N. de la R.: El texto de esta nota reproduce un fragmento de El Foro romano, sección quinta del capítulo tercero, Individualidad de los hechos urbanos. La arquitectura, del libro La arquitectura de la ciudad. Aldo Rossi, edición de 1982 de Editorial Gustavo Gili, Barcelona, traducida por Josep Maria Ferrer-Ferrer y Salvador Tarragó Cid. El original, L'Architettura della città, fue publicado en 1966 en Milán y es, como siempre decimos, un libro fundamental para entender la ciudad y el urbanismo.
En las páginas precedentes hemos partido del concepto del locus para avanzar algunas consideraciones sobre la arquitectura de la ciudad y sucesivamente sobre el valor de los hechos arquitectónicos en la constitución y en el crecimiento de la ciudad.
A la luz de estas consideraciones volveré ahora sobre la relación entre la arquitectura y el locus para considerar sucesivamente otros aspectos de este problema y el valor del monumento en la ciudad.
Probaremos de observar el Foro romano desde este punto de vista, con la certeza de que investigaciones profundizadas en monumentos de esta importancia podrán ofrecernos materiales fundamentales para la comprensión de los hechos urbanos. (ver referencias)
El Foro romano, centro del Imperio, referencia en las construcciones y en las transformaciones de muchísimas ciudades del mundo clásico y fundamento de la arquitectura del clasicismo, tiene formas y situación anómalas respecto de la ciencia de la ciudad tal cual era practicada por los romanos.
Sus orígenes son geográficos e históricos al mismo tiempo; una zona baja y pantanosa entre colinas empinadas, en el centro aguas estancadas entre sauces y cañaverales que se inundaban completamente durante las lluvias; en las colinas, bosques y pastos.
Así vio el Foro Eneas:
[…] passimque armenta videbant Romanoque foro et lautis mugire Carinis. (AEN., VIII, V 360) 210
Así los latinos y los sabinos que se establecieron en el Esquilmo, en el Viminal, en el Quirinal.
Estos lugares favorables para los encuentros de los pueblos de la Campania y de la Etruria favorecían los asentamientos. Los arqueólogos confirman que ya durante el siglo vIII los latinos descendían de sus colinas para depositar aquí sus muertos. Así el valle del Foro, y la necrópolis descubierta por Boni entre 1902 y 1905 al pie del templo de Antonino y de Faustina constituye el testimonio más antiguo que el hombre haya dejado en él. Necrópolis, después sede de batallas o más probablemente de ritos religiosos, se convierte cada vez más en la sede de una nueva forma de vida, el principio de la ciudad que se va formando con las tribus esparcidas por las colinas; que se encuentran y se funden.
La conformación geográfica dictó el recorrido de los senderos, después el de las calles remontando los valles en el sentido de su mínima pendiente (vía Sacra, Argiletus, vicus Patricius) o las que seguían los itinerarios de las pistas extraurbanas; ningún claro diseño urbanístico, sino una estructura obligada por el terreno. Este carácter de unión con el terreno, con las condiciones del desarrollo de la ciudad, permanece después en toda la historia del Foro, en su forma, que lo hace así diferente de los de las ciudades de nueva fundación.
De donde esta irregularidad ya criticada por Livio ([…] Ea est causa, cur veteres cloacae primo per publicum ductae nunc privata passim subenant tecta, formaque urbis sit accupatae magis quam divisae similis […]), la culpa de la cual atribuye a la velocidad de la reconstrucción después del incendio galo y la imposibilidad de aplicar la limitatio, fue debida precisamente al tipo de crecimiento muy parecido al de las ciudades contemporáneas que Roma tuvo que seguir.
Alrededor del siglo IV el Foro cesó su actividad como lugar de mercado (perdió, pues, una función que había sido fundamental) y se convirtió en una auténtica y verdadera plaza casi siguiendo el dictado de Aristóteles, que alrededor de aquella época escribía: «La plaza pública […] nunca será ensuciada con mercancías y el ingreso a ella será prohibido a los artesanos […] lejana y bien separada de ella será la que sea destinada al mercado […]».
Y precisamente en esta época el Foro se va cubriendo de estatuas, de templos, de monumentos; así el valle que estaba lleno de fuentes locales, de lugares sagrados, de mercados, de tabernas empieza a enriquecerse en basílicas, en templos y en arcos y permanece surcada por dos grandes vías, la Sacra y la Nova, donde van a parar diversas callejuelas.
Después de la sistematización de Augusto y de la ampliación de la zona central de Roma con el Foro de Augusto y los mercados trajanos, después de las obras de Adriano y hasta la caída del Imperio, el Foro no pierde su carácter esencial de lugar de encuentro, de centro de Roma; Forum romano o Forum Magno, acaba siendo un hecho específico en el interior mismo de la ciudad, una parte que resume el todo.
Así escribe Romanelli: «[…] En la vía Sacra y en las calles adyacentes se amontonaban las tiendas de lujo, y la gente pasaba curioseando sin querer nada, sin hacer nada, sólo esperando que llegasen las horas del espectáculo y de la apertura de las termas; recordemos el episodio del «pesado» que Horacio nos ha descrito brillantemente en su sátira; "ibam forte via […] Sacra". El episodio se repetía mil veces al día, todos los días del año, menos aquellos en los que algún trágico acontecimiento, en los palacios imperiales del Palatino o en el campo de los pretorianos, conseguía aún sacudir el ánimo túrpido de los romanos. Porque el Foro fue también a veces, durante el Imperio, teatro de acontecimientos sangrientos, pero fueron acontecimientos que se encerraron y se agotaron casi siempre en sí mismos a la vista del lugar donde se desarrollaron, y, se podría decir, de la ciudad misma» (Romanelli).
La gente pasaba por allí sin querer nada, sin hacer nada: es la ciudad moderna, el hombre del gentío, el ocioso que participa del mecanismo de la ciudad sin conocerlo, perteneciéndole sólo en su imagen. Y el Foro se convierte así en un hecho urbano de extraordinaria modernidad; tiene en sí todo lo que hay de inexpresable en la ciudad moderna.
Se me ocurre pensar en las palabras de Poète, que singularmente nacen de su conocimiento extraordinario de la ciudad antigua y del París moderno: «[…] Un hálito de modernidad parece exhalarse hasta nosotros de este mundo lejano: tenemos la impresión de que nos sentiremos excesivamente fuera de nuestro ambiente en ciudades como Alejandría o Antioquía, como en ciertos momentos nos sentimos más próximos de la Roma imperial que de alguna ciudad medieval» (Poète).
¿Qué une al ocioso al Foro, por qué es íntimamente partícipe de este mundo, por qué se identifica con la ciudad a través de esta ciudad? Se trata de un misterio que los hechos urbanos suscitan en nosotros.
Vinculado al origen de la ciudad, extremada e increíblemente transformado en el tiempo pero siempre crecido sobre sí mismo, paralelo a la historia de Roma que se documenta en todas sus piedras históricas y en una leyenda como Lapis Niger y los dioscuros; llegado hasta nosotros con sus signos más claros y espléndidos, el Foro romano constituye uno de los hechos urbanos más iluminadores de cuantos podamos conocer.
Roma, el Foro de Trajano (principios del siglo II d.C), planta, sección transversal y reconstrucción axonométrica.
El Foro resume Roma y es parte de Roma; es el conjunto de sus monumentos, pero su individualidad es más fuerte que cada uno de ellos; es la expresión de un diseño preciso o al menos de una precisa visión del mundo de las formas, la clásica, pero sin embargo su diseño es más antiguo, casi persistente y preexistente en el valle a donde se llegaban los pastores de las primitivas colinas. No sabría definir de otro modo lo que es un hecho urbano; es la historia y la invención.
Por lo tanto también es, y en este sentido se toma aquí particularmente, una de las más altas lecciones de arquitectura que conozcamos.
Resulta oportuno ahora distinguir entre este «lugar» y el ambiente como viene entendido frecuentemente en los tratados de arquitectura y en los relativos al diseño urbano.
El análisis que se ha intentado aquí de los valores del locus pretende presentar una definición extremadamente racional de un hecho complejo por su naturaleza pero en el que es necesario intentar hacer algo de luz, exactamente como un científico cuando se enfrenta con temas que intentan aclarar el mundo indistinto de la materia y sus leyes; acerca del valor psicológico de este análisis, ya nos hemos ocupado de él más arriba.
Como quiera que sea, el locus entendido así no tiene puntos de contacto con el ambiente; el ambiente parece extraordinariamente vinculado a la ilusión, a la ilusividad; lingüísticamente está vinculado a expresiones como «se forjaba la ilusión de vivir en el Medievo» o «allí todo era diferente» y otras perlas de este género. Un ambiente entendido así nada tiene de común con la arquitectura de la ciudad; es concebido como una escena, y en tanto que escena requiere ser conservado expresamente por sus funciones; se trata de una necesaria permanencia de funciones que salvan sólo con su presencia la forma e inmovilizan la vida y entristecen como todas las falsedades turísticas de un mundo desaparecido.
No por casualidad este concepto de ambiente es aplicado muchas veces y recomendado por aquellos que pretenden conservar las ciudades históricas manteniendo las fachadas antiguas o reconstruyendo de modo tal que se mantengan los perfiles y los colores y las cosas de este género; y ¿qué encontramos después de estas operaciones, suponiendo que sean sostenibles y realizables? Una escena vacía, con frecuencia repugnante.
La reconstrucción del centro de Frankfurt, una pequeña parte, según el principio del mantenimiento de los volúmenes góticos con arquitecturas seudomodernas o seudoantiguas, es una de las cosas más tristes que recuerdo. No se sabe precisamente dónde ha ido a parar aquella sugestividad y aquella ilusión que parece preocupar tanto estas iniciativas.
En realidad, cuando hablamos de monumento podemos muy bien entender también una calle, una zona, un país; pero entonces, si se conserva, se debe conservar todo, como han hecho los alemanes en Quedlinburg. Aunque si bien vivir en Quedlinburg puede ser al fin bastante obsesivo, es justificable en cuanto esta pequeña ciudad es un eficaz museo del gótico (y extraordinario museo de tanta historia alemana); de otro modo no hay justificación.
Caso típico a este propósito lo es Venecia, que merece un tratamiento particular.
Sin embargo, no quiero detenerme en este tema, que por otra parte está muy debatido y requiere ser sostenido con ejemplos muy precisos y difícilmente generalizables, pero haré también una referencia partiendo del análisis del Foro romano anticipada más arriba.
En junio de 1811, De Tournon exponía al conde De Montalivet, ministro del Interior, su programa para el Foro:
Trabajos para la restauración de monumentos antiguos. Apenas se aborda el tema, se presenta en la mente el primero de todos, el Forum, célebre lugar en el que tales monumentos están directamente amontonados y se unen a los más grandes recuerdos. Las restauraciones de tales monumentos consisten sobre todo en librarlos de la tierra que recubre sus partes inferiores, en enlazarlos después entre sí y finalmente en hacer el acceso a ellos cómodo y agradable […]. La segunda parte del proyecto considera la reunión de los monumentos entre sí mediante un paseo regularmente sistematizado. He considerado en un plano, trazado bajo mi dirección, un tipo de relación y sólo podré referirme a él […]. Sólo añadiré que el monte Palatino, inmenso museo todo cubierto por magníficos restos de los palacios de los cesares, debe ser necesariamente comprendido en la parte de jardín que hay que plantar, y tal jardín, por los monumentos que deberá encerrar, por los recuerdos de los que estará lleno, será desde luego único en el mundo. (Castagnoli, Marconi)
La idea de De Tournon no fue realizada y probablemente hubiera sacrificado al diseño del jardín gran parte de los monumentos privándonos de una de las más grandes experiencias arquitectónicas; pero por esta idea, con el advenimiento de la arqueología científica, el problema de los Foros se convierte en un gran problema de urbanística en conexión con la misma continuidad de la ciudad moderna. Era necesario, en primer lugar, concebir la exploración del Foro no ya como un estudio de cada uno de sus monumentos, sino como una investigación íntegra de todo el complejo; concebido el Foro no como una suma de arquitecturas sino como un hecho urbano global, como la permanencia de la Roma misma. Es significativo que la idea encuentre apoyo y se desarrolle en la República Romana de 1849; aquí también es la acción de la revolución que lee la Antigüedad de modo moderno, y no son ajenas, sino precisamente directamente ligadas a las experiencias de los arquitectos parisienses.
Pero la idea es más fuerte que las contingencias políticas y prosigue, con vicisitudes diferentes, también bajo la restauración pontificia.
Si consideramos hoy este problema desde el punto de vista arquitectónico, muchas consideraciones llevan a entrever la posibilidad de una reconstrucción del Foro y de su reunión con el Foro de Augusto y los mercados trajanos utilizando en la ciudad moderna este enorme complejo.
Pero basta aquí haber expuesto que este gran monumento es hoy una parte de Roma, que resume la ciudad antigua, que es un monumento de la ciudad moderna, que es un incomparable hecho urbano.
Y se nos ocurre pensar que si la plaza de San Marcos de Venecia permaneciese en pie con el palacio ducal en una ciudad completamente diferente, como quizá será la Venecia del futuro, no experimentaríamos por ello una emoción menor y no seríamos menos artífices de la historia de Venecia encontrándonos en el centro de este excepcional hecho urbano.
Me acuerdo de los años de la posguerra, de la visión de la catedral de Colonia en la ciudad destruida; nada puede tener para la fantasía el valor de esta obra permaneciendo intacta entre las ruinas. Desde luego, una reconstrucción encalada y fea de la ciudad circunstante es dañosa, pero no toca el monumento; igual como tantas feas sistematizaciones de muchos museos modernos pueden irritarnos, pero no por ello deforman o alteran el valor de cuanto es expuesto en ellos.
Esta acotación debe ser entendida, naturalmente, en un sentido únicamente analógico; muchas veces me he detenido a considerar el valor de un monumento como hecho urbano; esta analogía con el valor del monumento en las ciudades destruidas sirve sólo para poner en claro dos puntos: el primero, que no es el ambiente o algún otro carácter ilusionístico lo que nos sirve para comprender el monumento; el segundo, que sólo comprendiendo el monumento como hecho urbano singular, u oponiéndole otros hechos urbanos, se puede establecer un sentido en la arquitectura de la ciudad. El significado de todo ello está sintetizado para mí en el plano de Roma de Sixto V; las basílicas se convierten en los lugares auténticos de la ciudad, su conjunto es una estructura que toma su complejidad de estos hechos primarios, de las calles que se le reúnen, de los espacios «residencia» que se encuentran en el interior del sistema.
Fontana presenta de este modo las características del plan, su punto de partida: «Queriendo aún Nuestro Señor facilitar la calle a los que movidos por devoción o por votos suelen visitar constantemente los muy santos lugares de la ciudad de Roma, y en particular las siete iglesias tan celebradas por las grandes indulgencias y reliquias que hay, ha abierto en muchos lugares calles amplísimas y derechísimas, de manera que pueda cada uno, a pie, a caballo, y en coche, salir de cualquier lugar de Roma e irse casi directamente a las más famosas devociones» (Giedion).
Giedion, que fue quizás el primero en comprender la extrema importancia de este plan, lo expone así: «[…] El suyo no era un plan pensado sobre el mapa; Sixto V tenía a Roma como en su sangre; él mismo había seguido fatigosamente a pie las calles que los peregrinos tenían que recorrer, y había experimentado las distancias entre los diversos puntos y, en marzo de 1588, cuando abrió la nueva calle que unió el Coliseo con Letrán, la recorrió toda a pie con sus cardenales hasta el palacio de Letrán, entonces en construcción».
«Sixto V dispuso sus calles orgánicamente como una espina dorsal allí donde la estructura topográfica de Roma lo requería, pero fue sin embargo lo suficiente sabio para incorporar con gran cuidado todo lo que le fue posible de la obra de sus predecesores […]. Ante los edificios construidos por él, Letrán y el Quirinal, y en todos los puntos en los que las calles se cruzaban, Sixto V proveyó la apertura de grandes espacios libres suficientes para desarrollos sucesivos […]. Aislando la Columna Antonina y trazando el perímetro de la plaza Colonna, en 1588 creó el actual centro de la ciudad. La Columna Trajana próxima al Coliseo, con la vasta plaza que la circunda, fue pensada como una unión entre la ciudad vieja y la nueva […]. El instinto urbanístico de Sixto V y de su arquitecto está demostrado también con la elección del punto en el que erigió el obelisco, por la justa distancia de la catedral no acabada […]. El último de los cuatro obeliscos que 218 Sixto V consiguió alzar es el que tuvo quizá la posición más significativa. Colocado a la entrada septentrional de la ciudad, señala la confluencia de tres calles principales (como también del prolongamiento de la calle Felice, muchas veces proyectado y nunca realizado). Dos siglos más tarde la plaza del Pueblo se habría cristalizado alrededor de este punto. Solamente otro obelisco ocupa una posición tan dominante: el de la plaza de la Concordia, alzado en 1836» (Giedion).
Creo que en esta página de Giedion, cuya aportación personal al mundo de la arquitectura siempre es extraordinaria, ha dicho muchas cosas sobre la ciudad en general además de lo dicho sobre el plan considerado.
Son significativas las observaciones en las que habla del primer plan no pensado sobre el mapa, sino directamente vivido en sus datos inmediatos, empíricos, donde habla de un plan bastante rígido pero atento a la estructura topográfica de la ciudad y en el que, aun en sus características revolucionarias, precisamente diría que en virtud de éstas, incorpora y valoriza todas las iniciativas precedentes que se presentan con caracteres de validez, que están en la ciudad.
A ella se añade la consideración acerca de los obeliscos, de los lugares de los obeliscos, de estos signos alrededor de los cuales se cristaliza la ciudad; quizá nunca la arquitectura de la ciudad, ni siquiera en el mundo clásico, ha conseguido una tal unidad de comprensión y de creación; todo un sistema urbano se realiza, se dispone según líneas de fuerza prácticas e ideales a un mismo tiempo, y la ciudad se reencuentra toda ella señalada por puntos de unión y de agregación futura. Las formas de los monumentos (recuérdese la transformación del Coliseo en hilandería) y la forma topográfica permanecen firmes en un sistema que cambia; como si, comprendida la colocación de obeliscos en lugares particulares, la ciudad fuese pensada en el pasado y en el porvenir.
Se puede objetar que al anticipar estas consideraciones sólo hago referencia a la ciudad antigua; a esta crítica se puede responder con dos argumentos: el primero, que constantemente hemos tenido como hipótesis de este estudio, es el de que aquí no se hace ninguna diferencia entre ciudad antigua y ciudad moderna, entre un antes y un después, desde el punto de vista de la manufactura; el segundo, que no existen ejemplos de ciudades articuladas exclusivamente en hechos urbanos modernos o que al menos tales ciudades no son para nada típicas, siendo propio de la ciudad su carácter de permanencia en el tiempo.
Por otra parte, concebir la fundación de la ciudad por elementos primarios es a mi parecer también la única ley racional posible; es decir, la única extracción de un principio lógico en la ciudad para continuarla. Como tal así ha sido asumida en la época de la Ilustración y como tal ha sido rechazada por las teorías destructoras de la ciudad como progreso; piénsese en la crítica de Fichte a la ciudad occidental, donde la defensa del carácter comunitario de la ciudad gótica (Volk) contiene ya la crítica reaccionaria de los años siguientes (Spengler) y la concepción de la ciudad como fatalidad.
Aunque no me ocupe aquí de estas teorías o visiones de la ciudad, es indudable que ellas tenían su traducción en una ciudad sin referencias formales y que se oponen, más o menos conscientemente en los epígonos, al valor ilustrado del plano.
También desde este punto de vista se puede anticipar la crítica a los socialistas románticos; a los diferentes conceptos de comunidad autosuficientes y a los falansterios.
Ellos admiten y sostienen que la ciudad no puede expresar ni un valor que la trascienda y ni tan siquiera valores comunes que la representen, y pretenden que la reducción utilitarista y funcional de la ciudad (o sea, en la residencia y en los servicios) es la alternativa «moderna» a la primera.
La concepción progresista cree, en cambio, que precisamente por ser la ciudad un hecho eminentemente colectivo se precisa y está en aquellas obras cuya naturaleza es esencialmente colectiva; y que aun naciendo tales obras como medios para constituir la ciudad, en seguida se conviertan ellas en un fin; y tengan este fin en su ser y en su belleza.
Y que tal belleza resida al mismo tiempo en las leyes de la arquitectura y en la elección por la que la colectividad quiere estas obras.
De estos problemas me ocuparé en el último capítulo como de los problemas decisivos en el estudio de la ciudad. En la sección siguiente intentaré referir las cuestiones principales tratadas en el presente capítulo.
AR
Aldo Rossi nació en 1931 en Milán y murió en la misma ciudad en 1997. Arquitecto y diseñador, recibió en 1990 el Premio Pritzker. Personalmente, nos gustan más sus dibujos –bellos, sugestivos, casi ingenuos– que sus obras de arquitectura, de un racionalismo lacónico y a nuestro juicio simplista. Su obra teórica es fundamental para la comprensión de la ciudad y el urbanismo como hechos históricos, autónomos pero enraizados en la cultura de una sociedad.
Referencias:
CASTAGNOLI-CECCHELLI-GIOVANNONI-ZOCCA, Topografía e urbanística di Roma, Bolonia, 1958.
LÉON HOMO, Rome impériale et l'urbanisme dans l'antiquité, París, 1951.
Versión castellana: La Roma imperial y el urbanismo en la antigüedad, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana – UTEHA, México, 1956.
PIETRO ROMANELLI, I l Foro Romano, Bolonia, 1959.
G. LUGLI, Roma antica. Il centro monumentale, Roma, 1946.
LUDOVICO QUARONI, «Una città eterna-quatro lezioni da 27 secoli», en Urbanística, Roma città e piani, Turín, s. f.
JEROME CARCOPINO, La Vie quotidienne à Rome à l'apogée de l'Empire, París, 1939; edición italiana, Bari, 1947. Versión castellana: Las etapas del imperialismo romano. Editorial Paidós, S.A.I.C.F., Buenos Aires, 1955.
PIETRO ROMANELLI, op. cit., nota precedente, p. 26.
MARCEL POÈTE, Introduction a l'urbanisme, l'évolution des villes, la leçon de l'antiquité, Paris; ed. ital., Turin, 1958. cap. I, nota 13.
CASTAGNOLI, op. cit., nota 18, p. 537.
PAOLO MARCONI, Giuseppe Valadier, Roma, 1964.
SIEGFRIED GIEDION, Space, Time and Architecture, Cambridge (Mass.), 1951; edición italiana, Milán, 1954. Versión castellana: Espacio, tiempo y arquitectura. El futuro de una nueva tradición, Editorial Dossat, S. A., Madrid, 1980. cap. II, nota 13.
“Estas publicaciones contienen amplia bibliografía. Las lecciones de Ludovico Quaroni son de extraordinario interés para el conocimiento de las cosas romanas vistas como en un tiempo continuo, y por la emergencia de los hechos urbanos. Véanse los siguientes pasajes:
«[…] Lo que nos interesa más, sin embargo, es que la explanada era el límite de la ciudad comprendida en sentido edificatorio: el límite, diremos nosotros, del plan regulador y de la regulación edificatoria, que no valía fuera de ello, considerando que más allá de esto la ciudad acababa. Para la economía de la defensa, de las distancias y de la administración, ésta era entendida como una zona de fabricación continua, la más estrecha posible. Naturalmente, nada impedía, pues, que la parte más pobre de la población, la que no gozaba, por otra parte, de todos los derechos de la ciudadanía construyera sus barracas abusivas fuera de la explanada; los continentia constituían vastas barriadas, como los barrios de barracas y los villorrios abusivos y semirrurales que un poco por todas partes proliferan hoy en torno a Roma, donde el coste bajo del suelo y la existencia de fáciles comunicaciones favorecen el asentamiento» (p. 15).
Después de un análisis de este tipo, Roma, y particularmente la Roma imperial, con sus defectos, sus abusos, sus contradicciones, resulta extrañamente cercana a la imagen de la gran ciudad moderna. Más adelante Ludovico Quaroni insiste acerca de la regla romana del administrar y del construir y las condiciones concretas de la vida en Roma, que venía dada por la persistencia de los caracteres iniciales y por la mezcolanza de los elementos importados más heterogéneos.
Cada vez estamos más convencidos de que un estudio vasto y sistemático sobre las vicisitudes urbanas de Roma, también sobre el enorme material analítico a disposición, sería fundamental para la ciencia urbana”. AR
Ibam forte via sacra, la sátira número IX de Horacio, relata el encuentro casual e inoportuno (callejero) que tuvo el poeta con un paseante cargoso al que casi no conocía y del que no podía librarse. El apéndice de este artículo de Montserrat Jiménez San Cristóbal contiene una traducción inédita al castellano por Vicente Alcoverro, que reproducimos en este número.