En el principio fue el sustantivo. No había verbos.
Nadie decía “voy a la casa”. Decía simplemente: “casa” y la casa venía a el. Nadie decía “te amo”. Decía simplemente: “amor” y uno simplemente amaba.
En el principio fue mejor.
Isidoro Blaisten, “El Mago”
Una entusiasta multitud estuvo presente en la apertura de la Son-O-House, el pasado 14 de mayo en Eindhoven, Holanda. Son-O-House es la última obra de NOX, el estudio del carismático Lars Spuybroek. Es una obra de arte pública, de carácter permanente, que actúa a la vez como una pieza de arquitectura y como un ensamble de sonidos que cambian continuamente. El proyecto se basa en la interpretación de movimientos corporales en diferentes escalas, captados por alrededor de 20 sensores infrarrojos y usados para distorsionar y rizar las superficies de un complejo juego de espacios. La estructura de acero inoxidable está completamente definida por computadora, y la superficie está compuesta de láminas de acero inoxidable expandidas a mano según un complejo patrón en forma de mosaico, que se transforma completamente bajo las condiciones de la luz. El sonido interactivo fue desarrollado por el artista Edwin van der Heide, autor de una obra abierta donde las conductas humanas activan diferentes algoritmos cambiando la composición y los efectos espaciales del sonido. El sonido es generado las 24 horas del día, en tiempo real. Son-O-House está abierta todos los días de la semana en una zona cercana a Ekkersrijt, un barrio comercial de Elndhoven que alberga a la compañía radial Omroep Brabant.
El pabellón asemeja, quizás demasiado literalmente, a un animal abandonado en un paisaje extraurbano. En su fusión de “cuerpo, medioambiente y tecnología”, continúa las investigaciones de NOX en edificios como el Pabellón del agua dulce en Zeeland, Holanda, o el proyecto de boulevard y hotel de playa en Noordwijk. En ese proyecto, el edificio constituía una especie de médano en la línea de playa: su voluntad de disolver el espacio real territorial se expresaba hasta en el detalle de las proyecciones de episodios urbanos transoceánicos, como los que se captarían con cámaras ubicadas en las playas del Atlántico cercanas a New York. La “beachness” del proyecto se definía como un cierto estado de movilidad, concibiendo la playa como un campo en el cual “todo está en estado de apertura y de no fijación“.
En el límite, las operaciones de NOX hacen del espacio (que a duras penas se puede seguir llamando arquitectónico) una variable de los comportamientos humanos, y no su contenedor, ni mucho menos su inductor, como lo ha sido históricamente.
Pensemos en un futuro donde la forma arquitectónica sea resultado de unos vectores que partirán de los cuerpos, o mejor aun, del deseo humano. Los edificios (nombre que seguirán teniendo por haraganería de los lingüistas, pero que sin duda los puristas cuestionarán) serán como una vestimenta ampliada, como un traje espacial que usarán los cosmonautas del planeta Tierra. Su forma convulsionada hablará de la complejidad de nuestros pensamientos, de nuestras sensaciones. Se adaptarán a nuestros humores, a nuestros miedos, a nuestra sensualidad, tan bien o mejor que a nuestras sensaciones de frío y calor, a nuestras necesidades de luz y sombra, de comunidad y privacidad.
Si es que podemos pagarlos, por supuesto.
MC
Sobre NOX, ver nota “Nox en Lille”, en el café corto del número 18 de café de las ciudades.