas del conocimiento que alguna vez el positivismo fragmentó. Quiero decir, en un momento de nuestra historia los saberes se compartimentaron, lo hizo así también nuestro pensamiento.
Ante esta catástrofe global, me pregunto si esta ‘normalidad aumentada’ es necesaria. Si de verdad lo que necesita la sociedad argentina de su universidad pública son sus clases, o si, por el contrario, necesita de su conexión con la realidad desde el debate, en el sentido profundo del término. Como Homo Academicus, estos interrogantes me interpelan. En un escrito que intentó aportar algunos accesos a la enseñanza a distancia, hasta lo encuentro menor si uno tiene ubicuidad, si uno mira por su ventana y escucha el silencio de las ciudades. Es menor cuando las inquietudes de nuestras/os estudiantes quizás pasan por la incertidumbre laboral, de ellas/os y de sus padres, de sus condiciones de habitabilidad o la imposibilidad de acceder a este mundo virtual. Resulta menor en tanto uno piensa en aquel 50% de informalidad laboral, de los casi 200 millones de empleos que se perderán el próximo mes. ¿Es acaso esta normalidad aumentada un paliativo a esta situación?
Sin dudas, lejos de las certezas me invade la incertidumbre ante el horizonte incierto de esta situación que, lejos de finalizar, aún está comenzando. Será oportunidad de la Arquitectura, de la comunidad académica toda, encontrar las bases y los consensos necesarios para hacer sus aportes y (re)pensar el mundo pos-covid. Ciertamente, lo urgente no es lo importante. Es un momento para estar conectadas/os, más allá de lo digital, anhelando que no sea la oportunidad la que enviemos a cuarentena.
SCO
El autor es arquitecto, Doctor en Arquitectura, especializado en mediatización urbana y espacios públicos. Es becario posdoctoral del CONICET e investigador adjunto de la Universidad de Chile. Desarrolla su trabajo en el Instituto de Investigación en Vivienda y Hábitat de la Universidad Nacional de Córdoba, y en el núcleo IA+SIC del Instituto de la Comunicación e Imagen de la U-Chile. Es integrante del equipo I-Polis del Instituto Gino Germani UBA. Es docente adscripto en la FAUD-UNC. Ha escrito diversos artículos y capítulos de libro acerca del paradigma informacional y su revolución comunicacional en la problemática de lo urbano. Contacto: [email protected]
Sobre La enseñanza en época de pandemia. Volver a incluir al futuro en la ecuación, ver la nota de Celina Caporossi en nuestro número 184.