Estuve hace unos días en la segunda de las Fiestas Patrias, mezcla de concierto, tertulia artística y debate histórico que organizan unos amigos en ocasión de, precisamente, las fiestas nacionales argentinas. Casa con patio de principios de siglo XX, sobre lote estrecho, reciclada, cerca del Parque Centenario en Buenos Aires. Apenas llegado, mis anfitriones me pidieron una opinión sobre la casa; fue inútil relativizar mi supuesta autoridad profesional o cultural. Así que, copa de buen vino en mano, me tomé unos minutos para recorrer el patio, las habitaciones de techos altos y colores cálidos, el sótano amplio donde en minutos comenzarían a actuar los músicos.
“Muy buena”, dije al regresar; pero algo me molestaba desde que alcé la vista en uno de los cuartos. No la casa, por cierto, que realmente fue arreglada con criterio y buen gusto. Pensaba en cambio, con vértigo, en centenares de reformas que pretenden ser originales, en el snobismo de los psico-sensibles (“la-calidez-de-lo-viejo”), en la banalidad de los defectos constructivos que pasan por virtudes, en el absurdo comercio de materiales recuperados y pagados más caros que nuevos, en las casas de demoliciones, en el tráfico de pisos de pinotea y columnitas de fundición, en las notas de decoración en Para Ti, en los restós de Palermo Viejo…
Pero lo que realmente me “molestaba” era que, a pesar de todo, siento una real simpatía por este tipo de operaciones. Parafraseando el título de un memorable collage de Richard Hamilton, me empezaba a preguntar: ¿Qué es lo que hace a las casas recicladas tan cool, tan atractivas?
Escuchando a los músicos, repasé algunos casos:
En el barrio de Congreso, una casa compacta por escalera; la dueña es actriz y alquila una habitación y la sala (comedor, oficina, estar, cocina, etc.) a una pareja. Una sala grande se usa y se alquila como sala de ensayo para danza o teatro. Al cuarto de la pareja se accede por una terraza con vistas a las cúpulas y torres del centro de Buenos Aires.
En Almagro, no muy lejos de la casa de las Fiestas Patrias. Matrimonio de profesionales con hijos preadolescentes. Salas de recibo al frente, pasillo largo con habitaciones, cocina amplia al fondo con salida al patio. Amplitud y austeridad.
En Floresta, en un entorno de gitanos que venden autos y talleres donde se atienden las flotas de taxis, una casa chorizo reciclada a taller fabril y re-reciclada a casa para una matrimonio de profesionales con una hija pequeña. “Vaciamiento” general de los ambientes, un solo espacio amplio, alto y profundo (“minimalista”, pidieron los dueños), paneles de yeso comprimido en los cielorrasos y tabiques, claraboyas. Se mantiene el patio de acceso y la fachada, una workstation convive con el auto en el garage.
En Villa Crespo, también sobre un lote estrecho, también cerca de la casa donde estaba esa tarde. Un living-cocina-comedor-escritorio en 20 m2, a un lado del zaguán, sala de ensayo al otro, escalera con vueltas y dos dormitorios arriba, todo balconeando entre si: desde abajo no se nota, pero desde arriba se “espía” a los de abajo. También con una terraza, también de una actriz.
En San Isidro, casa colonial inglesa sobre la avenida principal (parte de un conjunto de 5 casas ferroviarias, dos de ellas hoy arruinadas por pésimas reformas), reciclada como café. Mesas comunes abajo, una especie de “living”arriba, terrazas sobre las veredas.
En Tigre, en una manzana insólita, un lote triangular (¡!), entre una torre de 12 pisos de alto y unas casas viejas. Lo único rescatable era una estructura de hormigón armado con unos dormitorios, abajo se demuele todo y se construye para un matrimonio ya mayor. Toda su vida la pasaron en un departamento y siempre soñaron con una casa, ahora tienen la oportunidad de hacerla. Quieren una especie de loft con un bow-window, una mesada de cocina enorme y la parrilla dentro de la casa.
Y así, centenares, miles de casos, posiblemente uno por cada manzana de Buenos Aires.
En la periferia de Buenos Aires, en su tercera corona metropolitana, las casas en los countries y barrios cerrados se repiten hasta el hartazgo. Su forma de producción característica es la del modelo standarizado, con precio “llave en mano”: la casa Pulte, probada y repetida 100, 200 veces… Pulte desarrolla un modelo completo, que no será vendido ni habitado, antes de lanzarlo al mercado; son en definitiva sus costos de Investigación & Desarrollo, cada vez más bajos cuantas más casas se repiten. Esta es hoy la vivienda que se produce para los sectores de ingresos medios y medios altos.
Para los sectores de ingresos medios bajos y bajos (la inmensa mayoría) ya casi no se producen viviendas. Cuando el Estado simulaba ocuparse del tema (aunque en realidad lo que hacía era generar negocios para las grandes empresas constructoras) se construían grandes conjuntos de vivienda masiva. Estos barrios no están preparados para el cambio, ni en su proyecto, ni en su resolución técnica, ni en su gestión. No se puede abrir un quiosco o una peluquería en un ambiente si el jefe de la familia queda desocupado, no se pueden tirar paredes abajo para agrandar un ambiente o unificar la cocina y el comedor, es imposible montar un taller de carpintería o de costura, un consultorio o un estudio profesional.
En ambos casos, repetición e inflexibilidad, en ambos casos, actuaciones sobre terrenos inmensos y actuaciones de grandes empresas desarrolladoras o constructoras.
El reciclaje de casas, en cambio, actúa sobre la ciudad consolidada, en terrenos pequeños. Y aunque actúa modificando tipologías establecidas (la casa chorizo, la casa cajón, la casa racionalista, el chalet inglés o californiano, la célula multifamiliar en “PH”), su proceso de proyecto y producción no es tipológico: es metodológico, fenoménico, ad hoc. La existencia de tipologías lo ayuda, en todo caso, a generar una casuística de aplicación, unos saberes y técnicas transmisibles. Si se quiere, a generar unos sub-tipos que yuxtaponen la tipología original a la reforma contemporánea.
Las normativas reglamentarias o las pautas funcionalistas del “buen diseño” se relativizan. La luz se busca en claraboyas, en patios, en troneras; hay terrazas insólitas, entrepisos perversos, baños que insinúan desnudeces a través de un vidrio esmerilado. Las dobles circulaciones y los programas fijos se abandonan a las conveniencias del usuario. Se logran proyectos que posiblemente jamás se hubieran aceptado en una obra nueva. Y, ¡oh, sorpresa!, resulta ser que funcionan y que son habitables.
El reciclaje tiene múltiples matrices culturales y productivas: es trasgresor y antiintelectual en las “cirugías” de casas de Rodolfo Livingston, refinado y erudito en las artesanías de Giancarlo Puppo, “nacional y popular” en la recuperación de Palermo de los `80, con Hampton y Rivoira o Sorondo; autoexpresivo en centenares de casas propias de arquitectos (algunas de las cuales recuerdan las operaciones de Frank Gehry en su casa propia de Santa Mónica), casi autoconstruido en miles de obras anónimas donde el modelo es el “bricolage”. En todos los casos, con un componente económico de reutilización de lo existente: el “mercado del usado” del que habla Alfredo Garay. Al respecto, cuando alguien busca un terreno para construir en Buenos Aires (me refiero a la ciudad central y no a la metrópolis, donde abundan los terrenos baldíos), lo que puede obtener como “lote vacío” está generalmente ocupado por una casa o galpón a demoler, aunque en muchos casos estas construcciones existentes son perfectamente recuperables. La disponibilidad urbana de suelo (o su ausencia) es uno de los factores más importantes que impulsan los procesos de reciclaje.
El reciclaje tiene el doble prestigio de lo ecológico y lo patrimonial. Ambas cosas son ciertas, pero no son lo que me interesa (no son lo que me “molestaba” en las Fiestas Patrias). Lo que me atrae, en cambio, es lo aleatorio, lo contaminado y “promiscuo”, lo urbano. Quienes reciclan estas casas ven la ciudad como un territorio a recolonizar, donde la historia se continúa y se rompe a la vez. Frente a la homogeneidad (¡incluso aquella de los barrios donde “todo” se recicla!), la eterna historia urbana de la diversidad de lo real.
Pablo Beitía sostiene que en el tejido de la manzana porteña se recrea “otra” ciudad análoga, con una trama de calles y plazas que replica al de la trama urbana. No otra cosa es su Museo Xul Solar, en definitiva un reciclaje de casas porteñas. La manzana porteña es contenedora de una enorme heterogeneidad y diversidad dentro de una claridad geométrica que salva a la ciudad del caos; el reciclaje exaspera esa diversidad y explora los límites de la división catastral, del tejido, de las disposiciones constructivas, del entramado de pasillos y patios.
Para Richard Sennett, “la actual organización de las comunidades urbanas estimula a los hombres a esclavizarse en formas adolescentes; es posible romper este marco para alcanzar una edad adulta cuya libertad resida en la aceptación de un desorden y una dislocación dolorosos, el tránsito desde esta adolescencia a esta nueva edad adulta posible depende de una estructura de experiencias que únicamente puede tener lugar en un asentamiento humano denso e incontrolable: en otras palabras, en una ciudad“.
Una ciudad donde el trompetista vive al lado del médico, una ciudad que acepta la diversidad de configuraciones familiares, la soledad y los clanes, con discusiones y negociaciones, con perros, gatos y loros, con padres divorciados que un día duermen con sus hijos y al siguiente con sus compañeras de trabajo. Donde tu novia se va llorando y la encuentras a la vuelta, en el único café que quedo abierto a las 3 de la mañana. De terrazas con asados, con piletas pelopincho y santaritas.
Una arquitectura condicionada y consentida a la vez, con situaciones insólitas y espacios perdidos, residuales, profundamente funcionales en su lógica compleja.
MC
(continuará)
El título de la nota alude al collage Just what is that makes today´s home so different, so appealing?, realizado por Richard Hamilton en 1956 y expuesto en la muestra “This is tomorrow”, realizada en la Whitechapel Art Gallery de Londres en ese mismo año. Fuente: Luigi Prestinenza Puglisi, en su libro This is Tomorrow, 1999, Testo & Immagine srl.
Los lectores/as de café de las ciudades pueden enviarnos sus propias historias, imágenes y opiniones sobre reciclajes en Buenos Aires u otras ciudades.
Las Fiestas Patrias se realizan en Centroimargen, Pringles 310, Buenos Aires. Incluyen ambientaciones visuales con obras artísticas, música, lecturas, empanadas y vino. La próxima se realizará, seguramente, en un día cercano al 17 de agosto (Día del Libertador General San Martín). Para más información, contactarse con café de las ciudades.
Ver la página Web de Pulte Home.