N. de la R.: El texto de esta nota reproduce la participación del autor en el libro Textos Desencofrados, de Ana Etkin (titular de la cátedra de Arquitectura IV C de la FAUD-UNC, a cargo de la edición), Franco Marioli, Fernando Díaz Terreno, Ricardo Sargiotti y otros. El libro se encuentra a la venta en su edición impresa en Copicentro, galería Santo Domingo, Av. Velez Sarfield 30 local 57, Córdoba. Tel.0351- 4213279.
Creo que es necesario reivindicar social, cultural y políticamente la idea de ciudad abierta. En estas épocas de muros fronterizos y barrios cerrados, podríamos definirla como lo opuesto a la ciudad privatizada (a las “privatopías”). Pero una buena definición debe ser afirmativa: nos debe indicar lo que la cosa definida es, no lo que no es. Intentaremos en lo que sigue esa definición positiva.
Para empezar, una dificultad… La expresión “ciudad abierta” definió históricamente la situación que se producía en tiempos de guerra cuando, ante la inminente conquista de una ciudad, las autoridades anunciaban que esta se rendiría sin combate, de modo de evitar ataques innecesarios contra la población civil, las infraestructuras y la edificación. Un caso emblemático es el de Roma al final de la ocupación nazi, retratado por Roberto Rossellini en Roma, ciudad abierta, la obra maestra del cine neorrealista.
Es claro que no es esa la idea que tenemos hoy sobre una ciudad abierta, pero la misma paradoja nos da un indicio semántico: la ciudad tradicional no necesitaba expresar su carácter de “abierta” porque lo era por definición. Ni siquiera las murallas que las protegían (hasta que el avance de las técnicas militares las hicieron inútiles) contradicen ese carácter; aunque se suele asimilar los muros de los barrios cerrados a las murallas de la ciudad antigua, estas no aislaban a la población entre sí sino que la defendían en su totalidad ante ataques externos -incluso a la población rural adyacente, que se refugiaba en las ciudades en caso de un sitio. La expresión “el aire de las ciudades es libre y te hace libre” alude a esa condición propia de la ciudad medieval, que está fuera del sistema feudal del mundo rural y permitía por tanto a quienes las habitaran un tiempo liberarse de la servidumbre y acceder a la libertad, a la ciudadanía.
Representación de Lubeck, Alemania, en el siglo XVI.
Aunque en realidad esa libertad no era para toda la población sino para la parte de ella que disfrutaba de esa ciudadanía. La democracia ateniense estaba limitada a hombres nacidos en la ciudad y vedada a mujeres, extranjeros y esclavos. Siglos más tarde, Diego Rivera incluye entre sus recuerdos de infancia representados en el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947) la imagen de una mujer indígena protestando ante los “ciudadanos de bien” por su prohibición de entrar al paseo.
Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, Mural de Diego Rivera realizado en 1947 y exhibido en el Museo Mural Diego Rivera, Ciudad de México.
Rosa Parks se constituyó en símbolo de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos por transgredir la prohibición a las personas afroamericanas de sentarse en el transporte público (algo que nos recuerda lo que actualmente ocurre en la urbanización cerrada Nordelta, al norte de Buenos Aires). Y hoy mismo, en nuestras ciudades, manifestaciones como “Ni una menos” o la Marcha de la Gorra reclaman periódicamente la libertad de uso del espacio urbano (vale decir, reclaman ciudadanía efectiva) para grupos humanos discriminados por la ley o por la práctica social.
Grafiti de convocatoria a la Marcha de la Gorra.
El carácter de ciudad abierta estaría dado entonces por la mayor facilidad que la ciudad ofrezca al disfrute de los atributos de urbanidad. Esto tiene esencialmente un componente social pero es también un resultado de decisiones físicas, del diseño del espacio. Y aquí juega especialmente la relación entre los espacios públicos y privados de la ciudad.
Los espacios públicos tienen tres funciones básicas. Una es obvia, la movilidad entre los espacios privados, pero las otras dos son esenciales y complementarias: el encuentro entre las personas (desde el encuentro amistoso o amoroso hasta las grandes manifestaciones sociales y políticas) y la expansión individual para encontrar fuera del ámbito privado un espacio de soledad compartida o simplemente el lugar para aquellas cosas que la casa o el espacio del trabajo no permiten: caminar, correr, pasear al perro, la deriva urbana en general -una condición de ciudad abierta es que nadie deba sentirse cohibido ni mucho menos impedido de usar y disfrutar el espacio público mientras no moleste a nadie. Un espacio público correctamente diseñado ofrecerá entonces esas tres posibilidades, en lo posible las 24 horas del día, los siete días de la semana, todo el año.
Un corolario de esto es que el espacio para la peatonalidad en las calles no debe ser menor al dedicado en conjunto a todos los vehículos, incluyendo autos, bicicletas y el transporte público (como mínimo, el 50% del espacio de las calles debe destinarse a veredas y parquización). Caminar es el modo más importante de movilidad en la ciudad abierta. Las condiciones ambientales para ello incluyen seguridad, confort climático, la calidad estética (o para decirlo directamente, la belleza) del paisaje y una triada interdependiente de cantidad, variedad y orden de los estímulos o “información” que provee el espacio. Una calle saturada de carteles publicitarios o de música estridente ofrece cantidad pero no orden; un paisaje de edificios agrupados al azar, con medianeras a la vista y tapándose sus vistas entre sí es variada pero no genera disfrute.
Una primera base para la definición que buscamos es entonces que los espacios públicos de la ciudad abierta son de acceso público y gratuito, no están restringidos a quienes habitan o usan los edificios a los que por ellos se accede. No solo las garitas y portones pueden restringir el paso; la calidad del espacio público, su seguridad, su confort ambiental (la sabia disposición del arbolado para proveer sombra y asoleamiento en los momentos en que se necesita, la adecuada iluminación artificial) son esenciales y su ausencia puede ser tan disuasoria de usarlo como un guardia apostado en una entrada.
El diseño del espacio público involucra también la correcta resolución del tamiz entre lo público y lo privado, de los espacios de intercambio. Esto incluye desde la correcta provisión de atrios y recovas en edificios públicos hasta la sutil disposición de vistas al interior de manzanas a través de zaguanes o jardines. O como mínimo, los estimulantes zócalos comerciales de barrios de alta o media densidad, como Nueva Córdoba por ejemplo -la actividad comercial a cielo abierto es otra condición de nuestra ciudad deseada, contra el carácter esencialmente antiurbano y monofuncional de los “shoppings” cerrados. Haciendo una analogía con el lenguaje económico, son “externalidades positivas” que acompañan y enriquecen el paseo por la ciudad.
La ciudad abierta es por tanto continua y legible. Permite y estimula la mezcla, el intercambio y el encuentro. El diseño de los espacios públicos y su entramado es esencial a tal fin. En la década de 1960, cuando se hacían muy fuertes las críticas al tipo de ciudad producida por el urbanismo del Movimiento Moderno (una ciudad de funciones separadas entre sí y espacio público indefinido, considerado más como un vacío entre edificios esculturales que como soporte de la vida social), Christopher Alexander definió el problema a partir de comparar dos tipos de estructuras topológicas relacionales: el “árbol”, como estructura jerarquizada, y la trama como estructura reticular. En la trama, cada punto, suceso o función tiene relación directa e inmediata con muchos otros y con la totalidad de la estructura; en el “árbol”, las relaciones están mediadas y jerarquizadas. A partir de un fundamentado análisis de casos, Alexander postula su célebre principio: “la ciudad no es un árbol, es una semitrama”.
Estructuras relacionales “árbol” y semitrama, por Cristopher Alexander.
Actualmente, los sistemas de inteligencia territorial y de diseño paramétrico ofrecen herramientas muy útiles para sistematizar y optimizar estos criterios de proyecto.
La buena mezcla urbana no implica solo la convivencia de funciones sino también la igualdad en el uso de la movilidad y en la buena localización urbana. Una red confiable y cómoda de transporte público es especialmente beneficiosa para los sectores sociales de menores ingresos, y como además resulta también más cómoda para las clases medias y altas, ya que les permite prescindir de los inconvenientes y costos del viaje individual en automóvil, se constituye en un lugar de convivencia y encuentro. Y localizar en áreas centrales de la ciudad la vivienda de los sectores populares permite a estos una mejor integración, el uso de equipamientos de calidad y servicios esenciales que suelen encontrarse en esas zonas y un acceso más simple a buenas oportunidades de trabajo y de capacitación. Lamentablemente, estos principios no han sido respetados en las últimas décadas en nuestra ciudad de Córdoba ni en general en nuestro país. Un horrendo crimen reciente sintetiza las consecuencias de estas malas decisiones: una joven mujer, Daiana Moyano, es asesinada al tener que bajar a más de un kilómetro de su destino en el barrio Ciudad Mi Esperanza (típico ejemplo de expulsión de pobres a la periferia de la ciudad a partir de una mala política de vivienda social) porque el colectivo que la llevaba debió desviarse de su recorrido ante el mal estado de las calles.
Una ciudad abierta es entonces la expresión física de una sociedad abierta. Aquí prefiero ampliar la definición que de ella hace Karl Popper; a mi juicio el ideal de sociedad abierta incluye la vigencia y convivencia de las instituciones democráticas liberales con las del Estado presente en el cuidado de las personas (el “Estado de bienestar). Y el rol del espacio público en su conformación es equivalente al de otras instancias que también deben ser recuperadas: el transporte público del que ya hemos hablado, la escuela pública, la salud pública.
¿Puede la arquitectura favorecer la constitución de una ciudad abierta? Sí, a condición de no considerarse la única disciplina que puede ocuparse de ello. En nuestra vida profesional, podemos contribuir a una ciudad abierta con un trabajo atento a generar buenos espacios urbanos, aun cuando estemos trabajando en la construcción de la edilicia privada -y también, aunque puede ser más difícil, procurando que nuestras decisiones de vida y de trabajo sean coherentes con nuestro pensamiento sobre la ciudad. Como ciudadanos/as, participando con nuestro conocimiento especializado en la vida social, los centros vecinales y todo el entramado organizativo de nuestro barrio y nuestra ciudad. Y cuando accedemos a la función pública, incidiendo en la toma de buenas decisiones de planificación y proyecto urbano. En definitiva, el proyecto, la construcción y (cómo nos propusimos al principio) la definición de una ciudad abierta es una tarea colectiva y aunque incluye a los mercados privados, no puede quedar a su arbitrio exclusivo.
MC
Ver La arquitectura que construye la ciudad. Conformar, completar, ampliar, aportar, participación del autor en el libro anteriormente editado por la cátedra de Arquitectura IV C de la FAUD-UNC, a cargo de Ana Etkin: Hora Libre. Exploraciones sobre el espacio educativo.
Referencias:
Alexander, Christopher. La ciudad no es un árbol. Architectural Forum N° 122, Boston, 1965
Calderón, Matías. La culpa es del otro: la tragedia de los barrios ciudad. La Voz del Interior, Córdoba, 11/1/2019
Popper, Karl. La sociedad abierta y sus enemigos. Routledge, Londres, 1945.