N. de la R.: El texto de esta nota fue publicado originalmente en El Barroquista y se reproduce aquí por gentileza de su autor, a quien agradecemos especialmente.
Estos días posteriores al incendio se han empezado ya a lanzar debates que serán muy importantes en el futuro de la catedral de París y de la restauración patrimonial en Europa. Entre esos debates, seguramente por su valor de icono, sobresale la pregunta de qué hacer ahora con la aguja de la catedral, destruida por el fuego ante la mirada de todo el planeta.
Se debate, principalmente, si reponerla o no reponerla. Y, en caso de volver a colocarla, si esa nueva aguja debe ser idéntica a la anterior del siglo XIX o ser construida en un estilo diferente (más actual).
A continuación voy a dar mi visión al respecto de este debate, para intentar que todas las personas que quieran acercarse a la discusión puedan tener algunos elementos de juicio.
Aclaro que, como profesional del patrimonio cultural, éste es mi criterio personal. No hay respuestas totalmente correctas ni respuestas absolutamente erróneas en todo esto y lo que voy a explicar es solamente mi opinión.
Razones para no hacer una réplica de la aguja quemada
La aguja que hemos visto caer no era “original” del templo medieval, sino un añadido del arquitecto Eugène Viollet-le-Duc en sus intervenciones de la década de 1840 sobre el templo. Viollet añadió esta aguja como “réplica” de una que la catedral había tenido hasta que en 1786 fue desmontada por problemas de estabilidad. Como prácticamente no existía información sobre cómo había sido esa aguja desmantelada a finales del siglo XVIII, Viollet se inventó una aguja completamente nueva, en el estilo de su época (el neogótico). Podéis ver uno de los planos aquí debajo.
Dibujo de detalle de la aguja de Viollet-le-Duc perdida en el incendio (Wikimedia Commons)
Es decir que la catedral medieval tenía una aguja que se quitó en época moderna porque era inestable. Luego Viollet-le-Duc, seis décadas después, volvió a hacer una aguja, pero a su gusto. De hecho incluyó su propio retrato en una de las esculturas de cobre de la aguja, figuras que se han salvado porque habían sido retiradas una semana antes del fuego. Esa aguja se hizo mundialmente famosa, sobre todo gracias al cine. Era una joya del neogótico y la perdimos en el incendio.
Sabemos perfectamente cómo era la aguja, ya que tenemos infinidad de fotografías y los planos que el propio Viollet-le-Duc utilizó para construirla. Así que es fácil hacer una idéntica. Sin duda, poner esta aguja “como estaba” antes del fuego sería la solución más popular. Quizás sea también la opción que más desea la gente de París y los turistas. La razón es fácil de entender: nos gusta pensar que las cosas tienen arreglo.
Pero en realidad, no lo tienen. Me explico. Es posible volver a darle a la catedral de Notre-Dame un aspecto idéntico al que tenía antes del incendio. Pero no va a ser el mismo. Va a ser una réplica de ese aspecto. El original se perdió. Si hacemos una aguja que sea una réplica de la de Viollet estaremos falseando la historia de la catedral. Porque la original ardió y cayó. Y lo vio todo el mundo. Estaremos creando una especie de parque temático de lo que Notre-Dame era antes de arder su cubierta, para satisfacer nuestro deseo de ver las cosas como eran antes de perderlas.
Dos ejemplos.
Sabemos más o menos cómo eran los brazos de la Venus de Milo, porque están documentados. Pero no se nos ocurre ponerle esos brazos de nuevo a la escultura. Porque la Venus de Milo perdió los brazos y esto es parte de su historia. De la misma manera que la pérdida de la aguja es parte de la historia de Notre-Dame. Tampoco le reponemos la nariz a la esfinge de Giza, a pesar de que no sería muy difícil hacerlo, porque el monumento perdió su nariz y esta pérdida es parte de la historia.
Fijémonos en el propio Viollet-le-Duc. Su intervención siempre ha sido criticada por falsear la historia de la catedral al recrear una aguja que se había perdido. Y esto es cierto. Pero ni siquiera él hizo una réplica. Viollet construyó una aguja en el estilo de su tiempo, buscando que ese estilo armonizase con el general de la catedral. Se la inventó prácticamente nueva.
Razones para no hacer una aguja en estilo actual
Desde que se convocó el concurso de ideas para la nueva aguja quedó claro que esta opción es la preferida por el Presidente de la República. Todo Presidente de Francia ha querido su símbolo arquitectónico de modernidad y parece que Emmanuel Macron también quiere su Pompidou o su Pirámide del Louvre.
Francia tiene a algunos de los mejores arquitectos internacionales de las últimas décadas y no faltarían candidatos para esta intervención. Serviría de símbolo del “resurgir” de la catedral tras su incendio, de igual manera que la cúpula de Norman Foster en el Reichstag de Berlín simbolizó el resurgir de Alemania tras la reunificación (en la foto de abajo).
De hecho, mucha gente está pensando ahora en esta “opción Reichstag” para Notre-Dame. La idea sería crear una nueva parte moderna de la catedral que dialogase y complementase el edificio histórico. Una muestra del talento arquitectónico actual conversando con el pasado en un mismo edificio. Este tipo de ejercicios constructivos son muy interesantes y a los grandes arquitectos seguramente les encantará la idea de poder ser parte de la historia de uno de los monumentos más emblemáticos de Europa.
Hay que decir que, si se hace bien, esta alternativa sería compatible con los criterios internacionales de restauración, que indican (simplificando mucho) que si se añade una parte nueva a un edificio histórico ésta debe estar ejecutada en un estilo diferente y fácilmente identificable, siempre que no dificulte o distorsione la estética del conjunto.
Otra ventaja indudable de esta opción es que puede facilitar la visita a la catedral. Porque estarían interviniendo por primera vez con criterios del siglo XXI en un edificio histórico que, como suele pasar en arquitecturas antiguas, no es precisamente muy funcional para recibir millones de visitantes cada año. Una intervención de este tipo puede ayudar a solucionar problemas de accesibilidad dentro del edificio o dotarlo de dependencias que podrían ser útiles para el uso actual del mismo, como ocurre con la cúpula del Reichstag o en la pirámide de Pei en el Louvre.
Por ejemplo, crear una nueva terraza panorámica en lo alto de la catedral tendría una evidente utilidad turística. También podría usarse la nueva cubierta como sede de un museo de Notre-Dame, con lo cual se ganaría un espacio que jamás existió hasta ahora para explicar mejor el edificio y su historia a los visitantes de todo el mundo.
Personalmente, esta opción me parece mejor que la de replicar la aguja “tal como estaba” hasta el incendio. Pero tampoco soy favorable a ella. No creo que Notre-Dame deba ser el escenario de un diálogo de arquitectura actual frente a arquitectura histórica.
Por un lado, porque es un edificio demasiado icónico y reconocible, algo que no pasaba tanto con el parlamento de Berlín o el Louvre. En estos dos ejemplos, la parte contemporánea es importante, pero puede seguir viéndose el edificio histórico sin distorsión simplemente mirando hacia otro lado, mientras que una aguja del siglo XXI en Notre-Dame sería visible prácticamente desde cualquier perspectiva.
Pero por otra parte, porque esta alternativa supondría ligar a la catedral de París con el nombre propio de un arquitecto concreto. Algo que no considero que sea lo acertado. Igual que todo el mundo llama la “cúpula de Foster” a la obra del Reichstag, pasaríamos a tener (por ejemplo) la “aguja de Nouvel” en Notre-Dame. Una presencia unipersonal que me parece excesiva en un monumento que ha sido fruto del trabajo de multitud de manos, muchas de ellas completamente anónimas. La aguja nueva, por tanto, distorsionaría en mi opinión la historia del edificio.
Entonces, ¿qué hacemos?
Después de descartar las dos alternativas principales que se están barajando en este debate, entiendo que os estaréis preguntando cuál es la opción que considero mejor.
Mi opinión es que lo más adecuado sería una intervención mínima. Actuar sobre los materiales originales que se han conservado para asegurar la estabilidad del conjunto, pero no construir nada más que no se haya salvado del fuego (solamente lo estrictamente necesario para garantizar el uso de la iglesia tanto para el culto como para las visitas)
Por ejemplo, habrá que construir un nuevo tejado. Porque la iglesia no puede estar sin cubierta. Para ese tejado yo dejaría que los carpinteros actuales creasen un nuevo entramado de madera, moderno pero inspirado en el tradicional que ardió. Como explicó perfectamente en El País la especialista de ICOMOS Idoia Camiruaga, la madera no ha tenido la culpa de este incendio y su uso tiene más ventajas que inconvenientes.
Para las bóvedas caídas o partes de muros perdidos, yo usaría el mismo criterio empleado por David Chipperfield para la extraordinaria rehabilitación del Neues Museum de Berlín (en la imagen de abajo). Un edificio que estaba muchísimo más destruido que Notre-Dame y que ahora es completamente funcional gracias a que se ha construido lo mínimo y siempre de manera que se pueda ver claramente qué partes del edificio son supervivientes del fuego y cuáles son nuevas.
Neues Museum de Berlín, rehabilitado por David Chipperfield
Así el edificio cuenta su historia. Enseña sus cicatrices. Debemos, como sociedad madura, asumir la pérdida de lo que ha sido destruido por el fuego y asegurar la supervivencia de lo que se ha salvado.
Siguiendo este modelo, defiendo una catedral de Notre-Dame sin aguja. Un recordatorio de su historia y de la destrucción que el edificio sufrió. Una forma de hacernos ver que el patrimonio es más frágil de lo que normalmente pensamos.
MACV (EB)
El autor es Historiador del Arte y divulgador. Es miembro del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), donde forma parte, como Experto, del Comité Internacional de Espacios de Religión y Ritual (PRERICO). También es miembro del Consejo Internacional de Museos (ICOM). Su cuenta @elbarroquista es una de las más interesantes para seguir en Twitter (ver por ejemplo su excelente hilo explicando por qué la destrucción de Notre-Dame no fue completa). También son recomendables el canal youtube.com/c/ElBarroquista y su página El Barroquista.
Sobre Notre-Dame, ver también El libro va a matar al edificio. La segunda Torre de Babel del género humano, por Víctor Hugo (capítulo “Esto matará a aquello”, de la novela Nuestra Señora de París), en nuestro número 70.
Y sobre el Pompidou, Clásico y Pompidou. Ruteras (III), por Carola Ines Posic y Carmelo Ricot en nuestro número 150.